• 12 de diciembre de 2024, 20:39
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Libertad: cuando la locura hace al sentido común.

Por Sergio Zabalza*

Allá por 1946, Jacques Lacan señalaba que la libertad sigue como una sombra a la locura. En otros términos, la megalomanía, el desvarío y la ruptura del lazo social desligan al ser hablante de las sujeciones que la existencia impone a todo cuerpo que respira, sueña y habla. Han pasado casi ochenta años y el delirio privado propio del alienado se ha trasladado a la subjetividad prevalente en estas primeras décadas del siglo XXI. ¿Es que estamos todos locos? podría preguntar con buen tino el lector. Nuestra respuesta diría que la locura se ha incorporado al sentido común, con el solo resultado de producir un oxímoron tan interesante para el análisis como aterrador si ponemos el foco en nuestros más próximos afectos. A nuestro modo de ver, en su texto “El tercer inconsciente” de Franco Berardi coincide con este diagnóstico cuando menciona el lugar de la proxemia (la distancia respecto del prójimo, léase el cuerpo del Otro) en la actual psicoesfera, (o sea: las significaciones comunes que otorgan cierta consistencia al conjunto social). 

Es así que tras un breve repaso por el inconsciente propiamente freudiano cuya clínica establecía una marcada separación entre neurosis y psicosis, el auge del capitalismo financiero ha desligado al deseo de las mazmorras de la represión para, en su lugar, sumir al sujeto en una suerte de empuje al consumo cuyo derrape poco lugar deja a la felicidad y mucho menos a ese milagro por el cual, querido lector/a algo del respeto media entre tú y este servidor. En términos lacanianos, el objeto a está en el cenit del lazo social. Esto es: primero la satisfacción del Yo, luego, si nos queda tiempo, veremos qué hacemos con el resto. Las selfies, el scrolleo en las redes sociales, la pauperización de los vínculos amorosos y otros signos de época así lo comprueban. En su maravillosa “Terrenal” –la obra que recrea la relación de Caín y Abel-  Mauricio Kartún pone en boca del Tatita Dios el peor de los castigos con el que Caín cargará de por vida en esta máxima que hoy parece plasmarse cada vez que el odio hace sentir su sombra en el terreno de la actual subjetividad: “No querrás que te vaya bien, querrás que al Otro le vaya mal”. Desde nuestra perspectiva este es el mensaje que abre las puertas al desvarío que hace de la locura el sentido común de nuestra época. 

Berardi se anima a ubicar este nuevo estadio, época o nivel al que denomina el tercer inconsciente. “Devenir nada” es uno de los términos que emplea y al que vale la pena prestarle atención si nos tomamos en serio una de las frases – a mi juicio fundamentales- que Freud vertió cuando apenas contaba con 38 años de edad: “el prójimo es una noticia en el cuerpo propio”. ¿De qué libertad nos hablan si mi existencia está ligada por estructura con el ser humano situado allí enfrente de mí? Este “devenir nada” se traduce en la depresión, el ataque de pánico y la angustia que corroe a cada paso nuestra existencia. Tanto es así que Jacques Lacan define a esta última como el registro de reducirnos nuestro propio cuerpo. Berardi deposita cierta expectativa en la posibilidad de imaginación que el ser hablante probó emplear cada vez que las encrucijadas de la historia hacían del espacio y el tiempo un aparente sin salida. Y es que la experiencia de la pandemia pone en primer plano este encierro cuyas consecuencias hoy continuamos sufriendo. Si es cierto, como nos consta a quienes atendimos durante el confinamiento obligado por el virus, que la pubertad fue el segmento más dañado del conjunto social ¿puede sorprendernos que millones de jóvenes voten a un tipo que vocifera libertad, libertad?  Para terminar, quisiera reproducir el título del texto con el que tuve el gusto de participar en el número 4 la Gaceta Psicológica de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires de junio de 2023: “Mi Ley soy Yo”. ¿Estaremos dispuestos a perder esta ilusión que hoy amenaza a sumirnos en el “devenir nada”? 

*Psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.

Fuente: Liliana López Foresi

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