Publicado el Jul 26, 2019 | Ciudad de Buenos Aires
«La primavera de la calle.
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Fuente: Literatura argentina e italiana en diálogo
«La primavera de la calle.
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Hablando de El Censor es justo recordar que no fue la única manifestación periodística de la calle Corrientes. Dos diarios, Operai Italiani y la Patria degli Italiani, tuvieron sus redacciones en esa calle, entre las de Maipú y Esmeralda: Alfredo González Garaño recuerda todavía el grupo de ruidosos peninsulares que se apretaba frente al Operai Italiani para comentar los rigores de la primera guerra italioetiópica. También en nuestra calle tuvo su sede la primera redacción de Caras y Caretas, con Bartolito y Pellicer.
Entre la ola de recuerdos vinculados a esta jornada de la calle Corrientes no es posible olvidar el del conventillo Mundete Taibo, madriguera de gente brava, de comadres peleadoras y de oscuros inmigrantes que aún no salían de su asombro. El aumento inesperado de la población y la escasez de viviendas originó esas aglomeraciones humanas, tan coloridas, que ya en el Censo Municipal de 1887 se reconocen con el nombre de “conventillos”: “Primero, en las viejas casas de teja, se agruparon varias familias de jornaleros: cada familia ocupó dos o más piezas.
Después, en el corral de esas viejas casas y sobre las piezas de ellas, se construyeron cuartos de madera con techos de cinc o hierro canalizado; y nuevo número de habitantes se agregó al ya crecido que vivía en esos antiguos y malsanos edificios. El aumento de la población y el aumento de los alquileres redujo aun más a las familias de obreros, y desde entonces cada una de ellas ocupó una pieza de las casas a las cuales se les dio y son conocidas con el nombre de conventillos.” (Censo Municipal de 1887, tomo II.)
En la esquina de Corrientes y Artes, el templo de San Nicolás de Bari guardaba todavía la sencillez colonial de su torre, su domo y sus puertas: un largo frente liso, sin molduras ni ventanas, fue lo único que la iglesia dio a nuestra calle hasta 1900, año en que recibió, con las reformas realizadas en ella, la fisonomía que le conocimos hasta su demolición.
Desde Libertad hasta el oeste la calle tenía la humildad de sus tenduchos y la mala fama de sus bodegones.
Corrientes iba despertando así a una vida más compleja, cuando en los primeros días de 1871 empezaron a darse los primeros casos de fiebre amarilla. En marzo y abril del mismo año el flagelo alcanzó su período crítico, y nuestra calle, dada su población y las condiciones en que vivía, fue de las que más lo sufrieron.
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También la calle Corrientes se asoció al renacimiento de la vida ciudadana, y lo hizo en forma original: un año después, en 1872, Antonio Pestalardo edificaba, en un terreno de la señora Cano, el teatro de la Opera, consagrado especialmente a las representaciones líricas; se inauguró el 25 de mayo del mismo año, con Il trovatore de Verdi, que cantaron Peroti, Hernani y la Paserini.
Siete años después, en 1879, sobre la base de un circo ecuestre que habían ilustrado con sus hazañas la Spelterini, Chiarini y Cotrelli, se construyó e inauguró en la misma calle el Politeama Argentino, teatro que no tardó en conquistar la predilección del gran mundo porteño. La ópera, la opereta y la comedia se representaban indistintamente en su recinto iluminado a gas; y, desde que lo inauguró el célebre trágico Ernesto Rossi, las figuras más ilustres de la escena lo frecuentaron asiduamente: Tamagno, Stagno, Morelli, la Tessero, la Pezzano, la Duse, Sarah Bernhardt, Adelina Patti, Conquelin Aîne.
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El nuevo siglo.
Es necesario recurrir a las estadísticas y considerar los grandes aluviones humanos que desde el comienzo del siglo XX se precipitan sobre Buenos Aires para comprender el asombroso crecimiento de la ciudad y su exaltación casi fulminante a la categoría de gran metrópoli.
Razas de todo el orbe se afirman en nuestro suelo, en nuestra ciudad y en nuestra calle; traen consigo el mismo viento que los ha desterrado y la misma fiebre que los llevó a la aventura; y viento y fiebre se comunican a Buenos Aires, le contagian un ritmo nuevo, la inician en la audacia de otros rumbos.
La calle Corrientes participa, como ninguna, en esa evolución increíble: el nuevo pulso de la ciudad bate precipitadamente en ella; y desde entonces la que fue calle dormida no tiene reposo, entregada a una duplicidad de existencia, la de los hombres diurnos y la de las almas nocturnas.
Los hombres del día empiezan a reconstruirla o a construirla, entrechocando sus idiomas, sus ambiciones y sus esperanzas en una guerra de adaptación y de conquista que tiene aspectos dramáticos y cómicos a la vez. Bajo el imperio del tráfico y de la fiebre comercial la calle se vuelve inquieta, ruidosa: los viejos hogares que años atrás habían construido en ella sus moradas la abandonan al fin, de busca de mejores climas; lo mismo hacen las gentes de inquilinato, las cuales, gracias al progreso de las comunicaciones, se dirigen al oeste, cada vez más lejos, para fundar nuevos barrios; y sobre la ruina de las viejas casas, nuevos edificios empiezan a erguir su orgullosa arquitectura. Es así que Corrientes se agranda en dos de sus dimensiones: en altura y en longitud.
[…] Lo dramático y lo grotesco se dan la mano y recorren juntos la calle cosmopolita: Florencio Sánchez recogerá lo dramático y dará Canillita y En familia; otros muchos recogerán lo grotesco, y el sainete porteño iniciará una larga vida.
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La calle de la noche.
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En el Teatro Nacional se está representando por milésima vez algún sainete de Vaccarezza, y el público, gente humilde, mozada de arrabal, conscriptos en uso de licencia, sigue, riendo, los episodios del sainete clásico, las trifulcas del conventillo donde, invariablemente, un italiano, un gallego y a veces un turco dan el tono grotesco de la obra. Y si el público ríe al principio, no deja de emocionarse al final, cuando el sainete culmina en la escena sentimental o en el tango de rigor. Es que saborea la humanidad de aquellas caricaturas, y acaso se reconoce en ellas; lo cierto es que al abandonar el teatro, ya en los cafés populares o en los tranvías de retorno, muchos espectadores recitan trozos enteros del sainete, y con un asombro verismo en la jerga, el tono y la mímica.»
Marechal, Leopoldo, Historia de la calle Corrientes, Buenos Aires, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1937.
Imágenes: Historia de la calle Corrientes de Leopoldo Marechal, 1ª edición (1937);Historia de la calle Corrientes de Leopoldo Marechal, Ediciones Arrabal (1995); Calle Corrientes, fotografía de Horacio Coppola (1936).