• 27 de abril de 2024, 2:21
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Sesenta veces diez

Por Juan Presta

El “Dios más humano”, como alguna vez dijo Eduardo Galeano, cumplió 60 años. Diego Armando Maradona llegó a sexagenario a pesar de los agoreros que decían que nunca iba a llegar a viejo. Un Diego que sigue siendo rebelde y que ya no puede hacer maravillas con la pelota pero trata de enseñar su magia desde el costado de la cancha. Con grandes problemas físicos en sus rodillas luego de varias operaciones, se sienta en su trono (un fastuoso sillón que recorre los estadios) y desde allí dirige a Gimnasia y Esgrima La Plata. 

En el día de su cumpleaños el Obelisco de Buenos Aires y su zona aledaña se vistió de Diego con 60 fotografías (una por cada año de vida) que muestran al más grande futbolista de todos los tiempos, como dice el comienzo del relato histórico de Víctor Hugo Morales de su gol ante los ingleses en el Mundial de México, el gol más extraordinario de la historia, ese que hizo después de haber hecho otro con la mano haciéndole una pirateada, nada menos que a los piratas.

Un Diego que podría ser el símbolo de la meritocracia de la que habla la derecha del Mundo para justificarse de los desastres que hacen con su política neoliberal, una fábrica de crear pobreza y que nunca tiene en cuenta el punto de partida de cada uno. Sin embargo, el Diego les salió zurdo y no solamente para jugar al fútbol, sino por su admiración al Che Guevara, quizás el único argentino más famoso que él.

Maradona “en una Villa nació por deseo de Dios” según dice la estupenda canción del malogrado Rodrigo Bueno. Siempre defiende sus orígenes, tanto que en su cumpleaños 60 largó una cruzada que se llama “Las diez del diez”, en la que elegirán diez ciudades junto a la Cruz Roja para llevar alimentos y hacer obras de infraestructura que le queden a la comunidad. La primera elegida fue “Villa Palito” en el Municipio de La Matanza, lindero a la Capital Federal donde comenzaron a hacer una escuela de fútbol para todos los chicos de la zona.

Un Maradona que siempre dijo lo que pensó, a pesar que eso jugó muchas veces en su contra. El que estuvo dos veces casi muerto y resucitó. El que se entregó a las drogas  para aguantar ser quien era y no el Pelusa de Villa Fiorito que siempre quiso ser. Un Diego con una vida privada agitada, con hijos por todos lados, dentro del matrimonio, fuera de él y de relaciones ocasionales, que pasado los cincuenta fue reconociendo y reconciliándose con ellos. “Un Dios mujeriego, borracho, drogadicto, Un Dios sucio y por eso más humano” como diría el gran Galeano, pero el tipo que más alegró a su pueblo. El que los hizo llorar el día que salió su doping en el Mundial de Estados Unidos, el que dijo “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”. El de la Mano de Dios y la zurda prodigiosa. El que este año recibió la alegría que en la Argentina el 22 de junio se declaró el “día del futbolista” por su gol a Inglaterra y al que muchos quieren que tenga su calle en Lanús donde nació, en el Hospital Evita, cuando estaba prohibido llamarlo así y los militares renombraron Hospital Araoz Alfaro, pero el pueblo en 1973 volvió a llamar con el nombre de la “abanderada de los humildes”. Un hospital que está en la calle Río de Janeiro a la que un grupo de concejales quiere ponerle Diego Armando Maradona, pero el intendente Grindetti (hombre de Mauricio Macri) se opone porque el Diego sigue vivo. No sabe que los Dioses son inmortales.

Foto: Diario Uno
Fuente: Liliana López Foresi

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