• 21 de noviembre de 2024, 6:33
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Nietzsche y pensar el poder por cuenta propia

Por Esteban Ierardo

Ante la continua manipulación y el engaño, más allá de que se acuerde o no con su filosofía, Nietzsche es claro ejemplo del libre pensamiento ante el poder que siempre ve como un peligro el que se piense por cuenta propia. Nietzsche y lo que llama la «Gran política»; tal lo que surge de este artículo, a partir del comentario de un libro que recoge sus fragmentos póstumos sobre política.

Nietzsche llena de tormentas aun los cielos más apacibles. Su verbo filosófico trae el fuego y el martillo donde la filosofía prefiere la serenidad deductiva. El aforismo fragmentario e incisivo antes que la totalidad sistemática. Nietzsche, el pensador intempestivo, el nadador en contra de la corriente de su época. Desde su altura de águila, para atacarlas, escudriña las certezas de la modernidad: la razón universal; la humanidad seducida por las promesas del progreso continuo; el sonido de lo igualitario democrático como norte político en la sociedad de masas; las supuestas virtudes de la homogeneidad y la paz; y la piedad cristiana aún hirviendo en el fondo del alma europea.

Sobre el pensar político nietzscheano es muy oportuna la edición de Friedrich Nietzsche. Fragmentos sobre política, por la editorial Miluno, con una selección de fragmentos

Friedrich Nietzsche. Fragmentos sobre política, editorial Miluno

póstumos del autor de Así habla Zaratustra, con eje en lo político, pero que también recorre muchos de los acantilados y costas del pensador seguidor de Dionisos. La edición exhibe un lúcido y preciso estudio preliminar de Juan Sauquillo, y la selección, traducción y nota de Felisa Santos. La versión incluye escritos póstumos entre 1870-1873, dedicados a Cosima Wagner (el único que no pertenece a los fragmentos póstumos como tal), el Estado Griego, y otros numerosos textos fragmentarios.

Nietzsche evita la confusión entre la política subordinada a la ética, la del deber ser, y lo político real, empapado siempre por fuerzas en conflicto, por el instinto y la conquista. Lo que también ve el ojo de un Maquiavelo o un Temístocles. Mirada de turbulencias en la que el pensar genealógico de Nietzsche (celebrado por la relectura de Foucault en “Nietzsche, la genealogía y la historia”) escruta la génesis de los Estados en la violencia que genera derecho, y no en ninguna racionalidad jurídica, o una forma de gobierno u orden concedido por los dioses o una teología política.

Los conquistadores se imponen por la fuerza. El Estado, la ley, o la moral con su imaginería de lo “bueno”, son construcciones de los señores victoriosos que, por la guerra, hacen de lo político un arte del dominio que crea las formas de un Estado que se marca en el cuerpo de los vencidos. El derecho, la civilización y sus leyes encubren la fuerza genésica de la violencia, los instintos, las fuerzas activas que imponen su voluntad de poder. Nietzsche hunde espadas en todo idealismo metafísico, y degüella toda prédica, moral o laica, de la moralidad de un bien superior y fijo. Como lo suscribe el Thomas Mann de Schopenhauer, Nietzsche, Freud, Nietzsche golpea la hipocresía de la moral burguesa, y su expresión arquetípica: el rigorismo victoriano. Grito feroz contra la falsa moral, la racionalidad abstracta y el cristianismo de los cantos angélicos del más allá. La matriz de la decadencia. Tal como lo evidencia Fragmentos sobre política, lo político nietzscheano, anclado en su presente, rezuma desprecio por la disolución de lo individual ante el maquinismo industrial; repudio, a la vez, de las estrategias igualitarias, socialistas o anarquistas; y exhortación a los trabajadores a no consentir en ser esclavos de las fábricas, el Estado, o los partidos que los reclaman para la revolución o la lucha de clases.

Siempre convocado por el camino hacia el rayo del superhombre, el individuo debe ser energía autónoma; señor de una Gran Política; no subjetividad anémica y descolorida, fácil presa de manipulación de sacerdotes, políticos calculadores, o de los filósofos metafísicos de la voluntad de verdad que reclaman también sus seguidores sumisos a su descubrimiento de un supuesto ser eterno. Quieto. Atemporal. Itinerario nietzscheano de recuperación del imperativo ilustrado del pensar por cuenta propia, no por Dios, la patria, la razón o la revolución, sino por el cuerpo indisociable de la tierra, dentro de una sabiduría que abre a lo amplio del mundo, y a la inextinguible fuerza dionisiaca universal. Liberarse de las ilusiones políticas de su tiempo es otro aspecto de la cancelación de las ilusiones metafísicas o cristianas de la “verdad”, que como uno de los textos de la obra reseñada postula: lo “verdadero” es solo una “metáfora habitual”, “que ya no se experimenta como ilusión: metáfora olvidada, es decir una metáfora de la que se olvida que es una metáfora”. En Nietzsche, lo político no escapa a la red metafórica de lo lingüístico que crea sus representaciones ficcionales de lo real, que nos apartan de lo instintivo, lo corporal, lo terrestre.

Lo más cercano a las fuerzas que pueden tornear lo individual como diferencia singular; la flecha lanzada a la otra orilla; el individuo que arrostra su destino trágico, sin refugiarse en paternalismos políticos partidarios o entramados de poder institucionalizado. Lo político del individuo aristocrático en los vuelos nietzscheanos. El buscador, orgulloso de su soledad, de cumbres difíciles y lejanas.

(*) Publicado anteriormente en Revista Ñ, ideas, ciudad de Buenos Aires, 2020.

Fuente: Temakel 2

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