• 19 de abril de 2024, 8:04
Inicio | Cultura

UTOPÍA. Persiguiendo lo inalcanzable

Por Johanna Goett

                                                                                                                                                                             
Imagen del Falansterio, modelo de  comunidad imaginada por  Fourier dentro de las postulaciones utópicas de la Modernidad


Propuesta

A lo largo de las palabras subsiguientes se buscará transcurrir el camino de las formas adoptadas por la utopía a través de la historia. El recorrido planteado intentará guiarnos desde los orígenes mismos de este sentimiento conflictivo que hizo y hace al hombre proyectarse en deseos  futuros o construir espacios idílicos para la superación o el escape de situaciones presentes.

Se transitarán las ideas más relevantes de aquellos pensadores que destinaron su imaginación y su poesía a la creación y planificación de formas utópicas y se ahondará   con especial énfasis en el Romanticismo como momento ejemplar de radicalización de tales proyectos e imaginarios.

Nos guiaremos por la intuición de un hilo conductor presente en el devenir histórico: el sentirse abatido del hombre frente a las profundas crisis ontológicas que en el tiempo se repiten y ante las cuales ensaya evasiones ligadas en la mayoría de los casos a la vía utópica.

 

Introducción

La incertidumbre acompaña al hombre desde el comienzo de los tiempos y toma la forma de preguntas acerca de su condición: quién soy, cómo soy, por qué estoy aquí, qué debo hacer. Ante la imposibilidad de una respuesta dada a estos cuestionamientos, el hombre ensaya múltiples explicaciones que a través del tiempo van conformando las cosmovisiones correspondientes a cada era.

Estas explicaciones pueden denominarse mitos o leyendas, relatos que encarnan una alternativa de elucidación para la definición y justificación del mundo y la creación.

El vocablo mito deriva etimológicamente del griego mythos en referencia a “palabra” o “historia” e implica una recurrencia a la metáfora como figura creadora de sentido no dogmática sino, por el contrario, fluida e interpretable.

            Asimismo existen desde el comienzo imágenes arquetípicas sobre el origen, suposiciones de un estado de completa felicidad en el cual la humanidad se encontró inmersa en sus inicios.  Desde Hesíodo (siglo VIII a. C.), uno de los más antiguos poetas helenos, existe la concepción de la existencia de una Edad de Oro pasada en la que “los hombres vivían como dioses, sin penas en el corazón, alejados del trabajo y el dolor”. En este “mito de las edades” se relata “cómo los dioses y los hombres mortales tuvieron un mismo origen”[1]

También en la tradición judeocristiana encontramos en el mito del génesis una idea de estas características. Se piensa en el Paraíso como espacio de la Eternidad del cual el hombre es expulsado tras cometer el pecado de la inobediencia y rendirse a la tentación de acceder al conocimiento absoluto, quedando condenado a la caída al tiempo y la finitud.

En estos elementos podemos situar la base imaginativa del pensamiento utópico.  Se trata de leyendas o relatos literarios que describen islas o territorios perdidos, paraísos primigenios.

“El elemento principal de la edad de oro es la ausencia de separación entre el hombre y el mundo. Uno y otro se encuentran en perfecta armonía. El hombre vive de lo que la Naturaleza le ofrece; no busca nada más. La Naturaleza , como contrapartida, cuida del hombre protegiéndole, o mejor, no agrediéndole.”[2]

 

Utopía Clásica

La primera utopía que modela numerosos pensamientos posteriores es la esbozada por Platón (428- 347 a . C.) en “ La República ”. La contextualización de estos escritos cobra suma importancia ya que nos referimos a una época considerada de decadencia de Atenas. El fin de la gloriosa era de Pericles, la derrota ante Esparta y la muerte de Sócrates son algunos de los hechos fundamentales que llevan al filósofo griego a imaginar un Estado ideal con base en la justicia y el equilibrio, "... Estado cuyo plan hemos trazado y que sólo existe en nuestro pensamiento porque no /creo/ que exista uno semejante sobre la tierra" (Platón 1978: 338)

Platón localiza esta ciudad a la que llama Calípolis o "ciudad hermosa" en un pasado mítico, una Edad de Oro regida por la abundancia y la justicia para los hombres.

En una segunda instancia el filósofo describe en el Critias un nuevo emporio utópico: Atlántida, ciudad perfecta para seres perfectos descendientes de Poseidón, pensada como antítesis de Atenas.

 

Utopía Religiosa

El legado utópico platónico se combina con el pensamiento profético y muestra de ello son numerosos pasajes del Antiguo Testamento en los cuales se proponen y pronostican sociedades más santas que conformarían verdaderos reinos de Dios en la Tierra. “Reinará la alegría y desaparecerá el dolor” (Isaías, II, 4).

 Más adelante encontramos nuevos ejemplos: San Agustín (354-430) imagina una sociedad perfecta en La Ciudad de Dios, fundada en los principios cristianos del amor a Dios, la comunión  y comunidad de bienes.

 

Utopía Popular

En la oscuridad de la Edad Media se disuelve mayormente la idea utópica, se pierde entre epidemias, hambrunas y guerras; emergen en su lugar figuras antiutópicas que aseguran la llegada del anticristo y la proximidad del Apocalipsis.

Recién en el ocaso de esta época de neblinas reaparece la fuerza esperanzadora bajo la forma de creencias populares sobre la existencia de sitios donde el sufrimiento es desconocido y los placeres están siempre disponibles. En este momento se identifica dichos lugares con países y para cada región adoptan nombres particulares: en España se habla del país de Cucaña, en Francia, Cocagne y en Gran Bretaña, Cokainge. En  Alemania este sitio se conoce como Schlaraffenland y en Europa en su conjunto sobrevuela la idea del país de Jauja, en remisión a la región peruana homónima, conocida por sus riquezas y clima favorable.

Sin embargo en todos los casos se supone que para llegar a tal lugar es necesario atravesar un mar o río de excrementos o someterse a una larga penitencia, con lo cual sólo los pobres o sufrientes serían capaces de alcanzar ese destino. En este sentido podemos observar, más allá de la intención esperanzadora, una fuerte crítica a la injusticia social como mensaje implícito en estas narraciones populares.

 

 

Del descubrimiento de las tierras utópicas a la racionalización de la utopía

El descubrimiento de América fue el hallazgo de la utopía hecha tierra. El nuevo mundo mostró a la desgastada Europa una forma de vida absolutamente idílica. Las tribus encontradas por los conquistadores desplegaban ante sus ojos impávidos una naturalidad inconcebible para esas mentes europeas civilizadas hasta el tormento. Todo el escenario se les aparecía como un verdadero Paraíso terrenal y su fascinación se plasma en numerosas cartas y notas que describen los hallazgos. El padre Acosta, en su Historia natural y moral de las Indias[3], de 1590, escribe: “Ningún particular poseía cosa propia, ni jamás poseyeron los indios (peruanos) cosa propia, si no era por merced del Inca…”

Todos estos relatos viajan hasta el viejo continente y deslumbran a teóricos y pensadores como Thomas Moro, canciller inglés, que inspirado en la leyenda de El Dorado imaginó una isla a la que llamó Utopía (por su etimología en griego: u-topos: ningún lugar) en referencia a las palabras de Platón respecto de su República que no se ubicaba en ninguna parte de la Tierra.

La isla imaginada por Moro abarcaba treinta kilómetros de largo por tres de ancho, poseía cincuenta y tres centros urbanos y su capital se llamaba Amaurot. La vida se organizaba en una equilibrada división del día donde el sueño y el ocio sumaban la mayor cantidad de horas en comparación al trabajo que se limitaba a seis. La idea principal se fundaba en un comunismo total que mediante la justa distribución y prescindencia del dinero, eliminaría la pobreza y sus derivados.

Las numerosas referencias a la inexistencia, a la nada (la ciudad es atravesada por el río Anhidro o sin agua, los habitantes son ciudadanos sin ciudad, el príncipe Ademo, es un gobernante sin pueblo, etc.) parece remitir al pesimismo de Moro respecto de la posibilidad concreta de realización de este tipo de Estado perfecto.

Sin embargo, la utopía de Moro deja translucir una fuerte crítica a su Inglaterra contemporánea, donde el ocio de la nobleza se nutría del esfuerzo y explotación de una reducida clase trabajadora. Se lee entre líneas el sentimiento contradictorio común a una época de transición, de rupturas y nuevos esquemas: del paso del feudalismo al capitalismo, de la religión al mundo profano, de los sentidos a la razón. Consecuencia de ello, la idealización de una sociedad perfecta implica la reconciliación de muchos de estos elementos opuestos entre sí.

   Se le critica a Moro, como a la mayoría de los utopistas, la falta de una receta exacta para alcanzar tal perfección en una sociedad. En ese gesto se esboza ya una actitud racionalista, puramente moderna: la necesidad de un método, una respuesta científicamente comprobable, empíricamente realizable.

Este momento es la bisagra que da paso a un nuevo hombre que buscará en la ciencia y en su razón todas las respuestas. Y en el campo del pensamiento utópico, es Francis Bacon quien se erige como representante de la mentalidad moderna. Bacon, barón de Verulam (1561-1626), transformó por completo los fundamentos de la utopía, hasta entonces siempre vinculada a un estado natural del hombre. Frente a la Atlántida de Platón, imaginó su Nueva Atlántida como una sociedad regida por la ciencia, en la que se mantendrían las clases sociales y la propiedad privada y en la que la autoridad máxima estaría representada por la Casa de Salomón, institución científica por excelencia.

A diferencia de la poesía de las antiguas utopías, los escritos de Bacon son de una precisión y frialdad digna de su ciencia.

La utopía de Bacon refuerza la cosmovisión moderna en la que la Naturaleza pasa a ser objeto de dominio del hombre omnipotente y racional.

 

Camino a la Utopía Social

Durante el Siglo de las Luces francés las utopías se multiplican. Algunas de las más notables son La Basiliade (1753) y el Código de la Naturaleza (1755) de Morelly, Cándido de Voltaire y el Emilio (1762) de Rousseau. Sin embargo se trata de utopías concebidas desde otra perspectiva del hombre respecto de sí mismo y el mundo; se percibe una desacralización de la naturaleza, un borramiento de Dios como figura central y, como es el caso de Rousseau, un interés por encontrar un sistema de educación que garantice la conservación de la bondad natural del hombre en el contexto social.

“(...) que el hombre es un ser naturalmente bueno, amante de la justicia y el orden; que no existe perversidad original en el corazón humano y que los primero impulsos de la naturaleza son siempre rectos. (...) que la única pasión que nace con el hombre, el amor de sí mismo, es una pasión indiferente en sí al bien y al mal; que únicamente se torna buena o mala por accidente y según las circunstancias en que se desenvuelve. (...) que todos los vicios que se imputan al corazón humano no son en él naturales”[4]

La Revolución Francesa (1789) implicó la rebelión de la burguesía y la clase baja (denominados Tercer y Cuarto Estado respectivamente) contra la nobleza, pero una vez obtenido el triunfo, los únicos beneficiados fueron los burgueses. Ejemplo de ello es la abolición de la Constitución democrática de 1793.

El lema de la Revolución se confesaba irreal: libertad y fraternidad eran olvidadas ante la toma de poder y la igualdad sería cuestionada como tal por el pensamiento posrevolucionario. La clase trabajadora era nuevamente traicionada.

Frente a este nuevo panorama desalentador se configura el pensamiento de los Socialistas Utópicos. Estos pensadores explicaron, desde la desilusión, que la igualdad política era sólo asequible mediante la igualdad económica.

La base común del pensamiento socialista utópico fue la idea rousseauniana de la bondad natural del hombre y su corrupción por la propiedad privada.

El más importante pensador de esta corriente fue Henri de Saint-Simon (1760-1825). El pensador francés desplegó sus ideas en numerosos escritos de los cuales puede considerarse como uno de los principales su Carta de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos, de 1803, ya que en ella expone su propuesta de fundar un gobierno ilustrado conformado por científicos y artistas.

A diferencia de utopías pasadas, la de Saint-Simon no se ubica fuera de su tiempo o espacio. Aclara: “ La Edad de Oro de la humanidad no está detrás de nosotros: está por venir y se encontrará en el perfeccionamiento del orden social (…)”

Considera que ciencia y técnica deben unirse para formar una nueva fe que gobernará el mundo. Su nuevo cristianismo se fundaría sobre una moral de hermandad cuyo objetivo sería la mejora de la condición del pobre.

Más adelante Benjamin señalará un vínculo entre el Saint-simonismo y el mito del progreso; para el filósofo de la Escuela de Frankfurt la nueva religiosidad presentada por Saint-Simon sostenía una ideología del progreso que, peligrosamente, igualaba desarrollo económico y técnico con progreso social, entendiendo al segundo como consecuencia directa del primero.

Benjamin entiende que la utopía no tiene una única significación, puede fomentar la alternación del orden dado o por el contrario colaborar a su afirmación.  Por ello ve en las utopías del Siglo XIX el riesgo de que en lugar de recepcionar las expectativas sociales de igualdad se convirtieran en vehículos para el mantenimiento del dominio de clase.

 

Romanticismo y utopía

Frente a la ilustración de base científico técnica desarrollada durante los siglos XVII y XVIII, fundada en la medición y cuantificación, el pensamiento romántico moderno planteará un camino en la poesía y la filosofía, reavivará el valor de la palabra y reinstalará la necesidad del mito en su sentido griego, como “lenguaje de la naturaleza divinizada”.

El final del siglo XVIII envuelve a Occidente en grandes convulsiones filosóficas, políticas que van conformando un sentimiento de malestar y desazón respecto del presente. Estas sensaciones se condensan en el pensamiento romántico que se erige como rechazo al orden y jerarquías sostenidas hasta entonces. De allí la necesidad y el deseo de escapar, de no pertenecer, de excluirse y ser excluidos que los románticos manifestarán frente a la mirada desacreditadora de la burguesía comercial. Para ellos, el “dominio de la Razón no es la señal de la victoria sino el signo de la derrota, del alejamiento de la Vida y la Verdad auténticas”[5]

El idealismo romántico expresa la necesidad de lograr una libertad capaz de enfrentarse al fracaso de la Revolución y la clase burguesa, a la simplificación del arte como mero consuelo burgués, a la nihilización del mundo.

El romanticismo se define como un “movimiento estético, filosófico, político, científico (…) de crítica rotunda a muchos postulados, estrategias y concepciones de la razón como fuerza renovadora de la historia.”[6] Sus principales premisas pueden condensarse en los siguientes puntos: sensibilidad cultural; angustia de la razón; surgimiento de un yo moderno sensible, utópico, descentrador de lo real; puesta en escena del lado oscuro de la razón y la subjetividad ocultado por la pretensión iluminista de transparencia; comprensión trágica de la condición humana.

La base de la “queja romántica” se encuentra en la insensibilización del hombre frente al arte, a la Naturaleza , a la injusticia, al amor.

El romanticismo recupera en su mirada hacia el pasado, la idea del surgimiento de un yo, de una eclosión del individuo. Así como el yo renacentista “reinstaura la idea presocrática de la unidad e infinitud del Universo”[7], el resurgimiento del yo romántico restaura la idea renacentista del hombre en unión con lo natural por lo cual el sujeto romántico manifiesta repugnancia ante el dominio de la Naturaleza.

Desde esta corriente se retorna a la creencia en la Edad de Oro que se concibe como un espacio atemporal asible mediante el logro de una armonía entre poesía y ciencia.

La utopía romántica se presenta no sólo de modo escrito, en textos literarios o filosóficos, sino que se dispersa cubriendo toda expresión artística y espiritual de la época.

“El romanticismo no se contentó con evadirse del tiempo. Necesitaba también evadirse del espacio y en el espacio”[8]. Esta evasión se transforma en pincelada en los paisajes pintados por Friedrich o Runge en los cuales se prolonga la melancolía y sueños de los artistas. Estas obras, como tantas otras, manifiestan una elección no ceñida a la observación de lo real sino a los sentimientos de sus autores.

Livianamente calificado del inadaptado, el sentimiento de opresión que aquejaba a los románticos confluye en la construcción de mundos alternativos, idealmente alejados de la realidad destructiva. La negación de esta realidad se refugia en la utopía pero no por ello se convierte en nihilismo, sino más bien es “la afirmación de lo inexistente (…) la creencia en un poder regenerador (…) las añoranzas románticas se convierten en mitos cuya función es el rechazo del presente histórico-social y de la situación personal. El mito ofrece el amparo y la ilusión de "otra situación", abre lo posible frente a lo real.”[9]

 

Puesta en práctica de la Utopía Social

Charles Fourier (1771-1837) fue quien alcanzó la planificación quizás más acabada de la utopía llevada a la praxis. Dedicó vastas críticas a la sociedad burguesa, al parasitismo de los comerciantes, al poder monopólico, a la proletarización de las masas, a la alienación del trabajador; y en sus escritos “Teoría de los cuatro movimientos”, “Teoría de la unidad universal”, “El nuevo mundo industrial”, “El nuevo mundo amoroso”, etc., describió su modelo de sociedad perfecta. En ellos señalaba los estadios de transición del mundo: barbarie, salvajismo, sociedad patriarcal y civilización, luego del cual preveía que la próxima etapa sería (o debería ser) la armonía. Para ello consideraba necesaria la superación del individualismo y su reemplazo por una coincidencia del individuo con los intereses colectivos.

El modelo de Fourier proponía la vida en “falansterios” (en remisión a falange: idea de unidad, conjunto, voluntad), comunidades de entre 400 y 2.000 habitantes. Las bases de esta asociación serían: “1º Todos los habitantes de la comunidad, ricos y pobres, formarán parte de la asociación; el capital social lo constituirán los inmuebles de todos y los muebles y capitales aportados por cada uno a la sociedad. 2º Cada asociado a cambio de lo que aporte, recibirá acciones que representen el valor exacto de lo que haya entregado. 3º Toda acción tendrá hipoteca sobre la parte de los inmuebles que represente y sobre la propiedad general de la sociedad. 4º Todo asociado (se es asociado aun cuando no se posean acciones ni capital alguno) debe concurrir a la explotación del bien común, con su trabajo y con su talento. 5º Las mujeres y los niños entran en la sociedad con el mismo título que los hombres. 6º El beneficio anual, después de satisfechos los gastos comunes, será repartido proporcionalmente según las tres facultades productivas: capital, trabajo y talento.”[10]

Este ordenamiento generaría condiciones tan agradables que harían del crimen un hecho imposible. Las pasiones (para Fourier, fundamento del hombre y ley primera de la Naturaleza ) no serían negadas en estas comunidades, permitiendo al hombre alcanzar la felicidad hasta entonces obstaculizada por las sociedades. Otros de los elementos fundamentales que caracterizarían a los falansterios se vinculan a la emancipación de la mujer, el amor libre, la desaparición de la familia y la educación colectiva de los niños.

El fourierismo o escuela societaria se concentró primero en Francia y luego en Estados Unidos. A pesar de los esfuerzos de Fourier para atraer la atención de quien estuviera dispuesto a financiar la conformación de un falansterio con un millón de francos, sólo una vez se puso en práctica su planificación estando él vivo. Sus primeros seguidores fueron Considérant y Lechevalier. El primero organizó una colonia agrícola bajo la vigilancia de su maestro pero el resultado fue un fracaso, que Dominique Desanti resumió así: “Las falanges, los gustos y las pasiones no pudieron unir a las parejas y a los solteros mal preparados. Sin duda (…) se hallaban demasiado cerca de París y de la tentación de regresar al antiguo modo de vida. Por consiguiente, se separaron”[11]

Considérant fue quien comenzó a publicar el periódico La Phalange para difundir las ideas de Fourier. Sin embargo, los intentos en diferentes países nunca pudieron perdurar en el tiempo.

De acuerdo a la mirada benjaminiana de la utopía de Fourier, ésta sólo podía emerger en la época de las máquinas a pesar de la idealización de restaurar una comunidad agraria. El falansterio sólo podía concebirse en un contexto moderno: “Por medio de los engranajes de las pasiones, por la combinación compleja de las pasiones (…) Fourier representa la psicología colectiva como un mecanismo de relojería”[12]

Pero el rasgo fundamental que Benjamin destaca es “que está ausente la idea de explotación de la naturaleza por los hombres, idea que luego sería tan difundida (...). La concepción de la explotación de facto de la naturaleza por los hombres es reflejo de la explotación de los hombres por los dueños de los medios de producción. Si ha fracasado la integración de la tecnología a la vida social, la falla radica en esta explotación”.[13]

Fourier se propuso conformar un orden social en el que las pasiones humanas encontraran un fin legítimo en el provecho general y en el que el bienestar universal representara, para todos, un derecho y no una obligación. Por el contrario, los socialistas que lo continuaron se empeñaron en hacer prácticas sus propuestas de manera impaciente, dejando de lado factores que el propio Fourier consideraba imprescindibles (por ejemplo la revolución sexual)  y con el mero interés de arrastrar a las masas a la creencia ciega en su proyecto mediante cualquier tipo de propaganda disponible.

 

Conclusión

A lo largo de este recorrido se pudieron observar las diferentes mutaciones de la concepción utópica a través del tiempo. Adecuándose a cada época y sus necesidades, el sentimiento utópico aflora en el hombre como grito de rebelión, de disconformidad ante sucesivas situaciones desfavorables, ante futuros indeseados y presentes de opresión.

Desde Platón hasta Fourier, la vista del hombre se eleva en busca de explicaciones y también en miras a la construcción de nuevos porvenires de bienestar y felicidad.

Hacemos énfasis aquí en el Romanticismo como época de la utopía hiperbólica, llevada a su extremo; como momento en el cual buscar el giro más profundo o la marca más indeleble de la inconformidad del hombre frente a un destino que le es impuesto en clave racional y en contra de la Naturaleza.

Sin embargo, encontramos en el trazo de la historia un sello que se repite: toda utopía, al rozar la materialidad, parece perder su aura liberadora para sucumbir a la ambición y omnipotencia humana. La idea en su estado original, en su sensación pura  se distorsiona en la mano del hombre, en una dialéctica de liberación-dominación que quizás se prolongue ad infinitum.

Herbert Marcuse señala que “no se trata de que la utopía pueda ser implantada como alternativa al mundo tal como es, sino que de esta realidad puede salir la vía utópica por medio de la ciencia en su estado actual de desarrollo”[14] Es nuestro desafío que el escabullirse de la utopía no nos reduzca a la desilusión e inmovilidad sino que, por el contrario, nos punce a correr más para finalmente alcanzarla. Al igual que la felicidad, el logro de la utopía será el trayecto de perseguirla. (*)

 

(*) Fuente: Johanna Goett, "Utopía. Persiguiendo lo inalcanzable", trabajo realizado en el contexto de la materia Principales corrientes del pensamiento contemporáneo de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, en 2007.

 

Citas:

[1] Hesíodo, “Trabajos y días”, 109-195

[2] Aguirre Romero, Joaquín Mª: en http://www.ucm.es/

[3] Acosta, José de: “Historia natural y moral de las Indias” Estudio preliminar y edición del P. Francisco Mateos  en  http://www.cervantesvirtual.com/

[4] Rousseau, J. J., “Carta a Beaumont”, en Rousseau Escritos de Combate, p 540

[5] Aguirre Romero, Joaquín Mª: en http://www.ucm.es/

[6] Casullo, N. Forster, R. Kaufman, A.: “Itinerarios de la modernidad. Corrientes del pensamiento y tradiciones intelectuales desde la Ilustración hasta la posmodernidad.” Material de Cátedra, 2ndo cuatrimestre 2007

[7] Argullol, R, El Hombre y el único. Madrid, Taurus, 1982. p. 15

[8] De Paz, Alfredo, La Revolución Romántica. Ficha de cátedra nro 3, 2ndo cuatrimestre 2007. p. 31

[9] Aguirre Romero, Joaquín Mª: en http://www.ucm.es/

[10]  “Fourierismo”  en  http://www.filosofia.org/ave/001/a134.htm

[11] Carandell, José M. “Las utopías”. Biblioteca Salvat de grandes temas. Salvat Editores, S.A. Barcelona, 1973.  p.104

[12] Benjamin, Walter: “Notes pour l’exposé” de 1935: Paris, Capitale du XIXe Siècle

12. Idem.  p. 50 [“Exposé de 1939].

[14] Carandell, José M. “Las utopías”. Biblioteca Salvat de grandes temas. Salvat Editores, S.A. Barcelona, 1973.  p.138 

 

Bibliografía

 Acosta, José de: “Historia natural y moral de las Indias” Estudio preliminar y edición del P. Francisco Mateos  en  http://www.cervantesvirtual.com/

Aguirre Romero, Joaquín Mª: en de: http://www.ucm.es/

 Argullol, R: “El Hombre y el único”. Madrid, Taurus, 1982. Ficha de cátedra nro 3, 2ndo cuatrimestre 2007.

  Benjamin, Walter:  “Notes pour l’exposé” (1935) Paris, Capitale du XIXe Siècle

 Carandell, José M.: “Las utopías”. Biblioteca Salvat de grandes temas. Salvat Editores, S.A. Barcelona, 1973.

 Casullo, N. Forster, R. Kaufman, A.: “Itinerarios de la modernidad. Corrientes del pensamiento y tradiciones intelectuales desde la Ilustración hasta la posmodernidad.” Material de Cátedra, 2ndo cuatrimestre 2007

 De Paz, Alfredo: “ La Revolución Romántica ”. Ficha de cátedra nro 3, 2ndo cuatrimestre 2007.

 Filosofía. org: http://www.filosofia.org/ave/001/a134.htm

 Fleming: “El estilo romántico”, en Arte, Música e Ideas, Ed. Latinoamericana. En ficha 2, parte 1 (material de cátedra 2ndo cuatrimestre 2007)

  Rousseau, J. J., “Carta a Beaumont” , en Rousseau Escritos de Combate

Fuente: Temakel

Cultura