Trasfondo histórico
No fue sorpresivo que en los convulsionados años de fines del 60 surgieran cosas nuevas. Años de otoños y de primaveras, de muertes estruendosas y masacres y de cantos y gestos de esperanzas. Tiempos de utopías y de mañanas que pronto y sin duda llegarían. La política universal parecía dada vuelta y detrás de la cortina, en Praga, había una primavera mientras que en los EEUU había gritos de paz, marchas contra la guerra, cantos de libertad. Y, como en ocasiones es frecuente, en la Iglesia no podía ser diferente. Tiempos del Concilio Vaticano II, de otra primavera también teológica, tiempos de Pactos en las Catacumbas y Manifiesto de 18 obispos del Tercer Mundo, tiempos de “Nouvelle Théologie” y Populorum Progressio, tiempos de Medellín y un CELAM vivo y pujante, tiempos de grupos presbiterales diversos.
No fue extraño, entonces, que desde Europa floreciera una teología política, una teología de la esperanza, una teología del desarrollo… Y que eso fuera mirado con mucha simpatía en los sectores primaverales de América Latina. Es oportuno reconocer que era – y es – habitual que en la producción teológica en nuestro continente se repitieran, en ocasiones acríticamente, las voces europeas, especialmente – en aquellos tiempos – las de Francia, Bélgica y Holanda y, un poco menos, de Alemania, incluso muchos europeos, llegados a estas tierras hicieron grandes aportes al pensamiento.
Un pensamiento Latinoamericano
Pero, precisamente, surgieron algunas voces que quisieron dar un paso más. Un paso “nuestro”. Fueron varias voces de distintos lados que confluyeron en una palabra: “liberación”. Ya no se trataba de, por ejemplo, desarrollo. Liberación suponía “liberarse de algo o de alguien”, y eso implicaba, por ejemplo, conflicto. Surgieron, así, diferentes autores en Brasil, Uruguay, Argentina, Perú que empezaron a hablar de “teología de la liberación” (TL). Con conferencias o tesis académicas en un primer momento, con artículos y finalmente libros, se empezó a hablar de ella. Ya en 1968 Rubem Alves defendió una tesis doctoral sobre “teología de la liberación humana” (Princeton), Eduardo Pironio escribió un artículo con ese nombre: “Teología de la Liberación” (1970), Juan Luis Segundo dictó unas conferencias sobre “Masas y Minorías en la Dialéctica divina de la Liberación” (1972), Lucio Gera, también con el nombre “Teología de la Liberación”, dictó una serie de conferencias (1972) y lo mismo hizo Gustavo Gutiérrez. La conferencia de 1968 de G. Gutiérrez sobre “Teología de la Liberación” fue presentada originalmente ante el grupo sacerdotal ONIS; luego ampliada en 1969 (Suiza) para finalmente ver la forma de libro en 1971. Fue precisamente este amplio movimiento teológico, que se consolidó en torno a este tema y a esta obra, lo que habitualmente entonces es considerado, el “nacimiento” de la TL, de allí que se conmemoren ahora los 50 años.
Pero, como decimos, eran tiempos primaverales. Y, extrañamente, en la Iglesia hay amantes de los otoños. Los tiempos históricos también fueron mutando. Los imperios otoñales no podían permitir las flores que surgían aquí y allá, y empezando por Chile (aunque ya Brasil y Paraguay eran enclaves), pasando por Bolivia, Perú y la Argentina los tanques y las picanas empezaron a regar las flores “con genocidio y napalm”, como cantaba Víctor Jara. La muerte de Pablo VI y el surgimiento del polaco Karol Wojtyla dieron comienzo a un invierno eclesial del que aún no hemos salido, más allá de algún “veranito de San Juan” ocasional. La Iglesia de América Latina era un grano molesto, y, desde la extraña Comisión (vaticana) para América Latina (CAL; ¿por qué no hay comisiones para Europa, América del Norte, Oceanía, Asia o África? ¿sólo América Latina merece una “comisión”?) y la presencia activa y militante de Alfonso López Trujillo fueron apropiándose del CELAM, y llenando de cargos vaticanos a diferentes obispos amigos de este, y enemigos declarados de la TL. Por motivos que deberían investigarse acabadamente, fue evidente que, aunque toda la TL era detestada por este, su principal objetivo era acabar con Gustavo Gutiérrez. Su expresa exclusión de Puebla fue un signo evidente de ello. Valga a modo de ejemplo este dato: en el primer borrador de la asamblea de Puebla (Documento de Consulta) fue notable la ausencia de toda mención de los mártires. En un largo artículo comentando el texto, Gutiérrez dice expresamente:
“Resulta chocante que el DC no haga la menor referencia a la persecución que ha sufrido la Iglesia en estos años. La sangre de estos hermanos nuestros, muertos por dar testimonio de su fe en Dios y por haber amado sin cortapisas a los que Él ama de preferencia, es una de las riquezas más grandes de la Iglesia latinoamericana”.
Esto provocó que varios episcopados reclamaran esta ausencia (Brasil, Perú y El Salvador). Entonces el documento de Trabajo hizo un “excursus” [Nº 10] cuestionando la pertinencia del término “martirio” diciendo:
“No se trata de la legitimidad de la insurgencia, de la revolución, la subversión, la violencia o la denuncia sino del gravísimo caso de proponer al Pueblo de Dios en A.L. ejemplos que deba imitar para seguir siendo cristiano hoy. Auténticos mártires”.
De hecho, es llamativo que, en el documento final de Puebla, en el índice temático, el término “mártires” aparece entrecomillado (es decir, no son tales solo “se los llama así”). No es, además, de extrañar que el documento final de Puebla fuera virtualmente “secuestrado” por la curia vaticana hasta la autorización de su publicación por cada Conferencia episcopal. El caso de Santo Domingo fue más grave todavía
Otro ejemplo evidente del invierno fue la actitud de dinamitar el proyecto “Palabra-Vida” que la CLAR, que fue intervenida, planeaba con motivo de los “500 años”.
Todo esto confluyó en un hecho simbólico importante. La caída del muro y lo que se llamó “el fin del comunismo” fue celebrado también por los adversarios como “el fin de la TL”. Obviamente, un modo de afirmar que la TL era marxista.
Todavía, siempre a modo de ejemplo, fue sintomático lo ocurrido después de Aparecida. Como los participantes y su grupo de asesores podían tener acceso a los archivos, para trabajar sobre ellos, fue posible ver – clara e indudablemente – los cambios que produjo la curia vaticana sobre el texto final votado y aprobado. Por eso, cuando se produjo el Sínodo de la Amazonía, la consecuencia no fue “transparentar todo” para que fuera evidente que se confiaba en el Espíritu Santo que sopla en su comunidad eclesial; ¡no!, lo que se hizo fue prohibir la difusión de los archivos. “A confesión de parte, relevo de prueba” dice el dicho jurídico.
Proceso de crecimiento de la Teología de la Liberación
Por su parte, la TL fue pasando por las diversas etapas, obvias, de crecimiento. Luego de un primer momento de florecimiento inicial fue razonable que los diferentes tratados teológicos fueran siendo pensados “desde” la TL, así la cristología, eclesiología, antropología, etc. E incluso empezaron a ver la luz diferentes “manuales” o colecciones (algunas abortadas desde Roma, como la colección “Cristianismo y Liberación”).
Como también era de esperar, el tiempo fue marcando la historia. Algunos prometedores teólogos murieron jóvenes (valga a modo de ejemplo los casos de Hugo Echegaray – Perú – y de Raúl Vidales – México – muertos en 1978 y 1995 respectivamente), algunos cambiaron sus miradas rechazando hoy lo que abrazaban ayer (el caso de Clodovis Boff es ciertamente el más emblemático), además surgieron nuevos nombres y nuevos espacios de pensamiento: la liberación de las mujeres, los indígenas, los afrodescendientes, expresadas en las llamadas teologías feministas, teología india y teología negra son, sin duda alguna, espacios que enriquecen la reflexión. Cada una de ellas merecería un largo párrafo.
Como, finalmente, es lógico, muchos de los primeros teólogos están en las etapas finales de sus vidas, y algunos ya han muerto, valgan a modo de ejemplo los nombres de José Comblin, Ronaldo Muñoz, Lucio Gera y recientemente Pablo Richard, a los que se han de sumar los martirios de algunos con la referencia de Ignacio Ellacuría como nombre señero.
Una liberación histórica
Un elemento muy importante, que con frecuencia pasa desapercibido, es, precisamente la referencia a la “liberación”. Es decir, esto implica una situación concreta de la que es necesario liberarse. Y, obviamente, entonces, no es la misma la situación de los indígenas guatemaltecos o andinos que de los afro brasileños, de los barrios caraqueños o de los “cabecitas” argentinos. Cada quien, con su historia a cuestas, con sus opresiones y sus propias luchas de liberación ha de pensar y ejecutar sus ansias de emancipación. Se puede decir, a modo genérico, que la liberación es “del pecado”, pero sin duda el pecado es histórico y es social. El neoliberalismo – que es pecado – tiene distintos rostros en la Colombia uribista, el Ecuador de Lasso, la Argentina macrista o el Chile de Piñera. Hay elementos comunes, pero también propios. Y, además, en cada uno hay diferentes movimientos, espacios, luchas de liberación que no se repiten en otros lugares: el PT es brasileño, Morena es mexicano, el peronismo es argentino…
Valga esto para tener en cuenta, entonces, que mucho, ¡muchísimo!, de lo pensado y escrito en un lugar puede y debe ser aprovechado en otro, pero sería ingenuo repetirlo acríticamente. Y, valga lo mismo para la situación eclesial. Aunque el invierno eclesial wojtylista provocó nombramientos episcopales monocolores en toda América Latina, de todos modos, no es lo mismo el episcopado brasileño que el argentino, no es lo mismo el episcopado ecuatoriano que el colombiano…
Gustavo Gutiérrez
Para vislumbrar el presente de la TL es oportuno, una vez más, mirar a Gustavo Gutiérrez (93 años). Basta con mirar sus escritos, y es evidente que no es un autor prolífico si de libros hablamos. Incluso, muchos de ellos, como ya se dijo al hacer referencia a Teología de la Liberación. Perspectivas, tienen su origen en charlas o en artículos luego ampliados, en algunas ocasiones a lo largo de años. Esto que señalamos ocurrió con El Dios de la Vida [artículo en 1980 luego libro en 1982], Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente [1980 luego 1985], En busca de los pobres de Jesucristo [1980 luego 1992]… Es decir, originales artículos o charlas fueron ampliados hasta tomar forma definitiva de libro (y estos, con frecuencia, ampliados y retocados en sucesivas ediciones). Incluso, por lo que sabemos, Gustavo planea un libro “Cerca de Dios, cerca de los pobres” que fue el título de la conferencia que dictó vía Skype en el Congreso de teología latinoamericana en Unisinos, Brasil en 2012.
Esto, precisamente, nos permite profundizar un elemento fundamental: la teología de Gustavo empieza en lo popular, en los ambientes no académicos. Allí se piensa. Allí comienza. Luego la profundiza hasta darle forma de libro. Pero su origen se gesta en los ambientes sobre los que luego hablará / escribirá. No es lo mismo hablar “desde” los pobres que hablar “para” ellos o “sobre” ellos.
En lo personal debo reconocer, además, que Gutiérrez es uno de los pocos teólogos que hace un serio y profundo trabajo bíblico en su teología. Hay algunos que no tienen en cuenta los serios estudios escriturísticos contemporáneos, hay también quienes hacen referencias – incluso amplias – pero que parecen en orden a que la Biblia diga lo que ellos ya han decidido anticipadamente decir… Gutiérrez, en cambio, tiene un serio manejo de los métodos bíblicos. Su “comentario” al libro de Job es un muy buen ejemplo de esto.
La Teología de la Liberación en el presente
Todo esto que aquí señalamos nos permite dar un paso más: ¿hay un presente de la TL?
Como ya hemos señalado, nuevos nombres han surgido en la teología latinoamericana. Nuevos nombres y nuevos horizontes, por cierto. Y sería poco sensato pretender en este espacio hacer una lista o una reseña la cual sería ciertamente injusta y limitada; por ejemplo, cada mujer que hace teología merecería una expresa referencia y no ser invisibilizada en el colectivo “teología feminista” siendo que no se hace lo mismo de la teología hecha por varones. O, también, no puede ignorarse, al hablarse de “teología india”, que no son lo mismo las comunidades amazónicas que las andinas, no es lo mismo el mundo del trigo que el del maíz.
Primero: Pero notemos algunos elementos: prácticamente todos los primeros teólogos de TL fueron formados en facultades europeas, además de los que vinieron de Europa ellos mismos. Ciertamente, aunque la teología que ellos estudiaron fuera abierta a nuevas perspectivas, la TL fue creación propia en su caso. En muchas de estas ocasiones, fue la realidad la que les “abrió los ojos” y a la que buscaron decir “una palabra”, o – para decirlo con palabras de Pedro Casaldáliga, en su poema a monseñor Romero –: “los pobres te enseñaron a leer el Evangelio”. Muchos de los nuevos teólogos, en cambio, se han formado en facultades latinoamericanas (aunque, en muchas de ellas, pasadas por el tamiz post Juan Pablo II, por cierto), y no puede ignorarse el riesgo de este punto de partida: ¿se parte de la academia o se parte de la realidad? Hay algunas facultades más abiertas que otras, ciertamente, y los allí formados podrán empezar a pensar teológicamente con una nueva mirada. Pero si esta no empieza en la misma realidad de la cual es necesario procurar y pensar una liberación se correrá el riesgo “progresista” de que lo que se piensa sea muy grato, pero poco realista. En ese sentido, es bueno recordar lo que Gustavo Gutiérrez señaló desde su comienzo: la teología es “un acto segundo”: se piensa la respuesta de fe a partir de la situación a la cual hay que decir una palabra.
Segundo: En segundo lugar, es bueno tener claro que hay diferentes ámbitos, modos, y producciones teológicas: una es la académica, otra es la pastoral, otra es la popular, al antiguo decir de Clodovis Boff. Y sería un error creer que una de ellas es superior a las otras; parece sensato entender que todas deben alimentarse mutuamente, conocerse, y pensarse. Por ejemplo: sería poco sensato que una teología pastoral no tuviera en cuenta un elemento popular fundante al que dar respuesta, y a su vez uno académico que la ayude a dar razón; o sería sensato que una teología académica sepa escuchar los clamores de los pobres a los que decir una palabra para evitar caer en respuestas y preguntas “bizantinas”, o que una teología popular se nutra de lo pastoral y lo académico para evitar el siempre peligroso riesgo del fundamentalismo.
Tercero: En tercer lugar, y no parece fácil, una buena y verdadera teología (cristiana, aclaro) debería nutrirse de la Biblia. Biblistas académicos, como Severino Croatto o Milton Schwantes, o pastorales como Pablo Richard ya tuvieron su pascua. Y es notable que los grandes trabajos de TL suelen nutrirse de buenos biblistas europeos, y poco, o nada, de los de América Latina. Como señalé, hay algunos que parecen usar la Biblia según su conveniencia, u otros sólo citarla de modo casi decorativo. Si afirmamos -con el Concilio Vaticano II – que “la Biblia es el alma de la teología” sería de desear que esta constituya un verdadero nutriente del pensamiento. Es llamativo, por ejemplo, que, en congresos y encuentros, además de teólogos haya historiadores, cientistas sociales, políticos, pero que no se invite a biblistas.
Cuarto: Finalmente quiero señalar lo que me parece el punto de partida, pero que es a su vez el “test” que permite vislumbrar una verdadera y buena TL. Me refiero al “desde”; el “desde” dónde se piensa y se escribe. Probablemente este “desde” sea el aspecto que más acerca entre sí a las teologías de Gustavo Gutiérrez y de Lucio Gera, con los matices propios de cada lugar y de cada persona. Gutiérrez se plantea desde el inicio hablar de Dios “desde” el sufrimiento del inocente, o “desde” el reverso de la historia. Por eso propone “beber en su propio pozo”, para lo cual sale “en busca de los pobres de Jesucristo”. La categoría “pueblo” desde la que pensar y hablar constituye, particularmente a partir de la COEPAL, el punto de partida de la llamada “teología argentina” o “teología del pueblo”. Es interesante que, si en un momento – siguiendo a Diego Irarrazabal – Víctor Codina ubicaba a Lucio Gera en las teologías de neo-cristiandad, como Comunión y Liberación, el Opus Dei y otros grupos semejantes, luego (recientemente) lo haya vuelto a ubicar en las corrientes de la TL con una variante argentina. Algo semejante – también cambiando de opinión con respecto al pasado – repite Leonardo Boff. Es posible que el pontificado del Papa Francisco haya influido en ambos cambios de perspectiva.
Una buena teología se piensa “desde” un lugar, y – ciertamente – no es lo mismo pensar y escribir “desde” un escritorio que hacerlo “desde el lugar del pobre”. El presente y el futuro de la TL ciertamente debe hundir sus raíces en la vida y la muerte de los pobres.
Ciertamente debemos tener muy presente que la teología de la Liberación se hace desde los pobres, pero hoy es más claro que ayer que esos pobres tienen género, etnia, diversidad sexual, cultural o religiosa, e incluso que la liberación no es solo de los sujetos sino también de la misma creación, “la casa común”. Por eso, aunque algunos piensan que hoy la TL ya ha muerto y no existe más, muchos otros y otras siguen ese camino desde estas nuevas realidades, hablando entonces de diferentes teologías que ciertamente son de la liberación, aunque en muchas ocasiones esto no sea explicitado. Es interesante notar que la categoría bíblica “pobre” (de la que parte Gustavo Gutiérrez desde sus inicios y que sigue en su horizonte, como vimos) incluye ciertamente lo socioeconómico, pero también los sectores desprotegidos, o víctimas, o despreciados y negados de la sociedad instituida. La realidad actual, y las expectativas que se vislumbran para el futuro, nos invitan a saber que la necesidad de liberación está más viva que nunca. Y la urgencia de pensarla y de teologizarla parecen, también ellas, indispensables. Se trata de seguir caminos, o de otear horizontes “subidos en hombros de gigantes”.
(*) Publicado en https://
*Teólogo. Integrante del Grupo de Curas en Opción por los Pobres.
Fuente: Blog 1 de Eduardo de la Serna