Introducción
El presente trabajo tiene el objetivo de relacionar las ideas surrealistas con ciertas apreciaciones teóricas de Herbert Marcuse, poniendo el acento en la aspiración a la revolución integral, no solamente política y social, sino también estética y moral.
Tanto el surrealismo como el filósofo alemán planteaban la importancia de la libertad social e individual de los hombres y la ruptura con el orden burgués imperante. El primero lo hacía en el período de entreguerras en Francia y el segundo, cuarenta años más tarde, en el mismo país, siendo parte elemental de la fundamentación teórica de la revuelta estudiantil de Mayo del ’68.
La frase "La imaginación al poder", tal como rezaban las paredes parisinas durante el Mayo francés, se basó en el ideal surrealista. Como declaraba André Breton, la imaginación era lo único que le permitía conocer lo que se podía llegar a ser.
Los surrealistas, Marcuse y los jóvenes franceses del ’68, todos ellos, se basaron en Marx y en Freud para pensar una sociedad mejor. En el primero porque era el padre del materialismo dialéctico y el segundo porque era el creador del psicoanálisis, ambas teorías que permitieron pensar las ideas revolucionarias durante el siglo XX.
Breve historia del surrealismo
La primera fecha histórica del surrealismo es 1916, año en el que André Breton, precursor, líder y gran pensador del movimiento, descubre las teorías de Freud y Alfred Jarry, además de conocer a Jacques Vache y a Guillaume Apollinaire. Durante los siguientes años se da un confuso encuentro con el dadaísmo, movimiento artístico precedido por Tristan Tzara, en el cual se decantan las ideas de los dos movimientos. Ambos, uno inclinado hacia la destrucción nihilista (Dadá) y el otro a la construcción romántica (surrealismo) se sirvieron como catalizadores entre ellos durante su desarrollo.
En el año 1924 Breton escribe el Primer Manifiesto Surrealista y en este incluye lo siguiente:
"Indica muy mala fe discutirnos el derecho a emplear la palabra surrealismo, en el sentido particular que nosotros le damos, ya que nadie puede dudar de que esta palabra no tuvo fortuna, antes de que nosotros nos sirviéramos de ella. Voy a definirla de una vez para siempre:
Surrealismo: "sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro, por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral."
Filosofía: "El surrealismo se basa en la creencia de una realidad superior de ciertas formas de asociación desdeñadas hasta la aparición del mismo, y en el libre ejercicio del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos, y a sustituirlos por la resolución de los principales problemas de la vida.
Han hecho profesión de fe de Surrealismo Absoluto, los siguientes señores: Aragon, Baron, Boiffard, Breton, Carrive, Crevel, Delteil, Desnos, Eluard, Gerard, Limbour, Malkine, Morise, Naville, Noll, Peret, Picon, Soupault, Vitrac.""
A partir de 1925, a raíz del estallido de la guerra de Marruecos, el surrealismo se politiza; se producen entonces los primeros contactos con los comunistas, que culminarían ese mismo año con la adhesión al Partido Comunista por parte de Breton.Entre 1925 y 1930 aparece un nuevo periódico titulado El Surrealismo al servicio de la Revolución en cuyo primer número Louis Aragón, Buñel, Dalí, Paul Èluard, Max Ernst, Yves Tanguy y Tristan Tzara, entre otros, se declaran partidarios de Breton. Por su parte Jean Arp y Miró, aunque no compartían la decisión política tomada por Breton, continuaban participando con interés en las exposiciones surrealistas. Poco después se incorporaron Magritte (1930), Masson (1931), Giacometti y Brauner en 1933 y también Matta (que conoce a Breton en 1937 por mediación de Dalí) y Lam; el movimiento se hizo internacional apareciendo grupos surrealistas en los Estados Unidos, Dinamarcva, Londres, Chescolovaquia y Japón. Desde este momento, se abrirá una disputa, a menudo agria, entre aquellos surrealistas que conciben el surrealismo como un movimiento puramente artístico, rechazando la supeditación al comunismo, y los que acompañan a Breton en su giro a la izquierda.
En 1929 Breton publica el Segundo Manifiesto Surrealista, en el que condena entre otros intelectuales a los artistas Masson y Francis Picabia. En 1936 expulsa a Dalí por sus tendencias fascistas.
El grupo de surrealistas se rompió en determinado momento, más allá de los intentos de Breton por mantenerlo unido. Para él, el alma social y el alma individual debían mantenerse separadas. Consagrar semejante distinción y hacerla definitiva era aceptar la distinción idealista entre la esfera de la actividad práctica y la esfera del espíritu. Muchos surrealistas no estuvieron de acuerdo y decidieron separarse del movimiento, como Aragon, Eluard, Picasso y Tzara. Los disidentes se acercaron al Partido Comunista francés, mientras que Breton estrecha sus lazos con León Trostki, refugiado en México, y en firma junto a éste y Diego Rivera el Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente.
La filosofía marcusiana
Herbert Marcuse fue un filósofo alemán de extracción judía que formó parte de la Escuela de Frankfurt.
Además de la filosofía de Hegel, Marx, Dilthey, Husserl y Heidegger, tuvo una importante presencia en la formación de su pensamiento el psicoanálisis de Sigmund Freud. En Eros y civilización (1955) retoma la teoría freudiana según la cual la civilización se apoya sobre la represión permanente de los instintos humanos, reemplazando la satisfacción inmediata de los mismos por una satisfacción diferida.
Una civilización no represiva es una quimera para Freud. El principio del placer y el de realidad son antagonistas irreconciliables. Marcuse no coincide con el fundador del psicoanálisis en este punto. Desde una visión de la historia inspirada en el materialismo-histórico de Marx, considera que esta oposición no es metafísica, que no se origina en la naturaleza humana, sino que es producto de una organización social histórica determinada.
Este filósofo sostenía que la filosofía tenía la misión concreta de defender la existencia amenazada por un capitalismo alienante y deshumanizador cuya superación exigía la transformación social. El ideario liberal –de la libertad, la igualdad y la justicia- resultaba impracticable tanto dentro del capitalismo como del comunismo.
El escollo por antonomasia en el proceso de liberación reside, para Marcuse, en la fuerza engañosa de la sociedad industrial que idolatra el éxito y la eficacia, que convierte todo en mercancía y hace imprescindible lo superfluo.
El Mayo del ’68 y sus secuelas representaron un antes y un después en las apreciaciones marcusianas, tan ligadas a la dinámica histórica. Este fenómeno vino a acreditar una hipótesis del filósofo acerca de que el movimiento estudiantil no reflejaba un mero conflicto generacional sino que poseía ingredientes políticos más fuertes que los de cualquier otro sector social. En resumen, las jornadas del ’68 simbolizaron una fecunda expresión en la disputa con el capitalismo, donde se conjugó a Marx y Breton, dándole cabida a la razón estética y al socialismo como un modo de vivir cualitativamente diferenciado.
La influencia surrealista en Marcuse
Marcuse incorporó numerosos términos del vocabulario surrealista a su teoría crítica, como el de "hasards objectifs", o el de "superrealidad". Por otra parte, el mayo del ‘68 en Francia vio escrito en las paredes de la Sorbona: "La imaginación al poder y, a veces, un solo nombre: "Breton".
Incorporar la manera de pensar surrealista a los momentos más radicalmente liberadores de la segunda mitad del siglo XX supone el convencimiento de que la férrea lógica científica no puede ser un arma contra la opresión, pues es uno de sus rostros; la fe en el humor, en la creatividad personal, en lo pulsional reprimido, en lo inconsciente; por decirlo con palabras de un surrealista, Hans Bellmer, actuar "como si lo ilógico fuera un tónico, como si la risa estuviese permitida al pensamiento, como si el error fuese un camino y el azar una prueba de eternidad".
"Las verdaderas obras literarias de vanguardia comunican la ruptura con la comunicación. Con Rimbaud, y más tarde el dadaísmo y el surrealismo, la literatura rechaza las mismas estructuras del discurso que, a través de la historia de la cultura, han ligado el lenguaje artístico y el común. El sistema preposicional (con la oración como su unidad de sentido) era el medio en el que las dos dimensiones de la realidad podían encontrarse, comunicar y ser comunicadas. La poesía más sublime y la prosa más baja compartían este medio de expresión. Entonces, la poesía moderna «destruyó las relaciones del lenguaje y redujo el discurso nuevamente a la sucesión de palabras». La palabra rechaza el orden unificador y sensible de la oración. Hace estallar la estructura preestablecida de significado y, convirtiéndose en un «objeto absoluto» en sí mismo, designa un universo intolerable que se autodestruye: una discontinuidad. Esta subversión de la estructura lingüística implica una subversión de la experiencia de la naturaleza". (Marcuse, 1964, pp. 97-98)
Al hablar de una subversión de la estructura lingüística, Marcuse está hablando claramente del automatismo psíquico que empleaban los surrealistas, que significaba un rompimiento con la comunicación.
Surrealismo y filosofía marcusiana se relacionan fuertemente en el ideal de la libertad total del espíritu. Los surrealistas eran esos sujetos con una nueva sensibilidad que estaban dispuestos a expresar el Gran Rechazo y configurar un síndrome virtualmente revolucionario. La necesidad de liberación, de rebelión, de protesta era fundamental en ambos pensamientos.
Para los surrealistas, la libertad total se da a través de la imaginación y la afloración del inconsciente humano en la esfera de la práctica. Y esto también implica, como para Marcuse, el surgimiento de un nuevo hombre con una sensibilidad distinta.
"La nueva sensibilidad, que expresa la afirmación de los instintos de vida sobre la agresividad y la culpa, nutriría, en una escala social, la vital urgencia de la abolición de la injusticia y la miseria, y configuraría la ulterior evolución del ‘nivel de vida’ Los instintos de vida encontrarían expresión racional (sublimación) en el planeamiento de la distribución del tiempo de trabajo socialmente necesario dentro y entre las varias ramas de la producción, determinando así prioridades de objetivos y selecciones: no sólo lo que se debe producir, sino también la ‘forma’ del producto. La conciencia liberada promovería el desarrollo de una ciencia y una tecnología libres para descubrir y realizar las potencialidades de las cosas y de los hombres en la protección y el goce de la vida, jugando con las potencialidades de forma y materia para el alcance de esta meta. La técnica tendería entonces a devenir arte y el arte tendería a formar la realidad: la oposición entre imaginación y razón, entre altas y bajas facultades, entre pensamiento poético y científico, sería invalidada. Aparecería así un nuevo Principio de Realidad, bajo el que se combinaría una nueva sensibilidad y una inteligencia científica desublimada para la creación de un ethos estético" (Marcuse, 1969, pp. 30-31)
La rebelión de los jóvenes en el surrealismo y en el mayo francés
El surrealismo fue un movimiento de un carácter demasiado amplio como para poder reducirlo a sus manifestaciones estrictamente artísticas: fue una forma de ver, de pensar y de vivir. Este movimiento se forjó en una época marcada por el deseo de cambio de un grupo de artistas de varias disciplinas.
Se articuló en Francia no como una escuela literaria sino como la negación poética, filosófica y científica de la realidad burguesa europea y una fuerte afirmación de la libertad total del espíritu.
El surrealismo, nacido luego de la Primera Guerra Mundial, fue la expresión más cabal de la rebelión de los jóvenes y no es extraño que influenciara más tarde al movimiento revolucionario estudiantil de la década del ’60.
Herbert Marcuse, quien fue considerado como uno de los padres teóricos de la nueva izquierda y de la revuelta de Mayo del ’68, podría haber sido un joven surrealista de entreguerras, deseoso de integrar a Freud y a Marx en una sola teoría crítica de la sociedad represiva, opulenta y totalitaria.
Como los jóvenes del ’68, los surrealistas de la década del ’20, con el poeta André Breton a la cabeza, creyeron necesario transformar el mundo y por eso se acercaron al marxismo. Algunos se ellos se afiliaron al Partido Comunista francés. Pero Breton y los suyos se alejaron rápidamente, simpatizaron con León Trotski y fueron partidarios de llevar a cabo la utopía de la libertad total, a través de una revolución permanente, tal como los jóvenes del ’68.
Tal como los estudiantes del mayo francés, los surrealistas fueron una esperanza de cambio pero en relación a una fuerza políticamente desorganizada. La aspiración a una revolución integral, no sólo política y económica, sino también moral y estética, se repitió en el Gran Rechazo del ’68.
El hecho de comunicar, como dijo Marcuse en El hombre unidimensional, el rompimiento con la comunicación a través del dictado automático y del relato onírico, sobreentendía una conciencia lúcida en lo que respecta a las conexiones entre lenguaje y sociedad. El surrealismo aspiraba a fundar otro discurso, dotado de sus propias articulaciones lógicas, capaz de aprehender más claramente lo que se trama sin que en hombre lo sepa en las profundidades de su espíritu (el inconsciente).
Libertad social y libertad individual
"El hecho de que la mayoría de la población acepte
–y sea obligada a aceptar- esta sociedad,
no la hace menos irracional ni menos reprobable"
Herbert Marcuse
"Es cierto que aborrezco este orden burgués
Este orden de polis y de cura
Pero aborrezco más a quien no lo aborrece
Como yo
Con todas sus fuerzas"
Paul Eluard
Tanto la corriente surrealista como Herbert Marcuse basaron sus concepciones teóricas en el marxismo y en el psicoanálisis. Dos nombres tuvieron un peso determinante: Marx y Freud. Marx como teórico de la libertad social y Freud como teórico de la libertad individual.
En 1935, André Bretón decía:
"Nosotros proclamamos hace tiempo nuestra adhesión al materialismo dialéctico, todas cuyas tesis hacemos nuestras: primacía de la materia sobre el pensamiento, adopción de la dialéctica hegeliana como ciencia de las leyes generales del movimiento, tanto del mundo exterior como del pensamiento humano, concepción materialista de la historia, necesidad de revolución social como término del antagonismo que se declara, en una determinada etapa de su desarrollo, entre las fuerzas productivas materiales de la sociedad y las relaciones de producción existentes (lucha de clases). De la psicología contemporánea, el surrealismo considera esencialmente lo que tiende a dar una base científica a las investigaciones sobre el origen y las mutaciones de las imágenes ideológicas. En este sentido el surrealismo ha atribuido una particular importancia a la psicología del proceso del sueño, tal como Freud la ha explicado".
La crítica fundamental que realiza Marcuse a la sociedad moderna es que el sujeto unidimensional es víctima de su propia impotencia y de la opresión continua de un método de dominación demasiado complicado. Esta es la concepción del poder por la que Marcuse se considera como puente entre la primera y la segunda generación de la escuela de Frankfurt. Esta crítica implica que la sociedad moderna es capaz de asimilar cualquier forma de oposición que surja al interior de sí misma, y por tanto no existe ningún movimiento individual ni colectivo capaz de oponérsele o de socavar sus raíces socioeconómicas. El capitalismo avanzado que describe el filósofo ha generado a través de los estados de bienestar una mejora en el nivel de vida de los obreros, que es insignificante a nivel real, pero contundente en sus efectos: el movimiento proletario ha desaparecido, y aún los movimientos antisistémicos más emblemáticos han sido asimilados por la sociedad y orientados a operar para los fines que la sociedad coactiva reconoce como válidos (podría ser el caso del surrealismo, convertido en "arte" cosificado, despojado de su valor ideológico y su potencial revolucionario de la moral burguesa).
El motivo de esta asimilación, según Marcuse, consiste en que el contenido mismo de la conciencia humana ha sido fetichizado, en términos marxistas. Las necesidades mismas que el hombre inmerso en esta sociedad reconoce son ficticias, producidas por la sociedad industrial moderna, y orientadas a los fines del modelo de acumulación capitalista. En este contexto, Marcuse distingue entre las necesidades reales (las que provienen de la naturaleza humana) y las necesidades ficticias (aquellas que provienen de la conciencia alienada y son producidas por la sociedad industrial). La distinción entre ambos tipos de conciencia sólo puede ser juzgada por el mismo hombre, puesto que sus necesidades reales sólo él las conoce en su interior. Sin embargo, como la misma conciencia está alienada, el hombre ya no puede realizar la distinción.
La principal necesidad real que este filósofo descubre es la libertad, entendida como el instinto libidinal no sublimado, en términos freudianos. Para Marcuse, lo que la sociedad industrial moderna ha hecho con el instinto libidinal del hombre es desublimarlo, y reducirlo al exclusivo ámbito de la genitalidad, cuando en realidad el cuerpo mismo del hombre es sólo ansia de libertad. La desublimación del instinto libidinal y su encasillamiento en su genitalidad permiten a la sociedad industrial moderna disponer del resto del cuerpo humano para la producción capitalista, así como de todas las energías de los hombres.
Lo que Marcuse quería destacar era una culturalización de la teoría de la felicidad de Freud: principio de realidad y principio de placer no tienen que ser necesariamente opuestos si se consiguen revelar las causas de la infelicidad.
Para este filósofo alemán, la libertad social sólo puede ser posible si se modificase la infraestructura (psíquica) del hombre y la infraestructura social:
"El advenimiento de una sociedad libre se caracterizaría por el hecho de que el aumento del bienestar pasase a ser una cualidad de vida esencialmente nueva. Este cambio cualitativo debe modificar las necesidades, la infraestructura del hombre (que es a su vez una dimensión de la infraestructura social): la nueva dirección, las nuevas instituciones y relaciones de producción, deben expresar la afloración de necesidades y satisfacciones muy diferentes (incluso antagónicas) de aquellas que prevalecen en las sociedades explotadoras. Tal cambio constituiría la base instintiva de la libertad que la larga historia de la sociedad de clases ha inhibido" (Marcuse, 1969, p. 12)
Las críticas de Marcuse a la sociedad capitalista resonaron con las preocupaciones del movimiento izquierdista estudiantil de los ‘60. En el mayo francés, tal como describe el filósofo alemán, las leyendas pintadas en las paredes por la "jeunesse en colére" (juventud en cólera) reunían a Karl Marx y André Breton. El lema "l'imagination au pou-voir" ("la imaginación al poder") se llevaba bien con "les comités (soviets) partout" ("los comités soviéticos en todas partes"). El piano con su músico de jazz se veía bien entre las barricadas; la bandera roja le iba bien a la estatua del autor de Les Miserables; y en Toulouse los estudiantes en huelga exigían que se reviviera el lenguaje de los trovadores, los albigenses. La nueva sensibilidad se había convertido en una fuerza política, había cruzado la frontera entre la órbita comunista y la capitalista, y era contagiosa porque la atmósfera, el clima de las sociedades establecidas, llevaba consigo el virus (Marcuse, 1969, pp. 29-30).
Volviendo al surrealismo, el mismo Bretón en el primer manifiesto de 1924 declara:
"Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. (…) Sin duda alguna, se basa en mi única aspiración legítima. Pese a tantas y tantas desgracias como hemos heredado, es preciso reconocer que se nos ha legado una libertad espiritual suma. A nosotros corresponde utilizarla sabiamente".
Tan sólo la imaginación le permite al surrealista llegar a conocer lo que realmente puede llegar a ser, le permite llegar a sentirse libre. Eso basta para mitigar levemente su terrible condena y para que, al mismo tiempo, se entregue a ella, sin miedo al engaño. Es decir, entregarse a la locura, siendo víctima de su propia imaginación.
El surrealismo intentó dar a la libertad el fundamento de una doctrina. Este movimiento se presenta con la propuesta de una solución que garantice al hombre una realidad positivamente realizable y propone la búsqueda experimental e incluso científica, apoyándose en la filosofía y en la psicología (De Micheli, p. 173)
Conclusión
Tanto el surrealismo como la concepción teórica de Marcuse plantean la necesidad de un nuevo hombre con una renovada visión del mundo. Esto no resulta fácil: para que el ser humano cambie por dentro, también debe hacerlo la estructura social. No hay cambio ni revolución parcial. La revolución, para ambos, debe ser total: desde lo político hasta lo moral.
Ya que el contenido de la conciencia humana ha sido fetichizado e incluso anulado, en palabras de Marcuse, era necesario el surgimiento de una nueva conciencia. O de una inconsciencia, en términos surrealistas. Dejar fluir el mundo onírico sería la única manera de escapar al mundo capitalista. El surrealismo como modo de vida era la expresión del inconformismo de los jóvenes y la necesidad de cambio.
El problema de la relación entre arte y revolución aparecía con una luz distinta a partir de las experiencias de los ‘60. La concepción de Marcuse en este punto se encuentra lejos de un intento de unificación entre arte y vida tal como postulara la mayor parte del movimiento surrealista. Por el contrario, el autor alemán sostiene que sólo como arte, éste puede expresar su verdad radical, puesto que la verdad subversiva del arte se manifiesta en la transformación que opera en la realidad convirtiéndola en apariencia. El arte tiene el privilegio de poseer un lenguaje que implica siempre una ruptura con la realidad, una especie de extrañamiento con respecto a las experiencias cotidianas y a la estipulada "normalidad". Esto es así porque la obra de arte no obedece al principio de realidad existente, sino que tiene su propia lógica y muestra la posibilidad de inaugurar una lógica diferente. Lo que el arte puede aportar al universo político, si es que la estética y la política son esferas que puedan y deban disociarse, es para Marcuse una "normatividad de la libertad", que pertenece a un principio de realidad distinto.
En la rebelión de los jóvenes revolucionarios franceses, los derechos y la verdad de la imaginación se presentan como exigencias de la acción política y por esto Marcuse la considera una ruptura en el continuum de la opresión. Porque se han revelado contra el principio que rige el sistema. El cambio que viene dado con la intervención de la dimensión estética, y en particular de la imaginación estética, podrá generar para Marcuse una revolución esencialmente distinta y eficaz. (*)
(*) Fuente: Nair Felis Rodríguez, La imaginación al poder. Surrealismo, Marcuse y el Mayo Francés, trabajo realizado en el contexto de la materia Historia del Arte, en carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, en 2009.
Bibliografía
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BIAGINI, Hugo, Marcuse y la generación de la protesta (2002)
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BRETON, André, Primer Manifiesto Surrealista (1924)
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CONTI, Romina, La libertad de la imaginación como libertad política. Herbert Marcuse y el Mayo francés (2008), Primeras Jornadas de Filosofía Política. Democracia, tolerancia y libertad, Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur (Bahía Blanca), http://www.freewebs.com/filopol/actas/trabajos/conti.pdf
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DE MICHELI, Mario, "Sueño y realidad en el surrealismo", en Las Vanguardias artísticas del siglo XX, Ed. Alianza, Madrid.
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DESCONOCIDO, Surrealismo y Psicoanálisis, Abraxas Magazine,http://abraxasmagazine.wordpress.com/2007/03/21/surrealismo-y-psicoanalisis/
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MARCUSE, Herbert, El hombre unidimensional (1964), Ed. Planeta-Agostini, Bs. As., Argentina, 1993.
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MARCUSE, Herbert, Un ensayo sobre la liberación (1969), Ed. Joaquín Mortiz, México D.F., México, 1969