El Diario Perfil publica hoy una nota en la que anuncia que el Grupo de Lima descarta una acción militar contra Venezuela. Y la información es buena: pese a que Mike Pence viajó a Colombia y fue personalmente a meter presión sobre los representantes de los países que forman en ese grupo, los Estados Unidos terminaron quedándose solos junto a Colombia y a un desdibujado Juan Guaidó en su idea de una alianza de cipayos para hacer una guerra fratricida en territorio de Venezuela para derrocar a Nicolás Maduro y transferir el gobierno a Washington.
El mensaje es claro: si Donald Trump quiere la guerra en Venezuela, pues que vaya y la haga él mismo.
Esto es lo que ya veníamos adelantando nosotros y el brasileño Folha de São Paulo en una nota que pasó un poco inadvertida, pero que daba cuenta de la oposición de los militares de Brasil a una guerra y una invasión de sus tropas a su vecino del norte. Crisis en Venezuela contrapone el ala militar a los bolsonaristas en el gobierno, titulaba la Folha hace cuatro días. Y avisaba:
“(…) El ala militar del gobierno sometió al canciller Ernesto Araujo a una verdadera tutela. Nada de cortar la cooperación militar con Caracas, fuente de información e inteligencia, y mucho menos ceder a la presión estadounidense por una utilización de tropas brasileñas en una agresión a Venezuela”.
En dicha nota, digna de servicio de inteligencia, el cronista de la Folha informa que los militares brasileños consideran todavía más grave —el “pecado de los pecados”, dice el cronista— la presencia de tropas de los Estados Unidos en la región.
En resumen, los generales de Brasil se aferran a su tradición nacionalista y no solo no aceptan ser utilizados por los Estados Unidos en una invasión y una guerra a un país vecino, sino que además rechazan la presencia de militares estadounidenses en territorio sudamericano. El cálculo de la Casa Blanca falló, resultado de no tener en cuenta la heterogeneidad de un gobierno que no es solo de Bolsonaro.
A decir verdad, lo es cada vez menos. Jair Bolsonaro está ahora mismo en su propio laberinto, acosado por innumerables escándalos de corrupción sobre un gobierno que no cumplió todavía 60 días de vida y que prometía venir, justamente, a terminar con la “corrupción del Partido de los Trabajadores”.
Bolsonaro es un agente de Israel y lo es, por extensión, de los yanquis, pero no así los militares de Brasil que ocupan puestos clave en su gobierno. Al parecer, los yanquis no contaban con eso. Justo los Estados Unidos, un país donde los militares, la CIA y el gobierno suelen operar independientemente unos de otros, no fueron capaces de vez que esa heterogeneidad también existe en países como Brasil. Los yanquis apostaron a Bolsonaro y resulta que Bolsonaro no está en posición de cumplir con los yanquis, simplemente porque los que tienen las armas no van a responder.
Jair Bolsonaro es en teoría el comandante en jefe de las fuerzas armadas de Brasil, pero eso es solo en teoría. En la práctica, para los militares —que son gente muy especial—, Bolsonaro es un subalterno y un civil, un capitán retirado. Si los generales lo ven como un subalterno, no van a acatar sus órdenes; si lo ven como un civil ni lo registran, porque así proceden los militares en general cuando el asunto es guerra. Por lo tanto, si Bolsonaro ordenara la invasión a Venezuela y los generales no se movieran, ahí ya estaría configurada una sublevación y un golpe de Estado, aunque los propios militares no lo formalizaran con una declaración oficial. El gobierno de Bolsonaro pasaría a ser meramente decorativo, recayendo el poder en los militares.
Es posible que esa sublevación y ese golpe militar ya estén en curso o cocinándose: a la reunión de hoy con el Grupo de Lima no asistió Jair Bolsonaro, sino el vicepresidente, el General Hamilton Mourão. Lejos de indicar la clásica “bajada de precio” que suele significar la presencia del vice en reemplazo del titular, queda claro que los militares de Brasil han tomado el control del asunto Venezuela y han marginado de la discusión al grupo de Bolsonaro.
He ahí el resultado: el General Mourão “le cantó las cuarenta” a Mike Pence, dijo que Brasil no está dispuesto a hacer el trabajo sucio de nadie y todos los demás países del Grupo —salvo Colombia, que a esta altura ya le arrebató a Chile el lugar de prostituta favorita de Occidente— echaron para atrás y descartaron invadir Venezuela. De cierta forma, lo que pasó allí y los medios no van a decir es que América Latina se les paró de manos a los yanquis. Más allá de la orientación ideológica de cada gobierno, quedó claro que solo los colombianos están dispuestos a ser carne de cañón para los intereses de los Estados Unidos en Venezuela.
Ahora bien, ¿por qué? Porque en el mundo ya quedan pocos tontos como Colombia. La mayoría de los países ya comprendió que no es un buen negocio ponerse en frente a los que ascienden (China, Rusia e India, básicamente) para caerles bien a los que descienden (los Estados Unidos y Occidente en general). Lo que está empezando a existir en América Latina es la conciencia de que la hegemonía estadounidense ya cayó y que estamos viendo la simulación de esa hegemonía. Y si China dice que no se metan en Venezuela porque habrá sanciones para los involucrados, entonces no hay Mike Pence ni Donald Trump capaces de convencer de lo contrario.
Sin ir mucho más lejos, el 27% de las exportaciones de Brasil en la actualidad tiene como destino a China, quedando los Estados Unidos muy por debajo con un 11,9%, según datos del Índice de Comercio Exterior (Icomex), elaborado por la Fundación Getulio Vargas, una suerte de INDEC en Brasil. Los militares de Brasil saben perfectamente que esto es así y no están dispuestos a buscarse una bronca en Beijing por hacerle un favor a Washington. Favor que, por lo demás, implicaría la inmundicia y vileza de entrar a matar hermanos americanos para favorecer los intereses de una potencia.
Más de un cuarto de las exportaciones de Brasil a China. Por mucho menos que eso los generales brasileros regañaron a Bolsonaro a principio de enero: apenas asumido, Bolsonaro determinó la mudanza a Jerusalén de la embajada de Brasil en Israel. En represalia, los países musulmanes cerraron la importación de carnes a Brasil y eso es insignificante comparado con todo lo que compra China. Los militares brasileros no están dispuestos a agradar a Israel ni a los Estados Unidos, ni a nadie, si eso resulta en un daño a la economía de su país.
La verdad está a la vista, aunque los medios la oculten y sigan insistiendo en la “necesidad imperiosa” de derrocar al “tirano sangriento” Nicolás Maduro. Los yanquis ya no tienen el músculo que solían tener y otra vez se equivocaron en el cálculo. Ahora les quedan dos opciones: enviar a los colombianos a morir en la frontera de Venezuela a manos de las FANB y de los milicianos armados, o emprender la invasión con sus propios marines. Claro que, si hacen lo segundo, se exponen a dos grandes peligros, que son las probables sanciones de China y el derrumbe de su economía, por una parte, y no lograr el objetivo, empantanarse y salir humillados de Venezuela, por otra, como pasó en Vietnam, en Afganistán, en Irak y, más recientemente, en Crimea y en Siria.
Si los yanquis entran y no logran salir de Venezuela, quedarán expuestos frente a sus verdaderos enemigos, que son China y Rusia. Y si eso pasa, desde el Este puede venir el tiro de gracia que liquide el orden mundial unipolar. Como en la timba, la ambición desmedida muchas veces conduce a perderlo todo. La gloria de los Estados Unidos se forjó en la timba de la guerra y es natural que se pierda, más temprano que tarde, en esa misma timba.
Fuente: La batalla cultural