Repito lo que el título dice, y lo afirmo y reafirmo: ¡no quiero que el Papa venga a la Argentina! Pero antes de ser mal interpretado, quiero precisar: no quiero que “el” Papa, y no me refiero a “este” Papa. Es decir, no quiero que ni este, ni el anterior ni el que lo suceda, venga a mi país.
Y quiero explicarlo, porque mis motivos son teológicos y pastorales. Por tanto, puedo estar equivocado, o, también otros pueden – con razón, o razones – pensar exactamente lo contrario. Pero quiero dejar claro mis motivos.
El Papa es el obispo de Roma. Nada más. Nada menos. Y me parece falsa la imagen del papa como “jefe de la Iglesia”, por ejemplo (imagen que los Medios de Comunicación se ocupan de repetir constante y unívocamente). Cada obispo es autónomo en su diócesis, aunque deba procurar casi obsesivamente la comunión (comunión de la que el Papa es garante) con los demás obispos y con el Papa. Pero, por un lado, cada obispo tiene sus propios carismas (los hay más espirituales, más activos, los hay más tradicionales, más creativos, los hay más cercanos a novedades, los hay más temerosos, etc.) y cada diócesis es, además, distinta de la vecina. Se supone que “este” obispo debe acompañar a “esta” diócesis. No como “dueño” por cierto, sino “ministerialmente” (es decir, como ministro, servidor, entre el Evangelio y la comunidad), Evangelio comunicado según las cualidades (carismas) de este obispo y según las capacidades que esta comunidad tiene de recibirlo, las que se supone, el obispo conoce y acompaña. De eso se trata, por ejemplo, la pastoral.
En lo personal creo que Juan Pablo II, al que atribuyo un preocupante autoritarismo, actuó (y se veía a sí mismo) como “dueño” de la Iglesia. Dudo que llegara al extremo de “la tradizione sono io” (Pio IX), pero no me extrañaría que susurrara “Kościół to ja!” (¡yo soy la Iglesia!, en polaco). Y en los viajes, eso mostraba. Aparecía como “el obispo” universal (la comunión “te la debo”). Así, al viajar a un lugar, el obispo titular aparecía a los ojos de todos como una suerte de obispo auxiliar del “Gran Obispo”, del Monarca, casi un gerente. Esto, además, me parece que era coherente con la eclesiología piramidal, no de “pueblo de Dios”, propia del papa polaco. Con muchísimo menos carisma (si tenía alguno), Ratzinger también viajó (menos, hemos de reconocerlo), pero ya quedó en el imaginario ese retrato de “jefe de la Iglesia”, además que también él renegaba de la de “pueblo de Dios”. Y creo que eclesiológica y pastoralmente no es bueno que esa imagen se mantenga. Y creo que los viajes papales contribuyen notablemente en ese sentido.
Diferente es si el Papa viaja para algo que es universal como una asamblea episcopal regional o universal, un sínodo, una asamblea de Naciones Unidas, por ejemplo, o lo que fuere, porque es, precisamente, él el garante de la comunión y está invitado a manifestarla.
No dudo que a muchísima gente – en este caso, en la Argentina, especialmente “este” Papa – le gustaría que viniera (como unos cuantos, no precisamente por razones pastorales, preferirían que no lo haga) pero creo que seguiría fortaleciendo una imagen de la Iglesia que no es tal; y una imagen de la autoridad que tampoco lo es.
Cuando falleció, después de un muy extenso papado, Juan Pablo II, me pidieron un artículo para una obra que finalmente no se publicó, y allí decía, precisamente, que una de las cosas más negativas que tenía para señalar de su pontificado (había muchas más, por cierto) eran sus viajes. Sería incoherente ahora afirmar lo contrario. No quiero que el Papa venga… Ni este, ni el próximo. Si quisiera, y es otro tema, que, en los nombramientos de los obispos, este Papa, y el próximo, tenga en cuenta, precisamente, al Pueblo de Dios. No estaría mal que ocurriera.
*Teólogo. Integrante del Grupo de Curas en Opción por los Pobres.
Foto: Télam
Fuente: Blog 2 de Eduardo de la Serna