• 18 de abril de 2024, 14:45
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El arte mexicano va al mercado

Por Monica Maristain


Sumario: ¿Hay un mercado del arte en México? Si lo hay, ¿es un negocio boyante o por el contrario está sometido a la inestabilidad que reina en otras disciplinas? ¿El arte contemporáneo mexicano es serio, relevante?  

 

“¿Tú crees que conozco el MUAC? ¿Crees que alguna vez he entrado ahí? Ni loco. Jamás he ido y jamás iré, sólo por el coraje que me da saber que cuando entre me encontraré con una cajita en toda una exposición. Cuando alguien me pregunta, ¿fuiste a ver la Colección Jumex?, le digo: ¿me viste cara de loquey o qué?”.

 

El legendario pintor de cuadros Arturo Rivera (1945) usa un verbo enfático y una actitud rebelde para mostrar su desprecio por las nuevas expresiones del arte contemporáneo en México.

 

Digamos que su rechazo lo extiende más allá de las fronteras nacionales y no se mide a la hora de denunciar lo que él llama “arte comercial”.

 

“Todo ese arte de supermercado, de MACO, es lo que mi amiga Avelina Lésper llama “arte para personas VIP” y el Vip son las siglas de “Video, Instalación y Performance”. Es mi lucha en la Academia San Carlos. ¡Hay que sacar a los videoartistas de la Academia San Carlos! ¿Qué tienen que hacer allí?”, se pregunta en un grito sordo sin esperar respuesta.

 

“¿Viste una cosa que se llama La burbuja del arte contemporáneo? (película documental del crítico británico Ben Lewis). Está en YouTube, vela, por favor”, aconseja con palabras que pueden sonar anacrónicas. Al fin y al cabo Rivera es un artista de caballete, septuagenario, que valora el cuadro como objeto artístico y podría decirse que no comprende las nuevas expresiones del arte.

 

Sin embargo, ¿de qué hablamos cuando hablamos de las nuevas expresiones del arte? ¿De una cuestión puramente estética, que se define sólo por los gustos y los conocimientos de los entendidos o de un mercado que convertido la obra de arte en la gran mercancía del siglo XXI?

 

Y cuando hablamos de mercado del arte, ¿lo hacemos también en nombre de insignes artistas que murieron en la más absoluta miseria y que hoy cotizan por sumas increíbles en subastas famosas como las de Christie’s o Sotheby’s?

 

VIEJAS PASIONES, NUEVAS INVERSIONES

 

En el negocio del arte hay dos corrientes bien diferenciadas. Por un lado está el objeto-arte como inversión y que llega desde el fondo de los tiempos para plantarse fuerte en un mercado que mueve ingentes cantidades de dólares.

 

En ese nicho México se ubica con esplendor adueñándose de la lista de los latinoamericanos más caros con obras de Rufino Tamayo, Frida Kahlo, Diego Rivera  y Remedios Varo, entre otros.

 

Por el otro, está el mercado del arte contemporáneo donde todo se vende más allá de la consagración o la legitimación estéticas.

 

Vale decir, ¿es arte lo que hace Richard Prince (1949), el estadounidense creador de lo que él mismo ha llamado “refotografía” y que consiste en reproducir por ejemplo imágenes de los vaqueros de la publicidad de Marlboro y enmarcarlos para luego mandarlos a subasta?

 

“La burbuja del coleccionismo de cosas que pretenden ser arte y que en realidad son objetos de lujo excéntrico, se infló paralela al desenfreno bancario y a la burbuja inmobiliaria. Decidir qué comprar entre tantas obras iguales es un dilema que se resuelve con la inspiración de otras burbujas, las del champán que regalan en la zona VIP, precisamente para los compradores de cosas VIP: video, instalación, performance”, escribió la ya citada Avelina Lésper en el periódico Milenio.

 

Así las cosas, sólo “la burbuja del arte contemporáneo” a la que hacía referencia Arturo Rivera al principio de este reportaje puede ayudarnos a comprender el fenómeno comercial en que ha caído la expresión artística en nuestros tiempos y frente al cual México no se mantiene ajeno.

 

Para la crítica de arte neoyorquina Katie Kitamura, colaboradora habitual de The New York Times, ni siquiera el performance o el arte efímero se han visto librados de la comercialización, a pesar de que muchos artistas y críticos pensaban que las nuevas expresiones iban a mantenerse inmunes frente a la danza de billetes dirigida por jeques árabes y millonarios rusos, entre otros entusiastas inversores.

 

“Se suponía que todo el valor del performance nacido en los ’80 residía en lo efímero, en que no podía venderse. Sin embargo, hasta el performance de nuestros días comenzó a comercializarse y a formar parte de ese mercado que tanto pretendía atacar.

 

Por otro lado, tenemos el problema del mercado en sí que acelera todos los procesos creativos. Hay artistas emergentes con muy poca obra que cuando son descubiertos enseguida son lanzados a la comercialización, no se respetan los tiempos de creación”, opina Kitamura.

 

EL DURO MERCADO MEXICANO DEL ARTE

 

En dicho contexto, el galerista Enrique Guerrero, cuya vocación es el arte contemporáneo, aunque permanentemente apoya y difunde a los grandes maestros de arte latinoamericano como Remedios Varo, José Clemente Orozco y Francisco Zúñiga, admite que “el mercado de arte en México es duro”.

 

“Es un mercado grande, pero no muy bien establecido. Hay muchos tabúes. Como ese mito de que si compras en galería te va a costar más caro. Lo cual no es cierto. Todo el mundo tiene un amigo pintor que ya exhibió en Nueva York. Y yo siempre comento: ¿Ah, sí? No me digas…¿en qué parte de Nueva York? Bueno, en la casa de no sé quién por no sé dónde…”, explica.

 

“Es como si yo te dijera que trabajo en Coca Cola. Tú no sabes si soy directivo de Coca Cola o en realidad manejo un carrito que reparte refrescos de tienda en tienda. No es dónde trabajes, no es la ciudad, no es la empresa, es en qué lugar estás con tu arte”, agrega.

 

Guerrero, que se niega a ser el malo de la película, levanta una lanza por su oficio y duda del cliché que pinta a los galeristas como los mercenarios que viven a costa de los artistas.

 

“Está más que comprobado que son mínimos los casos de artistas que han vendido sin el apoyo de un galerista. Son casos muy conocidos además porque son raros, escasos. Incluso a esos fue el mercado el que al final los hizo famosos”, dice sin dar nombres.

 

EL AUGE DEL COLECCIONISMO MEXICANO

 

Precisamente, es la directora de Zona Maco, Zélika García, quien se entusiasma a la hora de describir el buen estado de salud que experimenta el mercado del arte en nuestro país.

 

Según su experiencia al frente de la que es considerada la mayor feria de arte en Latinoamérica, “el mercado del arte en México mejora año tras año”, al incorporarse cada vez más los jóvenes coleccionistas.

 

“Cuando comenzó Maco, el coleccionismo en México era una actividad a la cual muy pocos tenían acceso y resultaba difícil adquirir piezas de arte contemporáneo internacionales dentro del país”, dice en entrevista.

 

Para García, invertir en arte es una buena opción “porque siempre se revaloriza”, aun cuando reconoce que como en toda inversión también se corren riesgos.

 

 “Muchos coleccionistas prefieren ir a lo seguro y comprar obras de artistas consagrados, pero no faltan los que apuestan por los jóvenes”, asegura.

 

MOTIVOS Y TENDENCIAS, MÁS ACÁ DE LA SANGRE

 

La pasada década se caracterizó por un arte ligado con los temas originados en La Guerra del Narco, el arte político, pero ¿vendieron mucho artistas como Teresa Margolles (oriunda de Culiacán, Sinaloa, conocida como “la artista de la muerte”)?

 

Según Enrique Guerrero, ni la citada Margolles (1963), ni Santiago Sierra (1966), artista español radicado en México e integrante del Grupo Semefo (siglas que provienen del Servicio Médico Forense), “son los artistas más caros ni los más conocidos”.

 

“El más conocido del arte contemporáneo mexicano es Gabriel Orozco (1962) y no tiene nada que ver con la violencia. Francisco Toledo (1940) es el artista vivo más caro de México y nunca habla de la violencia. La primera muestra de Gabriel Orozco en los Estados Unidos, la de las tapas de yogur, cuando se empezó a hablar internacionalmente de él, fue en 1995. Las primeras piezas de Santiago Sierra son de ese año. La primera exposición de Teresa Margolles, no individual, sino como parte del grupo Semefo fue en el ’95”, explica.

 

De Margolles no hay cifras de ventas, en un sistema como el del arte donde todos o casi todos se niegan a hablar de números, aunque quedó para la historia el episodio protagonizado por Avelina Lésper, que en varias ocasiones ha llamado “farsante” a la artista sinaloense, en la edición 2013 de Maco, cuando un galerista quiso sacarla de la feria

 

“Te voy a denunciar para que te saquen de la feria’, me grita furiosa una galerista que vende de Teresa Margolles unas fotocopias encuadernadas de un periódico amarillista de Ciudad Juárez y validadas como arte por Cuauhtémoc Medina, 5 mil dólares, nada comparado con lo que cotizan muchos falsos artistas que han pisado los prestigiados pasillos de la Bienal de Venecia”, escribió Lésper en Milenio.

 

“A falta de talento, amarillismo. La obra expuesta en la Bienal de Venecia en representación del arte mexicano, ¿De qué otra cosa podríamos hablar? dice su autora Teresa Margolles, que está realizada con sangre de personas asesinadas por narcotraficantes y en enfrentamientos con el Ejército o la Policía. Son telas supuestamente manchadas de sangre y fluidos. Con esta sangre trapean el piso del recinto de la exposición.

 

Por increíble que esto suene, a las instituciones de cultura del Estado les pareció de lo más lógico y natural que alguien fuera omnipresente en todas las escenas del crimen en los estados dominados por el narco, y con trapos y cubetas se llevara restos humanos como si nada y además hiciera con esto una obra”,  insiste Avelina, opinando sobre lo que llama “pseudo arte”.

 

Para Zélika García, en cambio, “el arte siempre mantiene una fuerte relación  con el contexto que se vive en el mundo. En el caso de México son temas (los de la violencia) que llaman la atención del público y coleccionistas”.

 

En la opinión de la directora de Maco, la tendencia que se avecina está alejada sin embargo de la política y la sangre, para expresarse mediante “un enfoque mucho más interdisciplinario”, donde gobiernan las nuevas tecnologías en forma de videos e instalaciones, sin descartar por ello la pintura y otras expresiones tradicionales del arte visual.

 

 “Estuve muy metido en el tema de la violencia en el arte y lo que puedo decir al respecto es que es algo muy fuerte, abrumador y agotador”, dice a su vez Enrique Guerrero.

 

Para el famoso galerista, el tratamiento de la violencia en el arte debe ser “sutil”.

 

“Para que una cosa se viva como violenta no necesariamente tiene que haber armas o sangre. Cuando las cosas muy obvias, se vuelven menos interesantes. Estos artistas tienen esa capacidad de hacer cosas que a lo mejor no son tan evidentes para la mayoría del público, pero que tienen una fuerza brutal. Esa fuerza que cargué encima durante 10 años o más y que al dejarla, me di cuenta de la gran energía que me drenaba. Se trata de artistas que ven los problemas sociales que hay, no sólo es la violencia, no sólo son las drogas. Ven la frontera, la explotación de los seres humanos, todos esos temas sociales que les preocupaban en los ’90”, concluye.

 

PARA MUESTRA, DOS BOTONES

 

Alejandra Zermeño (1978) y Eva Vale (1983) son dos artistas plásticas mexicanas que no dudan en afirmar que corren con mucha suerte en el mercado del arte. Ambas suelen llegar a la inauguración de sus respectivas exposiciones con el 50 por ciento de la obra vendida, una razón más que suficiente para tener una impresión certera de lo que pasa en el arte a nivel de negocio en nuestro país.

 

Para Vale, que en octubre pasado triunfó con su muestra Eye Candy, un conjunto de 10 piezas de gran formato construidas en metal fundido, el mercado está boyante y tiene varias aristas.

 

“Está el artista que busca becas y concursos. Hay becas como la Pollock o la Fullbright que pagan lo que quieras estudiar con la condición de que regreses a México a sembrar tus conocimientos durante un mínimo de dos años. En el ámbito local, la beca del Fonca es muy generosa”, explica.

 

“Otra posibilidad es tener una o varias galerías (que por lo general piden exclusividad). El galerista hace chamba de Relaciones Públicas por ti, paga la entrada a Ferias como Maco, Basel, Basel Miami, Pinta NY, arma las expos, etc, y por todo ese trabajo se queda entre el 40 y el 60% del valor de la obra. Básicamente se la juegan contigo como artista”, cuenta Vale.








 

La artista, perteneciente a una familia de famosos (es prima de la actriz Angélica Vale y del periodista Nicolás Alvarado) tiene piezas que van de los modestos 3 mil pesos a los rutilante 120 mil.

 

“Por lo general mis obras se ubican entre 30 y 60 mil pesos y para mis estándares vivo muy bien”, admite. 

 

Zermeño no ve las cosas con tanto optimismo y considera que el mercado del arte en México “es muy complicado para el artista. Necesitamos encontrar muchas formas de supervivencia”, dice.

 

“A mí por fortuna me va muy bien. Ya vivo de la venta en un sistema que es muy oscilante. Vendo mucho cuando lanzo una exposición y bastante menos mientras preparo la próxima muestra”, cuenta Alejandra, quien se muestra además muy interesada “en que sean muchas más las personas que puedan comprar arte, en este caso, mi arte”.

 

Para cumplir dicho objetivo, ha implantado un sistema de pagos en cuotas a plazos “bastante largos” y al mismo tiempo ha llevado a cabo una línea de piezas pequeñas que resultan más accesibles para el posible comprador.

 

Las piezas de Zermeño oscilan entre los 30 mil y 150 mil pesos y la más cara que ha vendido alcanzó esta última cifra.

 

Todos los entrevistados coinciden en que invertir en arte es una buena manera de encaminar los ahorros. Y más allá de gustos o tendencias, todo estribará en el buen ojo, la intuición, estar muy bien informado, sobre todo para no poner el fruto del sudor en personas que, al decir de Eva Vale, “hoy son artistas y mañana chifladores de las películas del Santo”.


Trabajo en aluminio de Eva Vale, publicada en Revista Elle.

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