• 21 de noviembre de 2024, 6:49
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Sonríe o Muere. La trampa del pensamiento positivo.

Por Liliana López Foresi

"Sonríe o Muere. La trampa del pensamiento positivo", es un libro de la ensayista y activista Bárbara Ehrenreich publicado en 2009 y traducido al español en 2011.

Analiza la centralidad que tiene el imperativo de la felicidad en nuestra cultura. La hipótesis de la que parte es que es que ser positivo no es tanto una cualidad mental o estado de ánimo, sino  una construcción ideológica. El pensamiento positivo es ideología.

Los norteamericanos son gente positiva. Los vemos así, y así se ven. Llama la atención, entonces, que en los rankings que realizan diversos organismos regularmente, la felicidad nunca aparece en los primeros lugares. Algo no cierra. El pensamiento positivo no tendría como consecuencia directa la felicidad.

La expresión pensamiento positivo se usa en base a dos acepciones: a) la imagen de vaso medio lleno; b) la de ser una práctica cultural.

En el primer caso aparece como significado en sí mismo: las cosas van bien e irán todavía mejor. Si fuera así –un verdadero fatalismo- ¿para qué molestarse en pensar positivamente?. En el segundo, como práctica cultural, el pensar positivamente se considera una verdadera disciplina: si unx espera que el futuro le sonría, le sonreirá. La segunda opción es todavía más irracional, la de que el accionar de nuestra mente puede incidir misteriosamente en el funcionamiento de la vida real.

Por otro lado hay una afinidad original entre pensamiento positivo y capitalismo. De hecho, una de las obras centrales de análisis del capitalismo es "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", de Max Weber, que plantea que las raíces del capitalismo deben hallarse en el enfoque vital, severo e inflexible del calvinismo protestante.

El calvinismo es una religión que propone a sus fieles resistirse a la gratificación inmediata y el placer, trabajar sin cesar y acumular riquezas.

Esta versión religiosa es un antecedente esencial para el constructo cultural del pensamiento positivo. Sin embargo, es en el segundo capitalismo –el de la sociedad de consumo- en el que resulta ideal la difusión y éxito de ese modo de pensar, ya que el consumismo propone que las personas deseen todo tipo de bienes todo el tiempo.

“Si lo deseas y te esfuerzas, lo conseguirás”. Tú puedes. El pensamiento positivo estará allí para decirle a cada uno/a que lo que quiere es lo que merece. Meritocracia, adhesión a la economía de mercado a través del optimismo, que se alimenta del modo de pensar propuesto. Ya no habría excusas para el fracaso. Detrás del pensamiento positivo se esconde la machacosa insistencia en la responsabilidad individual.

En la primera década del S.XXI el pensamiento positivo se instaló en Norteamérica y todo el Occidente, condensado en el best seller “El secreto” publicado en 2006, que se convirtió en una verdadera teología para sus predicadores.

El ánimo positivo se hizo un lugar en la medicina para las diferentes dolencias, incluso las terminales. Innúmeros artículos resaltaron que el estrés es el origen de ellas, de modo que algunas representaciones mentales debilitaban el sistema inmune, al punto de que esa creencia sobrealimentada aplicó aún en enfermedades que de ninguna manera se relacionaban con él.

La actitud positiva frente al cáncer, por ejemplo, desplazó así sentimientos como la ira o el miedo, que debían quedar enterradas bajo la alegría cosmética. Esta tendencia se convirtió en una verdadera tiranía, haciendo que muchos pacientes sintieran culpa por sentirse angustiados o pesimistas. Si su enfermedad se agravaba, es que no habían sido lo suficientemente positivos y terminaban volcando la responsabilidad y la culpa en sí mismos.

Claro que esta manera de pensar implantada y difundida hasta el cansancio, no se quedó sólo en el plano de la salud, sino que inundó el social. Por ejemplo, el de lxs desempleadxs.

Lxs trabajadores fueron impulsados a buscar redes de contactos, participar en seminarios y sesiones de motivación para huir de la ira y negatividad, optando por un enfoque animado hasta llegar incluso a sentirse “agradecidxs” por la crisis que atravesaban. Se les dijo que las deudas, la falta de trabajo –aún con oscuras perspectivas de conseguirlo- no era un drama, sino una oportunidad.

Quien piense positivamente se sentirá mejor mientras busca subsistencia y atraerá el dinero. Esta idea, la de que pensar así enriquece, es una de las centrales de esta ideología. El problema no está afuera sino en la cabeza de cada unx que, según ellos, anida en la mente imponiéndose más allá de la voluntad.

Claro que para sostener esta, idea fomentaron la existencia articulada de ideólogos, predicadores, publicistas, oradores motivacionales, libros de autoayuda y couches. Éstos insisten en que los obstáculos que impiden la buena salud y el enriquecimiento, están dentro de cada unx, de modo que lo único que queda por hacer es mejorar la actitud y concentrarse en el objetivo. En esta ideología, todos los retos a los que nos enfrentamos son internos.

Los consejos de estos gurúes parecen inofensivos: sonríe. Cuando la norma es el buen humor, la queja parece una perversión porque ¿quién querría darle trabajo a una persona negativa?; ¿quién querría vincularse o socializar con ella?

En 1936 aparece el libro de Dale Carnegie “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”, proponiendo obligarse a mostrarse animosx, a fingir sinceridad.

En 1956 William Whayte en “El hombre organización”, destacó la importancia de las relaciones interpersonales en los espacios laborales, siendo éstos un decorado emocional en la vida de las personas compuesto por sonrisas. Bastante sencillo: ¿gente quejosa, o siempre sonriente que dice sí a todo?. El riesgo de no obedecer este imperativo se paga caro, con desempleo y aislamiento social. Seguir al rebaño o prepararse para la soledad.

El tema insistente del lxs couches motivacionales es desprenderse de las personas negativas que “chuparían tu energía”. El otro no está allí para criticarnos o contradecirnos, sino para aplaudir nuestros logros y animarnos. Siempre. Esto produce un déficit de empatía hacia todo aquel que tiene un problema real, simplemente porque no es mi problema.

Incluso purgar (recomendación de muchxs couches) de nuestro mundo de relaciones o redes sociales de gente negativa no es suficiente. Hay que llevar esa purga a todo. Por ejemplo informarse, porque las noticias negativas que pueden causar tristeza o indignación no valen la pena. Ahora bien, si hay que despejar el horizonte de situaciones negativas, es que existe un mundo real alcanzado por nuestros deseos; entonces hay que retirarse a un mundo construido en el que abunden las buenas noticias y gente sonriente. Piensa en positivo y lo positivo vendrá a ti. Ley de atracción.

El éxito de "El secreto" se consolidó sin ser siquiera original, sino el producto de al menos 27 “pensadores inspiracionales” con mucho parecido a la magia básica. Lo semejante atrae a lo semejante. Un fetiche.

La física cuántica funcionó como soporte cientificista para fortalecer esta construcción cultural. Es más, los couches de liderazgo suelen presentarse como físicos cuánticos.

Uno de los elementos que han tomado de la física cuántica fue la dualidad de la materia onda/partícula, lo que significa que las ondas, como el sonido, son también partículas, fotones, y que las partículas subatómicas (electrones) pueden considerarse ondas.

Exasperando esta idea, lxs seres humanxs seríamos un conjunto de ondas y  vibraciones, otorgándonos mayor libertad que la que disfruta nuestro cuerpo.

El otro concepto que toman de la ciencia es la del principio de incertidumbre: no es posible dar certeza de trayectoria y posición al mismo tiempo. La premisa es que medir algo afecta aquello que se mide. El pensamiento salta a la idea de que la mente la forma el objeto percibido, y de allí a la de que nuestra cabeza es capaz de crear el Universo. Por lo tanto, no somos víctimas inocentes, sino que estamos capacitados para ser los creadores de nuestro mundo.

Ahora bien. ¿Qué tipo de ideas comparto con lxs otrxs, si ellos también crean su realidad en base a consideraciones e ideas diferentes?

Ese lugar perfecto en el que cada unx crea un mundo individual se convertiría en un sitio dominado por una soledad espantosa.

Como se ha dicho, el pensamiento positivo hunde sus raíces en el calvinismo llevado por los colonos blancos a Inglaterra, que portaban la convicción de un Dios arbitrario,  que odia más de lo que ama, con un cielo de escasa capacidad de alojar a todxs. Solución: trabajar incansablemente, ya que toda otra actividad (fundamentalmente las placenteras) eran un pecado abominable.

Fueron las mujeres de clase media las primeras en rebelarse contra esta religión basada en la culpa y la estructura patriarcal, proponiendo la idea de un Dios más amoroso y maternal. De este contexto surgió en la década de 1860 el fenómeno que hoy conocemos como pensamiento positivo, que no es otra cosa que la corriente postcalvinista con un nombre diferente. Dios ya no es hostil e indiferente, sino un espíritu desbordante de amor universal ubicuo y todopoderoso.

El siglo XIX desde esta mirada, aprovechó la oportunidad para intervenir en el ámbito de la salud, particularmente en una afección ampliamente difundida a la que llamaban neurastenia, definida como alteración nerviosa, pero que no era otra cosa que depresión y/o tristeza. El fracaso de la medicina tradicional para su tratamiento abrió las puertas a la alternativa que acusaba como su origen al calvinismo, con su excesivo montante de moralidad que terminaba sometiendo a la culpa.

Reapareció el nuevo pensamiento que con sus “charlas curativas” convencía a la gente de que el universo era esencialmente benévolo, que cada ser era uno con el Creador y que podían utilizar sus mentes para curar todo tipo de dolencias.

Claro que llegó el sigo XX con el auge de la medicina científica que volvió obsoleto el nuevo pensamiento. Éste fue abandonando el campo de la salud para dedicarse a la producción de riqueza.

En 1930 Napoleón Hill publica “Piense y hágase rico”, y en 1952 aparece “El poder del pensamiento positivo”, de Norman Peale. Estos pioneros tuvieron su esplendor en las décadas de los 80s y 90s, cuando las clases medias y altas observaron que las fronteras entre el trabajo y la vida privada se empezaban a disolver. El tiempo de trabajo y ocio se confundió, apareciendo ideas como la multitarea y adicción al trabajo.

Las viejas élites se jactaban de disfrutar su ocio. Las nuevas presumen de trabajar hasta la extenuación, reafirmando la antigua idea de que lo que no es trabajo es pecado e indolencia. Ese es el momento de la aparición de los libros de autoayuda que invitan a realizar una tarea infinita y constante sobre sí. Un Yo interno que se encuentra en continua lucha consigo.

El calvinismo luchaba contra el pecado mientras el pensamiento positivo lo hace contra su propia negatividad. La idea es que hay dos Yo: uno es el que trabaja. El otro, es sobre el que hay que trabajar. Por eso en la literatura de autoayuda todo es disciplina, reglas, listas de tareas y ejercicios: leer cosas positivas cada mañana, decir algo positivo cada día, etc. El objetivo, en realidad, es una verdadera reprogramación.

El problema es porqué habría unx de preocuparse tanto por unx mismx. ¿No sería mejor volver la mirada hacia lxs otrxs, o conectarse más con la naturaleza para finalmente comprenderla y no dominarla?

Hoy ya no hay excusas para que la negatividad ponga vallas. El pensamiento positivo está ampliamente difundido y hay versiones para todo con una herramienta central: sí, la motivación. Millones de consumidores –sobre todo los afectados por alguna enfermedad o desempleo-  gastan miles de millones en cursos, libros y gurúes varios. Sin embargo, los grandes consumidores no son los individuos sino las empresas, que convirtieron el pensamiento positivo de una actitud práctica a una forma de control social en los lugares de trabajo. Motivación y pensamiento positivo es la actitud que se espera de todx empleadx.

En 1980 comenzó el redimensionamiento corporativo, esto es, reestructuraciones tendientes a eliminar puestos de trabajo. En 1987 el New York Times definió este modelo empresarial como el que destruye todo tipo de lealtad. La de los trabajadores, los productos, los negocios, las fábricas, las estructuras empresariales e incluso al país. Todxs somos prescindibles.

Con el capitalismo financiero de los 80, las empresas dejan de enfocarse en fabricar más y mejores cosas y pasan a hacerlo en cuánto más se beneficiaban sus accionistas. Del compromiso con la sociedad al compromiso con sus accionistas, y ya aliviados de la responsabilidad hacia sus empleados, clientes y comunidad, degeneraron en meros activos financieros.

Los grandes ejecutivos comprendieron que eran prescindibles, pero tenían una ventaja. Sus beneficios no se limitaban al sueldo sino a su participación accionaria. Subir el valor de sus acciones fue su único objetivo, impulsados a prosperar dentro del caos, tomar decisiones inmediatas, transformarse en líderes carismáticos, oradores motivacionales.

En el siglo XXI se abandona la racionalidad. Participan del mundo de los negocios chamanes, cursos de visualización, círculos de sanación. La lista sigue, construyendo una nueva cultura corporativa espiritual.

Tom Peters advierte que no es suficiente gestionar la contabilidad de las empresas, sino que hay que motivar a los empleados y generar un buen ambiente de pensamiento positivo. Claro que a medida que los modelos de reestructuración empresarial fueron avanzando, prosperar en el caos resultó insuficiente. Había que provocar ese caos. Destruir empresas para luego reorganizarlas. Es así que en las últimas dos décadas del S. XX millones de personas perdieron sus empleos, burilando la lápida del empleo vitalicio. Su muerte era una oportunidad para la reinvención. De ese cambio saldrían triunfadores y las empresas difundían este mensaje dando nacimiento a la industria del couching en la década del 90.

Tom Peters animó a la gente a dejar de considerarse un/a empleadx y construirse como marca. Si la realidad no es buena quizás no sea una buena opción cambiarla, algo que puede tardar toda una vida; entonces es mejor dejar de cambiar la realidad para sólo modificar la percepción respecto de ella, pasando de una negativa a una afirmativa. Así de fácil. Nace el pensamiento positivo tal como lo vemos actualmente.

Proliferan empresas de couching, que ofrecen sanar la toxicidad provocada después de una reestructuración, eufemismo usado para encubrir cada ola de despidos. Los seminarios para ejecutivxs que buscan trabajo parten de un mensaje positivo: “Lo que te pasó es producto de tu actitud, y si superás el resentimiento y pensás en positivo, te convertirás en alguien con mentalidad ganadora. Encontrarás el trabajo de tus sueños”.

Esta manera de pensar prometía generar cierta sensación de control, una cosmovisión que aseguraba finalmente el poder infinito sobre el “sí mismo”.

En este marco de pensamiento a finales del S.XX en EE.UU. cierto calvinismo en lo que se conoció como la derecha cristiana. Calvinismo y nuevo pensamiento vuelven a verse las caras como derecha cristiana (neoliberalismo) y pensamiento positivo para disputarse el mismo mercado: audiencia televisiva, venta de libros y asistencia a los encuentros.

Actualmente los predicadores norteamericanos más populares son los pensadores positivos, que ya no hacen referencia al pecado ni luchan contra el aborto o la homosexualidad. El mensaje positivo baja del púlpito y se dirige a las oficinas, las fábricas y las poblaciones subempleadas. La nueva teología positiva no se dedica a hacer juicios de valor, ni a contar historias desgarradoras de sufrimiento y redención. Lo que prometen ahora es éxito y salud ahora, en esta vida. Evangelio de la prosperidad. Mezcla forzada de mensaje de Jesús y pensamiento positivo, porque Dios lo es, pero la Palabra viene con poco de virtud y mucho de éxito y prosperidad.

¿Cómo se consigue la salud, felicidad y éxito que Dios quiere para nosotros?. Aparece entonces nuevamente la técnica de la visualización. Unx tiene lo que unx dice. El éxito está en la reprogramación de la mente abarrotándola de buenos pensamientos. El consejo es nunca verbalizar un pensamiento negativo porque hacerlo es rendirse a la voluntad del enemigo.

Esta coincidencia entre religión y mundo económico no se quedará en postulados similares. Las mega iglesias se transforman en centros múltiples, proveedores de servicios que compiten con el Estado. Pero los pastores dieron un paso más, convirtiéndose en emprendedores que aprendieron que la gente no quería que se les recriminara todo el tiempo sus pecados. Sustituyeron las bases del cristianismo por el pensamiento positivo, no porque sea verdad, sino porque garantiza la satisfacción del cliente. El mensaje positivo se vende mejor que la vieja religión, así que los predicadores abandonan la crítica al mundo materialista para participar activamente en él. Son hombres y mujeres de negocios, CEOs igualitos a los que usan el pensamiento positivo para vender sus productos.

Otras instituciones que se han vuelto cada vez más corporativas son las universidades y colegios privados, administrados por masters en negocios. Hasta los sindicatos adoptaron el estilo corporativo de gestión. Mire donde se mire encontramos la jerga empresarial: incentivos, valor añadido, las mismas oficinas, cadenas de mando, misma funcionalidad. En suma, misma fe en la motivación.

En los últimos veinte años las iglesias se han ido pareciendo cada vez más a las multinacionales, mientras que en las últimas se da un proceso inverso. Empezaron siendo dirigidas por personajes carismáticos que ahora despliegan poderes de liderazgo casi místicos. Las grandes empresas se parecen más a sectas, organizaciones que exigen total sumisión a un líder con aspiración divina.

Vayas donde vayas el mensaje es el mismo. En la casa o en el shopping. Podés tenerlo todo con sólo desearlo, basta con creer que se puede. ¡Tu puedes!. Imperativo acompañado de un susurro que dice que si te sentís mal, frustrado o derrotado, la culpa es sólo tuya.

La teología positiva ratifica y culmina en un mundo sin belleza, sin trascendencia y sin piedad. 

En 1997 el presidente de la Asociación Psicológica Americana, Martin E.P. Seligman, centró su mandato en la psicología positiva, el estudio de las emociones positivas y ciertas actitudes mentales como el optimismo, la felicidad, la realización y la fluidez. Vincula las dos primeras con todo tipo de ventajas. Los psicólogos de esta corriente tomaron cierta distancia para no ser confundidos con gurúes del pensamiento positivo, tratando de afirmar que se trataba de ciencia y no sólo meras ideas. De hecho, no apoyarán la ley de atracción y negarán el hedonismo, planteando poner más énfasis en la gratificación que en el placer, entendiendo por aquella una forma de placer que requiere cierto esfuerzo para ser alcanzado. 

Esta corriente de la psicología entra en el negocio de lxs couches y las grandes empresas, llegando a la conclusión de que la felicidad de lxs trabajadores es la clave para producir más. Para ello Seligman desarrolla la “ecuación de la felicidad”: H(felicidad) es igual a S (condiciones innatas para lograrla) + C (circunstancias del momento que vive una persona) + V (dosis de esfuerzo). La felicidad, para él, se resumiría en optimismo y emociones positivas.

Ante la pregunta de si la psicología positiva forma parte de la derecha política o es un movimiento progresivo, la autora descree que forme parte de una conspiración de la derecha, porque de hecho figuras públicas progresistas difunden este pensamiento.

Sin embargo, la postura de esta corriente se inclina indudablemente hacia la derecha, ya que sostiene que cuando las cosas salen mal, hay que buscar la causa en las propias decisiones y no en alguna fuerza externa superior. Además, como la felicidad se mide por la satisfacción que una persona declara sentir acerca de su propia vida, seguramente esto resulta más sencillo teniendo dinero, ciñéndose a las normas sociales y despreocupándose por las injusticias. El pensamiento positivo se apega al sistema, sin cuestionar sus desigualdades y abusos.

Volvamos a la ecuación Seligman: las circunstancias del momento al igual que las condiciones innatas tienen baja influencia. De modo que, despejando, es el esfuerzo individual el elemento principal  para la felicidad.

Ya llegado el S. XXI, el pensamiento positivo ocupa un lugar sin precedentes, pero en 2006 estalló la economía estadounidense y en 2008 en Europa. Las cosas comenzaron a ponerse feas. La clase media se empobreció y creció aceleradamente la desigualdad, siendo esta clase la mayor consumidora de libros de autoayuda, artículos de motivación y servicios de couching.

En el marco de esa sociedad desigual de principios del tercer milenio los motivadores dieron la misma respuesta: “Todo irá bien si estás dispuesto a hacer el esfuerzo”. Tuvieron una estupenda noticia para millones de desempleados, sin techo y desesperados, decretando que esa era una gran oportunidad, por más horrenda que fuera (fue) la situación.

En 2004 Harry McCain, autor de libros de autoayuda, publica uno con este título: "Nos despidieron, y eso es lo mejor que nos ha pasado nunca". La idea de la oportunidad siempre ha sido muy fuerte en EE.UU. para competir contra el contexto de la desigualdad. La mayoría de los norteamericanos sigue creyendo que en el futuro le irá mejor que al resto.

Este modo de pensar ha invadido el territorio de las finanzas convirtiéndose en tóxico, ya que nadie en ese mundo construido vio venir el desastre del 2006. Incluso, quienes expresaban dudas o ideas negativas en voz alta eran despedidos. Dominaban la megalomanía y el narcisismo. Quienes tienen tanto poder económico no contemplan siquiera la posibilidad de equivocarse. Al contrario, piensa que todo lo que desea se concreta, pilar del pensamiento positivo y luego del fundamentalismo capitalista, que afirma que el mercado todo lo ordena y no necesita ninguna supervisión. A tal punto que cuando estalló la crisis, los apóstoles del pensamiento positivo no salieron huyendo; por el contrario, redoblaron esfuerzos, porque su esencia se caracteriza por prosperar ante la adversidad.

"Piense y hágase rico" fue un clásico de la gran depresión del 2006. Cuando ésta avanzó en 2008 con millones de desempleados y la economía en picada, se multiplicó la asistencia a las iglesias evangélicas con su mensaje de triunfo y fe, y la demanda de oradores motivacionales aumentó en las empresas con el objetivo de mantener la disciplina en una plantilla desmotivada. Discursos rebosantes de almíbar y ferocidad al mismo tiempo, instaron a la sociedad a dejar de quejarse y enfrentar la realidad.

Cuando los empleos tradicionales comenzaron a escasear y a desaparecer la seguridad laboral, los pensadores positivos instistieron aún más en centrarse en unx mismx, ajustar los pensamientos, controlar las emociones, concentrarse a fondo en sus deseos, alejarse de personas negativas y de las que se lo pasan lamentándose.

El pensamiento positivo salió de las esferas personales para meterse de lleno en el desastre económico. ¿Qué es una recesión sino un inmenso brote de pesimismo?; un fenómeno creado por la difusión de pensamientos negativos, incluyendo a los medios que adhirieron a esta idea como el Chicago Tribune, manifestando que hablar todo el tiempo en términos catastróficos ayudó a generar la crisis. La solución fue entonces dejar de hablar del tema y mirar el futuro con confianza.

¿Qué podemos ser si no positivos? Llevamos tanto tiempo oyendo himnos a la alegría que parece normal, incluso necesario. Es el deber ser. Hemos llegado a usar los términos positivo y bueno como si fuesen sinónimos.

No es cierto que la alternativa al pensamiento positivo sea la desesperanza. De hecho, el negativo puede ser tan engañoso como su contrario. Las personas deprimidas tienden a proyectar su angustia en el entorno colocándose en la peor situación, de modo que sus previsiones terminan reforzando su angustia. 

La alternativa en ambos extremos es salir de unx para ver cómo son las cosas y lxs otrxs, pintándolxs lo menos posible con el color de nuestras emociones y fantasías, entendiendo que el mundo está lleno de peligros y oportunidades por igual. 

En "El poder positivo del pensamiento negativo", la psicóloga Julie K. Norem, sostiene que todxs, por más optimistas que seamos, nos apoyamos en el pesimismo defensivo. Esto es, manejar cierto nivel de negatividad y sospecha. Una conducta esencial en la vida cotidiana es tener cuidado, preocuparnos, vigilar. No sería sensato ni inteligente dar por hecho que un adolescente conduce bien o mantiene siempre sexo seguro. Ser realista y utilizar el pensamiento defensivo, es un requisito indispensable para la supervivencia.

Decimos querer que la educación promueva el pensamiento crítico, que no es pensar positivamente, ya que las posturas críticas son escépticas por definición. Sin embargo, el argumento racional de los pensadores positivos es que el mundo no es ese lugar peligroso que imaginamos, sino que el universo es un espacio de suministro y abundancia. El crimen, la injusticia, la enfermedad, la pobreza, no son sino errores que atraen las mentes que perdieron su conexión cósmica con la generosidad y el amor.

El comunismo soviético –un régimen no considerado precisamente alegre- es un ejemplo de cómo se usa el pensamiento positivo para el control social. Si algo sobrevivió a Stalin, fue la exigencia stalinista hacia el optimismo. En la Unión Soviética, países del Este y Corea del Norte se exigía que el arte, la literatura, el cine, desbordaran alegría; que los héroes fueran felices y que el final feliz pasara por un glorioso futuro revolucionario. El pesimismo era tibieza ideológica. En el socialismo real se requería optimismo histórico y héroes positivos. El pesimismo era penado en la práctica, ya que significaba derrota. Los derrotistas pagaban incluso con la prisión.

En Occidente se escandalizarían si vieran la liaison de sus ideas con las stalinistas. Hay una diferencia importante, y es que Occidente cuenta con la autoimposición del pensamiento positivo.

Los regímenes stalinistas se apoyaban en el Estado para imponer el optimismo. Las democracias occidentales confían en que ese mismo trabajo lo haga el mercado.

El pensamiento positivo trata de convencernos de que los factores externos son pura incidencia, que lo que cuenta es nuestro estado interno, actitud y ánimo. Los couches minimizan los problemas de la vida real porque los consideran excusas ante el fracaso. Es cierto que hay factores subjetivos, como la fuerza de voluntad, que son básicos para la supervivencia y permiten en muchos casos salir de situaciones extremas, pero la mente no domina la materia.

Si pasamos por alto las circunstancias y condiciones externas o, peor aún, creemos que esas condiciones son consecuencias de nuestros pensamientos, podemos caer en la desgraciada desfachatez de la autora de "El Secreto", Rhonda Byrne. Recordemos que después del tsunami de 2006 sostuvo que ese desastre –según la ley de atracción- les sucedió a quienes estaban en la misma frecuencia que el evento.

Durante siglos las élites económicas se han regocijado en la idea de que la pobreza es una situación voluntaria, pero en las filas del desempleo hay tantas hormigas cuanto cigarras; tantos optimistas irredentos, cuanto depresivos crónicos.

Ser feliz requiere de circunstancias presentes y condiciones pasadas que permitan una vida digna, humana. No vamos a hallar la felicidad a través de un viaje interior en el que revisemos lo que pensamos y sentimos, porque en frente nuestro tenemos problemas reales, y sólo podemos enfrentarlos si pensamos en nosotrxs sí, pero al mismo tiempo ponemos manos a la obra en el mundo real para modificarlo.

Esto significa construir diques contra la miseria, llevar auxilio a lxs desamparadxs, ayudar al otro en suma.

Quizás no todo saldrá bien. Seguramente al comienzo saldrá mal, pero podemos sentirnos muy bien mientras lo transitamos. Tal vez sea ese el verdadero camino a la felicidad.


Fuente: Liliana Lopez Foresi

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