El 8 de diciembre Isabel se levantó triste y malhumorada, una combinación desconocida que la asustaba en un día santo. Casi no durmió pensando que se acercaba su primera navidad como viuda. Llevaba siete meses en esa condición, después de treinta y dos años y medio de matrimonio estable, casi en el sentido militarizado del término, sin hijos. Desde la cima, el Niño Dios le recordó que debía armar el arbolito porque era el Día de la Virgen. ¡Ya lo voy a hacer, tengo todo el día por delante!, pensó Isabel. Como el Niño la vislumbró malhumorada, y tenían cierta confianza, entró a machacarle de buen modo con eso. ¡Para qué! Cómo habrá hecho Isabel, que jamás supo de un día sin rezo ni un domingo sin misa, para agarrar su tazón de café con leche humeante, sin probar, y arrojárselo con fuerza inusitada al Niño. Una desgracia con suerte: dio tan en el blanco que lo acalló. Vaya a saber qué habrá pasado después...
Foto tomada de Dominio Mundial.