Cuando vine a vivir a México por supuesto que me adentré en la literatura y en ella ¿cómo obviar a Juan Rulfo? El primer año aquí estaba llena de fantasmas, de solemnidad de muertos vivos, de zombis y una de las cosas que me llamó poderosamente la atención: los mexicanos no saben cómo usar o de qué está hecha la ironía, el sarcasmo.
Sin embargo, en la calle, ese infierno al que nos enfrentamos todos los días, ¿cómo podríamos sobrevivir sin humor, sin ese mirar de reojo las cosas que se nos van presentando una tras otra fuera de casa? Algo me faltaba en el rompecabezas.
Llegas a México y comienzas a escuchar su apellido. Que lleva una diéresis tipo alemana, aunque Ibargüengoitia es más vasco que la pelota y que en términos literarios es la contracara de Juan Rulfo.
Hoy hace 20 años que vivo aquí y no puedo decir que entiendo a México, pero si me hacen dos o tres preguntas de rigor, seguro saldré airosa.
La primera vez que escuché hablar de Jorge Ibargüengoitia fue a Juan Villoro. Desde entonces, cada vez que me encuentro con él salen tres temas: Daniel Sada, Roberto Bolaño y, por supuesto, Jorge Ibargüengoitia, como me habló de él el pasado 23 de diciembre.
“No lo conocí, lo vi en un par de ocasiones, sin hablar con él, pero he tratado que sea un autor a reivindicar en momentos en que no se le concedía tanta importancia. Por ahí de 1996 comenzamos Víctor Díaz Arciniega comenzamos a construir la visión crítica, para unas ediciones muy importantes, en la serie Archivos de la Unesco. En aquellos momentos Internet estaba empezando y se nos ocurrió consultar a ver si había trabajos sobre Jorge Ibargüengoitia, porque era un autor que contaba con el gran favor de los lectores, pero no contaba con un aparato crítico correspondiente a su obra. Al entrar a Internet, Víctor y yo nos dimos cuenta de que había una noticia que decía “Nuevos ensayos sobre Jorge Ibargüengoitia”, nos entusiasmamos muchísimo, pero luego resultó que esos nuevos ensayos eran los que estábamos haciendo nosotros. Nos mordimos la cola. Se estaba anunciando el trabajo que empezábamos. Así era el trabajo con Ibargüengoitia, era un trabajo pionero en los años 90. Ana Rosa Domenella, ensayista y profesora argentina que vive en México, había escrito un libro en solitario que se llamó Jorge Ibargüengoitia: la transgresión por la ironía. En los últimos tiempos ha aumentado extraordinariamente la recepción por escrito de la obra de Jorge Ibargüengoitia, los ensayos, los trabajos críticos, con ese ensayo tengo un vínculo emocional porque fue el precursor de muchos trabajos de hoy.”
Ya tenía las dos caras de la moneda. En una cara Rulfo, en la otra, Ibargüengoitia. Como ese rostro complejo que presenta el mexicano aquí y allá, que hace tan difícil para un extranjero como yo definirlo ante otro, esos eran dos reflejos previsibles. En una la muerte y la conciencia de esa muerte como algo que acompaña a los nacidos aquí. En la otra, ese sarcasmo y esa ironía por ser muerto vivo en un paraíso. Hay muchos más reflejos, pero esos se me hacían los nacionales, los oficiales y los que daban una idea de ser de aquí, de estar siempre aprisionado por una característica como las dos caras del teatro: el drama y la comedia (en el medio la tragedia, aunque no vamos a hablar ahora de eso).
“Un gran escritor y constructor de historias que con el sentido del humor trascendía la crítica de la realidad y la historia”, dice Villoro, quien también establece que entre las características de la obra de Ibargüengoitia, tanto la teatral como la de novelista, fue “entender la vida pública y política para reflejarla como privada”, por lo que la historia (en algunos casos de personajes de la Revolución) no respondía a la ideología ni otras razones, sino a esa vida privada”.
“Le gustaba extremar esto hasta la distorsión, pero que ayuda a entender esa realidad histórica, porque es sólo del exterior (de los personajes y sus historias), algo que no gustó a algunos críticos de izquierda que al inicio lo consideraron irresponsable”, precisó.
Villoro refirió que esa estructura de Ibargüengoitia en algunos de sus libros los hizo “entroncar con la literatura de la picaresca”, y “analiza el mundo a través de alguien apartado, que se sabe fracasado pero que no se opone a él, sino que es un personaje oportunista”.
La literatura de la picaresca y a mí me resulta decir también la ternura por verse reflejado en esa historia que cuenta desde el yo, es cierto que primero se aparta pero conforme uno va leyendo sus obras cae en la cuenta de que Jorge Ibargüengoitia era mexicano. ¿Cómo no ser de aquí y acabar escribiendo historias como Los relámpagos de agosto?
“Volviendo al hilo de mi narración, diré pues, que festejé el nombramiento, aunque no con los desórdenes que después se me atribuyeron. Eso sí, la champaña ha sido siempre una de mis debilidades y no faltó en esa ocasión; pero si el diputado Solís balaceó al coronel medina fue por una cuestión de celos a la que yo soy ajeno y si la señorita Eulalia Arozamena saltó por la ventana desnuda, no fue porque yo la empujara, que más bien estaba tratando de detenerla. De cualquier manera, ni el coronel medina, ni la señorita Arozamena perdieron la vida, así que la cosa se reduce sólo a un chisme sin importancia de los que he sido objeto y víctima toda mi vida, debido a la envidia que causan mis modales distinguidos y mi refinada educación”.
Todos los textos humorísticos, sarcásticos, pero él se apreciaba hosco y hasta deprimido, contó Villoro, aunque Carmen López Portillo lo recuerda diferente:
Era un narrador “alegre, lúcido, culto, enamorado del país, de la vida, buen amigo, un hombre muy querido, admirado, y una pluma genial.
“Era brillante, con una mirada crítica, humorosa. Con un conocimiento del ser mexicano muy peculiar, conocedor de las tradiciones, de la vida cotidiana, de nuestra cultura. Un tipo encantador, irónico, juguetón, maravilloso. Lo recuerdo con mucho cariño. Es un autor que sigue muy vivo entre nosotros”, asegura.
“Los españoles no solo nos conquistaron, sino que además nos dejaron irreconocibles”, afirmó Ana García Bergua, al recordar una cita del fallecido escritor.
Ibargüengoitia ensalzaba la belleza del paisaje mexicano, pero advirtiendo que entre sus defectos se encontraba estar poblado por mexicanos, quienes en su concepción satírica son “acomplejados, metiches, acorazados, desconsiderados e intolerantes”.
La escritora resaltó que Ibargüengoitia hablaba de todo, incluso de las mujeres, del tráfico o de la decoración de las casas.
“Él procedió a analizar todo lo que de alguna u otra manera funcionaba mal, pues era ingeniero”, precisó.
Diana Del Ángel enfatizó la irreverencia de su obra, así como su manera de hablar sobre sí mismo para provocar que el público se refleje en él.
“Los textos de Jorge Ibargüengoitia nos ayudan a ordenar lo cotidiano. Logró darle un orden limitado por sus perspectivas e intereses, que sin embargo son una nueva radiografía de la sociedad en la que surgió”.
“Vengo aquí pues a leer un texto breve y serio sobre un escritor al que le debo haber identificado y ejercido mi principal vocación en la vida: quejarme”, dijo Antonio Ortuño, para el que el autor de El atentado y La ley de Herodes es el gran “explicador” de la realidad nacional.
Ni Carlos Fuentes, ni Octavio Paz, ni Juan Rulfo ni Carlos Monsiváis: para Antonio Ortuño México es “ibargüengoitiano”, pues fue el primero en proponer que un mexicano en soledad “puede ser refinado y sensible”, pero al lado de otro mexicano se vuelve “un imbécil”.
“En colectivo siempre somos unos imbéciles, incapaces de convivir sin cometer idioteces o bajezas”, dijo Ortuño, quien en otro tramo de su exposición remarcó “la mirada distintiva de Ibargüengoitia, siempre atenta a las mezquindades y ridiculeces de quienes lo rodean, pero sin proponerse jamás ajeno a ellas”.
“Logró mirarnos sin rencor ni asco, pero también sin esperanza y hace tiempo que me cansé de discutir con fanáticos de Fuentes o de “Monsi” para determinar quién es el más certero narrador mexicano”, admitió el también autor de Recursos humanos y La señora Rojo.
“No voy a insistir. Al fin de cuentas detestaría que el gran desmarcado, el gran escéptico, terminara por ponerse de moda”, dijo Ortuño.
Para el periodista y escritor Jorge Zepeda, autor de la reciente Milena o el fémur
más bello del mundo, el humor con que Jorge Ibargüengoitia describió “a la clase política, la vida pública, la mezquindad del prójimo o la mediocridad del intelectual”, resulta “terapéutico”.
“Se trata del humor como recurso didáctico y cognoscitivo, porque un buen chiste o un buen cartón permiten ver las cosas del mundo y sus contradicciones mejor que un ensayo. Hay novelas y columnas de Jorge Ibargüengoitia que son un tratado de la antropología política, constituidos en el mejor fresco posible sobre la vida pública”, dijo el director de SinEmbargo.
“El humor como un componente intrínseco de la vida diaria, sin propósito aparente ni beneficio, una manera de estar frente al mundo”, remarcó Zepeda, quien ejemplificó sus impresiones con una frase profundamente ibargüengoitiana.
“Quien piense que hablo todo esto en serio, es un idiota. Quien piense que hablo todo esto en broma, es un pendejo”.
Jorge Ibargüengoitia “es un peligro porque te mira a los ojos, te ve por dentro, te retrata en dos frases luego de las cuales nunca serás el mismo; habla en primera persona y no se oculta”, dijo a su vez Pedro Ángel Palou.
“Hablo y escribo en guanajuatense distritofederalizado”, dice Palou que decía Ibargüengoitia, oriundo de Guanajuato, autor del célebre Instrucciones para vivir en México y el que “parecía siempre estar fuera de lugar, llegaba tarde o se iba temprano”.
“Ese topógrafo, ingeniero agrónomo no titulado, tiene un día que llevar a arreglar un motor diesel del rancho familiar a la capital y en el camino se encuentra con Salvador Novo, quien iba a dirigir una obra de Emilio Carballido (Rosalba de los llaveros) y lo invita al estreno”, contó Pedro Ángel.
“No sé si la representación fue excelente, dijo Ibargüengoitia o si mi condición anímica era extraordinariamente receptiva. El caso es que ahora sé y lo confieso con un poco de vergüenza que ninguna representación teatral me afectó tanto como aquella. Es posible que si el motor diesel no se hubiese descompuesto, hubiera tenido tiempo de regar el trigo, hubiera seguido en el rancho y ahora sería agricultor y por qué no, millonario. Pero el motor diesel se descompuso el lunes, yo dije basta de rancho y en ese instante dejé de ser agricultor. Tres meses después me inscribí en la facultad de Filosofía y Letras”.
“La postura estética de Ibargüengoitia es siempre subvertir la autobiografía y burlarse de sí mismo”, afirmó el autor de El dinero del Diablo.
Si el autor del El llano en llamas o de Pedro Páramo tenía toda la tristeza del mundo, tan aplicada para México que todo lo exagera, lo lleva hasta el paroxismo, Jorge Ibargüengoitia era la ironía –un bien escaso en este país- parado sobre todo en la corrupción y en cómo vivimos con el delito.
“Si Juan Rulfo elevó la literatura mexicana a una narrativa tan telúrica como trans–temporal, tan inserta en las fatalidades de su historia como en sus relatos de cacicazgos violentos, tan magistral en el reflejo de la pervivencia de los muertos y su nostalgia amorosa, que hablan igual que si estuvieran vivos y al hacerlo construyen un espacio extraordinario de lo que se debe aceptar y valorar como ficción moderna en un rango superior, Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia, elabora una novela en la que la tierra aparece con todo su peso temporal, irónica frente a los determinismos de sus instituciones corruptas (gobierno, ley, religión, trabajo), funérea en su sarcasmo de la ignorancia y la incuria y deslumbrante en su retrato de mujeres explotadas por parte de un par de hermanas lenonas en un confín del centro de México: la degradación de vivos que hablan como si estuvieran muertos”, dijo Sergio González Rodríguez (1950-2017), analizando Las muertas, “su mejor novela, junto con Estas ruinas que ves y Los relámpagos de agosto”, según dice.
“Amo su estilo y su prosa simple y satírica, que refleja el ser mexicano. Lo descubrí por la recomendación de un amigo, cuando llegue a México en el 2002. Y me gustó tanto que las veces que fui a Guanajuato visité su casa. Me gustan mucho Las muertas y Los pasos de López. En realidad me gusta todo...”, dice la periodista Olga Wornat cuando le preguntamos qué mexicano leía. Así se trata de él, alguien muy ligado a México y alguien que podría haber escrito todavía.
Jorge Ibargüengoitia nació en Guanajuato el 22 de enero de 1928 y murió en el Vuelo 011 de Avianca, junto a otros invitados al “Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana”, por parte del gobierno colombiano, el 27 de noviembre de 1983. Tenía 55 años.
Rosa Sabater, pianista española, galardonada con el Premio Creu de Sant Jordi poco antes del accidente; Marta Traba, reconocida escritora y crítica de arte de nacionalidad argentino-colombiana; Ángel Rama, escritor y destacado ensayista uruguayo, cónyuge de Marta Traba y Manuel Scorza, novelista, poeta y editor peruano de la Generación del 50, fueron otros de los fallecidos.
“Si no ha leído a Jorge Ibargüengoitia, compre alguno de sus libros y léalo. Es muy probable que no encuentre nada en las librerías españolas, lo que demuestra, una vez más, que la vida puede estar muy bien, pero el mundo está muy mal. Si tiene un amigo en México, consiga que le envíe las obras de Ibargüengoitia. Si no tiene ese amigo, laméntelo amargamente. Insisto: lea a Ibargüengoitia”, el reclamo de Enric González, en 2007, sobre el libro Instrucciones para vivir en México (de Planeta México), uno de los que compiló Guillermo Sheridan.
“Ibargüengoitia privilegia la sedimentación de la historia como farsa en la imaginación convencional, su condición de catecismo civil y procede a analizar narrativamente sus argucias legitimantes por medio de una feroz parodia del estilo, aplicándole a destiempo el sinsentido común, buscando en su tejido interior la razón de la sinrazón característica de la débil cultura política y moral del país.”
“En un país en el que los que pierden las batallas son los que llegan más lejos, Ibargüengoitia consigue, como quizá ningún otro narrador en México, con una asombrosa economía de medios, un retrato perfecto de la lacónica idiosincracia mexicana en su lenguaje: en el retórico y el coloquial. Detrás de ambas formas del silencioso disimulo, traza una cotidianeidad que sobrevive las ruidosas olas de la historia con un escepticismo total”, dijo Sheridan.
En una nota producida por Evangelina Bautista, del periódico El Excelsior, Joy Laville recuerda a su marido:
“Fue el mejor tiempo de mi vida” y recuerda al novelista, cuentista y dramaturgo como un hombre “siempre alegre y dispuesto”, un “viajero incansable”, un “buen cocinero que nunca seguía las recetas porque le gustaba aventurarse” y un amante de la fotografía, el ajedrez y la paella.