• 21 de noviembre de 2024, 6:39
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Los ríos subterráneos de la historia

Por Abel Langer*

 “Los límites del lenguaje son los límites del pensamiento”             

      Witgenstein                                                                                                                                                                                                        


“Nunca seremos más que la memoria que tenemos”

         José Saramago

             

                         “El ciudadano individual comprueba con espanto que el Estado ha  prohibido al individuo la  injusticia,  no porque quisiera abolirla, sino porque pretende monopolizarla, como el tabaco y la sal

   Sigmund Freud


    “No tiene identidad,  no está,  ni muerto ni vivo...Es un desaparecido...” 

    Genocida Videla 

                                                                                                                                                                                                                                                                  Escribir sobre Derechos Humanos en los tiempos que vivimos implica, necesariamente, soportar ciertos cortes en el pensamiento para que no se entorpezca la posibilidad de producción, aunque ésta siempre va a estar “contaminada” por nuestro pasado y por nuestra “reciente” y actual tragedia.

  Al haberse cumplido sesenta años de la Declaración de los Derechos Humanos por las Naciones Unidas nos resultará imposible pensar renegando acerca de lo que sucedió en nuestra historia en estos sesenta años aunque también en un pasado lejano, problema difícil de encarar, quizás tanto como a aquellos historiadores y sociólogos que deben transmitir y pensar sobre la historia de la Argentina reciente.

  Año 1979, visita de la comisión de DDHH de la OEA y una frase que hizo marca: “Los Argentinos somos derechos y humanos”. Por los micrófonos de una emisora radial se vocifera el repudio a todos aquellos familiares que esperan ser atendidos, “cola” mediante, para denunciar la desaparición de hermanos, padres, madres, cónyuges. Al mismo tiempo desde el canal oficial se convoca a los argentinos a concurrir al “obelisco” para festejar la obtención del campeonato juvenil de fútbol que tuvo como estrellas a Ramón Díaz y a Maradona. Primera escena.

   Segunda escena, en el recuerdo, Martínez de Hoz diciendo, hablando en la recepción que se le brindó a Rockefeller, en el teatro Colon (circa 1978) que en este país “sobraban 10 millones de habitantes”.  Como no especificó a quienes se refería, todos pensamos que eran “los otros”: cabecitas negras, viejos, pobres, niños,  mujeres, inmigrantes bolivianos, paraguayos, peruanos, senegaleses, etc. etc. Pero con una certeza doble: los poderosos no y quienes escuchaban tampoco: siempre “los otros”.


                 Es decir discriminación social como modalidad para construir un “pacto social”, ceguera social como forma de construir un nuevo contrato social, renegación perversa de la tragedia social como forma de construir un nuevo espacio de poder y de alianza de explotación para sustentar el  proyecto aniquilador: aniquilador de sujetos que sostuvieron, desde su subjetividad y sus cuerpos la idea transmisible de una relación de pertenencia a un proyecto entre sujetos, donde el otro apareciera en un horizonte compartible y deseable. Pero la palabra con sangre entra: el 30% de desocupados y subocupados que hoy registra la Argentina implica, con las familias que acompañan y sufren esta situación, a 10 millones de personas, entonces cabe preguntarse y preguntar: que sucedió en este país, que le sucedió a la sociedad argentina, que nos sucedió para que se pasivizara y se aceptara el más grande despojo y atrocidad compartida del que se tenga registro histórico. Hoy nuestra región se ha convertido en una factoría sin proyecto, el ideal social se impone desde la homogenización mediática que dictan la discriminación, la fragmentación, la violentación de las identidades, la violencia social, institucional y familiar, la desintegración de lazos familiares, de amistad, sociales y laborales, suicidios de jóvenes y ancianos haciendo “lazo social”, la vida dilapidada en “accidentes” de trabajo, de diversión, de tránsito. Violencia vuelta hacia el propio sujeto. Diremos: la pulsión  funcionando a  füll, sin palabra que la contenga.

                 Como respuesta el sarcasmo más descarnado ante la infamia de los poderosos. Sarcasmo que denuncia desde la formación sintomal la desagregación social y la ruptura de lazos de parentesco y de lealtades. Pero aquí también debemos tener en cuenta la cuota de sufrimiento de esta “cultura del padecimiento” y del plus de malestar en que se vacían los vinos nuevos en odres viejos, que la forma de llegar a fin de siglo y de milenio de la modernidad se ha consumado en la planetarización de la técnica, habiendo ingresado, a escala universal, a la era de la técnica como consumación de la modernidad: “el pensamiento moderno desplegado en todo su fervoroso (y agotado) esplendor, se realiza planetariamente como civilización técnica” y nos recordará Heidegger: “la esencia de la técnica no es nada técnico”(4), en donde ésta se ha independizado de la ciencia, cargando sobre sí con el efecto universalizante. En todo su recorrido histórico podríamos decir que fue la ciencia la que intentó obturar la escisión del sujeto. Y en  donde el hombre, que desde los albores de la cultura fue constitutivo a su esencia el desarrollo técnico, va a ser estructurado y a pensarse a sí mismo desde la supremacía técnica pasando ésta a ser, en nuestro tiempo “la figura efectiva de la metafísica moderna y no un mero instrumento de la aplicación de la ciencia”. Entonces en nuestra época encontramos a la técnica tratando de ocupar todo nuestro presente y nuestro futuro, intentando producir un borramiento de nuestra producción subjetiva, de sellar cualquier fuga de nuestro aparato psíquico que denuncie los intentos de un pensamiento abarcador y total.

      Cómo pensar esta “cultura del padecimiento” si no es refiriéndola a lo que, en esta idea de planetarización y supremacía técnica y de “aldea global” en que ideológicamente estamos inmersos, aparecen nuevas formaciones sintomatológicas y de alta prevalencia social, por su número y calidad, así como de otras que tenían una incidencia camuflada, que se hacen públicas como se hace público lo que perteneció a la esfera de lo estrictamente íntimo, privado: es decir que una de las cualidades de nuestra época es la descarnadura de las sintomatologías y el sufrimiento social es más intenso porque ya no pertenece a la esfera de la intimidad: la privacidad se ha hecho pública y su sufrimiento anestesia, posibilitando las identificaciones sobre estructuras “planas” (como una pantalla de T.V.), estructuras psíquicas aparentemente sin pasado y sin futuro, y en este dispositivo social de la mera apariencia registramos el siguiente síntoma: el desencadenamiento de la “voluntad” de no pensar: anorexia de pensamiento o bulimia del pensamiento (incorporación y expulsión del mismo) y como efecto esta suerte de “jibarización” de amplios sectores sociales que unidos a la mala o nula alimentación, a los efectos de la droga y el alcoholismo, a la falta de palabra que sea efectivamente escuchada, a la falta de trabajo y de proyectos, a la desintegración social y familiar nos acercan al pronóstico nefasto de Unicef: el 40% de la población infantil que en la actualidad están en edad escolar en el Gran Bs.As. sufrirán de algún tipo de deficiencia o retardo mental: es decir discapacidad mental que nuestros contemporáneos, nuestros “otros” con los que compartimos el imaginario social y cultural, tienen y soportan, en una proporción cada vez mayor,  un sufrimiento psíquico y físico que se condensa en un significante: exclusión y que tiene en el horizonte dos significantes que le harán compañía y que ya se avizoran: expulsión y marginación.

       Los otros, el “otro” de la necesidad y de la privación ya está instalado entre nosotros, nos mira, nos observa, nos escudriña desde nuestra contemporaneidad, desde nuestro futuro y de nuestros propios registros perceptivos, al dejar de ser los niños los depositarios de los sueños fallidos de los adultos. A no ser que tomemos el camino de la exclusión del otro o de la nuestra, que para el caso produciría el mismo efecto: un mundo bipolar. Yo o los otros; uno de los dos deberá tener supremacía sobre el otro, uno de los dos deberá desaparecer. Mundo bipolar, estructura de un pensamiento binario que como plantea Adorno y la escuela de Frankfurt necesariamente conducirá a la partición del mundo (estructura paranoicamente perversa de concebir el mundo) y en donde el otro es el distinto y el diferente intolerables. Lo será en términos raciales, sociales, culturales: aquí está lo insoportable, aquí aparece lo que no se podrá tolerar: la diferencia que deberá ser eliminada, desaparecida: la diferencia no se reprime, se elimina desapareciéndola: mundo sin diferencias, sociedad sin diferencias, en donde el lenguaje y la constitución significante quedarían imaginaria y desde el real clausuradas, y en donde nuevamente hace irrupción el mundo total, el estado instrumental con sus instrumentos totalizadores, produciendo discriminación de la diferencia dando como consecuencia: exclusión y compartimentación social.

* Psicoanalista



                                                                                   

                                                       


  a.



                 

     

               

    



Fuente: Liliana López Foresi

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