Habrá
historiadores que estudiarán este lapso cronológico argentino. Este cuatrienio
infame será descripto a través del latrocinio se pretendió esconder detrás de
acusaciones en espejo. Dispositivos comunicaciones dispuestos para escamotear
confusamente la realidad mediante un bombardeo permanente, reiterado y
discrecional de aseveraciones irreales. El momento de la historización será el
tiempo para develar la crudeza de una realidad psicotizda, atravesada por nominaciones
inciertas, subterfugios de medias verdades e imposiciones de sentido basadas en
dogmas fútiles y construcciones de sentido común racialistas. Los historiadores
analizarán la etapa, sin duda, como un momento clave en la conformación de una
nueva metafísica abyecta: globos que se transmutan en balas, bailecitos que
asumen el carácter de represiones, promesas de crecimiento que terminan en
achicamientos, destrucciones y dolor social acumulado.
Tendrán
mucho trabajo: deberán encontrar la punta del ovillo de una fetichización de
época, marcada por una superficialidad tecnocrática arraigada –eufemizada,
disimulada-- por el odio de clase. Al fin y al cabo, gran parte de lo que se
podrá (d)escribir caerá en la cuenta de la vieja disputa de la acumulación/propiedad
del esfuerzo social acumulado. Sus investigadores, seguramente, intentarán
especificar los mecanismos invertidos en la brutal lucha cultural orientada a darle
legitimidad a la inequidad, sobre la base de relatos basados en falsas
superioridades, justificaciones metafísicas de privilegios, superioridades,
noblezas estamentales lingüísticas o engreídas portaciones oligárquicas de
origen. Todos ellos basadas en privilegios pretendidamente inmodificables,
naturalizados.
Es
muy factible que los historiadores dedicados al relevamiento del pasado
argentino construyan analogías, correlaciones, vínculos. Y en ese marco, es
harto probable que liguen al macrismo con la década infame, sobre todo en lo
relativo al vaciamiento de la voluntad popular. Que también tracen nexos con la
dictadura genocida de los años 70, dada la continuidad del programa económico
sustentado por Martínez de Hoz. La década infame, posterior al golpe de Uriburu
contra Yrigoyen, se caracterizó por condicionar el voto mediante la utilización
de artilugios electorales fraudulentos y someter la economía nacional a los
intereses foráneos. Es previsibles que quienes aborden este periodo de
2015/2019 vinculen el fraude a la malversación mediática, al engaño de las
redes sociales, al fantasma de los miedos de una latinoamericanización
fantasmagórica. Se verán en la necesidad, además de describir la siembra de odios
y la apelación a las paranoias sociales dispuestas para ampliar los terrores
ancestrales de las clases medias a perder lo poco que habían reconquistado a
partir de la crisis de 2001.
Se
verán en la obligación, además, a explicar la deriva confusa de un sector
parcial del sujeto popular que fue cooptado por la discursividad fetichizada de
un optimismo fraguado, y que terminó siendo víctima del saqueo planificado,
rumiando su desazón y su culpa. Deberán esmerarse –en el marco de la
historiografía al uso— por tratar de especificar cuáles fueron los contenidos
más punzantes y epidérmicos que permitieron conectar expectativas conurbanas
con lo más rancio del sistema concentrado y oligárquico local. No les alcanzará
sin duda con el duranbarbismo proactivo para develar dónde pudo ser alojado ese
masoquismo autovictimizador.
Pero
los historiadores deberán explicar el entramado que permitió la llegada al
poder –más allá del fraude mediático y la traición a la voluntad popular,
expresada en el engaño de las promesas electorales—. Y deberán hacer ejercicios
teóricos arriesgados para describir su continuidad pese a la persistente
presencia de millones de argentinos que poblaron las anchas avenidas de la
Patria. No podrán dejar de lado la lucha callejera que resistió en forma
pacífica cada afrenta salarial, laboral y conculcadora de derechos que atravesó
el cuatrienio. Sin duda, tendrán que reservar capítulos de dolor y de memoria
verdad y justicia para la nueva siembra de cuerpos asesinados (Maldonado,
Nahuel, Burgos), imposible de desconectar de la herencia genocida de los años
70. Si la historia, como sugería Hegel, es la evidencia de una lucha por la
construcción de la libertad, de la felicidad, deberán hacer un esfuerzo (nuestros
historiadores) para mostrar cómo, de qué manera, y bajo qué condiciones se
produjo este hueco, este bache, esta recaída, en la búsqueda del bien común.
No
hay historia sin nombres. Sin identidades. Sin sujetos que logran expresar esas
luchas retrógradas o libertarias: les será muy difícil escribir un relato
estructural sin portadores sintomáticos de esas posiciones: la brecha, el
antagonismo, la grieta, la lucha de clases, la polaridad entre Patria o
colonia, la enemistad entre San Martin y Rivadavia. Una larga y reciente serie
de nombres concatenados para dotar a este país de un camino emancipado o
sometido. Ya se está pergeñando el relato de la historia que hoy transitamos.
Sus métodos, sus datos, sus fuentes, sus protagonistas: Macri será –sin dudas--
Rivadavia, Mitre, Rauch, Roca, Videla, Martínez de Hoz y Cavallo, todos ellos continuidades
de una caterva neocolonial. Y muchos sabemos quiénes serán los Moreno, los Dorrego,
los Chacho, los Radowitsky. Cada uno, expresado en la herencia amalgamada de 30
mil, continuadores, junto con Madres, Abuelas e Hijxs, capaces de refundar la
dignidad de una Nación. Ya habrá buenos historiadores para dar cuenta de esta
pelea. La tapa de sus libros, seguramente, graficará multitudes en colores de
consignas recordables. No faltarán rabias fotografías de sentido histórico. Eso
que podrá tener epígrafes de un tiempo abyecto al cual le dimos pelea.
**Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).
Foto tomada de Tiempo Argentino