(APe).- Lo humano, demasiado humano, puede idealizar cualquier cosa. La idealización es la desmesura y la absolutización de un ideal. Los deportes denominados extremos idealizan la habilidad y el riesgo. Para eso tienen que minimizar el peligro. La ruptura de esa idealización se denomina catástrofe. Y lo que he denominado la “lógica Cromañón” es una fábrica de catástrofes. A la catástrofe cotidiana hace muchos años ya, la conceptualizamos como “Catastrofía”. La catástrofe nuestra de cada día.
Mi programa radial “Sueños Posibles” fue uno de los efectos de la masacre de Cromañón. Y la lógica Cromañón es la ausencia absoluta de mecanismos de prevención. Se pasa sin transición, de la quietud a la catástrofe. Lo siniestro es pensar que aún la catástrofe puede ser idealizada. Sin embargo, así es.
La guerra, que puede ser continuada por la política, pero también por la masacre, ha sido idealizada. La bestial dictadura cívico militar, fue una cruzada redentora. La epidemia de sida, fue santificada como “castigo divino”, por los extravíos de los dorados sesenta. De estas aberraciones también el Papa debería pedir perdón. Yo personalmente no se lo concedo. La brutalidad con que fueron tratados los primeros contagiados, fue un acto de discriminación y exterminio comparable con la persecución y asesinato de miles de mujeres por la Santa Inquisición. Si hubo institución brutal en la historia de la humanidad, la Santa Inquisición está en el top ten.
La idealización de la brutalidad tiene textos inolvidables: “por algo será”, “algo habrán hecho”. Los mecanismos de idealización de la brutalidad incluye, aunque no necesariamente, la idealización de los brutos. Y brutas. Pero como la cultura represora se sostiene en el discurso paradojal, los brutos pueden ser condenados mientras la idealización de lo brutal se mantiene. El comisario que asesina a Dario y Maxi está preso. Es un bruto, además de cobarde. Pero la brutalidad de la masacre del puente Pueyrredón ha quedado impune. Y la impunidad es otra de las formas de idealizar la brutalidad.
Otra paradoja es que un condenado por crímenes de lesa humanidad es enviado a arresto domiciliario. Y sabemos que un hogar, más allá de ciertos malestares que la convivencia genera, no es una cárcel. Aclaremos, que no siempre oscurece, que la brutalidad da cuenta del ejercicio, de las conductas, de las acciones concretas. No tiene que ver con el origen.
Un bebe puede nacer con lo que se denomina “distocias de parto”. O sea, dificultades varias que obligan a cierta pericia obstétrica. (No me estoy refiriendo a las obras sociales, se entiende, que son otro tipo de distocias). Pero aunque el origen sea más traumático que lo necesario, el destino puede ser adecuado. Por eso la brutalidad actual pudo haber tenido un origen virginal: el voto castrado. Me refiero al voto no por el amor, sino por el espanto. “Pa que no gane el otro”.
Pero ese origen tan pero tan republicano, no inhabilita para cuestionar su devenir actual. Que es brutal. Enfrentar gendarmes ninja con profesionales de la salud es brutal. Asesinar por la espalda a un joven desarmado es brutal. Enterrar en el fondo del mar a un submarino por negligencia criminal es brutal. El uso de cuatriciclos en las playas es brutal. La brutalidad nos habita.
Y una de las marcas es la incapacidad para pensar. El bruto y la bruta no piensan: apenas eructan palabras. No voy a tirar a un gendarme por la ventana. Ni siquiera aunque esté en planta baja. La denominada reforma jubilatoria es brutal, porque implica la solución final para viejos y viejas. Un plan de eutanasia masiva que algunos llaman PAMI. La obra social que siempre estuvo intervenida y que nunca fue administrada por sus afiliados. El suicidio de Favaloro fue brutal, y no alcanza con decir que estaba deprimido.
La palabra que la cultura represora habilita para los que intentan combatir la brutalidad, es “violencia”. Los violentos son los que no toleran la brutalidad serial del sistema. La cultura represora no es violenta ni brutal. Apenas es… cultura. Apenas es… democracia. Apenas es… modernización.
La brutalidad es una constante de la cultura represora. Pero también es una constante la idealización de esa brutalidad. Conquista del Desierto o Tormenta del Desierto. Pero la brutalidad es el arrasamiento de tierras, aguas, aires, personas. Idealizado como progreso. No debemos, no deseamos, enfrentar a la brutalidad con brutalidad. Pero tampoco debemos descartarlo.
Se denomina desobediencia civil, ganar la calle, y en su extremo límite, estrategias de insurrección. Enfrentar la brutalidad con brutalidad no es comerse al caníbal. Esa expresión es otra de las estafas de la cultura represora. El canibalismo es una estrategia, la antropofagia es una táctica. Ampliaremos.
Un proceso de brutalidad nacional es garantía total de que toda victoria será a lo Pirro. O sea: no habrá diferencia entre el éxito y la derrota, porque el éxito de los gobernantes tiene como premisa la derrota de los gobernados.
Franco sigue vivo en España. La brutalidad es otra de las formas de la inmortalidad.
Fuente: Pelota de Trapo