• 29 de marzo de 2024, 7:05
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Correísmo y anticorreísmo, eje electoral en Ecuador

Por Patricio Trujillo Montalvo

El expresidente Rafael Correa ha generado una nueva ruptura entre el electorado ecuatoriano, que separa claramente a sus seguidores y detractores. Las elecciones de 2021 determinarán qué eje tiene más fuerza en las urnas.

En 1967, los politólogos Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan aplicaron el término “clivaje” a la política para definir las líneas de ruptura, los ejes en torno a los cuales se agrupan las dimensiones que nos ayudan a entender mejor las sociedades modernas desde el punto de vista electoral. Establecieron cuatro dimensiones: la primera sería la clase social; la segunda, el nacionalismo y el separatismo; la tercera estaría vinculada a la religión y su dimensión confesional o laica; por último, la dimensión de lo urbano, es decir, las ciudades frente a lo agrario o rural. Según Lipset y Rokkan, para que estas divisiones estructurales se transformen en clivajes o ejes es necesario que sean profundas y visibles, es decir, que sean sentidas como algo que identifica a los actores.

En el caso de Ecuador, los ejes clásicos podríamos definirlos según la clase social, la región (costa-sierra), la etnia (mestizo-indígena) y el espacio (urbano-rural). En los últimos procesos electorales han sido utilizados para interpretar el resultado de los votos y las tendencias de los votantes. Para las próximas elecciones, sin embargo, hay que añadir uno más, el eje que enfrenta al correísmo con el anticorreísmo. De hecho, este clivaje estuvo presente en la pasada elección presidencial de 2017, como también en la consulta popular y en las seccionales de 2018, donde el nuevo partido de Rafael Correa, Fuerza Compromiso Social, no obtuvo los mejores resultados o los deseados por su líder.

La historia política del correísmo en Ecuador empieza con la decisión de Lenín Moreno de no acompañar a Correa en su tercer mandato (2013-17). La decisión generó divisiones entre las heterogéneas facciones del movimiento Alianza País. Correa optó entonces por Jorge Glass, amigo personal, a quien conocía desde sus años de adolescencia. Glass no era una figura relevante dentro del movimiento, pero sí del gobierno, habiendo ejercido como ministro coordinador encargado de todos los proyectos estratégicos.

Su elección fue anunciada el mismo día de la convención nacional de Alianza País, en noviembre de 2012, en el estadio del popular club deportivo Aucas, al sur de la ciudad de Quito. La designación causó sorpresa entre la mayoría de la militancia presente, pues evidenciaba la poca democratización que existía en el buró político del movimiento, donde la selección del candidato se realizó sin primarias ni consulta a las bases, menos aún a la militancia. Fue el pistoletazo de salida formal del denominado correísmo, erigido en un ala o facción que consolidaba el liderazgo y la figura de Correa, al tiempo que desataba y conflictos no solo con actores de la oposición, sino también con otros sectores de Alianza País.

El segundo evento que consolidó el correísmo se remonta a 2016, cuando Correa decide no participar como candidato presidencial a una cuarta reelección. Surge así una ventana de oportunidad para que otro líder que contase también con capital político dentro de Alianza País diese un paso adelante. Quien lo dio con mayor firmeza fue Moreno, que en el periodo 2006-2013 fue el vicepresidente mejor evaluado en la historia política del Ecuador contemporáneo, cuando acumuló un 86% de aceptación y un 81% de credibilidad, según datos de Cedatos-Gallup, porcentajes superiores a la ya alta popularidad de Correa.

En las presidenciales de 2017, el correísmo, convertido ya en una facción poderosa dentro de Alianza País, apoyaba a Glass como candidato presidencial, pero los números no le daban. Todas las encuestas ofrecían datos negativos y apuntan a un difícil escenario de triunfo. Así que el correísmo optó por Moreno, quien ganó a Guillermo Lasso en una apretada segunda vuelta. Se ponía fin así al ciclo de Correa, pero al mismo tiempo se iniciaba un aparente nuevo ciclo para la Revolución Ciudadana. Con un estilo diferente, Moreno hizo del diálogo su carta de campaña.

Incertidumbre, desesperanza y apatía

La elecciones de 2021 se presentan con una alta dispersión del voto por la presencia de 16 candidatos, en un contexto de desesperanza y apatía generalizada entre la población, producto de la profunda crisis sanitaria y económica que sufre el país. Las campañas de los candidatos se centrarán en consolidar el voto duro o leal. De momento, solo tres figuras podrían aglutinarlo. El primero es Andrés Arauz, un desconocido exministro del gobierno de Correa que esperaba tener como binomio al propio Correa, en imitación de lo sucedido en Argentina con Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner. Pero Correa está inhabilitado por una sentencia de ocho años, ratificada por la justicia ecuatoriana, en el denominado caso Sobornos. Sin Correa ni en la papeleta ni en las calles para movilizar la campaña, el voto duro del correísmo seguramente se transferirá a Arauz, pero la posibilidad de aglutinar alianzas para lograr más votos será difícil, menos aún lograr un triunfo en primera vuelta.

La segunda figura es Lasso, candidato banquero de la derecha financiera neoliberal que logró formar un frente solido, consolidando su propuesta con el apoyo del tradicional Partido Social Cristiano, la principal fuerza política de la región Costa. Lasso, con mucho dinero y la experiencia de haber llegado dos veces al balotaje, acumula también un voto duro, lo que lo aúpa como candidato firme para participar en una hipotética segunda vuelta.

El tercero en discordia es Yaku Pérez, representante del Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik, la facción política del movimiento indígena. Con un discurso antiminero, Pérez logró ganar en las elecciones seccionales de 2018 en la prefectura del Azuay, la tercera provincia más importante del país. Es un político con experiencia y a pesar de no tener el respaldo de todo el movimiento indígena, debido a los problemas internos de su designación, es un candidato que podría aglutinar el voto anticorreísta y ciertas alianzas con sectores vinculados a grupos ecologistas y antisistema.

Todo se verá en febrero de 2021. Nuevamente, parece que el eje correísmo y anticorreísmo definirá el escenario electoral. Según la encuesta de Cekag de agosto 2020, el correísmo ronda un 15% del voto duro y el anticorreísmo, un 18%. Es decir, habría más votos en contra del candidato de Correa que a favor de él. Así, un correísmo disminuido, con su líder autoexiliado, lejos de la realidad de sus votantes y del país y sin partido político propio, espera acumular el descontento contra la política de corte neoliberal implementada por el gobierno de Moreno. Mientras, el banquero Lasso vuelve a apostar por convertirse en el candidato del cambio. Y por último Pérez, que podría optar por presentarse como la opción alternativa, consolidando un discurso antiestablismet, defensor del agua y antiminero.

La cantidad o el porcentaje de votos duros acumulados por esos tres candidatos darán el primero y segundo lugar en un seguro balotaje. También seguro es el difícil escenario electoral que tiene ante sí el correísmo. Lasso y Pérez aglutinan todo el universo anticorreísta: unidos o en alianza podrían apretar más al inexperto y poco carismático candidato de Correa, Arauz, y dejarlo con pocas posibilidades de respuesta en una segunda vuelta.

Foto: El expresidente de Ecuador Rafael Correa durante un encuentro con sus seguidores en Quito, en julio de 2017. GETTY


Fuente: Política Exterior

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