De
la ofensa a la pertenencia
Es muy raro pero lo que nació como una
ofensa y una provocación hacia el rival futbolístico histórico pasó a ser una
identificación que muchos llevan con orgullo. Los hinchas de Boca gritan “soy
bostero” sin importarle que eso quiere decir que se revuelcan en la bosta o los
de River cantan “Soy gallina” aunque el apodo venga de un signo de cobardía.
Como se explica que alguien grite a los cuatro vientos “Soy canalla”, como lo
hacen los simpatizantes de Rosario Central, cuando los verdaderos canallas
tratan de ocultar su característica o sus tradicionales rivales digan “Soy
leproso”, una enfermedad que hacía aislar a los enfermos en islas o lugares
cerrados hasta mediados del siglo pasado.
¿Cómo nacieron esos apodos? El 20 de mayo
de 1966, River jugaba la final de la Copa Libertadores de América ante Peñarol
en el tristemente célebre Estadio Nacional de Santiago de Chile y ganaba 2 a 0
con comodidad y se floreaba, tanto que su arquero Amadeo Carrizo paró un remate
de “pechito” y el técnico Renato Cesarini (una leyenda del fútbol argentino)
sacó a un defensor (Sainz) para poner un delantero (Lallana) para buscar la
goleada, pero de pronto Peñarol reaccionó ante la desidia de su rival y con
goles del ecuatoriano Alberto Spencer y de Roberto Matosas en contra empató el
partido y forzó a un alargue. River pasó de “sobrar el partido” a sufrirlo y
Peñarol lo liquidó con otro gol de Spencer y uno del “verdugo” Pedro Virgilio
Rocha. Al domingo siguiente River fue
visitante de Banfield y alguien tiró de la tribuna una gallina blanca con una
banda roja pintada, acto que se empezó a repetir como símbolo de la falta de
valentía que tuvo el equipo y allí nació el mote que hoy perdura.
El caso de Boca y los bosteros tiene que
ver con que el barrio se inundaba cada vez que había una lluvia (por eso las
veredas de La Boca son imposibles, ya
que algunas casas se hacían en alto para que no entrara el agua) y muchos
decían que se desbordaban los pozos sépticos. La cosa empezó con una canción
hiriente: “La Boca, la Boca se inundó y a todos los de Boca la mierda los tapó”
y con gestos como el de Ángel Labruna, que cuando iba con River a jugar a esa
cancha hacía un gesto tapándose la nariz para que lo viera toda la cancha, como
diciendo que allí había mal olor.
La leyenda de los equipos rosarinos se
remonta a la década del 20 del siglo veinte y dice que tanto Rosario Central
como Newell’s fueron invitados a jugar un partido amistoso a beneficio del
Leprosario de Rosario y los de Central se negaron a hacerlo, por lo que sus
tradicionales rivales le espetaron que eran unos “canallas”, mientras que estos
para defenderse tildaron de “Leprosos” a sus clásicos rivales y así perdura
hasta ahora. Tanto que el genial Roberto Fontanarrosa hizo un personaje que se
llamó “Canaya” (así con y griega) que incluso se incorporó a las camisetas.
Otro de los casos a analizar es el de San
Lorenzo y Huracán. Los de San Lorenzo se asumen como “cuervos” un pájaro negro
que come carroña, pero no tiene que ver con eso, sino con su relación con la
Iglesia Católica (No porque el Papa Francisco sea un hincha ferviente, sino por
el nombre y su relación con el Cura Massa). Los curas más tradicionales todavía
usan una sotana negra hasta los pies y por eso le decían “cuervos” y ese apodo
lo heredaron los de San Lorenzo. A su histórico rival les dicen “Quemeros” y
eso tiene que ver con la cercanía de su cancha a lo que fue la “Quema
Municipal” donde se quemaba la basura de la ciudad a cielo abierto. Los
verdaderos “quemeros” eran un grupo de personas, en aquel momento llamados
“linyeras” y actualmente “Cartoneros” que revolvían la basura buscando cosas
útiles que sirvieran para vender, como cartones, bronce, plomo y botellas.
Lo cierto que lo que era un ofensa pasó a
ser un signo de pertenecía y uno escucha a gente gritar “Soy bostero”, con
énfasis, sin importar que significa el término. Esto solamente en el fútbol se
puede lograr.