• 21 de noviembre de 2024, 6:34
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Pandemia, capitalismo y crisis climática

Por Daniel Tanuro

Esta pandemia es un verdadero acontecimiento con A mayúscula, un acontecimiento histórico: habrá un antes y un después a escala mundial. No tanto por el número de víctimas, que aunque importante es muy inferior al de las víctimas de la gripe española después de la Primera Guerra Mundial (más de veinte millones de muertos). Hoy en día, afortunadamente, estamos muy lejos de ello. Lo que le da un significado histórico al acontecimiento es que la máquina capitalista de lucro casi se detuvo a nivel mundial, porque hay una cosita, que ni siquiera es un animal, que es un virus, apenas una forma de vida, que esta perturbando toda la maquinaria y amenazando la salud de la gente. Por ello tenemos que proteger la vida, tenemos que proteger a las personas enfermas, tenemos que cuidarlas, y también tenemos que proteger a los trabajadores y trabajadoras.

Esta crisis, muy, muy grave, se produce en un contexto particular: en un momento en que el capitalismo había comenzado una recesión. Esta recesión se inició en 2019, y la pandemia la está amplificando de manera absolutamente extraordinaria. Una cuestión importante es que esta situación cambia el enfoque mediático y político: ¿de qué se habla generalmente? Oímos hablar del crecimiento del PIB, de la balanza de pagos, de la inflación, de los tipos de cambio, de las tasas de interés y así sucesivamente. Todos ellos, indicadores abstractos de la acumulación del beneficio capitalista, de la acumulación de valor abstracto… Y ahora, con esta pandemia, el enfoque cambia totalmente: la atención política y mediática está totalmente centrada en el trabajo de las enfermeras, en el exceso de su carga de trabajo, en las personas enfermas que mueren, en las que se recuperan, en el trabajo de los recogedores de basura o del personal de los supermercados, el destino de la gente confinada, de la no confinada, etc. En resumen, en tiempos normales se nos habla de la abstracción de la no-vida y ahora en esta epidemia se nos habla de la vida y la muerte, es decir, de los seres vivos. Hay un cambio muy importante en la atmósfera ideológica general; volveremos sobre ello.

II

Esta epidemia no nos retrotrae a las epidemias de la antigüedad, no es un regreso a la peste negra de la Edad Media, por citar una, es algo muy diferente. Desde hace varias décadas se han multiplicado los virus de un tipo particular. Hemos conocido el SIDA, el ébola, el zika, la fiebre porcina, la gripe aviar, el chikungunya, el SARS-1 en 2002, ahora el SARS-COV2; todos estos virus tienen la peculiaridad de que nacen en entornos naturales fuera de control, agredidos, o en granjas industriales. Esto es lo que llamamos zoonosis, lo que significa que el virus que vive en los animales salta la barrera de las especies y contamina el homo sapiens. Por lo tanto, en comparación con las del pasado, para esta pandemia existe un origen completamente nuevo y específico. El virus en sí mismo es un producto de las contradicciones del capitalismo. La forma en que se propaga la epidemia también es peculiar: a diferencia de las epidemias del pasado, que nunca fueron mundiales, sino continentales, esta epidemia se está propagando rápidamente gracias a los modernos medios de comunicación, en particular el transporte aéreo, y lo hace más rápido aún porque la humanidad está concentrada en grandes ciudades, megalópolis, como la de Wuhan, que es una ciudad con 11,8 millones de habitantes.

Estos dos factores, el origen particular del virus y la rapidez con la que se propaga, significan que no estamos ante un virus arcaico, ante una epidemia arcaica; al contrario, para usar el término de Bruno Latour, estamos ante una epidemia moderna, una epidemia antropocena.

III

No estamos sólo ante una crisis sanitaria. Evidentemente, la crisis sanitaria es fuerte y muy importante, pero la misma forma parte de una crisis ecológica y social mucha más amplia. De hecho, la crisis del Covid 19 es la primera crisis global -social, ecológica y económica- del Antropoceno.

Hay científicos que en los últimos años, a principios de la década de los 2000, comenzaron a estudiar lo que se llama la gran aceleración y el cambio global e identificaron los parámetros de la sostenibilidad de la existencia humana en esta tierra: 1) el cambio climático; 2) la disminución de la diversidad biológica; 3) los recursos de agua dulce; 4) la contaminación química; 5) la contaminación atmosférica por partículas finas; 6) el estado de la capa de ozono; 7) el estado de los ciclos del nitrógeno y el fósforo; 8) la acidificación de los océanos; 9) la capa de ozono. En su informe, presentado en 2015, estos científicos llegaron a la conclusión de que se había superado el límite máximo de sostenibilidad en relación con cuatro de estos parámetros: el clima, la biodiversidad, el nitrógeno y los suelos. Para utilizar el lenguaje bíblico, podríamos decir que estos cuatro parámetros son los cuatro jinetes del apocalipsis antropocénico y la pandemia que estamos viviendo actualmente nos envía un mensaje, nos dice que a este cuarteto de jinetes se le une un quinto, que hoy en día es el riesgo de una epidemia.

IV

Este riesgo epidémico no cae del cielo, es una amenaza conocida. Hoy tenemos la suerte de beneficiarnos de un progreso científico absolutamente extraordinario, con magníficas capacidades de anticipación. Los científicos ya nos advirtieron del riesgo, no sólo de una epidemia en general, sino muy específicamente de una epidemia de este tipo. Después de la epidemia de SARS en 2002, que ya era un coronavirus, una serie de científicos llegaron a esa conclusión, que se tradujo en informes oficiales, entre ellos dos informes a la Asamblea Nacional de Francia (2005 y 2009), en los que se señalaba la alta probabilidad de que se produjera una nueva epidemia como el SARS, causada por una zoonosis, un virus que salta la barrera de las especies, que es de origen animal y que se propaga dentro de la especie homo sapiens. La propia OMS, en fecha tan reciente como 2018, estaba compilando una lista de amenazas para la salud en todo el mundo con una serie de patógenos conocidos, en los que había insertado la enfermedad X, porque la OMS consideraba probable que surgiera un patógeno desconocido que podría causar una epidemia con consecuencias muy graves, una perturbación completa de la sociedad en todo el mundo, y la OMS consideraba probable que, de nuevo, este patógeno fuera del tipo de los coronavirus.

Así que, al igual que en relación al cambio climático, estamos en un escenario conocido, donde los científicos vienen dando la voz alarma desde hace más de cincuenta años, diciendo que si continuamos enviando gases de efecto invernadero a la atmósfera, vamos a desequilibrar completamente el sistema climático y podría tener consecuencias absolutamente dramáticas. Una vez más, los gobiernos lo ignoran por completo. Como sabemos, las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando, salvo que ahora, con la pandemia, se han reducido sustancialmente.

El colmo del absurdo, o la ceguera de los responsables políticos, es que con respecto a la pandemia, en 2003, investigadores belgas y franceses llegaron a la conclusión de que los coronavirus son una categoría de virus muy estables y que, por tanto, sería posible encontrar con bastante facilidad un tratamiento que fuera válido no sólo para el SARS-1, sino también para otros coranovirus que vendrían después. Estimaron el costo de esta investigación en 200 o 300 millones de euros. Obviamente necesitaban subvenciones públicas. No las obtuvieron.

Los gobiernos consideran que la investigación sobre los medicamentos pertenece a la industria farmacéutica. Y la industria farmacéutica no investiga por el bien de la humanidad o la salud pública, sino con fines de lucro. Por lo tanto, necesita un mercado y clientes solventes. Como la epidemia del SARS había terminado, ya no había mercado, ni clientes, así que la investigación no se realizó. Esto ilustra la naturaleza de la actitud política de quienes toman las decisiones y de los líderes económicos ante las grandes amenazas ecológicas de las que ahora forma parte la pandemia, su incapacidad para tener en cuenta lo que se conoce y las advertencias que se les hacen.

Esta sordera o ceguera se debe principalmente al hecho de que las y los responsables políticos están completamente subordinados al dictado imperativo del beneficio capitalista a corto plazo, y por lo tanto no ven más allá de sus narices. En segundo lugar, hay una razón más ideológica: están intoxicados por la ideología del capitalismo, la ideología neoliberal. Consideran que las leyes del mercado son más fuertes que las leyes de la biología para el virus o las leyes de la física para el cambio climático. Consideran que las leyes de su sistema económico son leyes naturales superiores y que el mercado arreglará todo si algo sale mal. Ahora más que nunca, vemos que el mercado no lo resuelve todo: si vamos a pedir máscaras a China para proteger a los cuidadores de nuestro país pero China está bloqueada por la pandemia, no hay más máscaras y no estamos protegiendo a las cuidadoras y cuidadores, ni a la ciudadanía. Tan simple como eso.

V

La gestión de la pandemia. Todos los políticos de hoy en día se ven obligados a gestionarla, incluso aquellos que no pensaban que tenían que hacerlo, como Trump, Johnson o Rutte, que querían dejar que el virus se propagara y la comunidad se volviera inmune. Incluso esas personas se ven obligadas a retroceder apresuradamente. No hacer nada, como defendieron al principio, no sólo será más costoso para el sistema capitalista, sino que tendrá un coste muy caro en términos electorales, y para Trump, por ejemplo, esto no es pecata minuta, ni mucho menos. Así que todos nos dicen lo mismo: que es una cuestión de bien común y que todo el mundo debe unirse tras los ilustrados líderes para luchar contra el virus. Por supuesto, tenemos que respetar las instrucciones de seguridad: permanecer confinados, respetar la distancia física (en lugar de la social)… No hacerlo sería irresponsable, pero respetar las instrucciones de seguridad no significa someterse a la lógica política que hay detrás de ellas. Esa lógica es una lógica de clase, de capitalismo puro. La primera prioridad de esa lógica es minimizar el impacto de la pandemia en el sector productivo, donde se obtiene el beneficio, que es el corazón de la economía capitalista y por eso se envía a los trabajadores y trabajadoras a trabajar en sectores que no son esenciales.

La segunda prioridad en esa gestión de la pandemia es no cuestionar la política antisocial, los planes de austeridad que se han impuesto hasta ahora, especialmente en el sector de la asistencia [sanitaria], de ahí el exceso de carga de trabajo de todos los trabajadores y trabajadoras de estos sectores. Obviamente la condición para que esta ecuación sea equilibrada es cesar todas las actividades sociales, o culturales o personales que no entren en esas categorías; de ahí el encierro y el confinamiento.

También existe una preocupación política que se suma a estas consideraciones: todos (o la mayoría) de los gobiernos se enfrentan a una terrible crisis de legitimidad, la gente ya no cree en ellos y quiere un cambio. La pandemia ofrece una oportunidad para que los líderes se presenten como señores de la guerra, como lo hace Macron en la televisión; con el pretexto de luchar contra la pandemia se están implementando fuertes mecanismos de autoridad. Un caso de libro de texto es el de Orban en Hungría, que se ha erigido en dictador para la gestión de la epidemia. Estamos en la lógica descrita por Michel Foucault: la biopolítica unida a la «vigilancia y el castigo». Esta es una advertencia seria, porque la pandemia es grave, pero no es comparable con el impacto del cambio climático si se produce un cambio hacia un cataclismo climático con un aumento del nivel del mar de 2 o 3 metros.

La gestión de la pandemia nos da una imagen de lo que podría ser la gestión capitalista de tal situación, que evidentemente no verán venir y que estarán obligados a gestionar. Volverán a priorizar los mismos tipos de medidas: prioridad a la producción, pondrán las libertades, la vida social, la vida cultural en cuarentena y, en nombre de la lucha contra la epidemia, se otorgarán poderes especiales y crearán un Estado fuerte.

VI

Obviamente, el objetivo estratégico de la gestión sanitaria [para los poderes actuales] es relanzar la máquina capitalista, que por el momento está completamente averiada a causa de la pandemia. La situación va a conducir a una crisis económica de gran escala, peor que la crisis financiera de 2007-2008. Hoy en día, para hacer frente a la situación, los gobiernos tienen que dejar de lado sus políticas neoliberales: la Unión Europea ha congelado el pacto de estabilidad presupuestaria y sus objetivos de deuda cero/déficit cero. Están obligados a ir más lejos, están obligados a cuestionar no sólo un cierto número de dogmas neoliberales sino también un cierto número de reglas capitalistas, por ejemplo la sacrosanta libertad de empresa: se habla de nacionalizaciones y expropiaciones. En otras palabras, debemos salvar el capitalismo puesto en peligro por el capital. Esto no significa de ninguna manera que ya haya una ruptura con el neoliberalismo y mucho menos con el capitalismo. Por el contrario, significa que se está preparando una ofensiva social a gran escala ante la cual las clases trabajadoras deben estar preparase para responder.

Voy a ceñirme aquí al impacto ecológico de un renacimiento de la economía capitalista. Este impacto es muy peligroso. François Gemenne (miembro del IPCC, coautor del Atlas del Antropoceno) no se equivoca al afirmar que la crisis del coronavirus es una catástrofe climática. Porque el discurso que vamos a escuchar es el de dar prioridad a la economía, a la recuperación, utilizando el empleo como pretexto. A partir de esa lógica, para reactivar la economía se planteará descender los objetivos climáticos, relajar las regulaciones ambientales que son demasiado rígidas, y así sucesivamente. Pero François Gemenne tampoco tiene razón: todo esto no se debe al Coronavirus; por el contrario, esta crisis demuestra hoy que podríamos reducir radicalmente las emisiones de CO2 en torno a un 7%/anual si produjéramos y transportáramos menos mercancías en el planeta. El peligro no proviene de la crisis del coronavirus sino de la respuesta capitalista a esta crisis del coronavirus, y es tanto más grande cuanto que la crisis del coronavirus está siendo utilizada como pretexto o cortina de humo para responder a una crisis económica que comenzó antes de la pandemia.

Tenemos que estar preparados para un ataque muy duro, porque van a poner en la balanza, como suele ocurrir en el capitalismo, el empleo por un lado y la defensa del medio ambiente por otro. Sin embargo, hay una contradicción muy importante en esta voluntad de ir a la ofensiva: es que el deseo de relanzamiento y de dar prioridad al capital y a su rentabilidad va en contra del sentimiento de la gente, que piensa que hemos ido demasiado lejos con la economía, con el beneficio, que nos hemos olvidado de lo social, de la salud y de la atención a las personas. Esta contradicción es un gran obstáculo para la ofensiva capitalista que quieren llevar a cabo los gobiernos. Porque a la luz de la crisis de la pandemia, los cuidados tienen un contenido muy concreto. Se trata de evitar otras pandemias que podrían ser más graves y que tendrían el mismo origen en la destrucción de los ecosistemas.

La conclusión es obvia: si queremos evitar otras pandemias, tenemos que abandonar la agroindustria, la agricultura industrial, tenemos que detener la deforestación, necesitamos una reforma urbanística a largo plazo que deconstruya todas estas megalópolis y construya ciudades más interconectadas con entornos naturales o seminaturales. Para combatir las pandemias, necesitamos sobre todo agua limpia, a la que no tienen acceso cientos de millones de personas. El agua debe ser pública y no debe utilizarse para regar las plantaciones agroindustriales. Del mismo modo, si queremos establecer sistemas de salud robustos, capaces de hacer frente a las nuevas pandemias del antropoceno, deben ser radicalmente refinanciados. Para ello, hay que hacer pagar a los accionistas y cancelar la deuda de los países del Sur. Cuarenta y seis países gastan más dinero en pagar los intereses de la deuda que en atención sanitaria. La cancelación de la deuda es una condición sine qua non para luchar contra las pandemias.

También está el cambio climático en sí mismo: sabemos que, probablemente, el derretimiento del permafrost liberará antiguos virus o bacterias que se propagarán a través de los trabajadores de las minas de estas zonas. Por eso es absolutamente necesario respetar el objetivo fijado en París de un calentamiento máximo de 1,5°C, y, por lo tanto, socializar la energía y las finanzas.

En resumen, se trata de tirar del hilo de los cuidados -un tema desarrollado por las (eco)feministas- para desentrañar todos los objetivos anticapitalistas. Se trata de reformular la alternativa ecosocialista a partir de este punto de vista: partir del gran cambio que supone el que hoy en día la conclusión que la gente extrae de la crisis es que se necesita dar una prioridad mucho mayor a la salud, el bienestar y el cuidado, y que para ello hay que poner los medios. Esto representa un importante punto de inflexión estratégico, porque durante décadas los ecosocialistas se han enfrentado a un problema: que la lucha ecológica, aunque social a largo plazo, parecía estar en contradicción con el bienestar social a corto plazo. Ahora, con este gran cambio, con la irrupción de los cuidados, los dos temas se superponen, lo social y lo ecológico coinciden, liderar la lucha social es liderar una lucha ecológica.

Es este punto de inflexión el que debemos tratar de aprovechar y cuya oportunidad debemos ver. Tiene consecuencias inmediatas y tenemos que empezar esta lucha desde ahora, luchando contra este sistema y contra proyectos productivistas como el 5G, luchando para que la salud salga definitivamente del mercado, sea refinanciada y para que la industria farmacéutica sea confiscada, para que los bancos sean socializados, etc.

*Transcripción de la viodeoconferencia ofrecida por Daniel Tanuro realizada el 1/04/2020.

Fuente: El viejo topo

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