La tragedia de Edipo cautiva a lectores e investigadores. Su magnetismo lírico y trágico sigue brillando con vigor. Habitualmente se ha asociado a Edipo con el mito griego antiguo y la tragedia sofoclea. Pero la estructura narrativa que sostiene los dolorosos avatares de quien mató a su padre y yació con su madre, pertenecen a un devenir narrativo más amplio: el de los cuentos populares, una sustancia literaria, originalmente oral como el relato mítico, que se convirtió en objeto específico de estudio del folklore a partir del romanticismo en el siglo XIX. En el siglo XX surgió el estructuralismo con su voluntad de exhumar códigos universales. La lengua y la obra literaria, el mito o la religión, serían estudiados a través de una estructura subyacente configurada por una red específica de funciones. El estudioso ruso de la literatura popular, Vladimir Propp, editó en 1928 su célebre La Morfología del Cuento, donde examina las 31 fases o funciones que enhebran un cuento popular clásico. Estas funciones giran en torno a un protagonista heroico cuya historia ondula desde una fase de alejamiento, la imposición de una prohibición, la violación de esa prohibición, hasta el regreso al hogar, su reconocimiento, su casamiento y su ascenso al trono. En otra obra menos difundida, Edipo a la luz del folklore, Propp exhamina la sincronicidad entre la estructura narrativa de la tragedia de Sófocles y numerosos relatos populares del ámbito europeo y ruso. Para la difusión de este texto olvidado hemos elegido los momentos definitorios de la tragedia de Edipo, su primera apoteosis, y la final donde se revela y consuma su destino.
Esteban Ierardo
La primera apoteosis de Edipo
Comparando a Edipo con el protagonista del arquetipo del cuento, podemos establecer que, tras la exaltación al trono y el matrimonio, Edipo concluye el camino del protagonista del cuento. El cuento maravilloso por lo general así termina. El protagonista de los cuentos maravillosos deriva históricamente de los organizadores originarios del mundo o de los primeros legisladores y fundadores de la cultura de un pueblo. Abandonado como pasto de las fieras, a continuación vuelve, es reconocido gracias a las señales impresas con un hierro candente de un cuerpo, por sus facciones, y heredara el reino de su padre-abuelo, siendo el primero en dar leyes al pueblo, fundar ciudades, abolir la esclavitud, enseñar a los hombres a labrar las tierras y sembrar cereales. El protagonista más reciente ya no dicta leyes, no enseña a labrar, sembrar o trabajar el metal, pues estas actividades ya son conocidas. El protagonista de los cuentos llega al trono, pero no reina. Edipo, sin embargo, no puede terminar con el entronizamiento. Edipo reina. Este es un elemento no del cuento, sino más reciente. Desde el punto de vista de la poética del cuento, ahora se prolonga y desarrolla en el momento de la apoteosis del protagonista. Edipo no sólo reina, sino que durante su reinado alcanza honores altísimos. Es casi una divinidad. "Edipo exaltado por la voz del pueblo", el rey-dios como nos lo presenta Frazer en su estudio, puede librar al pueblo de la peste. Es el intermediario entre dios y los hombres.
A ti acudimos todos suplicantes,
búscanos algún remedio,
bien te lo inspiren las voces de los dioses, bien te lo dicte algún mortal,
así le habla el viejo sacerdote.
Estas características del Edipo-magno, dios-rey-sacerdote, se hallan en toda la tragedia. De él se canta:
Tú que asestaste con sin par destreza
y arrebataste la más venturosa fortuna
¡Oh Zeus! Tú que acabaste con la rampante doncella
y sus fatales enigmas,
y en medio a nuestra tierra te alzaste cual
baluarte ahuyentador de muertes;
Yo por eso te aclame rey mío, y te colme de honores,
cual soberano de Tebas, la magnífica.
El reinado de Edipo crea un contraste con la fase sucesiva de la acción. Aun no ha empezado la tragedia. Edipo podría reinar hasta el final de sus días. Mas hay un fatal secreto, y este secreto exige ser revelado.
La revelación
Empieza el último acto de la biografía poética de Edipo, y el primer acto de la tragedia verdadera. Empieza la revelación.
La tradición épica folklórica aquí también nos muestra la forma antigua de relación. En el cuento del desenmascaramiento ocurre de forma bastante sencilla y se resume en dos o tres líneas. En el lecho nupcial el incestuoso es reconocido por una cicatriz en el vientre o en el cuello, una señal en los pies, una imagen o un evangelio que llevaba su equipaje, o incluso por su cesta, que siempre tiene a su lado, como Pelia o Nekeleo en la tragedia "por razones que nos son desconocidas", tiene a su lado el madero hueco en que él y su hermano fueron hallados por el padre adoptivo. Aquí habría que hablar no de "razones" sino de fines poéticos. Es una forma más bien ingenua de preparar el reconocimiento. La duración del matrimonio varía entre una noche y muchos años, y en algunos casos (rarísimos) del matrimonio nacen hijos.
Si Sófocles hubiera actuado como en la tradición contemporánea, en la cual el desenmascaramiento ocurre instantáneamente, no tendríamos esa totalidad poética que es su tragedia. El momento de la prueba material (los pies perforados), que tienen funciones decisivas en el folklore, aquí es sólo secundaria. En el cuento la madre-consorte, al descubrir en el lecho nupcial las cicatrices, revela inmediatamente lo que está ocurriendo a sí misma, al protagonista y al público. Huelga decir con cuanta poesía Sófocles ha difuminado este desenmascaramiento. Empezando por la peste, que ya es una señal incompresible y misteriosa de algo inmundo, la verdad se va haciendo luz de forma gradual. Tiresias desvela la verdad ante los espectadores. Yocasta, contando el asesinato de Layo, hace patente el parricidio de Edipo, mas ella aún no entiende. El pastor revela el incesto a Yocasta (pero no a Edipo), y luego el incesto se manifiesta a Edipo, confirmando del tal modo el parricidio.
Así, toda la tragedia está construida sobre el desarrollo de un solo momento de la tradición épica: el momento de la revelación. Precisamente en esto consiste la tragedia: en una toma de conciencia. Todos los demás momentos pasan en segundo término; son necesarios para la construcción de la trama, pero de ellos se habla de forma retrospectiva y breve, y sólo valen para focalizar toda la acción en función del último, terrible momento, del que son un preliminar.
La segunda apoteosis de Edipo
La tragedia de Sófocles así termina. El resto -suicidio de Yocasta, autocastigo de Edipo y despedida de sus hijos- es un tema poético de circunstancia, y sustancialmente no constituye ya un desarrollo de la trama.
En la figura de Edipo se siente claramente una duplicidad. Es el héroe más grande y el benefactor de su ciudad y a la vez más perverso.
Esta falta de armonía exige una explicación. En las primeras formas de nuestra trama, cuando aún no era impío el parricidio y no existía aún el matrimonio incestuoso, la trama termina aquí. La toma de conciencia del parricidio en cuanto acto perverso, cumplido involuntariamente por el noble protagonista, exige su rehabilitación, purificación y redención del pecado, puesto que es conciente de su infamia, o exige la transformación definitiva del protagonista en un perverso completo. La poesía popular ha usado de ambas posibilidades, adaptando la trama, por una parte a Judas, y por otra a los santos. El desarrollo y la acentuación de los rasgos perversos es un hecho más reciente, porque la tradición épica originaria exige un héroe, no un bellaco.
El cotejo del Edipo en Colono con el folklore contemporáneo demuestra que Edipo rey y Edipo en Colono forman un todo orgánico, una sola trama y no dos. Andrés de Creta, Gregorio, Pablo de Cesarea, etc., no sólo sustancialmente, sino en las mismas formas que el Edipo en Colono, conocen un segunda apoteosis.
El estudio morfológico del cuento pone de manifiesto que la trama se construye según ciertas leyes de composición. Si el protagonista vive, tras el matrimonio, ciertos acontecimientos, se disponen siempre en el mismo orden que el primer contexto de acontecimientos. Empieza el segundo curso del cuento, y se construye en base a las mismas leyes usadas en la composición de los acontecimiento que viven, los protagonistas del cuento en general. Precisamente el "segundo curso" de este tipo es Edipo en Colono respecto a Edipo Rey. Lo que no significa que el segundo curso sea una repetición del primero. Dada toda la estabilidad del centro compositivo, se llena de los más variados contenidos, por lo que sólo el ojo atento del investigador puede descubrir una regularidad.
Edipo vuelve a abandonar su casa, tal y como lo había pecho de pequeño. El alejamiento del protagonista es el primer momento, la primera etapa en el desarrollo del curso de la acción. Nuevamente es desterrado, nuevamente le esperan la obscuridad absolutas.
Los acontecimientos que el protagonista vive pueden dividirse en acontecimientos determinantes y acontecimientos derivados de los anteriores. El acontecimiento determinante principal, al que el protagonista se somete en las formas más remotas del arquetipo del cuento, es su engullimiento, luego deformado y reinterpretado. El engullimiento lleva a la adquisición de rasgos heroicos. Este es, en un rápido resumen, el camino del protagonista, camino cuyas causas históricas son muy complejas. Este fue también el camino de Edipo rey. Ya vimos que los temas del abandono sobre las aguas y la educación se remontan al engullimiento por parte de una fuerza y que de ahí se determinan los acontecimientos sucesivos: el matrimonio y la exaltación al trono.
Pero también hemos observado que la vieja trama entra en contradicción con las nuevas relaciones sociales y que Edipo aún conservando los rasgos del viejo gran héroe y jefe, se convierte trágicamente en impío y perverso. Y esto es precisamente lo que provoca el segundo curso. Edipo es desterrado nuevamente para nuevamente ser engullido, pero esta vez no por una fiera o por las aguas, sino, de acuerdo con la nueva religión agraria, por la tierra.
La religión de la tierra era una religión de la vida en la Grecia antigua. La tradición sucesiva de la Europa cristiana ha perdido la claridad típica de Edipo en Colono. Luego no hay de que sorprenderse por el hecho de que el folklore contemporáneo, que ha conservado detalles útiles para la explicación de la oscuridad de la trama y muchos aspectos de la acción de Edipo rey, no haya conservado estos mismos detalles, para Edipo en Colono, por el hecho de que, por el contrario, el material griego procedente de una religión todavía viva (se atribuía un culto a Edipo), entre a formar parte y explique el material folklórico contemporáneo.
La penitencia impuesta al pecador ser conserva en el mejor de los modos y más completamente en los materiales rusos, ucranianos y bieloruso. El protagonista, infaliblemente y de varias formas, termina bajo tierra. Andrés de Creta va a ver al obispo. "Llegó a la iglesia y en ella hay un pozo: siete años habían estado cavando sin hallar agua, y lo habían cerrado. Era hondo y hondo". Otro ejemplo: "Y el obispo mando cavar una fosa de seis metros de longitud y uno de ancho por cada lado...".
¿En qué consiste la penitencia? Junto a la forma aquí descripta se encuentra la forma, tomada de otros cuentos, de tener que regar un tizón hasta que de brotes y crezca, y pruebas parecidas. Aquí la prueba es evidente: si la planta crece, el pecador ha merecido el perdón; si no, ha sido condenado. También el entierro del protagonista tiene naturaleza no sólo de castigo, sino también de prueba. "Hizo voto para treinta años, y cuando la fosa se llene de tierra, y se eche tierra sobre su fosa, entonces merecerá el perdón de sus pecados". Estas palabras hay que entenderlas así: el protagonista esta encerrado durante treinta años sin alimentos y bajo tierra. Si la tierra lo expulsa y devuelve a la superficie, ha sido perdonado; si la tierra lo engulle para siempre, ha sido condenado. Lo mismo acontece en el cuento bieloruso: "Se levanto la tierra en el pozo, y en el año treinta el pozo se colmó de modo que él se encontró bajo el tejadillo", esto es, desde el fondo del pozo Andrés va subiendo hasta el nivel del tejadillo. El pozo se va llenando por abajo y lo levanta. Aun más claramente está formulada esta interpretación en un cuento ruso. Aquí han sido sepultados bajo tierra la madre y el hijo, en dos pozos diferentes: "Cuanto estos pozos se llenen y salgáis, entonces dios os habrá perdonado".
Contemporáneamente a esta inmersión en la tierra del protagonista ocurre otra cosa: las llaves con que se ha cerrado el pozo, o encadenado al mártir son arrojadas al mar, donde inmediatamente las coge un pez, y las engulle. Al finalizar el plazo establecido, se realiza un milagro; el cuerpo del pecador sale de la tierra, y las llaves salen del agua. Emergen solas, o es pescado el pez que las había engullido. Es como si las llaves fuesen un doble del protagonista. Él es engullido por la tierra, por el mar y por el pez a la vez, y simultanéamente devuelto por ellos a la tierra. La antigüedad sólo conoce el caso de engullimiento por parte de la tierra.
La versión occidental de nuestra trama no conoce la inhumación del protagonista. Aquí el pecador se retira a una cueva o a una isla o una costa, a menudo en un islote rocoso, de donde nace el nombre "Gregorius auf dem Stein". El material occidental, por lo tanto, no permite ver la relación con el Edipo en Colono : la vida en la cueva es usual para los pescadores penitentes. En los materiales rusos (y eslavos en general), en cambio, es muy corriente el tema de la tierra. La tierra desempeña una función también cuando el pescador edifica una construcción de superficie: por ejemplo, encuentra cerca del mar una cabaña vacía. "Entró en ella, y mandó taparla y cubrirla de tierra". Otras veces, un ermitaño le aconseja: "Haz, hijo, una casa de madera y cúbrela con una alta loma de tierra". El joven lo hace: "Derramó encima de ella un alto túmulo".
La última palabra demuestra que el mártir va a la tumba, como ocurre en Edipo. Pero su muerte es diferente a todos los demás. Él, como Edipo, siquiera muere, su vida puede continuar de doble manera. La tierra lo devuelve, pero lo devuelve no tal y como era, sino transfigurado: emana luz, esplendor y fragancia; el pan y el agua que había a su lado están intactos, y ya no es un ser terrenal, físico. La paleta popular no repara en colores para pintar su santidad. Por ella ha sido devuelto luminoso y transfigurado; casi no importa saber si está vivo o muerto. Si ha muerto, se le declara santo en el acto y su cadáver hace milagros. Si vive, continúa viviendo como un santo, o se convierte en papa, es decir, de nuevo, por segunda vez, ciñe su corona, aunque se trate de una corona de otro orden.
Edipo y las leyendas de Gregorio o Andrés de Creta se desarrollan aquí de modo absolutamente idéntico. En Edipo el protagonista, gracias a la fuerza de la tierra, se convierte en héroe; en la leyenda de Andrés, en un santo, pero no santo de iglesia. La iglesia no ha conocido una hagiografía de Andrés parecida a la de nuestra leyenda. No lo canonizó, ni podría hacerlo. El protagonista de esta leyenda, una vez papa, no representa en absoluto los ideales católicos. Detrás de la figura de Gregorio o de Andrés el estudioso vislumbra la figura monumental del antiguo Edipo, cuyos restos mortales no realizan milagros religiosos, pero protegen a la ciudad de los enemigos.
¿Cuál podría ser la fuerza de la atracción de la trama, una vez perdida su sacralizada originaria? Esta fuerza sólo consiste en una cosa: el sufrimiento del protagonista. El sufrimiento en general es ajeno a la antigua Grecia. El griego es, ante todo, hombre sociable. Sin embargo, en la Grecia de la época de su máximo florecer, que demuestra una de las primeras señales de decadencia, el sufrimiento de Edipo tiene carácter personal. Edipo, representación y centro de la ciudad, de su significado y prosperidad, es de repente desterrado de esta sociedad, quemando sólo consigo mismo. Ha perdido la corona real, de la que nunca había abusado para fines personales, pero había usado para servir a su pueblo. Ha perdido a su mujer y madre, aquella que lo vinculaba al ritmo de la sangre y la vida. No es causal que se clave en los ojos el broche de ella: la oscuridad es símbolo y expresión de su renuncia al mundo. Y debe perder también a los hijos. También sus hijos son interpretados y tratados de una forma no completamente griega. El griego quiere hijos, en lo que nuevamente vemos la expresión de un hondo instinto social y estatal. Edipo tiene un hijo y una hija. Y será precisamente gracias al cariño de su hija como más tarde podrá encontrar parcialmente una vía de regreso hacia el mundo. La escena de la despedida es tal vez la más dramática de toda la tragedia, es el momento del nacimiento del hombre, el momento del nacimiento del hombre en la historia europea.
Precisamente aquí encontramos las clave para entender por qué la trama ha sido asimilada por el cristianismo y se ha convertido en una leyenda cristiana. La trama adquiere una sacralidad nueva, histórica, y la adquiere en Grecia. De aquí nace la segunda apoteosis de Edipo. La primera consiste en la derrota de la esfinge y la conquista del trono. La segunda es el engullimiento del mártir por parte de la tierra y su divinización. Es característico, no obstante, que en la antigua y sana Grecia, el hecho de que, en cuanto divinidad, él no es el defensor de los que sufren, sino que se convierte en el defensor de la ciudad de los peligros militares. El bando que tenga su cadáver se hará con la victoria. La leyenda medieval no ha asimilado esta primera apoteosis y ha interpretado erróneamente la segunda. Mas ni podemos limitarnos a analizar tan sólo la trama, ahora la trama hay que observarla desde la perspectiva de toda la vida histórica. De qué modo en esta trama se refleja la vida de los ganaderos zulúes, de los nómadas bereberes, de los montañeses del Cáucaso, de los griegos, y como en ella están contenidas las luchas del catolicismo y de los aspiraciones humanas del Renacimiento y del Humanismo, el lóbrego siglo XVII y los ideales inconscientes de los campesinos, todo esto lo puede poner de manifiesto sólo una gran investigación histórica-cultural. (*)
(*) Fuente: Vladimir Propp, Edipo a la luz del folklore, editorial Fundamentos, Madrid, 1980., pp. 132-140.