• 21 de noviembre de 2024, 4:51
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La omnipresencia de BlackRock: un «esquema Ponzi» político

Por Eric Calcagno


Modus operandi del fondo inversor que parece controlar el mundo, de Ucrania a Argentina.

Habrá que imaginar un atardecer desértico allá a mediados de los años cuarenta cerca de Los Álamos, Nuevo México, Estados Unidos. Quizás sorprendamos a John von Neumann, húngaro especializado en física, en plena charla con Stanislaw Ulman, polaco más dado a las matemáticas. Sin duda hablan del Proyecto Manhattan, ese que dará origen a la bomba atómica. Quizás también piensan en un método cuantitativo y cualitativo para ayudar a la toma de decisiones. Es que la guerra no es joda, sobre todo cuando es mundial, y aún más cuando el Estado Mayor que comanda George Marshall debe definir centenares de acciones por día que involucran millones de vidas y miles de millones de dólares, que pueden significar el precio de la victoria o ser la medida de la derrota. 

¿Cómo actuar en un universo por definición incierto? Von Neumann y Ulam trabajaron sobre la máxima reducción de la incertidumbre, con el objetivo de proponer las decisiones que ofrecieran los mejores resultados posibles en base a la información disponible en el momento. Con sentido del humor, Ulam lo llamó “el método Montecarlo”, por el Casino de Mónaco. Esa modelización matemática —ninguna martingala— fue utilizada en la toma de decisiones por los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Tal vez sin saberlo inventaron esos dos amigos el primer algoritmo moderno, con financiamiento público y por una justa causa. 

Ese tipo de modelos tuvo aplicaciones diversas en los decenios de la posguerra, en particular en el ámbito de la planificación económica, esa que buscaba la realización del Bien Común a través del Welfare State. Pero descollaría por ser el corazón de la lámpara maravillosa de “Aladdin”. 

¿Qué es “Aladdin”? Es el algoritmo que le brinda y le blinda la legitimidad a BlackRock, una empresa que administra fondos de otros y que representa el tercer Producto Bruto mundial, sólo atrás de Estados Unidos y China. Pasen y vean. 

Como podemos leer en el propio sitio web, BlackRock nace en 1988 de ocho voluntades individuales, que en una oficina ponen al frente de sus preocupaciones las necesidades del cliente. Un solo peligro: el riesgo. De allí que esos padres fundadores construyan “Aladdin”, un sistema de programación destinado a comparar miles de inversiones, luego miles de miles y luego miles de millones de inversiones. Así logran establecer relaciones entre dinero en juego, rentabilidad y riesgo. A mayor riesgo mayores ganancias; a menos riesgo menores beneficios, es lo que en el capitalismo financiero tradicional es llamado “moral hazard”. Pero BlackRock logra estar adentro del margen de seguridad, si tal cosa existe, con las mayores rentabilidades que pueda. En un mundo petrificado por el tecnologismo ese es un argumento ganador. No lo digo yo, lo dice el algoritmo. Sí, gerenciaremos sus fondos, no hay problema. Cobraremos las comisiones correspondientes, como es debido. El resultado positivo o negativo será todo de usted. Quizás pidamos un lugar o dos en el directorio de su empresa, pero nada grave. También tenemos algunas de sus acciones y manejamos el resto. Nunca mucho, ni tan poco, pero en todos lados. 

Allí donde BlackRock logra el salto cualitativo hacia la cúspide de la fama es cuando logra ser proveedor de gobiernos. Durante la crisis del 2008, la Reserva Federal de los Estados Unidos apeló a los consejos de BlackRock para capear la crisis de las hipotecas. Como se dijo en ese caso, recibió dinero por la administración, recibió dinero por las operaciones de rescate y rescató a las empresas donde BlackRock es accionista. Durante la pandemia del COVID-19, la Reserva Federal le encargó a BlackRock que gerencie la emisión de bonos públicos, en un momento en que Estados Unidos necesitaba liquidez para afrontar la crisis. El New York Times de la época caracterizó a BlackRock como “el cuarto poder”. Un escritor de “best-sellers” de autoayuda financiera describió a Larry Fink como “el Mago de Oz detrás de las cortinas”. No parece un elogio demasiado halagüeño. O no entendió la película. 

Así, BlackRock ocupa un poco el lugar de prestamista en última instancia, no como tal, pero sin quien el verdadero prestamista en última instancia no podía hacer mucho, ni a tiempo. O eso dice. Ahora Larry Fink es parte del rediseño financiero del Occidente colectivo: reemplazar al Estado es otra de las características de BlackRock. Eso consiste en ejercer potestades públicas, antes definidas por el sufragio universal, ahora determinadas por la parte de BlackRock tenga de su empresa o de los bonos emitidos por su Estado. Cobraremos las comisiones correspondientes, brindaremos empleo a los altos funcionaros de los gobiernos en nuestra corporación —eso que es llamado puerta giratoria, pero que tampoco escandaliza mucho porque las puertas giratorias sirven para entrar y para salir. Solo basta empujar. Ese es el empuje que brinda BlackRock. ¿La peor traición es el llano? 

BlackRock no es dueña de ninguna empresa, sino de sí misma. Toma el dinero de, por ejemplo, algún fondo de pensión, de muchos o de todos, compra acciones de determinadas empresas con esos recursos y pone representantes propios en los directorios. El representante reemplaza al representado, el significante al significado. La palabra “perro” al fin ladra. Y siempre aúlla “¡BlackRock! BlackRock!”

Es que BlackRock vende poder, sobre la base que puede predecir el futuro, con el as en la manga gracias a los fondos que administran, eso le da la posibilidad de hacer que el mañana sea como ellos lo dicen Para eso desarrolló Aladdin, el hijo descarriado del “método Montecarlo”. A la hora de un determinado desarrollo tecnológico, en Apple o en Microsoft por ejemplo, pueden influenciar el resultado en el sentido que ya les dictó Aladdin. Si Henry Ford, el notorio antisemita, decía en los años veinte que todos podían comprar un auto mientras sea un Ford-T negro, BlackRock nos dirá que podemos ser dueños del porvenir, siempre y cuando ya haya sido previsto, calculado y monetizado por Aladdin. ¡Tú puedes ser el héroe de mi propia aventura! ¡Tu dinero es mi negocio! Brillante.

BlackRock no es un banco, ataca como un buitre y se defiende como un gestor de fondos, es la estrategia que más le conviene. Larry Fink no esconde sus orígenes humildes, lo que acrecienta la leyenda del “self made man” propia del sueño americano; no esconde (todos) sus fracasos, como cuando le hizo perder al First Boston 100 millones de dólares en los ochenta, aunque es más parco con el tema del fondo de pensiones de los educadores de California; no figura entre las fortunas más grandes del planeta; apenas se le conoce un departamento y una casa de fin de semana. Larry Fink dice que hará todo por sus clientes, y debe ser cierto, ya que tal vez no busca tanto el dinero como el poder. Cosme de Médicis decía que quería prestarle plata a Dios, para tenerlo en su contabilidad. Pero eso era el Renacimiento. Los gobiernos acuden a BlackRock en busca de dinero, Larry Fink cosecha poderSi la credibilidad de los Estados depende de BlackRock ¿es culpa de Larry Fink?

No es posible acusarlo de dirigir una estafa piramidal de tipo financiera. Invierta en BlackRock, no tendrá grandes ganancias, pero tampoco tendrá grandes pérdidas, la lámpara de Aladdin se lo asegura. En realidad, estamos frente a un “esquema Ponzi” político. Dame tu dinero, yo diré que eres bueno, gerenciaré los fondos que me des en el mejor interés de ambos, donde también hay empresas donde tengo tenencias, y gracias a mis consejos financieros ganarás respetabilidad, credibilidad, mientras yo ganaré poder sobre los países, los recursos y el modo de vida de los habitantes. Cuando Larry Fink frota la lámpara de Aladdin, sale el Genio del Poder. 

Es muy fácil oponerse a BlackRock. Basta con no llamar a Larry Fink. Es suficiente con regular la administración de recursos y activos nacionales para no tener decisores ajenos en asuntos propios. Al fin y al cabo, ni Larry Fink ni BlackRock son una imposición divina del destino, mucho menos una fatalidad económica, sino el resultado de una decisión política por parte de quien lo llama. Puede ser Zelenski en Ucrania hoy, puede ser Milei en Argentina mañana. ¿Para qué tratar con el FMI, si tenemos a Larry Fink? Abandonar la soberanía nacional para ser un empleado más puede ser incluso un beneficio individual, en detrimento de lo colectivo. Esa seducción que huele a bourbon barato es parte del negocio de BlackRock. Sólo que BlackRock no te obliga a tomar alcohol de baja calidad. Tú sólo lo aceptas, y te gusta. 

¿Deseas invertir en la deforestación de la Amazonia? BlakRock es tu mejor opción. ¿Quieres apoyar empresas que cuiden al planeta? Es BlackRock, sin duda. ¿Comprar acciones de instituciones que privilegien la igualdad de género? BlakRock. ¿Participar de la producción misilística norteamericana? BlackRock. ¿Admirabas a Steve Jobs y te cae mal Bill Gates? BlackRock. ¿Detestabas a Steve Jobs y adoras a Bill Gates? BlackRock. ¿Deseas apoyar un programa que ayude a los veteranos norteamericanos o británicos de las últimas guerras coloniales? Es que matar cansa. Marca el número de BlackRock. No importa lo que quieras, BlackRock lo controla, lo domina o lo tiene. BlackRock no es Big Brother, no lo necesita, ya que tiene directores propios en esa organización. Espere un momento, pronto lo atenderá uno de nuestros asesores. BlackRock. 

Antes decían que en el origen de toda gran fortuna había un gran crimen. BlackRock nos muestra que al principio de esa fortuna hay sentido de oportunidad, por supuesto, pero sobre todo una apropiación de ideas, métodos e instituciones públicas. Luego profecías que deberán ser autorrealizadas. Que es cómo funciona el capitalismo ahora. Eso sólo es posible porque los Estados renunciaron a la política. Lo que sin duda es un error más grave que el crimen. ¿Volvemos al desierto? Al menos es un lugar limpio.

Fuente: TECTÓNIKOS

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