• 21 de noviembre de 2024, 6:55
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Malestares

Por Lic. Abel Langer

                              Si la falta es el atributo fundante y la pérdida es el núcleo central del psiquismo humano, los significantes que con más fuerza circulan en este fin - comienzo de siglo: expulsión, exclusión, marginación, violencias múltiples se nos presentan solidarios con sintomatologías y formaciones psicopatológicas tales como anorexia,  bulimia, a-dicciones, asesinatos, violaciones corporales y violaciones del sentido en todas sus formas, y nos llevan a pensar a estas patologías como intentos de preservar esa falta fundante propiciando la posibilidad inquietante de trabajar conceptos tales como estructura, “momento” histórico y subjetividad.

                                           Es verdad que ni los trastornos de la alimentación, ni las a-dicciones, ni las violencias son manifestaciones exclusivas de los tiempos que vivimos pero tampoco podemos negar su inmenso protagonismo en la sociedad actual.

                                           Si nos remontamos al siglo XIV cabe mencionar aquí los graves trastornos alimenticios de Catalina de Siena, santa italiana que desconcertó a las autoridades eclesiásticas de entonces y que llegaron a pensar que la joven estaba poseída por el demonio (equivalencia significante: comida y demonio: demonio y sexo eran, son equivalentes para el pensamiento religioso del cristianismo en sus diferentes vertientes, que perduraron a través de los siglos). También debemos tener presente que Catalina era quién competía por el papado siendo, como mujer, la que insinuaba una posición absolutamente opuesta a la misoginia  eclesiástica y quien desde su sintomatología expresaba la lucha que se desarrollaba en su interior: poder imbuido de los atributos fálicos

A fines del siglo XIX, Freud, al describir los trastornos en la alimentación de una de sus pacientes (Emmy) lo hace de esta manera: “La anorexia de nuestra enferma nos ofrece el mejor ejemplo de una tal abulia. Si come tan poco es porque no halla gusto ninguno en la comida y esto último depende a su vez de que el acto de comer se halla enlazado en ella [...] con recuerdos repugnantes...” (comida, repugnancia y demonio, recuerdos encubridores repugnantes que mediatizan el sexo y postergan la aparición de la emergencia de fantasías sexuales).  Así la sexualidad podría pensarse enlazada a la dificultad para ingerir comida y la ausencia de alimento a una forma de resguardo de la falta para que pueda condensarse en el síntoma que sustrae al sujeto de lo público: sexualidad y privacidad. Por lo tanto es, precisamente, el objeto lo que catapulta al sujeto a la búsqueda de la ausencia que le permite propiciar la función del aparato psíquico cual es la circulación del deseo como atributo esencial del psiquismo humano. Es decir, toda la vuelta sintomal, todo el rulo a través de sus síntomas que realiza un sujeto es la búsqueda de un espacio en la estructura que soporte y garantice la articulación de la falta como soporte simbólico. 

                                           Tampoco podemos soslayar el hecho que particularmente es en esta época histórica (espíritu de época) en donde los síntomas pasan a ser considerados acontecimientos del “alma” y, por lo tanto, pertinentes al psicoanálisis, es decir que desde la perspectiva de Foucault, es una creación de la modernidad la creación del loco y del neurótico.

                                            Por otra parte es impensable negar la relación entre entidades psicopatológicas y discursividades de la época, entre psicopatología y cultura. Siguiendo en esta línea cabe reflexionar sobre el hecho de que cada época histórica  propicia la aparición de patologías ligadas a los modelos vigentes, a los emblemas más valorados socialmente. Aunque nuestra época nos trae la inquietante paradoja de que un modelo repudiado socialmente pueda ser tomado como ideal o modelo de identificación (a veces oculto, siempre desafiante).

                                             Si tuviésemos que nombrar los ideales más subrayados y más preconizados de este tiempo no podríamos dejar de mencionar la importancia del consumo, el logro de éxito personal, la competitividad, la compulsión en el logro de objetivos, el individualismo, de gran incidencia todos ellos en relaciones humanas más agresivas y donde la otredad y la solidaridad quedan depreciadas en grado extremo.

                                              Otra situación para remarcar es que esta sociedad tolera y promueve adicciones que no son consideradas enfermedad: a la música ruidosa o simplemente al ruido, a los sedantes, a los medicamentos, a tratamientos médicos, médicos  o medicinas alternativas, a todo tipo de objetos, al alcohol, a drogas de todo tipo y color: desde el alcohol a la cocaína ó heroína, que se constituyen en conductas adictivas que pretenden llenar ilusoriamente esa falta teniendo presente que por el solo hecho de vivir en la cultura todo sujeto es adicto: es decir que será la cultura lo que genera adicción y sus malestares teniendo estas adicciones y malestares protagonismo en cada época histórica y auspiciando lo que denominamos el “espíritu de época”. Ahora debemos hacernos una pregunta: toda cultura es una adicción ó para estar inmerso en la cultura debemos convertirnos, obligatoriamente, en adictos?

                                               A su vez el atiborrarse de objetos responde a un mandato propio de la sociedad de consumo que cobra fuerza día a día. Mandato que pretende ilusoriamente llenar lo insaturable, que trata de colmar el deseo que insiste y que nunca podría ser suturado: es decir que lo que el sujeto trata de sostener es la “beance”, abertura que es garantía del deseo y de la lengua

                                              Cuál es el circuito necesario que implica a un sujeto no poder dejar de...( de alimentarse, de violentar, de tomar determinada sustancia), circuito necesario, recurrente, casi del orden de la naturaleza y sin embargo insistente porque algo dice, algo denuncia, algo objeta: lo sabe pero aún así... Quizás podemos escuchar, quizás debemos escuchar qué del orden de una ausencia de falta, qué del orden de una presencia que no escucha está denunciado en el síntoma, síntoma que redobla en los significantes exclusión, expulsión, marginalidad, ahora sí transformados en síntomas sociales

                                              A su vez es observable la tolerancia y la promoción de la transgresión de la ley que se ejerce desde el poder, situación que corroboramos cuando asistimos atónitos al aplauso desvergonzado a los estafadores de guante blanco y no tan blanco, a ciertos ídolos que han cometido crímenes repudiables, a gobernantes mafiosos, a los apoyos desde el poder a ejercer la justicia “por mano propia”, el promocionar el uso de la violencia en lugar de recurrir a los cánones judiciales. Si esta falencia con respecto a la Ley la referimos al ámbito familiar, nos vamos a encontrar con la palabra devaluada de los padres o de los transmisores de la misma, con hijos sin contención ni límites, con salidas  individualistas y con quienes ejercen la función paternal desorientados e inhibidos ante la demanda.

                                              Con respecto a la dimensión temporal las expresiones “fuiste”, “ya fue”, moneda corriente en las charlas de adolescentes, jóvenes y también adultos, permiten pensar el registro subjetivo del tiempo en caída vertiginosa, lo que implica la fantasía de desaparición del acontecimiento como producto del trabajo psíquico que acompaña a la demanda social. Lo importante es vivir el aquí y ahora; el hombre no da crédito al pasado y tampoco al futuro, no se prepara para el porvenir, porque este no existe, a desaparecido de su imaginario y no es posible encontrar formas de simbolizarlo. Qué porvenir puede existir para un sujeto que vive una sociedad que excluye, expulsa, margina, promueve la violencia de todos contra todos? ¿Qué le queda por asumir al sujeto si no es el desafío del síntoma? Todo es presente y efímero. A juicio de Paul Virilio : “Los hechos son lo que cuentan y no por mucho tiempo porque la información y la telemediatización se encargan de pulverizarlos...” ¿Pulverizarlos? Palabra que resuena: “¿A qué aspirás?”, “A pulverizar el mundo” ...”a pulverizarme con él”. Y en ese suceder a velocidad  impensada el zapping es Rey en toda la dimensión de los sucesos cotidianos pudiéndose pasar de la guerra de Siria o del Líbano o de una probable invasión a Venezuela a un show televisivo en un teleinstante, quedando igualados, uniformados, mezcladas ambas imágenes como la biblia y el calefón. Banalización del bien y del mal, efecto peligroso que nos puede conducir a “tutearnos” con la violencia y con la muerte, aparición del vacío con ausencia absoluta de reflexión y de pensamiento crítico. Es decir fantasma de vacío como forma de pensar la subjetividad de nuestro tiempo: “imposible de llenar” dirá el tango. “Maquillaje” de un “afiche” tanguero que implica lo efímero de la vida, y que puede marcar una época pero también a un sujeto sin marca, sin huella... y sin destino. Supuesta "post-modernidad” donde el instante temporal y el vacío corporal son denuncias de lo que insiste, retorna como la formación cultural significante: el resguardo de la falta, garantía de que el objeto no va a suturar lo que la “béanse” permite que la lengua diga.  

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