Publicado el 29 feb. 2020 | Política
Por Alejandro Marcó del Pont*
En 1785, el químico Antoine Lavoisier formuló que “La materia no se crea ni se destruye, solo se transforma”. Algo parecido sucede en la geopolítica mundial. El lugar que no ocupas, lo ocupará otro; los errores de estrategia que una potencia cometa serán aprovechados por otras potencias. Este juego no invalida las maniobras de los países en vías de desarrollo, en realidad ellos son, como veremos, piezas fundamentales del juego; si se mueven de forma independiente, o por la mano invisible del poder, es lo que hay que establecer de acuerdo a sus políticas.
En su libro “La guerra por otros medios”, Robert Blackwill y Jennifer Harris definen la geoeconomía como el “uso de instrumentos económicos para promover y defender los intereses nacionales, y producir resultados geopolíticos beneficiosos”. Es obvio que está hablando de Estados Unidos. Pero debería servir para describir por qué el FMI dio un inaudito crédito a la Argentina. Bueno, eso es geoeconomía: condicionar, limitar, restringir a su mínima expresión los grados de libertad de políticas nacionales, una de las tentadoras combinaciones de servicios que brinda la deuda externa.
En realidad, quien introdujo el término neoclásico geoeconomía fue Edward Luttwak, en 1990, argumentando que el comercio desplazaría a los métodos bélicos, y que el capital y la penetración en los mercados ocuparía el lugar del avance militar. Tanto es así, que la teoría económica concibió y supuso que la interdependencia económica promovería la paz y la cooperación al aumentar los costos del conflicto entre los Estados. El aumento de la interdependencia económica y la reducción de las barreras, como los aranceles, se empaquetaron y se vendieron como acuerdos de beneficio mutuo que aumentarían la eficiencia económica y maximizarían la riqueza permitiéndole a los Estados aprovechar sus ventajas comparativas.
Los alianzas mercantiles, la emisión de deuda, las inversiones, entre otros mecanismos, se acuerdan con cláusula de solución de controversias en los juzgados internacionales, como la OMC (Organización Mundial del Comercio), el CIADI (Centro Internacional de Arreglos de Diferencias relativas a Inversiones) o, simplemente, la jurisdicción extranjera (por ejemplo, los Tribunales de Nueva York), sirven para solucionar un litigio entre el país deudor y los tenedores de los títulos.
Las sanciones económicas se llevan a cabo vía SWIFT (Transferencias Electrónicas de Fondos), con la complicidad de los designados bancos globales de importancia sistémica (Global Systemically Important Banks, o G-SIB), ocho bancos (Bank of America, Bank of New York Mellon, Citibank, Goldman Sachs, JP Morgan Chase, Morgan Stanley, State Bank y Wells Fargo) de importancia central en la intermediación en el mercado internacional de capitales.
La red mercantil de contención de intereses se desempeñó de manera aceptable durante un tiempo mientras se introducía al comercio y a las finanzas a masas de consumidores de países rezagados, como China o la India, que al incluirlas se transformaban en socios interdependientes, disminuyendo las fricciones y convirtiéndose en lo que se entiende como “Estados responsables”. La trama financiera sigue funcionando a la perfección, aunque florecen ideas alternativas seductoras, como plataformas de compras, o las monedas virtuales que no puede bloquearse.
A partir de 2008 se comienza a marcar una tendencia en la forma en que Estados Unidos ve la economía y la seguridad, más aún a partir de enero del 2017. La geoeconomía tiene lógica, el dinero (deuda) es el mecanismo más añejo de dominación, la creciente competencia y confrontación por los recursos naturales, que deberíamos llamar “capital natural”, se ha agudizado en la búsqueda de nuevas áreas de influencia, sobre todo con el auge del consumo en las mayores poblaciones del mundo: China y la India. Se sabe que el planeta ya no se reproduce, es decir, no logra renovar lo que se extrae, por eso la seguridad nacional comenzó a invocarse como una excepción que tiene más potencial para devorase la regla, más aún en los tratados comerciales.
Sudamérica, y en nuestro caso, Argentina, son los mejor dotados por la naturaleza en materias primas y bienes naturales, mismos que se encuentran en el centro de cualquier modelo de desarrollo que se procure implementar. Dicho en otros términos, son dueño de preciadas riquezas como agua, biodiversidad, alimentos, hidrocarburos, tierras raras, tierras fértiles, etc. centro de la confrontación de áreas de influencia en cuanto a su “capital natural”.
Lo que resulta llamativo es que, aun de manera accesoria en esta disputa central, los países emergentes, y sobre todo los latinoamericanos, no tengan ningún sector o bien estratégicos o un planteamiento de mínima seguridad nacional. Es decir, si hay una artillería de medidas geoeconómicas por partes de los países centrales para condicionar a los latinos o atraerlos a su órbita, debería de haber algún tipo de estrategia de seguridad regional que garantice el mantenimiento, abastecimiento y pertenecía de los recursos naturales.
Es entendible que no exista una idea de bienes estratégicos, ya que, en general, la producción, distribución, liquidación, y hasta el desarrollo de bienes y sectores, pertenecen al sector privado, lo cual distorsiona y acentúa la idea, o la falta de previsión de un esquema de desarrollo. De hecho, tampoco existe una hipótesis que precise cuáles serían los sectores que se tendrían que proteger por considerarlos centrales para la seguridad nacional.
Hace unos siete años, Maristella Svampa escribió que un nuevo ciclo político-económico había venido a instalarse en América Latina, puesto que nos encontramos sumergidos en un “Consenso de los Commodities”, considerados estos “como productos indiferenciados cuyos precios se fijan internacionalmente”. A diferencia del Consenso de Washington, en este caso se articularía la reprimarización de la economía y la “acumulación por desposesión” que sucede en la actualidad con el modelo extraccionista. Cada uno de estos recursos tiene un valor de mercado menor al que debería tener, como la soja, que no incluyen el valor del agua, el potasio, el desgaste del suelo, etc.
Lo cierto es que deberíamos sacarle mayor provecho al capital natural, sobre todo porque ya no existen más los recursos renovables y no renovables, las materia primas son recursos estratégicos, y la competencia es feroz. Un ejemplo lo da la Comisión Europea, que a través del informe “Materias primas críticas para la UE” de 2017, identificó 78 materias primas, minerales y metales para las cuales propone un concepto de «criticidad», lo que significa que su falta repercutiría seriamente en toda la economía comunitaria. Lo que lleva a dos tipos de riesgos: que se interrumpa el suministro por factores diversos o por protección ambiental del país de origen, mecanismo que pondrían en jaque el crecimiento de la UE. ¿Qué pasaría con China y la India que consumen el 50% de los metales del planeta?
La “Diplomacia de las materia primas” es un ingrediente que debería tenerse en cuenta en las negociaciones, como contrapoder a los embates de la geoeconomía de las potencias centrales. A pesar que la desventajas regionales actuales, debería utilizarse como mecanismo de compensación y de los objetivos del desarrollo, incluso como regulador del sector externo, que el Estado argentino no gobierna, por poner un ejemplo.
Veamos una muestra reciente. Con la derrota del Estados Islámico en 2017 se le dio un respiro a las autoridades iraquíes para reconstruir el país. China se convirtió en un socio preferencial de Irak sobre todo en petróleo, al establecerlo como el tercer proveedor, después de Arabia Saudita y Rusia. El gigante oriental tenía una larga trayectoria de cooperación energética con Irak que se desvaneció entre 2003 y 2010, cuando las empresas americanas monopolizaron el país invadido (no sé si recuerdan a Halliburton).
En 2011 China e Irak firmaron varios acuerdos de cooperación económica y en 2013 la nación asiática había superado a Estados Unidos como el mayor inversor extranjero en Irak. Como revela el presupuesto de 2019, el plan de reconstrucción y recuperación del Gobierno de iraquí depende de revivir y expandir el sector petrolero. Eso no es sorprendente, el petróleo es vital para el bienestar de la economía iraquí, ya que representa el 65% del PIB, el 100% de los ingresos de exportación y el 90% de los ingresos del fiscales.
En septiembre de 2019, Washington exigió que Irak pagara la finalización de proyectos de infraestructura clave destruidos por la guerra con el ISIS, aportando el 50% de los ingresos del petróleo iraquí, una demanda escandalosa, para decirlo cortésmente. Irak se negó. En cambio, el primer ministro iraquí, Adel Abdul-Mahdi, fue a Beijing como jefe de una delegación de 55 miembros para discutir la participación de China en la reconstrucción de su país. Esta visita no pasó desapercibida en Washington.
Para Abdul-Mahdi, el viaje a Beijing fue un gran éxito; lo llamó un “salto cuántico” en las relaciones entre ambas naciones. La visita vio la firma de ocho memorandos de entendimiento de gran alcance, un acuerdo de crédito marco y el anuncio de planes para que Irak se una a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China. Incluyó la participación China en la reconstrucción de la infraestructura de Irak, así como el desarrollo de campos petroleros iraquíes, para ambos países, un aparente “ganar-ganar.
Fue solo cuestión de días después de la firma de estos acuerdos que Trump conversó con el primer ministro advirtiéndole que habría protestas y muertes si no aceptaba ceder el porcentaje de ingresos petroleros y terminaba sus acuerdos con China. Y así fue, estallaron las protestas nacionales contra la corrupción del gobierno iraquí y las políticas económicas, lideradas por el reclamo de la renuncia de Abdul-Mahdi. Reuters fue testigo de francotiradores que avivaron cuidadosamente la violenta protesta disparando contra los manifestantes y dando la impresión de represión.
Esto sucedió después que el Primer Ministro “Abdul-Medhi pronunció un discurso ante el Parlamento sobre cómo los estadounidenses habían arruinado el país y ahora se negaban a completar proyectos de infraestructura y red eléctrica a menos que se les prometiera el 50% de los ingresos del petróleo, que Abdul-Mehdi había rechazado”. Es dable destacar que China firmó contratos para extender trenes y redes eléctricas y de agua necesarias para el normal funcionamiento y producción de petróleo en el sur de Irak.
Lo cierto es que, con posterioridad a las manifestaciones, el Primer Ministro iraquí renunció, a lo que le siguieron el asesinato estadounidense del mayor general iraní Qassem Soleimani, justo cuando aterrizó en Bagdad, y la solicitud del congreso iraquí, en una sección extraordinaria, del retiro de las tropas americanas del país. El crecimiento de Irak, la Ruta de la seda, la unión con Irán y el gasoducto a Siria, son cosas que no pueden suceder. Irak no puede desarrollarse y la geoeconomía hará su parte para que esto no pase; así la geopolítica se ve beneficiada. Argentina tiene que tomar nota de cómo se negocian los espacios de poder.
*Lic. en Economía y Magíster en Relaciones Internacionales (Universidad Nacional de La Plata). Analista de economía. Columnista y comentarista en varios periódicos, radios y televisiones internacionales. Director del medio de comunicación digital El Tábano Economista.
Fuente: La Razón