Publicado el 4 may. 2020 | Política
Poco después de que Eduardo Galeano escribiera Las Venas Abiertas de América Latina en 1970 denunciando el expolio y la destrucción centenaria que había sufrido la región, una cascada de golpes de estado convirtió la posibilidad física de atravesar el subcontinente de dictadura en dictadura en una realidad. En apenas 15 años, los discretos avances y la tímida esperanza e cambio que vivió Latinoamérica a finales de los años sesenta se vieron golpeados, primero, por la crisis del petróleo en 1973 y, poco después, por una época oscura que comenzó con el militarismo feroz de la Operación Cóndor y que culminó tres lustros después con la subordinación económica del continente a lo que se hizo llamar ‘el consenso de Washington’. Las consecuencias son de sobra conocidas.
Hoy, cincuenta años después de la publicación del mítico texto del autor uruguayo y a tres décadas de las tesis neoliberales que domesticaron el futuro de a región, las venas de América Latina siguen abiertas, quizá porque nunca se han cerrado. Así lo asegura, con el mismo espíritu didáctico y accesible que persiguió Galeano, el periodista Andy Robinson en su libro Oro, Petróleo y Aguacates. Las nuevas Venas abiertas de América Latina (2020).
El libro, publicado recientemente por la editorial Arpa, se configura como un conjunto de estupendas crónicas periodísticas donde se salpica y entrelaza el trabajo de reporterismo sobre el terreno más clásico y concienzudo con un análisis ácido y pertinente –pero también profundo– de la economía política que ha regido, y sigue ordenando, las lógicas extractivistas en la región.
Hoy, apunta el veterano periodista de La Vanguardia, las venas abiertas son más sutiles, pero igual de dañinas. Disfrazado de nueva cocina de élite, de turismo sofisticado o tras el denso humo de eso que llaman responsabilidad social corporativa, el nuevo consenso de Washington para América Latina –fraguado tras la crisis de 2008 y especialmente a partir de 2014– mantiene intacta la dependencia de la exportación de commodities en muchos países, al tiempo que sigue asegurando grandes beneficios para el comercio transnacional.
Del oro al coltán, pasando por el petróleo, el hierro, el litio, la soja o los aguacates, los capítulos del libro se estructuran en tres bloques temáticos y geográficos: el primero, dedicado a los minerales; el segundo, a los alimentos; y el tercero y último, a la energía. En todos ellos se explora la compleja cadena que conecta a las oligarquías y a élites locales con el capitalismo global, la asimetría feroz entre los ganadores y a los perdedores en la explotación de los recursos naturales.
El libro de Robinson no es, sin embargo, solo una monografía del violento y salvaje extractivismo que recorre –en su enésimo episodio– el continente sudamericano en connivencia y para beneficio del norte desarrollado. Sus averiguaciones y narraciones tratan también, y en gran parte, sobre el fracaso de la nueva izquierda latinoamericana y sobre el colapso acelerado de los modelos de desarrollismo ‘progresistas’ que, durante los últimos lustros, terminaron por aceptar las lógicas más crudas y voraces de la explotación de recursos.
En este punto, la proposición de Robinson se vuelve del todo acertada: no por casualidad, Las Venas Abiertas de América Latina se convirtió en el libro de cabecera de muchos de las personalidades que construyeron la nueva marea roja latinoamericana que alcanzó el poder en la primera década del siglo. Tampoco es accidental que su fracaso y caída se terminaría consumando cuando se dejó de la lado una de las dos tesis principales del autor uruguayo, inspiradas en la teoría de la dependencia: para lograr el emancipación, era necesario tanto romper los lazos de dependencia con los países excoloniales y sus multinacionales como industrializar la economía para no basar el crecimiento exclusivamente en la exportación de materias primas. Tras varios años, los gobiernos de Lula, Evo Morales o Rafael Correa terminaron por asimilar solo el primer aspecto.
Robinson encaja con precisión la piezas: en el expolio de las materias primas todo está interconectado, y es prácticamente imposible controlar las consecuencias una vez se entra en el mercado global de las commodities. Aquí florecen los dilemas y las contradicciones que generó, para los nuevo gobiernos, el complejo equilibrio que proponía el extractivismo, al enfrentar “la urgencia de elevar el crecimiento del PIB para combatir la pobreza y fomentar el desarrollo” con una
La falta de acierto, cuando no la corrupción o la decisiones autoritarias, se unieron a una crisis económica tardía que, con el fin del superciclo de las commodities, puso en evidencia todas las fallas del modelo.
En el otro extremo, el de los grandes poderes financieros internacionales, el libro detalla la zonas oscuras, menos conocidas o de mayor valor simbólico para el neocolonialismo extractivista: Canadá, al que el marketing político ha convertido en el país más responsable y sensible del continente, es sede de las principales empresas mineras que operan en la región, en connivencia con gobiernos corruptos o grupos paramilitares; al tiempo que el Banco Mundial adornaba sus nuevas recetas para lationoamerica con matices sociales, una de sus filiales llegó a invertir 20 millones de dólares en la mina de oro de Cajamarca, en Colombia, que pretendía ser la mayor explotación a cielo abierto de este mineral en el mundo; precisamente, el culto al oro se ha convertido en la manguera trasmisora que conecta los movimiento sociales y políticos más radicales al norte y el sur del continente; y la patata, con su procesado en formato chip, ha pasado de ser un alimento milenario y cuna de civilizaciones a un problema de salud pública y medioambiental grave.
En última instancia, todo este gran ciclo de eventos, errores y conexiones globales terminan por confluir en los más recientes cambios políticos en el subcontinente, materializados en muchos casos en golpes de Estado, cuando no en el ascenso de la extrema derecha más radical. Robinson también es inteligente a la hora de construir esta parte. Huye, de forma explicita, de las teorías de la conspiración –las más rocambolescas no son más que excusas para ocultar errores propios– para describir el evidente peso e influencia del imperalismo norteamericano en la región. En ‘el nuevo patio trasero”, las venas abiertas repiten otro de sus ciclos recurrentes: la privatización de los recursos y la apertura al capital extranjero aseguran otra temporada larga de esa maldición “que condenaba a la miseria a los países periféricos de recursos abundantes”. Quizá, con mayor vileza y aún mayor impacto sobre la desigualad y el medioambiente –basta recorrer el año y medio de mandato de Bolsonaro– que antes.
Como nota añadida, hay que señalar hasta qué punto los eventos más recientes dan la razón a la interpretación y las lecturas que ofrece Oro, Petróleo y Aguacates sobre el peligroso cóctel que es mezcla la volatilidad de los ciclos económicos con la extrema dependencia de las materias primas. La crisis financiera de 2008 llegó más tarde a Latinoamérica, pero lo hizo de forma quizá más severa que en otras partes del mundo. El petróleo, que había regado el crecimiento de muchos países de la región durante años, se desplomó allá por 2014, obligando a buscar refugio en la extracción de otros recursos. Hoy, de nuevo, la crisis del coronavirus aparece con retraso en la región, pero la falta de sistemas públicos de sanidad y la inestabilidad de la región ofrecen un panorama poco esperanzador para los próximos meses. Mientras, el crudo se ha situado en mínimos históricos, a la vez que el precio del oro alcanza valores del año 2012 y el del aguacate se ha disparado un 60% desde comienzos de marzo.
Foto: Deposiphotos
Fuente: Política Exterior