No pretendo hacer una historia del sexo en la historia de la Iglesia. No está en mis capacidades hacerlo. Pero que “algo” hay, y merece la reflexión creo que nadie podría dudarlo (sea para criticarlo, abominarlo, adherir a él, o para tener una mirada superadora).
Un tema, por ejemplo, que por sí solo ameritaría un trabajo intenso, sería la historia del celibato obligatorio para el clero occidental (las iglesias católicas orientales tienen celibato optativo). Se ha dicho, y no lo descartaría, que el tema económico (las herencias, por ejemplo) son una causa de la imposición del mismo. No lo descartaría, aunque no lo tengo claro. Pero creo que antes que eso, o primero en el tiempo, se impone las consecuencias de una lectura platónica del cuerpo. El “sôma sêma” (cuerpo tumba, o cárcel o cadenas del alma). Lo que tiene que ver con el cuerpo (y los placeres “corporales”) no es bien visto; siendo el alma “superior” al cuerpo, todo lo que tienda a no permitirle expandirse y ser libre ha de ser limitado o frenado si es posible. No hace falta aludir a las imágenes platónicas de Agustín que ven el matrimonio como una suerte de mal necesario (lo ideal es la abstinencia, pero “ya que no se puede evitar”, al menos, que se concreten dentro del matrimonio, que parece casi un sacramento menor). Pero, quizás en la misma línea, superioridad / inferioridad debamos entender que es bueno y bien visto que un cura trabaje dando clases, pero no lo es que trabaje de electricista, plomero, pintor o albañil.
Otro tema, sin duda con la misma influencia helénica es el lugar secundario dado a la mujer, vista como pecadora, tentadora, seductora. Ya Sarmiento señalaba que es más propio del varón pensar mientras que es habitual en la mujer creer (por eso la religiosidad es superstición propia de mujeres). La mujer “dice cuerpo” (cosa que, convengamos, muchas mujeres han introyectado), el varón “dice” cerebro, razón (“fe y razón” se contraponen, entonces). La historia del machismo / patriarcalismo también ameritaría una buena reflexión. Demasiados milenios de opresión lo vuelven urgente, aunque pretenda ser visto como algo “natural”, “propio de la mujer”, etc. De “género” se trata, aunque algunos quieran hablar de la terrible “ideología de género” como uno de los grandes males de nuestro tiempo.
Precisamente el (neo)platonismo fue “triunfante” en la historia de la Iglesia desde la escuela de Alejandría (s. III) hasta poco antes del Concilio Vaticano II, aunque muchos resabios permanezcan. Ya un teólogo conservador como von Balthasar afirma que la primera que “aparta la contemplación de los últimos residuos de la interpretación neoplatónica, y por esta sola hazaña le corresponde un puesto dentro de la historia de la teología” fue Teresa de Lisieux [fines de s. XIX] (Historia de una misión 198).
Mujer, placer y cuerpo parecen una suerte de Trinidad perversa que aleja al “hombre” de los caminos de Dios. Resulta curioso que el libro bíblico sin duda más leído por los místicos de la historia, el Cantar de los Cantares, es tenido por “elevado” cuando se hace de él una lectura “espiritual” (= platónica), mientras que ante la eventualidad de una lectura literal (que es la que hoy se prefiere en los estudios bíblicos) el libro – que es ¡palabra de Dios! – se omita de las lecturas bíblicas en la liturgia (salvando en la liturgia matrimonial en la que se presenta un texto recortado y armado que no se parece en casi nada al texto original donde se exaltan cuerpos y pasiones).
Pasiones, placer, cuerpo, sexo debieran recuperar su lugar dentro de las “buenas palabras” en la comunidad eclesial. Se dirá (se dice) que hay excesos, es decir “si, pero…” como si hubiera alguna teología, algún elemento de reflexión donde no los hubiera. Lo curioso es que el “pero” se dice de esto, y no se dice de aquello. Mi experiencia académica me indica que con frecuencia quienes dicen “sí, pero…” son quienes en realidad se ubican en las antípodas, pero no es “políticamente correcto” decirlo. Lo he escuchado de sectores “progresistas” al cuestionar la religiosidad popular (“pero hay superstición”), en sectores “conservadores” cuestionar la teología de la liberación (“pero hay excesos de politización”) y sectores machistas criticando la teología feminista (“pero hay negación de las diferencias de sexos”, por ejemplo). Como si no hubiera supersticiones progresistas (“el reino llegó en Nicaragua”), o politizaciones en el Opus Dei o negación del género femenino en los espacios de decisión eclesial… Valgan estos sólo a modo de ejemplo. Lo cierto es que debemos agradecer a quienes (mayoritariamente mujeres, ¡qué duda cabe!) nos han puesto en nuestro lugar. Quizás – para “pagar” tanta culpa sería sensato dedicar un buen tiempo (hablo de muchos años, no de algunos minutos) a escuchar en silencio, aun agresiones e injusticias (que serán nada en comparación a lo que hemos infringido por siglos). Escuchar es el primer para para aprender. Y no está de más dedicarnos a aprender, especialmente a aquellos que en sus actitudes parece que supieran (supiéramos) ¡todo!
Fuente: Blog de Eduardo de la Serna