• 21 de noviembre de 2024, 6:37
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El modelo de populismo escandinavo

Por Lorena Muñoz

Hubo una época no tan lejana, en que los noticieros televisivos comenzaban con el contexto. Esto es, con las noticias internacionales, luego las nacionales, una notita de color y, finalmente, las policiales. 
No hace falta describir un noticiario en tu pantalla. Casi exactamente al revés. 
Esta "inocencia" o desorden profesional no tiene nada de inocente, y es lo que permite a los que gustan repetir "te lo digo como periodista", expresar que no estamos en el mundo.  Sí, siempre estuvimos. Lo que no está a la altura (y duele), es el periodismol.
Lean internacionales, geopolítica. Si les gusta adornarlo con frases bellas, usen el Efecto Mariposa. LLF



Dinamarca, Noruega y Suecia, también referidos en su conjunto como países escandinavos, suelen usarse como referencia cuando hablamos de altos niveles de vida, del índice mundial de felicidad o de calidad democrática. A primera vista, podría parecer que la vida nórdica es tranquila y sin grandes sobresaltos en su política e instituciones. Sin embargo, la ola de movimientos y partidos populistas que ha hecho tambalearse a toda Europa también ha llegado al norte.

El politólogo Cas Mudde define el concepto de populismo como una “ideología fina”, en el sentido de que tan solo se basa en la separación de la sociedad en dos grupos: la élite política corrupta y el pueblo. Esta delgada ideología no nos dice nada por sí misma, no tiene mayor peso, por lo que debe complementarse necesariamente con otra ideología más fuerte. Esto explica por qué podemos encontrar movimientos populistas en cualquier lado del espectro político y por qué el populismo no debe entenderse como un fenómeno exclusivamente de derechas o de izquierdas.

Dentro de este amplio espectro ideológico, los partidos populistas escandinavos se encuentran en la franja de la derecha. Estos partidos no solo se caracterizan por rechazar a las élites políticas, sino que su discurso está marcado por un fuerte contenido antiinmigración y por las críticas a instituciones como la Unión Europea. En este sentido, parecen coincidir con otros partidos populistas de la derecha europea. Sin embargo, en el caso de los países escandinavos, las similitudes suelen acabar ahí; de hecho, ninguno de los partidos populistas de la derecha nórdica encaja exactamente en el ejemplo de un partido populista de manual, como podría ser el Frente Nacional de Marine Le Pen.

Los partidos populistas de derechas no son ninguna novedad en el panorama político de Dinamarca, Noruega y Suecia. Los actuales partidos que representan esta ideología —el Partido Popular Danés, el Partido del Progreso noruego y los Demócratas de Suecia— son escisiones de partidos anteriores del mismo corte político o una versión evolucionada y adaptada al siglo XXI de aquellos. Estos tres partidos surgieron originariamente como una reacción a las subidas de impuestos que marcaron el paso de las sociedades agrarias a las industrializadas y urbanas a principios de los años 70. A continuación, repasaremos cómo han evolucionado y llegado al poder estos partidos de corte populista.

El Partido Popular Danés

El Partido Popular Danés surgió como una escisión del Partido del Progreso danés en 1995 y entró por primera vez en el Parlamento en 1998 con un total de 13 asientos. Desde entonces, ha ido adquiriendo una mayor cuota de representación hasta convertirse en diez años en el principal aliado de los partidos de la centroderecha danesa para formar coalición en el Gobierno. Su ascenso frenó en seco en 2011, cuando pasó a formar parte de la oposición, pero en 2015 volvió a la coalición de gobierno como segunda fuerza política con un 21,1% de los votos.


La más reciente ha sido su propuesta para erradicar los 25 “guetos” de inmigrantes identificados por el Gobierno, con medidas como la asistencia obligatoria de niños pertenecientes a familias de inmigrantes a cursos de “valores daneses” durante 25 horas semanales, el endurecimiento de las leyes penales en las áreas consideradas guetos o cuatro años de prisión para los padres que envíen a sus hijos a visitar sus países de origen durante periodos largos, ya que se consideran “viajes de adoctrinamiento” que pueden radicalizar a los menores. El Partido Popular Danés también promovió —aunque finalmente no se incluyó en la propuesta final— establecer un toque de queda para los menores en estas zonas, que se implementaría mediante tobilleras electrónicas.

A pesar de ello, el liderazgo del Partido Popular Danés parece un poco más incierto tras la aparición de un nuevo partido político populista, La Nueva Derecha —Nye Borgerlige—, que propone medidas aún más restrictivas en materia de asilo e inmigración, retirarse de la Unión Europea y de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados y estrechar vínculos comerciales con Noruega y Reino Unido para “salvaguardar el libre comercio” y “librarse de la UE”.

El Partido del Progreso noruego

A diferencia del caso danés, el Partido del Progreso noruego lleva desde 1973 activo en la vida política del país, sin ser el fruto de un partido anterior. En sus orígenes, se definía como un grupo neoliberal, antiburocrático y centrado casi exclusivamente en materias económicas y fiscales. No será hasta más adelante cuando la inmigración y el sentimiento nacionalista ganen peso en su discurso. Sin embargo, a diferencia de otros partidos populistas europeos, estos temas no han monopolizado su agenda, en la cual los impuestos o el endurecimiento de las leyes penales también ocupan un papel relevante.

Liderado en la actualidad por Siv Jensen, el partido dejó en 2013 su permanente bancada de oposición para unirse al Gobierno de centroderecha liderado por Erna Solberg. La polémica no se hizo esperar y los medios internacionales no tardaron en hacerse eco de que Anders Breivik, el autor de los ataques del 22 de julio de 2011 que dejaron decenas de muertos, fue miembro del Partido del Progreso. La membresía de Breivik ya había jugado una mala pasada al partido en 2011 cuando se descubrió su conexión tras la masacre. Los lamentables sucesos supusieron un cambio en el partido, que redujo el tono respecto a sus políticas antiislámicas y comenzó a presentarse al público como un partido serio y con capacidad de gobierno.

La moderación del discurso pareció surtir efecto y en las recientes elecciones de 2017 se posicionaron como la tercera fuerza política del país; actualmente se encuentra en una coalición de gobierno con los partidos Conservador y Liberal. El Partido del Progreso es sin duda el partido populista de derechas más exitoso de toda Europa, ya que ha sabido mantenerse en el poder tras su primera legislatura compartida. A pesar de haber suavizado su discurso en algunas materias, la formación —y, en concreto, su exministra de Justicia, Sylvi Listhaug, conocida como “la Trump noruega”— ha ocupado portadas con más de una polémica.

Sin ir más lejos, en marzo de 2018 Listhaug hizo tambalear el Gobierno de coalición de Solberg. Tras el rechazo por parte del Partido Laborista Noruego de una medida que pretendía despojar de la nacionalidad noruega a “terroristas potenciales” y otras personas que cometan actos “que desafíen los intereses vitales de la nación”, Listhaug no tardó en publicar en su página de Facebook una foto de militantes del grupo terrorista Al Shabab bajo el texto “El Partido Laborista considera los derechos de los terroristas más importantes que la seguridad de la nación”. Esta publicación, de forma intencionada o meramente desafortunada, coincidió con el estreno de Utoya, 22 de julio, la película sobre la masacre cometida por Breivik.

Tras una intensa moción de censura contra la ministra a causa de la publicación —en la cual el voto en contra de los democristianos fue decisivo—, Solverg se encontraba en una encrucijada: apoyar a la ministra y disolver el Gobierno o aceptar la moción de censura y arriesgarse a perder el apoyo del Partido del Progreso en futuras negociaciones. La sociedad noruega se movilizó enormemente durante esos días a través de campañas organizadas en las redes sociales. Los simpatizantes de la ministra enviaron flores a su despacho y grupos contrarios a sus políticas recaudaron 17 millones de coronas noruegas —casi dos millones de euros— para Médicos sin Fronteras. Finalmente, Listhaug presentó su dimisión y evitó un mayor drama institucional.

Los Demócratas de Suecia

El caso de Suecia es el más particular de los tres países escandinavos. A pesar de que el partido se fundó en 1988, los Demócratas de Suecia no alcanzaron el Parlamento hasta el año 2010. La principal explicación es la llamada “política de cordón sanitario” que se llevó a cabo durante casi tres décadas, por la que el resto de los partidos se negaron a negociar o establecer cualquier tipo de contacto con este partido. Uno de los motivos de este aislamiento político son los vínculos del partido con el movimiento nazi; su propio fundador, Gustaf Ekström, fue miembro de las Escuadras de Protección nazis —comúnmente conocidas como sus siglas en alemán, SS—.

En 1995 el partido comenzó un proceso de modernización y abandonó cualquier conexión que lo relacionara con el nazismo. Los cambios se intensificaron en 2005, cuando Jimmie Åkesson tomó las riendas del partido; entre otras medidas, modificó su logo —de una antorcha con la bandera sueca en su llama a una flor azul—, lo cual culminaba el cambio de imagen que se llevaba fraguando durante una década. Los cambios y el nuevo liderazgo dieron su fruto: en 2010 el partido logró entrar en el Parlamento con 20 asientos y en las elecciones de 2014 se convirtió en la tercera fuerza política del país con 49 asientos.

El lavado de cara no ha sido el único elemento que ha jugado a favor del partido. El aumento de solicitantes de asilo e inmigrantes en los últimos años ha hecho permear el mensaje de los Demócratas de Suecia. La actual coalición de Gobierno, de centroizquierda —compuesta por los partidos Socialdemócrata y Verde—, ha endurecido sus políticas fronterizas y de asilo, tal vez en un intento de no perder votantes entre sus filas en beneficio de los autodenominados Demócratas, a pesar de que las solicitudes se han reducido drásticamente en los últimos tres años.

A pesar de su fortalecida presencia en el Parlamento, el resto de los partidos políticos decidieron mantener el aislamiento, incluso cuando su voto en contra de los presupuestos estuvo a punto de causar unas elecciones anticipadas al comienzo de la legislatura, en 2014. Sin embargo, las elecciones del próximo septiembre de 2018 y la creciente popularidad del partido entre la población parecen haber hecho presión entre los grupos parlamentarios y provocado una reacción. En 2017 el Partido de la Coalición Moderada inició conversaciones con los Demócratas de Suecia y ha expresado su voluntad de incluirlos en las conversaciones sobre un acuerdo en materia de inmigración.

Todo apunta a que las elecciones de septiembre van a suponer un cambio en el panorama político sueco. Las últimas encuestas sitúan a los Demócratas de Suecia como el segundo partido más votado, lo que convertirá su apoyo en un elemento clave, bien para la coalición que intente formar Gobierno, bien para la oposición. En cualquier escenario, los Demócratas de Suecia serán los ganadores simbólicos de las elecciones al salir previsiblemente de su ostracismo y poder influir decisivamente en las políticas de los próximos cuatro años

El norte gira a la derecha

Siguiendo la tendencia europea, los países escandinavos también están virando a la derecha. Los partidos populistas de derechas han ganado relevancia y presencia en sus instituciones. Pese a las características compartidas —una retórica antiinmigración, el rechazo a las élites o el euroescepticismo—, no podemos decir que estos partidos escandinavos sean idénticos a otros partidos populistas de la derecha europea. Una de las principales diferencias es que, aunque la inmigración ocupa un punto clave en sus agendas, no las monopoliza. Tampoco encontramos líderes especialmente carismáticos, como en el resto de Europa.

Estos tres partidos escandinavos han suavizado su retórica para presentarse a sí mismos como capaces de gobernar. Ello ha potenciado su aceptación en una sociedad cada vez más sensible con algunos de los temas en los que estos partidos llevan años centrados. Su llegada al poder ha sido progresiva, pero parece que de momento los partidos tradicionales no suponen una amenaza para su continuo ascenso, como ejemplifica el caso de Suecia. Sin embargo, si el viraje a la derecha continúa en la sociedad, estos partidos corren el riesgo de convertirse en las élites a las que tanto desprecian, lo que pondría en peligro su electorado, que puede verse atraído por la sombra de una derecha aún más radical.

                  Foto: Banderas de Dinamarca, Suecia, Noruega y Finlandia. Fuente: Debating Europe.

Fuente: El Orden Mundial

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