El manuscrito Voynich, así llamado por el librero anticuario norteamericano que lo compró en 1912, en un seminario jesuita en Frascati, en el sur de Roma (Italia), es seguramente una de las obras más misteriosas de la historia. Se desconoce a ciencia exacta su origen, sus propósitos, su lenguaje y el significado de sus cientos de dibujos de plantas reales o imaginarias, estrellas, constelaciones zodiacales, o mujeres desnudas que nadan en bañeras, colmadas de un líquido verde, que se extienden hasta unas raras cañerías. Sus más de doscientas páginas irradian un secreto que no pudo ser descifrado ni por el famoso erudito jesuita Athanasius Kircher, ni por otros sagaces expertos en criptografía. Algunos sostienen que es obra de Roger Bacon, el célebre pensador franciscano del siglo XIII, versado en astronomía y alquimia; otros estiman que fue un fraude, una obra inventada para ser vendida al crédulo Rodolfo II de Praga, rey conocido por sus aficiones ocultistas. Pero, aun cuando la obra fuera efectivamente un engaño, eso no la despoja de su condición de poderosa ficción, donde pareciera brillar un nuevo lenguaje y quizá un sutil código simbólico. Para explorar este misterio del lenguaje, del simbolismo y de la historia erudita occidental presentamos un artículo de Juan Ignacio Cuesta, licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, editado previamente en la web Los misterios olvidados.
El manuscrito Voynich alimenta el brillo de lo secreto e indescifrable aun entre las lámparas del saber contemporáneo que aspiran a la máxima y gradual transparencia y comprensión de las estructuras de este mundo.
Esteban Ierardo
1639. El alquimista Georg Baresch recomienda al prestigioso científico jesuíta Athanasius Kircher como la persona más idónea para estudiar un misterioso manuscrito de 235 páginas cargado de textos cifrados, ilustraciones botánicas y dibujos que parecen ser agrupaciones de estrellas. Han transcurrido 361 años. Las misteriosas grafías e ilustraciones siguen burlando a expertos en códigos cifrados, científicos y eruditos. Su secreto permanece inviolable.
Ciertos objetos provocan una insidiosa inquietud cuando se muestran ante nuestros ojos con toda su cruda carga de misterio. Y pueden conducirnos a llevar una vida obsesionada por desentrañar el enigma, incluso afrontando peligros desconocidos. Algo así le debió suceder a Wilfrid M. Voynich en 1912 cuando, coleccionista de manuscritos medievales, encontró uno insólito en el Colegio Jesuita de Mondragone -Frascati, cerca de Roma-. Consta de 235 páginas en octavo (15 x 27 cm.), sin cubierta y, por la numeración, ha extraviado en su azaroso viaje nada menos que 28 de ellas. Está escrito en un lenguaje irreconocible. Desde entonces es el culpable de otros escalofríos: los de los expertos en criptografía y códigos ocultos que pueblan las universidades y los servicios de inteligencia del mundo que no han sido capaces de aclararnos su contenido.
Una historia legendaria
Su origen es desconocido, aunque se atribuyó su autoría a Roger Bacon (1214-1294), monje astrónomo precopernicano, autor de diversos tratados de Alquimia y el principal precientífico medieval. Sin embargo otros especialistas consideran que fue escrito entre los siglos XV y XVII. Su rastro nos lleva a una primera referencia durante el reinado de Enrique VIII de Inglaterra. En aquellos años se expoliaron muchos monasterios por parte del duque de Nothumberland. En uno de ellos es donde aparece por primera vez. Algún tiempo después llega a conocimiento del Dr. John Dee (1527-1608), una de las personalidades más inquietantes de la corte isabelina. Rodolfo II de Bohemia (1552-1612) lo compra por 600 ducados (¡unos 160 millones de pesetas del 2000!) y en 1608 lo envía para su estudio al director de los Jardines Botánicos, el sabio checo Jacobus Horcicki "de Tepenecz" -su firma figura en el folio primero-. Este emperador es uno de los más excéntricos de la historia de Europa. Coleccionaba enanos y tenía un regimiento de gigantes. Se rodeaba de astrólogos, de juegos, códices y músicas extrañas. La única fecha que tenemos documentada es ésta de 1608. En estos años aparecen muchos códigos cifrados, a partir de la Steganographia de Johannes Tritemius, obispo de Sponheim, alquimista y criptografista destacado. A pesar sus varios trabajos para distintos ámbitos, militar, religioso o político, ninguno de ellos parece tener la más mínima relación con él manuscrito Voynich.
En agosto de 1666, siguiendo la recomendación que hiciera el alquimista Georg Baresch, el rector de la universidad de Praga Johannes Marcus Marci lo envía al jesuita Athanasius Kircher, especialista en continentes desaparecidos, jeroglíficos egipcios y criptografía en general. Este tampoco consiguió descifrarlo que sepamos. Por fin, termina olvidado en alguna parte (¿la Biblioteca Vaticana?). Lo cierto es que reaparece en 1912 en Mondragone, cuando Voynich (foto izquierda) lo encuentra en la librería privada de Petrus Beckx (22.º General de la Compañía de Jesús). A partir de ese momento viaja hasta Estados Unidos, donde se proporcionan copias a diversos especialistas. En 1919 llega a conocimiento del decano de la universidad de Pensilvania William Romaine Newbold, especialista en lingüística y códigos cifrados -felicitado por Franklin Roosevelt por su éxito en la interpretación de mensajes interceptados a espías-. Trabajó con él dos años y creyó haber encontrado la clave, pero luego comunicó su pérdida. Curiosamente, a partir de 1921 da conferencias en las que afirma cosas como que Bacon descubrió que la nebulosa de Andrómeda era una galaxia copia de la Vía Láctea, que conocía las leyes de la formación de embriones y la estructura celular completa. También cita frases del monje como: "He visto, en un espejo cóncavo, una estrella que semeja un caracol. Está entre el centro de Pegaso, los pechos de Andrómeda y la cabeza de Casiopea" -allí se descubriría la Gran Nebulosa-. Sin embargo, el resto de expertos cuestionan su interpretación. Su obsesión le lleva a la demencia y muere loco en 1926. Sus trabajos son publicados por Roland Grubb Kent. La contestación a su interpetación estaría encabezada por Manly, profesor escéptico. La polémica se salda con el desinterés general por el manuscrito. Tendremos que llegar a 1944 para que el especialista en criptografía militar, William F. Friedman, decida analizarlo con un ordenador R.C.A. 301, que evidencia, no sólo su cifrado sino que se corresponde con una lengua construida artificialmente. En 1961 el anticuario neoyorquino H. P. Kraus lo compra por 24.500 dólares (4.500.000 pesetas). Después lo valora en 160.000 (29 millones), pero no encuentra comprador. Por fin es donado y desde 1969, está depositado en la universidad de Yale, en la Librería de Libros Extraños Beinecke, catalogado con el número MS 408.
El manuscrito
El texto y los dibujos están caligrafiados al modo medieval vulgar y quien lo escribió lo hacía de corrido -no con letras aisladas-, por lo tanto estaba bien adiestrado. Se detecta un alfabeto de entre diecinueve y veintiocho letras, y no existe ningún código cifrado de la época que se le parezca lo más mínimo, tanto en texto como ilustraciones. No tiene correcciones visibles. Sus colores son amarillo, rojo, azul, verde y pardo. Los dibujos representan plantas raramente identificables, diagramas fantásticos quizá astronómicos con aparentes agrupaciones de estrellas y multitud de engimáticas y diminutas mujeres desnudas sobrenadando en un líquido verde en bañeras a las que llegan cañerías extrañas. Hay también personas diminutas vestidas al modo europeo en una especie de cubos de basura. En un parte los dibujos parecen remitirse a biología microscópica. Tiene abreviaturas latinas y numeración arábiga. Códigos o claves que se repiten a lo largo del libro. En su última página hay una especie de clave que es la que llevó a Newmann a su primera y errónea interpretación. También hay anotaciones en alemán y nombres de meses en la sección astronómica que seguramente se añadieron años después de su creación. Algunas notas en otra escritura extraña también desconocida.
Analizado estadísticamente en ordenador el misterio se hace mucho mayor. Se distinguen dos tipos de "lenguajes" distintos, según Currier y D'Imperio, A y B. Su entropía -medida cuantitativa del comportamiento azaroso de las agrupaciones de signos- es baja, menor que en la mayor parte de los lenguajes humanos. Sólo algunos de Polinesia presentan valores inferiores. Esto significa que se utilizan muchos signos para un solo sonido y que esta regla es común para todo el texto. Los dos tipos de lenguajes pueden corresponderse con diferentes materias, autores o uno solo durante un largo período de tiempo. Existen otras ornamentales típicas de los alrededores del 1400 y el estilo de línea de las "ninfas" es de la época que va desde el 1480 al 1520. Adam McLean, experto en alquimia sugiere la posibilidad de que se trate de un texto temprano de la disciplina. Según el profesor Sergio Toresella las hierbas fantásticas son a su vez "alquímicas", y los textos se corresponden con diversos hechizos y encantamientos.
Sus secciones son: herbal, donde aparecen dibujos de plantas fantásticas inidentificables; astronómica, signos zodiacales extraños, planetas y estrellas; cosmológica, con círculos, estrellas y esferas celestiales; farmacéutica, vasos y partes de plantas; biológica, donde aparecen las famosas figuras femeninas nadando en curiosas tuberías; un sección incatalogable donde aparecen muchos párrafos cortos precedidos por una estrella.
Las modernas investigaciones
Voynich quiso desde el primer momento conocer la traducción de su manuscrito e hizo los primeros intentos proporcionando copias fotográficas al paleógrafo H. Omont de la Biblioteca Nacional de París, a A. G. Little, la mayor autoridad en Bacon, George Fabyan de los Laboratorios Riverbank y al cardenal Gasquet, conservador de los Archivos Vaticanos. Ninguno tuvo éxito.
Como ya hemos comentado en 1919 llega a las manos de William Romaine Newbold, profesor de filosofía en la Universidad de Pensilvania. Este presenta una traducción en la que afirma que Bacon había inventado el telescopio y el microscópo. De ahí que muchos dibujos sean agrupaciones de cuerpos celestes y otras células y citoplasmas. Nadie le cree, sobre todo porque su obsesión le iría mermando la razón. Muere loco en 1926. En 1931 John Manly escribe una carta desautorizándo sus trabajos y evidenciando los errores cometidos. Además dice que la tradución es irreal e incomprensible. En 1931 Voynich toma contacto con el profesor H. Hyvernat de la Universidad Católica de América, asistido por Theodore Petersen. Éste último trabajó en él hasta su muerte, elaborando una sistemática completa. Theodor Holm, identificó 16 especies de plantas en el material de Petersen y el benedictino Hugh O'Neil, reconoce algunas plantas propias de América. En 1943, Joseph Martin Feely, publica un libro donde expone una traducción en latín abreviado. Su solución no ha sido aceptada. En 1969, William y Elizabeth Friedman desautorizan de nuevo a Newbold y comunican que sigue sin traducir pero han descubierto que está en un lenguaje sintético, construido mediante la lógica. Pero no consiguen su traducción. También hay que citar a John Tiltman y D'Imperio, que organizó un simposium en 1972. Robert S. Brumbaugh, profesor de filosofía medieval es el autor de la hipótesis de que sería una falsificación de Dee o Kelley para estafar a Rodolfo II, pero encuentra una forma para traducir los nombres de las plantas y los signos zodiacales, encontrando el término ortiga junto a una planta que se le asemeja vagamente. A partir de 1991, aparecieron otros entusiastas como Reeds y Guy, autor de un lenguaje: el Frogguy, apropiado para trabajar en su solución. En 1995, el experto en botánica medieval Sergio Toresella publica que está escrito con una caligrafía adaptada del Movimiento Humanista Italiano y lo data alrededor de 1460. Estaría dirigido a la clientela de algún médico o curandero.
El proyecto EVMT
El día 5 de septiembre de 1996 se presenta en público el European Voynich Manuscript Transcription Project, conocido con las siglas EVMT, o sea el Proyecto Europeo de Transcripción del Manuscrito Voynich. Su objetivo es conseguir una traducción completa del mismo de forma legible, basada en las investigaciones de Petersen, proporcionadas por William & Elizebeth Friedman, George C. Marchall Library, Lexington, Virginia.
Del libro lo único que conocemos es su contenido, porque su continente está profusamente estudiado. Por ejemplo, en 1991 se comunica el intento de datación con radiocarbono, utilizando 30 milígramos de pergamino, una cantidad que no le afecta demasiado. El dato obtenido podría corresponder al momento de la muerte del animal del que se utilizó la piel. Sin embargo la variedad de fechas detectadas, unas del siglo XIII, otras de un período inconcreto entre 1660 y 1700, y otras del propio 1912, hacen pensar que las distintas manipulaciones a que ha sido sometido son ya una alteración irreversible de su estructura. El método pues no es válido.
Las tareas planteadas son: ¿Puede ser descrifrado? ¿En qué lenguaje está escrito? ¿A qué codificación responde? ¿Hay documentos similares? ¿Por qué está escrito en forma de libro? ¿Quién es su autor y cuando lo realizó? En términos analíticos sabemos lo siguiente: A grandes rasgos el texto sigue las leyes 1.ª y 2.ª de frecuencia de palabras. Su distribución responde a un modelo de menor comprensión que las lenguas europeas. La distribución de palabras es distinta del latín. Se comprueba perfectamente la existencia de los lenguajes A y B.
Ha sido comparado con los siguientes lenguajes naturales: latín, latín abreviado, inglés, alemán, griego, sánscrito, hebreo, árabe y latín vulgar. Con los lenguajes oscuros enoquiano y Balaibalan. Con otros códigos cifrados. Con lenguajes artificiales: la Lingua Ignota, de Hildegart von Bingen (1153), el Arithmeticus nomenclator (anónimo jesuíta español de 1653), Wilkins (1641), Dalgarno's (1661), Beck's (1657) y el Lenguaje Sintético de Johnston (1641). No presenta estructura aleatoria automática.
Una nueva teoría
De todas las aportaciones de quienes se han interesado por él en los últimos años, se deduce una muy original. Es la de quienes piensan que es un libro escrito para ser interpretado muchos años después de su creación. Como si se hubiese elaborado mediante un sistema sólo legible con las máquinas automáticas propias de nuestro tiempo. No sería el único caso. El propio Leonardo da Vinci manifestó que pasarían muchos años antes de que se pudiesen desarrollar y utilizar prácticamente sus diseños, como así ha sucedido. Y aquí surge una pregunta inmediata: ¿Será descifrado algún día?
La extraordinaria resistencia del manuscrito a revelar su contenido a los expertos durante los últimos 4 siglos hace pensar que no va a ser fácil a corto plazo. Es cierto que la vulgarización mundial de los intentos realizados y la comunicación que se está produciendo terminará por dar una pauta de trabajo eficaz. Quizá su contenido no sea especialmente importante, pero casi seguro se trata de un testigo de los primeros intentos del hombre por comprender y delimitar el mundo y los poderes enigmáticos que actúan sobre él. Si sólo fuera un libro de ritos cátaros, también sería fascinante saber lo que la Inquisición y el Vaticano nos han querido ocultar. El autor no importa tanto como que es uno de los libros de la humanidad y que junto a otros como el Beato de Liébana o las Glosas emilianenses, son la parca herencia documental de una enigmática Edad Media que da gota a gota claves para comprender el sentido histórico del hombre y de la creación en su conjunto. Esperemos el éxito en su traducción. (*)
(*) Fuente: Juan Ignacio Cuesta, "El misterioso manuscrito Voynich", editado con anterioridad en Los misteiros Olvidados, en web lkerjlmenez.com