• 12 de marzo de 2025, 1:34
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¿Frágil Leviatán? Trump y las Big Tech

Por Cédric Durand

En la novela de Robert Musil El hombre sin atributos (1930), ambientada en Viena en vísperas de la Primera Guerra Mundial, el general del ejército Stumm von Bordwehr se pregunta: «¿Cómo pueden quienes están directamente involucrados en lo que está sucediendo saber de antemano, si ello resultará ser un gran acontecimiento?». Su respuesta es la siguiente:

¡Todo lo que pueden hacer es fingir ante sí mismos que lo es! Si se me permite incurrir en una paradoja, diría que la historia del mundo se escribe antes de que suceda; siempre comienza como una especie de chismorreo.

La semana pasada, momento en el que Donald Trump volvió al poder como nuevo inquilino de la Casa Blanca, los rumores se dispararon, cuando los gigantes de la industria tecnológica se reunieron en su toma de posesión. Los asientos de primera fila estaban reservados para Mark Zuckerberg (Meta), Jeff Bezos (Amazon), Sundar Pichai (Google) y Elon Musk (Tesla), mientras que Tim Cook (Apple), Sam Altman (Open AI) y Shou Zi Chew (Tik Tok) se hallaban sentados más atrás. Hace tan solo unos años, la gran mayoría de estos multimillonarios eran partidarios declarados de Biden y del Partido Demócrata. «Todos estaban con él», recordó Trump, «todos y cada uno de ellos, y ahora todos están conmigo». La pregunta crucial gira en torno a la naturaleza de este realineamiento: ¿se trata de un simple cambio de rumbo oportunista, que se mueve dentro de los mismos parámetros sistémicos? O, ¿es este un momento de ruptura digno de ser denominado un gran acontecimiento en la historia? Arriesguémonos con esta segunda hipótesis.

Trump, como sabemos, es aficionado a los homenajes fastuosos. Cuando los cortesanos acuden en masa a su mansión de Mar a Lago, ¿no parece su residencia un Versalles en miniatura? Pero el presidente no aspira a ser Luis XIV. Su proyecto no es centralizar la autoridad en el Estado, sino potenciar los intereses privados a expensas de las instituciones públicas. El nuevo presidente ya está tratando de revertir los incipientes intentos de intervencionismo implementados por el gobierno de Biden al hilo de la derogación de sus subsidios ecológicos, de sus políticas antimonopolio y de sus medidas fiscales todo ello con el fin de ampliar el margen de acción de los monopolios de las grandes corporaciones empresariales tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.

Dos de sus órdenes ejecutivas, firmadas el mismo día de su toma de posesión, subrayan esta tendencia. La primera revocó un mandato decretado por Biden, que exigía a los «desarrolladores de sistemas de inteligencia artificial susceptibles de plantear riesgos para la seguridad nacional, la economía, la salud o la seguridad pública de Estados Unidos, que compartan los resultados de las pruebas de seguridad con el gobierno estadounidense». Mientras las autoridades públicas disfrutaban antes de cierta influencia sobre los avances verificados en la frontera de la inteligencia artificial, esta mínima supervisión ha sido ahora eliminada. La segunda orden ejecutiva anunció la creación del Departamento de Eficiencia Gubernamental (Department of Government Efficiency, DOGE), dirigido por Musk. Basado en una reorganización de los Servicios Digitales de Estados, decretada durante el gobierno de Obama para integrar los sistemas de información entre las diferentes ramas del Estado, el DOGE tendrá acceso ilimitado a datos no clasificados de todas las agencias gubernamentales. Su primera misión es «reformar el proceso de contratación federal y restaurar el mérito en la función pública», garantizando que los empleados públicos tengan un «compromiso con los ideales, valores e intereses estadounidenses» y «sirvan lealmente al poder ejecutivo». El DOGE también «integrará tecnologías modernas» en este proceso, lo que significa que Musk y sus máquinas tendrán la responsabilidad de la supervisión política de los funcionarios civiles federales.

En las primeras horas del segundo mandato de Trump, los empresarios tecnológicos consiguieron proteger sus empresas más rentables del escrutinio público, al tiempo que ganaban una influencia significativa sobre la burocracia estatal. El nuevo gobierno no está interesado en utilizar el Estado federal para unificar a las clases dominantes como parte de una estrategia hegemónica. Por el contrario, está tratando de emancipar a la fracción más agresiva del capital de cualquier constricción federal seria, al tiempo que obliga al aparato administrativo a someterse al control algorítmico de Musk.

La creciente concentración de poder en manos de los tecnooligarcas no es en absoluto inevitable. En China, la relación entre el sector de las grandes empresas tecnológicas y el Estado es volátil, pero el primero se halla generalmente obligado a adaptarse a los objetivos de desarrollo fijados por el segundo. También en Occidente, los organismos públicos han rechazado en ocasiones el monopolio empresarial: el Congreso, el Departamento del Tesoro estadounidense y la Reserva Federal se unieron para bloquear el proyecto de criptomoneda de Facebook, Libra, en 2021. Para el economista Benoît Cœuré, «la madre de todas las cuestiones políticas es el equilibrio de poder entre el gobierno y las grandes empresas tecnológicas a la hora de configurar el futuro de los sistemas de pago y el control de los datos relacionados con estos procesos». Pero Trump está inclinando ahora este equilibrio todavía más a favor de las grandes empresas tecnológicas. Una vez promulgadas sus órdenes ejecutivas, Trump dio instrucciones a los reguladores para que impulsaran la inversión en criptomonedas, al tiempo que impedía a los bancos centrales desarrollar sus propias monedas digitales, estrategia que podría actuar como contrapeso de la privatización de la creación de dinero. Podemos esperar más políticas de este tipo en el futuro: desregulación, exenciones fiscales, contratos gubernamentales y protecciones legales.

Fuente: Diario Red

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