En 1918, en la Universidad de Córdoba, en la provincia homónima de la Argentina, se produjo un célebre movimiento de reforma universitaria. En parte de su manifiesto fundacional se afirmaba: "Nuestro régimen universitario -aún el más reciente- es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino; el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La federación universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto de autoridad que corresponde y acompaña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la sustancia misma de los estudios. La autoridad, en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando".
En este momento de Historia y simbolismo de Temakel presentamos un capítulo de un investigación más amplia sobre la temática que realiza actualmente Agustín García Aramburu. En su fecunda investigación, Aramburu estudia las fuentes de la reforma, el pensamiento que dimana de ella, y la obra de Deodoro Roca, gran impulsor de la actitud reformista.
El movimiento de reforma universitaria de 1918 es símbolo de los momentos de rebelión y ruptura respecto a las tradiciones educativas represivas y desinteresadas por el verdadero propósito de la enseñanza que es la elevación intelectual y moral.
Aquí, además de la investigación de Aramburu, incluimos el histórico manifiesto de la reforma universitaria gestado en la Universidad de Córdoba en 1918.
E.I
La herencia
En relación al complejo proceso de construcción de la identidad del pensamiento reformista habría que remitirse a su herencia. "Ser quiere decir heredar -señala Derrida- todas las cuestiones a propósito del ser o de lo que hay que ser son cuestiones de herencia" (Derrida, 1995: 68). Y para encontrar el origen del legado que recibieron los estudiantes cordobeses del '18, tal vez haya que remontarse a tiempos lejanos. Sin embargo podríamos plantear un punto inicial, un inicio tal vez un tanto arbitrario aunque sí muy significativo para nuestra historia. Se trata de la Revolución de Mayo.
La herencia de Mayo era reclamada por la nueva generación que surgía recomponiendo los mismos gestos de aquellos que alguna vez se reconocieron como jacobinos. Desde la cuasi medieval universidad cordobesa se buscaba reivindicar esa tradición que fue argentina y también continental. Hay en ambos fenómenos históricos una misma línea independentista; si Mariano Moreno se oponía a la creencia de una potestad divina de la realeza, los reformistas cordobeses del '18, denunciaban en su Manifiesto Liminar el régimen de la Universidad de Córdoba basado en "el derecho divino del profesorado cordobés".
"Yo me voy pero la cola que dejo es muy larga", había dicho Mariano Moreno antes de morir. Evidentemente, a pesar de su breve trayectoria, la descendencia morenista ha sido sumamente extensa. Hablamos de Moreno y no de toda la Junta porque, al igual que en el movimiento reformista, había más de una corriente. Estaban los "inquietos", denominados así por Cornelio Saavedra, y los conservadores. Era en el primer grupo en donde se ubicaba Moreno junto a Belgrano, Castelli y Monteagudo, entre otros. El grupo saavedrista debido a su ideología conservadora "sólo acertaba a ver en la Revolución una sustitución de los funcionarios peninsulares por otros americanos" (Ingenieros, 1915: 96), en cambio el morenismo tenía una visión democrática y liberal de lo que era la Revolución. Ellos fundaron en 1811 la Sociedad "Patriótica y Literaria" -inspirada en los clubes jacobinos-; ese mismo año crearon el "Club Juvenil". Allí participaba gente joven, divulgaban los principios revolucionarios y difundían La Gaceta, órgano de prensa creado por Moreno para propagar la Revolución.
De la "Sociedad Literaria" surgieron varios jóvenes que luego inspiraron otras sociedades literarias y políticas que cumplieron una muy importante función renovadora. La que más trascendió fue la "Asociación de Jóvenes" en 1837 que diera al país la valiosa Generación del '37 capitaneada por Esteban Echeverría. El 23 de junio de ese año, Echeverría leyó las Palabras simbólicas, similares a las que constituyeran la Joven Italia, con el propósito de instalar la Joven Argentina. Casi todo el contenido de las Palabras, comenta Ricardo Rojas, se mueve en una atmósfera de emoción juvenil, de fantasía desbordante, de fe ingenua, de suerte que si la obra es endeble como filosofía política, nadie podrá negar la elevación de su ideal cívico generoso y romántico en extremo" (Rojas, R., 1915: 114).
Como podemos advertir, la idea de juventud y de movimientos juveniles no es privativa del siglo XX. En el continente americano la predica hacia la juventud no comienza con el Ariel. "La generación de Echeverría apoyaba el discurso juvenilista,-plantea Gregorio Bermann- no sólo porque estaban totalmente identificados con las ideas progresistas, sino también porque la América toda es progresista porque es joven" (Bermann, 1946: 103). En este grupo rescatamos un elemento clave particular para el pensamiento liberal romántico de la época: la reivindicación de la democracia. Esto se puede observar en el apoyo entusiasta que Echeverría le da a la Revolución que tuvo lugar en Francia en 1848: "La democracia no es una forma de gobierno, sino la esencia misma de todos los gobiernos republicanos o instituidos por todos para el bien de la comunidad o de la Asociación"(en Bermann, op.cit).
El fin de siglo también contó con un vigoroso movimiento juvenil, y vale la pena rememorarlo. En 1889 un grupo de jóvenes resolvieron organizarse en clubes cívicos -similares a los de la Generación del '37- en oposición al Gobierno de Juárez Celman. La grave crisis económica, la conciencia de que la prosperidad prometida era falsa y la corrupción administrativa, pusieron en evidencia la impopularidad y la impotencia de las autoridades mientras que crecía la adhesión entusiasta de las masas y de la juventud en general por aquel grupo de jóvenes adelantados. El descontento popular desembocó en la famosa Revolución del Parque de 1890, a partir del cual se constituiría ese mismo año la Unión Cívica de la Juventud, luego bautizada Unión Cívica Radical, al mando de Leandro N. Alem e Hipólito Yrigoyen. Esa revuelta juvenil sería el germen de la lucha por el sufragio universal y contra el fraude en los comicios.
El pensamiento de la Reforma
Reconstruir el ideario reformista se torna una tarea compleja en virtud de sus tan diversos y, en ciertos casos, contradictorios antecedentes. Pero más difícil aún, es intentar dar cuenta de su pensamiento a partir de las lecturas que la Reforma produjo. Existieron todo tipo de interpretaciones desde todo el arco ideológico, algunas elogiosas y otras críticas.
Desde el comunismo se la calificó como pequeñoburguesía en ascenso, desde el populismo nacionalista como "modernismo aristocratizante, como reacción elitista y antidemocrática". Por supuesto que desde el catolicismo reaccionario también arreciaron las críticas. En 1917, la Revista Estudios, de los jesuitas en Argentina, calificaba al universitario como materialista y cientificista, "fruto del proceso de secularización que arranca en la Revolución Francesa y culmina a fines del siglo XIX" (en Biagini, H., op.cit). Una vez sucedida la Reforma, desde la Revista Criterio, Tomás Casares calificaba al reformismo como sectario acusándolo de "acaparar y envenenar un problema universitario, cuidándose muy poco de las cuestiones universitarias y de los asuntos culturales (...) Trató de incorporar los claustros universitarios a una determinada política social, o mejor dicho antisocial, pues todos los socialismos son específicamente gérmenes de disolución en cuanto doctrinas de odio (luchas de clases) y nidos de violencia (revolución social)" (Casares, T., 1928: 48). Esta opinión reflejaba la muy fuerte ideología conservadora que lejos de entrar en retroceso se fortalecía a finales de la década del 20 con el ocaso del gobierno irigoyenista.
También existieron las lecturas oficialistas que intentaron subsumir a la Reforma en una variante pedagógica del avance de los partidos populares en América Latina. Esto puede verse claramente en el caso argentino con el radicalismo y en el peruano con el aprismo. Desde el poder se intentó, y no podemos decir que existió un rotundo fracaso, darle un barniz liberal progresista que diera cuenta de una tímida modernización de los estudios superiores soslayando la lucha de fondo que tenía más que ver con el antiimperialismo y la constitución de un ideario panamericanista. Lo que hicieron los partidos políticos fue usar al movimiento reformista para desplazar a sus enemigos internos que se habían abroquelado en las universidades como último bastión.
La dificultad en definir un panorama claro no termina aquí. En el interior del movimiento también existieron diferencias, lo que acentuó su heterogeneidad. Esta realidad intentó ser utilizada por sus detractores para quitarle contenido ideológico al movimiento. Pero la diversidad de ideas, más que llevarla hacia un vacío ideológico, da cuenta de una pluralidad que le permitió importantes consenso y legitimidad como para poder permanecer en el país y extenderse por todo el continente.
Desde el punto de vista ideológico, se presentaron en el movimiento tendencias moderadas que convivían con otras más radicalizadas, había unas que estaban focalizadas sólo en la problemática nacional y otras que propiciaban el americanismo; desde el punto de vista político se movieron entre un liberalismo socializante y un incipiente marxismo que estaba llegando al país a partir de la Revolución Rusa. Si bien una tendencia como el fascismo, en boga durante principios de los '20, no tuvo un lugar en las filas reformistas, muchos de sus protagonistas fueron mutando hacia posiciones reaccionarias, quizás atraídas por el influjo de la Marcha sobre Roma de 1922.
Gregorio Bermann intentó clasificar los matices en los que se podría encuadrar teóricamente la ideología reformista. Según este autor, habrían al menos seis posiciones: la primera, la teoría de la nueva generación americana, representada por Julio V. González y José Ortega y Gasset; la segunda está relacionada a las interpretaciones idealistas sostenidas, entre otros, por Carlos Cossio, Adolfo Korn Villafañe y Homero Guglielmini; la tercera, la corriente que pretendió limitar la Reforma al campo docente y cultural, posición sostenida por Sebastián Soler, Germán Arciniegas y, parcialmente, Saúl Taborda; la cuarta, la corriente de izquierda sectaria en donde se incluye al segundo grupo Insurrexit de los años 30, en el que militaban Héctor P. Agosti, Paulino González Alberdi y Ernesto Sábato; la quinta es el punto de vista aprista, representado por Haya de la Torre; y la última, la interpretación dialéctica sostenida por José C. Mariátegui, Julio A. Mella y Aníbal Ponce.
La teoría de la nueva generación fue sostenida por Julio V. González siguiendo de cerca a Ortega y Gasset. Esta teoría, que fue la dominante hasta la década del 30, explicaba en buena parte el fenómeno reformista del 18 queriendo justificar la irrupción de una juventud renovadora que no se identificaba con las estructuras anquilosadas de la Universidad y del país. Alberto Ciria y Horacio Sanguinetti reconocen en Los reformistas (1968) que esta postura recibió críticas contra cierta actitud teñida de un idealismo alemán al que Ortega adscribía. Entre las distintas personalidades que alzaron su voz contra esta teoría figuran Arturo Orgaz, Jorge May Zubiría, y Héctor Raurich.
La perspectiva de González, hijo de Joaquín V. González, la más eminente figura intelectual de la Generación del 80, intentaba superar aquellas inspiraciones helenizantes frecuentes entre sus camaradas. El iba a buscar para la Reforma claves bien contemporáneas: la Guerra, la Revolución Rusa, el ascenso del radicalismo. Su propósito era que la nueva generación reparara la traición que la generación de su padre le había efectuado a la generación de Echeverría y Alberdi, por esto él la llamó "la generación reconstructiva".
Esta suerte de diálogo generacional desarrollado en Reflexiones de un argentino de la nueva generación (1931) retomaba su propuesta generacional con dos objetivos que Halperín Donghi explica claramente: una gran reforma social en un marco de democracia política, objetivo que veinticinco años antes su padre había pronunciado en nombre de la vieja generación, y la equiparación del radicalismo en el poder con el conservadurismo del que fue cómplice su padre. Para González, en 1918 se cerraba un ciclo histórico y social que cumplía su misión desvinculada del medio en la que actuaba. No negaba la importancia de la anterior, los consideraba "grandes maestros que desarrollaron con ilustración los principios que los constituyentes del '53 les legaran con las Constitución Nacional "(en Portantiero, 1978: 342). La misión de esta nueva generación quedaría explicitada en Principios y fundamentos de la Reforma Universitaria (1930): "No venimos a negar la obra realizada precedentemente (...) Venimos a cerrar un ciclo, a liquidar hombres y hechos de una época, a proclamar la extinción de una generación que ha cumplido su labor (...) A la inversa de la generación del 80, no venimos a desarrollar una labor de inspiración personal, sino a interpretar las necesidades, aspiraciones y sentimientos colectivos propios de una conciencia nacional en formación" (en Bermann, op. cit: 193)
La segunda posición, la de las interpretaciones idealistas, fue desarrollada por Carlos Cossio en su obra La Reforma Universitaria (1923). Allí caracteriza a la Reforma como "la repercusión del idealismo histórico en la Universidad argentina" (en Bermann, op.cit: 195). Cossio recogió la tesis de Adolfo Korn Villafañe quien fue partícipe de los primeros movimientos estudiantiles universitarios predecesores del reformismo. Este señalaba la necesidad de fundar una "aristocracia de la conducta en contraposición a la 'aristocracia feudal' que regía en las universidades". Otro de los referentes de esta corriente fue Homero Guglielmini, quien años más tarde mutó al fascismo. El creía que "la nueva era universitaria argentina se caracterizará por una formación enérgica de los valores espirituales en el sentido de absoluta autonomía frente a la ciencia natural, tal como lo practica la filosofía contemporánea"(en Bermann, op.cit:196). Hay en esta corriente una idea de una "transformación desde arriba", porque el cambio se genera en el plano de las ideas, esto podemos observarlo en los discursos de Lugones, "bajándole línea" al presidente. El intelectual es visto como el protagonista de este modelo por su especificidad y por su práctica, el intelectual es el que gestaría estas nuevas ideas y estos nuevos modelos que luego serían desarrollados por las masas.
La tercera corriente intentaba limitar la Reforma a los aspectos docente y cultural. Sebastián Soler criticaba a la vieja universidad y establecía que el fin de la Reforma fue su democratización y el mejoramiento de su enseñanza incluyendo un interés por la extensión universitaria. Sin embargo este interés extensionista implicaba ampliar los límites de una reforma pedagógica y cultural. La extensión universitaria, como lo plantea Dora Barrancos, manifiesta un "modo operativo de llevar la Universidad al pueblo (...) es pues una raíz - y no secundaria- de ésta (...)" (Barrancos, D., 1993: 13). La extensión, según la mirada de Soler, sería una adaptación de la vida cultural universitaria a las necesidades vigentes de la sociedad; esto implicaría desconocer que la democratización del saber excede las demandas universitarias y se constituye como un "bien social"; el concepto no implica solamente una transferencia de conocimiento, sino que propone una "simbiosis" entre la institución y la sociedad. Y aunque, las propuestas extensionistas no fueron el logro más rotundo del movimiento - los programas de extensión empezaron con mucho ímpetu pero al año se debilitaron hasta desaparecer- , sin estas concepciones resultaría ilusorio pensar en una Reforma Universitaria, ya que el apoyo popular resultó decisivo para el éxito de este movimiento.
Germán Arciniegas incurre en un punto de vista similar al de Soler. En La Universidad Colombiana (1936) establece que estudiantes y docentes fueron víctimas de una institución equivocada y que las revoluciones universitarias latinoamericanas evidenciaron la necesidad de un cambio absoluto en su orientación. La tesis de Arciniegas plantea que desde la Universidad pueden resolverse los problemas de la nacionalidad, invirtiendo el la dependencia original (Estado - Universidad). Esta original inversión de los términos, según Bermann, "no logra desvanecer la endeblez de su tesis". Porque lo que aterraba a Arciniegas era la politización del movimiento, pensando que se desvirtuaría "la genuina esencia nacional de la causa" (en Portantiero, 1978: 338); y para que ello no sucediera debían desvincularse de la cuestión universitaria todos aquellos elementos que no fueran estrictamente universitarios.
Otro de los referentes de esta corriente fue Saúl Taborda, que puso el acento reformista en los aspectos formativo y cultural, sobre todo en sus Investigaciones Pedagógicas (1951). Allí califica a la Reforma como una "insurrección juvenil contra el intelectualismo de la peor calidad" (en Ciria, A.y Sanguinetti, H., 1968: 290). Tal vez seductora para la intelectualidad de la época, esta posición desvía la atención del papel revolucionario del movimiento juvenil.
El "sectarismo de izquierda" es otra de las corrientes que Bermann señala en su clasificación. Este grupo consideraba a las luchas estudiantiles como inútiles sino acompañaban una revolución socialista. Insurrexit era el grupo representativo de esta tendencia. Es importante distinguir entre la primera Insurrexit (1920-1921), un grupo universitario que editó una revista independiente, de cuño marxista libertario, con la segunda Insurrexit (1933-1935). A este último grupo, cuyo nombre y parte de su programa se inspira en aquella primera experiencia, es al que se refiere Bermann en su clasificación
En el quinceavo aniversario de la Reforma (1933), Insurrexit publicó un documento titulado "15 años de derrotas bajo el signo de la Reforma". La crítica apuntaba a cierta indiferencia que el reformismo tuvo con la barricada revolucionaria lo que condujo a la derrota del movimiento: "Hoy la enseñanza es tan mala y dogmática como ayer", decían en su editorial. Esta agrupación tuvo una corta duración, a dos años de constituirse, con el advenimiento de Hitler al poder en 1935, muchos de sus integrantes se dirigieron a participar en el interior de las vanguardias políticas de los frentes populares. Sin embargo, Horacio Sanguinetti plantea que esta corriente mantuvo una constante subordinación a los dictámenes internacionales del Partido Comunista de la URSS; y en ocasión del Pacto Ribbentrop-Molotov, esta corriente "estaba totalmente encantada con Alemania" (ver Anexo).
Es interesante mencionar el dato aportado por Héctor Agosti (1975) en cuanto a la relación de Aníbal Ponce con Insurrexit, dato que no se contrasta con el estudio desarrollado por Ciria y Sanguinetti. Lo que Agosti plantea es que, a pesar de sus propios errores y los que se le acumularon provenientes del comunismo internacional, ellos cumplieron con una tarea efectiva de liberación, y compartieron, en lo esencial, con Aníbal Ponce sus criterios ideológicos.
El punto de vista aprista es la quinta posición que Bermann menciona en su mapa clasificación del pensamiento reformista. Víctor R. Haya de la Torre fue el principal sostenedor de esta visión sobre la Reforma. El afirmaba que este movimiento estudiantil diseminado por toda Latinoamérica estaba determinado por dos causas fundamentales: la intensificación del imperialismo, que destruía las pequeñas industrias, el pequeño comercio y la pequeña agricultura, y el "estado mental agrario", que estaba en un tránsito hacia una "mentalidad burguesa".
La primera determinación estaba relacionada a la situación de la clase media que él consideraba que sufría el antiimperialismo en mayor medida que la clase obrera o el campesinado. En disidencia con lo planteado por Insurrexit, Haya de la Torre reivindicaba el papel de las clases medias en movimientos como el reformista porque se enfrentaba contra las clases latifundistas por su propio porvenir, en cierta medida estos sectores pueden encauzar las corrientes antiimperialistas porque poseen cuadros intelectuales capaces de identificar con claridad el problema y señalar los rumbos para afrontarlo.
En relación al tránsito hacia una "mentalidad burguesa", Haya señala que la Reforma es el primer movimiento genuinamente liberal que ha tenido América, porque el liberalismo imperante en el siglo XIX había sido transplantado desde Europa. La Reforma aportaba un liberalismo establecido en los anhelos e inquietudes sociales de la época. Por eso la doctrina del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), partido político peruano surgido a partir de la Reforma y conducido en sus orígenes por él mismo, planteaba una alianza entre trabajadores manuales e intelectuales con una propuesta de acción antiimperialista, unidad latinoamericana, nacionalización de las tierras y solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas del mundo. La particularidad de este punto de vista, que lo diferencia de otros como el de Insurrexit, es su tendencia de clase media que se proponía rescatar, en cuanto a la Reforma se refiere, al país y a las universidades del imperialismo aliado a la oligarquía.
El último punto del mapa ideológico reformista que nos propone Bermann es la interpretación dialéctica que sostuvieron Julio A. Mella, José C. Mariátegui y Aníbal Ponce. Los tres señalaron que el movimiento cordobés de 1918 inauguró el nacimiento de una nueva generación latinoamericana, pero no como la había pensado Julio V. González, no como una generación que reconstruye una herencia pasada, sino como la elaboración de las nuevas líneas de lucha dentro de un profundo y pleno conocimiento de la realidad americana. En esa lucha participaban las clases medias, que como el aprismo no las subestimaron ya que aportaron en la difusión de avanzadas ideas sociales, pero ese conocimiento ellos consideraban que debía estar puesto al servicio del proletariado para transmitirle una dirección intelectual. Tanto Mella, Ponce como Mariátegui reclamaron para el proletariado una hegemonía en la lucha libertadora.
La interpretación que este grupo realizó sobre la Reforma es dialéctica porque encuentra su justificación en la filosofía materialista dialéctica de Marx. En la Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel, Marx plantea que del mismo modo que la filosofía encontró en el proletariado sus armas materiales, el proletariado encuentra en la filosofía sus armas intelectuales. En este punto radica la trascendencia de la Reforma que estos tres intelectuales supieron advertir, es por esto que nunca le restaron importancia a las luchas estudiantiles.
Como ya lo afirmáramos, el valor de esta postura estuvo en el cubano Mella y en el peruano Mariátegui, quienes junto a Ponce serán reconocidos por la historia entre los precursores del marxismo en América Latina; de ellos nos ocuparemos en los capítulos siguientes, pero en este, nos proponemos ahondar en Ponce por haber sido una personalidad de altísima relevancia en el interior del movimiento reformista argentino y de la cultura nacional en general.
Aníbal Ponce había sido, según palabras pronunciadas por Deodoro Roca en su discurso "En memoria de Aníbal Ponce", "el mejor dotado y el mejor realizado de las últimas generaciones actuantes de la Argentina". Discípulo directo de José Ingenieros, codirigió con él desde 1923 la Revista de Filosofía, haciéndose cargo de la dirección desde la muerte de Ingenieros en 1925 hasta la desaparición de la Revista en 1929. Además fue colaborador de Nosotros, Renovación, El Hogar, y Revista de Criminología , Psiquiatría y Medicina Legal. Ciria y Sanguinetti (1968) señalan que rechazó sistemáticamente tentadoras ofertas de La Nación indignado porque ese diario había sancionado a Alberto Gerchunoff por un artículo en donde ponía en duda la virginidad de María.
Había en Ponce una ratificación del pensamiento de Mayo que lo motivó a meditar sobre los problemas de la nacionalidad y sobre los rumbos que debería tomar. El consideraba que su generación fue heredera de la de Mayo, "un pensamiento que renovó en esta parte de América la profunda convulsión política y social, económica y filosófica que intentaba sustituir el derecho divino por la soberanía popular y el privilegio feudal por la justicia social" (Ponce, 1928: 76).
Como en todo el itinerario que hemos trazado para la Reforma, el camino intelectual de Ponce continúa también con la generación del 80 a quien admiró y dedicó su obra que él mismo prefirió sobre todas: La vejez de Sarmiento (1927). Allí retrata, además de a Sarmiento, a los referentes intelectuales de esa época: Amadeo Jacques, Nicolás Avellaneda, Lucio Mansilla, Eduardo Wilde, Lucio V. López y Miguel Cané. Se revela allí la afinidad del autor con el pensamiento liberal del 80 y su devoción por aquellos hombres pero les reprocha el "no haber aprehendido el significado profundamente humano del movimiento socialista" (Ponce, 1958: 9). Precisamente el marxismo, al que llegó en tránsito del positivismo, sería el instrumento que encontró para conocer e interpretar la realidad de su época. Esta evocación del proyecto ochentista perdurará en el pensamiento comunista nacional asumiendo que su misión histórica proviene del Renacimiento y de la Ilustración, antes llevada a cabo por la burguesía y -ante su fracaso- retomada por la clase obrera.
En "Un examen de conciencia" (1928) empieza a vislumbrar los "deberes de la inteligencia" como compromiso del intelectual con el mundo y, en especial, con las clases revolucionarias. El era consciente de lo importante que era dar claras muestras de que la inteligencia era una fuerza dentro de ese inmenso ejército encabezado por la clase obrera. Para Ponce, el compromiso del intelectual debía estar acompañado de una severidad en el método y de una valentía de escribir.
"No se es defensor legítimo de la Reforma cuando no se ocupa al mismo tiempo un lugar de combate en las izquierdas de la política mundial" (en Agosti, 1974: 85), dijo a los estudiantes que lo escuchaban en La Plata. Es por esto que soñó para la Reforma un paso adelante más, una radicalización aún mayor de sus acciones que supere "las enseñanzas del novecentismo, la nueva sensibilidad, la ruptura de las generaciones que no eran más que vaguedades que lo mismo podían servir -como quedó demostrado- a un liberalismo discreto que a una derecha complaciente" (en Ciria y Sanguinetti, 1968: 351)
Debía, entonces, la Reforma aprovechar las lecciones de la Historia. La Guerra europea había planteado los problemas de la sociedad capitalista; existían sólo dos extremos: o burgueses o proletarios. La Reforma no podía ser indiferente a ese planteo y definirse por una posición clara. "La Reforma dentro de la Universidad no puede ser más que un aspecto de esa otra transformación que está echando abajo las columnas de la sociedad en que vivimos" dijo Ponce en aquella conferencia en La Plata (ibid.). Su propósito, para la Reforma, no fue la conquista de un nuevo estatuto, más bien la consideraba un instrumento subalterno "ante la soberana belleza de la misión: preparar desde la cátedra, el advenimiento triunfante de la democracia proletaria" (ibid).
Sin embargo, su sueño sería pesadilla a partir de la sucesión de golpes militares que sufrió el país a partir del '30, tras la belle epoque cultural y económica de los '20. Desde entonces, debió reconstruir su trayectoria, trabajando junto al movimiento estudiantil en la conciencia de que la transformación universitaria implicaba necesariamente una transformación social. Su relación con la elite intelectual en los '20 existió y lo demostraremos a lo largo de los siguientes capítulos; pero su objetivo, a partir del golpe de Uriburu y deseperado por la liviandad intelectual del proyecto cultural que el contribuyó a construir en sus inicios, fue transitar el camino de la lucha, aún a costa de rechazar a sus idolatrados referentes del 80.
Deodoro Roca: el reformista iconoclasta
Resulta sorprendente que Bermann siendo tan amigo de Deodoro Roca no lo haya incluido en el mapa ideológico reformista. Más allá de que la voz de Deodoro fuera la más representativa de la Reforma -"lo que decía Deodoro era la Reforma", afirma Sanguinetti-, la explicación la aporta Néstor Kohan, quien afirma que al ser su pensamiento tan transversal y al tomar elementos de una y otra corriente, no se lo puede encasillar en ninguna clasificación en particular.
Podría decirse que compartió la interpretación dialéctica junto a Ponce y Mariátegui, aunque nunca abandonó su mirada idealista inspirada en su admirado Rodó. Ponce y Deodoro, como lo sostiene Kohan, "compartían más de una tesis en relación con el humanismo marxista (...) El límite entre ambos estaba dado por el tipo de 'contaminación' que cada uno estaba dispuesto a adoptar para el marxismo: más ligada al racionalismo cientificista dieciochesco Ponce, más cercana a la crítica romántico libertaria de la modernidad capitalista Roca" (Kohan, 1999: 48). También disentían en cuanto a la adscripción de ciertos referentes intelectuales de la época como Freud y Nietzsche. El primero había sido rechazado por Ponce en su obra La divertida estética de Freud, en cambio Deodoro consideraba que: "Freud ha desbordado los cauces médicos y es ya una corriente mundial cuya deuda se expresa en la literatura y en el arte modernos" (en Kohan, op.cit.). En cuanto a Nietzsche, la adscripción de Roca era fervorosa, al igual que la de Mariátegui; en "Nietzsche en Italia" había expresado que "en los manuscritos de Zaratustra (...) están los gérmenes de la rebeldía actual" (Roca, 1945: 99); en cambio Ponce lo objetaba por su filiación germánica.
Tampoco sería erróneo ubicarlo dentro de la mirada generacional que desarrollara Julio V. González, queda claro que él no se resistió a tenerla. Pero la distancia entre Roca y González radicaba en la precisión que cada uno tenía para definir el problema de la nueva generación. Mientras que para Deodoro el tradicionalismo católico, que todavía conservaba una presencia significativa en Córdoba, continuaba siendo el enemigo más temible; para González lo que había que superar era la tradición positivista que, a su entender, era la que encarnaba el antiguo régimen.
Del punto de vista aprista compartió su visión antiimperialista. Un antiimperialismo que reconoce la herencia de Darío -especialmente Cantos de vida y esperanza (1905) en donde se incluye su "Oda a Roosevelt"-, Rodó, Martí, Vasconcelos e Ingenieros. Kohan (op.cit) resume los tres ejes en donde se fue articulando su antiimperialismo, ellos son: "como dato cultural crítico del 'materialismo' y el 'utilitarismo', como cuestionamiento del expansionismo territorial norteamericano y, finalmente, como categoría política y económico-social de alcance general". Estos tres ejes se asemejan a los propuestos en la constitución del APRA, pero la discrepancia radicaba en la falta de voluntad de Deodoro de encauzar la lucha estudiantil dentro de un partido político. El radicalismo, sin duda, había ayudado a asegurar el éxito reformista y eso generó numerosas adhesiones entre los cuadros estudiantiles, pero Deodoro jamás se afilió a la UCR, su participación política fue breve en el Partido Socialista, siendo candidato a la Intendencia Municipal de la Ciudad de Córdoba y perdiendo contra el Partido Demócrata. Lo que sí podemos constatar en Deodoro es su furia antiradical, sobre todo durante el yrigoyenismo, que se puede observar en el prólogo a El último caudillo de Carlos Sánchez Viamonte, una de las diatribas más feroces que se hicieran contra Yrigoyen.
De la corriente de izquierda encolumnada en Insurrexit lo distanció, más que nada, la valoración negativa que ellos tuvieron del movimiento. Sin embargo, Roca fue un hombre muy abierto a la doctrina marxista, una doctrina que se hizo mucho más influyente en él a partir de la Revolución Rusa. Marx fue uno de los autores más importantes en el programa de Filosofía General, materia de la que se hizo cargo, y cuyo contenido cambió radicalmente, en la Universidad de Córdoba a partir de 1919. Queda expreso en sus artículos que la lucha social que preconizaron los Insurrexit no le fue ajena en absoluto. Esto puede observarse en las numerosas expresiones y categorías empleadas en sus análisis provenientes del léxico marxista: "explotación del hombre por el hombre", "clase dominante", "capital financiero", etc. Pero en sus artículos de análisis de la doctrina marxista es en donde mejor se refleja su postura ideológica; en "Marxismo y anarquismo", en ocasión del comentario de Las cuestiones fundamentales del marxismo del teórico ruso Jorge Plejanov, él reconoce que la teoría marxista "reposa en la filosofía de Spinoza después de haber pasado por Feuerbach, es decir, en las filosofías materialistas". Para Deodoro el aporte de Feuerbach a la teoría spinoziana logra salvar sus errores para fundamentar su humanismo, que obtiene una síntesis en la teoría marxista.
Sí podemos plantear una imposibilidad de establecer acuerdos entre el recorrido de Deodoro Roca con aquella corriente que pretendía limitar la Reforma sólo al campo docente y cultural. En un discurso pronunciado en un mitín estudiantil en junio de 1932, Roca dejaba en claro su disconformidad con el curso que estaba tomando el movimiento frente al golpe de Uriburu. Los estudiantes no parecían los mismos que los que catorce años antes habían tomado por asalto la Universidad más tradicional del país; lo que imperaba en ese momento, y que a Deodoro irritaba, era el predominio de la disciplina por sobre todas las cosas que se oponía al sentido de totalidad que alentó el programa reformista en sus inicios. "La Reforma Universitaria -decía Roca en ese discurso- es el hombre actual en todos los campos" (en Sanguinetti, H. op.cit.: 126). Contundentes palabras para definir el radio de acción del movimiento; pretender limitarla en los límites institucionales era mutilarla.
Con respecto a la corriente que resta, las interpretaciones idealistas, podríamos afirmar que Deodoro Roca adhirió a ella pero con ciertas reticencias. Existían distintas concepciones de "idealismo" entre Roca y los defensores de aquella corriente. Mientras estos priorizaban un "ideal", un "lema", un objetivo a conseguir configurado por la elite intelectual. En cambio, el idealismo deodórico se articulaba con el materialismo marxista y con la tradición romántica, por lo que consideraba central "la conquista de la Cultura" para la acción del proletariado. Esta articulación entre socialismo e idealismo romántico también podemos observarla en la escritura del Manifiesto Liminar de 1918 en donde pueden leerse todas las claves modernistas que Deodoro y la generación reformista fueron recibiendo. Pero, en definitiva, resulta útil el dato aportado por Sanguinetti, acerca de la real significación de este corriente. Lo que él afirma es que éstos no tuvieron ninguna importancia en la Reforma, "fue un exabrupto fugaz y fueron barridos rápidamente (...) Deodoro los desdeñaba (...) les tomaba el pelo por querer hacer la capital en Belén en Catamarca" (ver Anexo).
El Manifiesto Liminar es el escrito que con mayor claridad refleja la influencia del modernismo en la Reforma Universitaria. El texto reformista se estructura de una manera similar a la del surgimiento del modernismo a fines del siglo XIX; como lo plantean Carlos Mangone y Jorge Warley (1992), el Manifiesto surge con "una ruptura violenta dentro de una tarea fundacional, transgresión que no proviene de un desarrollo argumental extenso sino de una violenta negación y oposición de la idea adversaria y, dialécticamente, entonces, la afirmación de la propia" (Mangone, C y Warley, J, 1992: 38). Esta declaración de principios se plantea como objetivo prioritario una serie de prédicas negativas que tienen un correlato en un campo positivo que encuentra sus valores en la ideología modernista. En el campo positivo se encuentran "los hombres libres", la "revolución", "la hora americana", "la juventud". Del otro lado está "la vergüenza", "los dolores", "los decadentes".
Pero si bien la influencia que Deodoro Roca recibió del modernismo se remonta a los grandes maestros de ese movimiento como Darío, Martí, Vasconcelos y, en especial Rodó, quien con su Ariel obra como una verdadera antesala del Manifiesto; la autoridad que él invoca dentro de la lucha universitaria es la de Lugones y Rojas de donde surgen ciertas apelaciones a la democracia con algunas reticencias. "La tarea de la democracia no consiste en crear el mito del pueblo como entidad tumultuaria y omnipotente (...) y si ella ha asegurado la igualdad de derechos para lo que los hombres tienen de igual, hay ahora urgencia en legislar, en legitimar lo que hay de desigual entre los hombres" (en Roca, D.,1945: 105). La democracia que objetaba Deodoro, que no daba cuenta de lo desigual que hay entre los hombres, en última instancia, termina justificando la "tiranía de clase" y perpetuando todas las desigualdades; esta tiranía fue para él la responsable última de todas las insuficiencias de la Universidad.
Ya en 1920, una vez que comprobó que los males de la Universidad eran también los males de la sociedad, su perspectiva se abrió hacia la ideología de posguerra y, dentro del contexto nacional, al conflicto de clases que invadió la escena pública. Y es entonces que abandonó la legitimidad que le brindaban Rojas y Lugones y la reemplazó por la de Eugenio D'ors, Georg Nicolai y Lunatchartsky, "bajo cuya inspiración ubica el reclamo para la sociedad del derecho absoluto de formar a las nuevas generaciones"(Halperín Donghi, T., op.cit.: 106).
Estas personalidades eran los sabios maestros a quienes Roca soñaba como inspiración para las universidades argentinas. De hecho, él mismo solicito al Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Córdoba que invitara a D'ors a dar unas conferencias, visita que tuvo lugar el 9 de agosto de 1921. Eugenio D'ors fue el referente intelectual de la generación modernista española que por la década del '20 tenía incluso más relevancia que Ortega y Gasset. Esa generación, también llamada "del '98" tuvo el rol histórico de revisar los valores culturales de España que había sido alcanzada, como ningún otro país, por la decadencia de Europa en el siglo XIX. Roca, en el discurso de presentación de su "Curso americano sobre Introducción a la Filosofía", había proclamado: "Discípulos atentos, interlocutores si queréis, en la pura hermandad que nos habéis concedido, se colmarán las pupilas con la visión amanecida de vuestro orgulloso Universo. Mientras tanto, es bueno que se sepa -y así lo entendimos desde un principio y con nosotros la juventud de la Reforma- que no hemos llamado aisladamente al filósofo, al escritor o al fundador, sino al hombre concreto que a todos ellos anima: al filósofo del Hombre que Trabaja y que Juega, a 'Xenius' el glosador, y a Eugenio D'ors el héroe de la civilidad catalana. Los tiempos reclaman hombres completos" (en Sanguinetti, H., 2003: 108)
Otro visitante de la Universidad de Córdoba fue Georg Nicolai, radicado en la provincia desde años atrás. Estas personalidades sirven de impulso para reclamar desde la Universidad el derecho a formar a las nuevas generaciones y a la vez promovieron la reorientación del movimiento, que originariamente se circunscribió a los límites institucionales, hacia la sociedad que estaba haciéndose eco de su discurso y de su accionar. Había, entonces, una búsqueda de un futuro para el movimiento reformista que postulaba la denuncia de un presente fragmentado. El futuro prometía el recupero de la integridad, pero como lo señala Halperín Donghi, "en la visión de Deodoro Roca el fututo irradia una luminosidad tan intensa que es imposible columbrar las líneas de su perfil" (2003: 107).
Es por esto que hasta su temprana muerte en el ideario reformista, influido directamente por la impronta deodórica, podían convivir el giro revolucionario con las estilizaciones arielistas. Ya fallecido Roca, este tipo de estilizaciones se hicieron menos frecuentes, hasta que en el marco de la posguerra, el pensamiento intelectual y la lucha física remitieron menos al modelo de la Grecia clásica que a una realidad contemporánea. Tampoco el movimiento reformista le dedicó una nostalgia al modelo helénico en su aspiración de transformar la sociedad y política contemporáneas, que difícilmente podían encontrar vías de canalización en el mundo clásico.
La dificultad señalada por Halperín en cuanto a esbozar su perfil tiene que ver, por cierto, con esa espectacular avidez de Deodoro por abarcar todos los campos. Además de líder e ideólogo del movimiento reformista argentino y latinoamericano, Roca fue un notable abogado en su provincia, un erudito filósofo y, aunque sin ser un profesional, un comprometido periodista.
De esta última faceta podemos destacar, como aseguró el diario Crítica en la necrológica a Deodoro, que "ninguna publicación cordobesa -no tan sólo las universitarias, sino los órganos de prensa propiamente dichos-, apareció en Córdoba en los últimos veinte años sin que Deodoro Roca no tuviera algo que ver en ello" (en Sanguinetti, H., op.cit.: 54). Durante el período en que él vivió hubo cuatro proyectos periodísticos estables en Córdoba: Los Principios, sostenido por la Iglesia Católica desde su fundación en 1884; La Voz del Interior, proyecto fundado por Silvestre Raymonda cercano al sector liberal cordobés iniciado en 1904; El país, surgido en 1926 con una filiación conservadora cercana al ala más liberal del Partido Demócrata; y por último, el vespertino Córdoba, aparecido por primera vez en 1928, regido por José W. Agusti.
Menos en Los Principios, Deodoro Roca tuvo activa participación en los otros tres diarios. La Voz fue la principal tribuna para el pensamiento de Roca. Allí publicó cuanto él quiso y el diario lo apoyó y le fue fiel incluso pagando costos altos por la beligerancia deodórica. En El país también tuvo una llegada plena, siendo allí donde produjo la recordada galería de perlas literarias, estéticas y filosóficas en la sección "Las obras y los días", recordemos que en por medio de ese diario fue que Deodoro entabló su famosa polémica con Lugones. En Córdoba también gozó de entrada libre.
Por el contrario, los diarios porteños ignoraron la figura de Roca con la excepción de Crítica. En ese diario tuvo el apoyo incondicional de los hermanos González Tuñón y del propio Natalio Botana quien lo interesó en un proyecto pensado a su medida: se trataba de otra página, "El Sol", que aspiraba a competir, sumando firmas de prestigio, con los "rotograbados" de La Nación y de La Prensa, pero el proyecto se convirtió en el único fracaso de Botana por su alto costo.
Resulta curiosa la indiferencia que tuvieron las demás publicaciones de la Capital hacia Deodoro Roca. Ni siquiera las que podían ser más afines a su pensamiento, como Nosotros o Martín Fierro requirieron en oportunidad alguna su colaboración. Sólo al morir, La Nación le dedicó una nota firmada por su sobrino Adolfo Mitre. La articulación -trunca- entre Deodoro y revistas vanguardistas metropolitanas, o si se quiere, la relación entre la Reforma Universitaria y vanguardias literarias, será un tema que retomaremos a lo largo de este trabajo, intentando dar cuenta del fenómeno de recepción que tuvieron estos movimientos de la década del '20 de la gesta reformista.
Como editor la tarea de Roca fue fugaz pero muy fructífera. Condujo dos publicaciones, Flecha, de la cual salieron diecisiete números, entre 1935 y 1936, y Las Comunas, más breve aún, con cuatro números entre 1939 y 1940. Como lo señala Gregorio Bermann, "la diversidad de firmas y temas que aparecen en los números de Flecha testimonian la complejidad de los hechos y cuestiones que estaban a la orden del día. Sus editoriales, redactados por él, recogieron en sus líneas un trozo importante de la historia argentina y mundial. En todos ellos hay un permanente llamado de atención hacia la necesidad de unir las fuerzas democráticas, necesidad que continúa teniendo vigencia" (Bermann, 1957: 33). Las Comunas fue fundada por Deodoro con una voluntad, que según el escribió en su primera editorial, da cuenta de "un programa mínimo de acción municipal en el cual pueden coincidir tantos hombres de claro entender y buen proceder, programa de acción municipal determinado por las aspiraciones democráticas de la ciudad, del pueblo, o del villorio, que son de todos y para todos (...)" (en Sanguinetti, op.cit: 153). Estas dos publicaciones, tan disímiles, dan cuenta de la voluntad deodórica de abarcarlo todo, los grandes temas nacionales e internacionales, y también los temas locales, la ecología (un adelantado para la época) y el urbanismo; nada le resultaba indiferente.
Como lo venimos señalando, su actividad como escritor fue muy productiva, pero nunca escribió un libro, a pesar de que el público que lo admiraba se lo solicitó reiteradamente. Sin embargo, luego de su muerte se han publicado cinco libros que recopilan su obra. Estas cinco compilaciones son Las obras y los días (Buenos Aires, Losada, 1945; prólogo de Saúl Taborda), El díficil tiempo nuevo (Buenos Aires, Lautaro, 1956; selección, prólogo y notas de Gergorio Bermann y epílogo de Enrique González Tuñón), Ciencias, maestros y universidades (Buenos Aires, Perrot, 1959; selección y notas de Horacio Sanguinetti y un poema de Rafael Alberti), El drama social de la universidad (Córdoba, Eudecor; selección y prólogo de Gregorio Bermann) y Prohibido Prohibir (Buenos Aires, La Bastilla,1972; prólogo, selección y notas de Horacio Sanguinetti, epílogo de Rafael Alberti).
Esta incursión en la biografía de Deodoro Roca la realizamos con el fin de dar cuenta del pensamiento del ideólogo de la Reforma y de poner de manifiesto el carácter transversal de su ideario, que atravesó y contuvo a los distintos matices internos que tuvo el movimiento. Pero la reivindicación de sus múltiples facetas, más allá de exponer su riquísima personalidad, aporta a la construcción de su faceta política, que es la que nos convoca. Una faceta que se desarrolló en un ambiente sembrado por el modernismo, que el absorbió desde joven y que lo determinó en toda su vida. No es, como Lugones, un "apólitico" politizado, no es tampoco el Darío ausente de la cosa pública; ese modernismo que él abrazó es el continente para que Deodoro pudiera ser Deodoro. Un político que es, además, un artista; como lo definió Taborda, "un pensador hecho para las altas especulaciones y para las grandes fiestas del espíritu que se prodigó sin descanso en las tareas, desde las más humildes a las más fundamentales, en instrumentar los órganos populares que sirvieran a tales objetivos" (en Roca, 1945: 19). Apenas enumeraremos aquí algunas de sus grandes gestas: en Córdoba fue uno de los conductores de la Liga Antiimperialista, creando la filial de la Unión Latinoamericana, que en 1924 fundaron José Ingenieros y Alfredo Palacios; en 1935 escribió las bases del Comité Pro Paz de América; fundó el Comité Pro Exiliados y Presos Políticos y Sociales; participó en la seccional del Comité contra el Racismo y el Antisemitismo, y sobre todo en la Unión Democrática Española y en el Comité de Ayuda a España Republicana. También militó activamente en el campo de la cultura intentando -y fracasando- crear la filial cordobesa de la Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores, fundada en Buenos Aires por su amigo Ponce. En definitiva, un racconto que no hace más que confirmar su estirpe.
En función de nuestros objetivos, la figura de Roca nos permite mantener presente la vinculación existente entre lo "espiritual" y lo "político", entre el ámbito académico y el literario, entre el pensamiento revolucionario y la vanguardia. Y al mismo tiempo, confirma la matriz que marcó toda una época: la prioridad de la belleza de la forma por sobre los demás conceptos, una matriz que la vemos en toda esta genealogía que venimos rastreando, pero que en Deodoro se radicaliza por una opción, nos aventuramos a decir, revolucionaria. Hacia la constatación de nuestra hipótesis iremos en los próximos capítulos, sobre todo a partir del análisis de una figura clave como la de Mariátegui. Sólo nos resta decir que Deodoro Roca simboliza un punto clave, no sólo para la historia del reformismo, sino también para la de nuestro siglo. En él se reencuentran los ecos de todas las generaciones anteriores, desde Mayo hasta su tiempo, y en él están los augurios de un itinerario fundamental para comprender nuestra historia más reciente. Un recorrido que, casualmente o no, la historia oficial negó. (*)
(*) Fuente: Agustín García Aramburu, "La reforma universitaria de Rubén Darío a las vanguardias", capítulo 4 de tesis de licenciatura en curso.
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MANIFIESTO DE LA REFORMA UNIVERSITARIA DE 1918
La Juventud Argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica
Manifiesto de Córdoba
21 de junio de 1918
Hombres de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.
La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y era necesario borrar para siempre el recuerdo de los contrarrevolucionarios de Mayo. Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y —lo que es peor aún— el lugar donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de organismos universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria.
Nuestro régimen universitario —aún el más reciente— es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino; el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La federación universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto de autoridad que corresponde y acompaña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la sustancia misma de los estudios. La autoridad, en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando.
Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y por consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de ciencia. Mantener la actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclaman el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.
Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de autoridad que en estas casas de estudio es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia. Ahora advertimos que la reciente reforma, sinceramente liberal, aportada a la Universidad de Córdoba por el doctor José Nicolás Matienzo no ha inaugurado una democracia universitaria; ha sancionado el predominio de una casta de profesores. Los intereses creados en torno de los mediocres han encontrado en ella un inesperado apoyo. Se nos acusa ahora de insurrectos en nombre de un orden que no discutimos, pero que nada tiene que hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho a la insurrección. Entonces la única puerta que nos queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la juventud. El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención espiritual de las juventudes americanas nuestra única recompensa, pues sabemos que nuestras verdades lo son —y dolorosas— de todo el continente. ¿Que en nuestro país una ley —se dice—, la ley de Avellaneda, se opone a nuestros anhelos? Pues a reformar la ley, que nuestra salud moral lo está exigiendo.
La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros. Ante los jóvenes no se hace mérito adulando o comprando. Hay que dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguros de que el acierto ha de coronar sus determinaciones. En adelante, sólo podrán ser maestros en la república universitaria los verdaderos constructores de almas, los creadores de verdad, de belleza y de bien.
Los sucesos acaecidos recientemente en la Universidad de Córdoba, con motivo de la elección rectoral, aclaran singularmente nuestra razón en la manera de apreciar el conflicto universitario. La federación universitaria de Córdoba cree que debe hacer conocer al país y a América las circunstancias de orden moral y jurídico que invalidan el acto electoral verificado el 15 de junio. Al confesar los ideales y principios que mueven a la juventud en esta hora única de su vida, quiere referir los aspectos locales del conflicto y levantar bien alta la llama que está quemando el viejo reducto de la opresión clerical. En la Universidad Nacional de Córdoba y en esta ciudad no se han presenciado desórdenes; se ha contemplado y se contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha de agrupar bien pronto bajo su bandera a todos los hombres libres del continente. Referiremos los sucesos para que se vea cuánta razón nos asistía y cuánta vergüenza nos sacó a la cara la cobardía y la perfidia de los reaccionarios. Los actos de violencia, de los cuales nos responsabilizamos íntegramente, se cumplían como en el ejercicio de puras ideas. Volteamos lo que representaba un alzamiento anacrónico y lo hicimos para poder levantar siquiera el corazón sobre esas ruinas. Aquellos representan también la medida de nuestra indignación en presencia de la miseria moral, de la simulación y del engaño artero que pretendía filtrarse con las apariencias de la legalidad. El sentido moral estaba obscurecido en las clases dirigentes por un fariseísmo tradicional y por una pavorosa indigencia de ideales.
El espectáculo que ofrecía la asamblea universitaria era repugnante. Grupos de amorales deseosos de captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban los contornos en el primer escrutinio, para inclinarse luego al bando que parecía asegurar el triunfo, sin recordar la adhesión públicamente empeñada, el compromiso de honor contraído por los intereses de la universidad. Otros —los más— en nombre del sentimiento religioso y bajo la advocación de la Compañía de Jesús, exhortaban a la traición y al pronunciamiento subalterno. (¡Curiosa religión que enseña a menospreciar el honor y deprimir la personalidad! ¡Religión para vencidos o para esclavos!). Se había obtenido una reforma liberal mediante el sacrificio heroico de una juventud. Se creía haber conquistado una garantía y de la garantía se apoderaban los únicos enemigos de la reforma. En la sombra los jesuitas habían preparado el triunfo de una profunda inmoralidad. Consentirla habría comportado otra traición. A la burla respondimos con la revolución. La mayoría representaba la suma de la represión, de la ignorancia y del vicio. Entonces dimos la única lección que cumplía y, espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical.
La sanción moral es nuestra. El derecho también. Aquellos pudieron obtener la sanción jurídica, empotrarse en la ley. No se lo permitimos. Antes de que la iniquidad fuera un acto jurídico, irrevocable y completo, nos apoderamos del salón de actos y arrojamos a la canalla, sólo entonces amedrentada, a la vera de los claustros. Que esto es cierto, lo patentiza el hecho de haber, a continuación, sesionado en el propio salón de actos la federación universitaria y de haber firmado mil estudiantes sobre el mismo pupitre rectoral, la declaración de huelga indefinida.
En efecto, los estatutos reformados disponen que la elección de rector terminará en una sola sesión, proclamándose inmediatamente el resultado, previa lectura de cada una de las boletas y aprobación del acta respectiva. Afirmamos, sin temor de ser rectificados, que las boletas no fueron leídas, que el acta no fue aprobada, que el rector no fue proclamado, y que, por consiguiente, para la ley, aún no existe rector de esta universidad.
La juventud universitaria de Córdoba afirma que jamás hizo cuestión de nombres ni de empleos. Se levantó contra un régimen administrativo, contra un método docente, contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se ejercitaban en beneficio de determinadas camarillas. No se reformaban ni planes ni reglamentos por temor de que alguien en los cambios pudiera perder su empleo. La consigna de «hoy para ti, mañana para mí», corría de boca en boca y asumía la preeminencia de estatuto universitario. Los métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la universidad apartada de la ciencia y de las disciplinas modernas. Las elecciones, encerradas en la repetición interminable de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los dogmas, trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración del silencio puede ser ejercitada en contra de la ciencia. Fue entonces cuando la oscura universidad mediterránea cerró sus puertas a Ferri, a Ferrero, a Palacios y a otros, ante el temor de que fuera perturbada su plácida ignorancia. Hicimos entonces una santa revolución y el régimen cayó a nuestros golpes.
Creímos honradamente que nuestro esfuerzo había creado algo nuevo, que por lo menos la elevación de nuestros ideales merecía algún respeto. Asombrados, contemplamos entonces cómo se coaligaban para arrebatar nuestra conquista los más crudos reaccionarios.
No podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa, ni al juego de intereses egoístas. A ellos se nos quiere sacrificar. El que se titula rector de la Universidad de San Carlos ha dicho su primera palabra: «Prefiero antes de renunciar que quede el tendal de cadáveres de los estudiantes». Palabras llenas de piedad y de amor, de respeto reverencioso a la disciplina; palabras dignas del jefe de una casa de altos estudios. No invoca ideales ni propósitos de acción cultural. Se siente custodiado por la fuerza y se alza soberbio y amenazador. ¡Armoniosa lección que acaba de dar a la juventud el primer ciudadano de una democracia universitaria! Recojamos la lección, compañeros de toda América; acaso tenga el sentido de un presagio glorioso, la virtud de un llamamiento a la lucha suprema por la libertad; ella nos muestra el verdadero carácter de la autoridad universitaria, tiránica y obcecada, que ve en cada petición un agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión.
La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa.
La juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su federación, saluda a los compañeros de América toda y les incita a colaborar en la obra de libertad que inicia.
Enrique F. Barros, Horacio Valdés, Ismael C. Bordabehere, presidentes — Gumersindo Sayago — Alfredo Castellanos — Luis M. Méndez — Jorge L. Bazante — Ceferino Garzón Maceda — Julio Molina — Carlos Suárez Pinto — Emilio R. Biagosh — Angel J. Nigro — Natalio J. Saibene — Antonio Medina Allende — Ernesto Garzón.
Foto de tapa: Alumnos de la Universidad de Córdoba, celebrando la Reforma