Estados Unidos requiere equilibrar los intereses empresariales con los objetivos estratégicos nacionales, ¿es posible con D. Trump?
En las últimas décadas, Estados Unidos ha enfrentado una paradoja: aunque sigue siendo la economía más grande del mundo y mantiene un poder militar sin igual, su capacidad para liderar un orden global coherente y sostenible está en declive. Este fenómeno puede explicarse a través de dos factores interconectados: la falta de una burocracia y una administración imperial efectiva, y la captura del Estado por intereses corporativos y élites financieras. Cuando se combinan, estos factores revelan un problema sistémico que va más allá de la simple pérdida de influencia económica o estratégica.
Este artículo analiza cómo la deslocalización de la inversión y la producción, impulsada por la globalización y la influencia desmedida de las corporaciones en el Estado, ha provocado un desorden en la inversión estratégica. Esta fragmentación ha debilitado la capacidad de acumulación de capital de los EE.UU. y erosionado su hegemonía en un mundo cada vez más multipolar.
Históricamente, los imperios han contado con estructuras estratégicas que guiaban su expansión y administración. En el Imperio romano, el Senado y el Consilium Principis asesoraban al emperador en asuntos militares, económicos y diplomáticos. Durante la hegemonía española, el Consejo de Indias supervisaba la administración colonial, asegurando que la economía imperial estuviera alineada con los intereses de la Corona. El Imperio británico, por su parte, diseñaba estrategias de dominación y comercio a través de su gabinete.
En contraste, EE.UU. ha delegado gran parte de su estrategia en instituciones como el Council on Foreign Relations (CFR), la RAND Corporation y la Brookings Institution. Aunque estas organizaciones fueron creadas para diseñar estrategias políticas y económicas, han sido capturadas por intereses privados que priorizan la rentabilidad de las corporaciones sobre los objetivos nacionales. Como resultado, la política exterior estadounidense carece de un enfoque unificado y estratégico.
El CFR, por ejemplo, recibe financiamiento de empresas como BlackRock, JP Morgan Chase y ExxonMobil, lo que inclina sus estudios hacia políticas favorables a la desregulación y los mercados financieros, en detrimento de la industria nacional. La RAND Corporation, con estrechos vínculos con el complejo militar-industrial, promueve estrategias que favorecen la privatización de la defensa y la expansión de conflictos que benefician a contratistas como Lockheed Martin y Raytheon. Mientras tanto, Brookings Institution, financiado por gigantes tecnológicos como Google, Amazon y Facebook, limita la discusión sobre regulaciones que podrían afectar a estas empresas.
Uno de los problemas clave en la estrategia global de los EE.UU. es la descentralización funcional y espacial de sus empresas. Mientras que en el pasado las grandes potencias mantenían un control estratégico sobre sus recursos y compañías clave, hoy en día las multinacionales estadounidenses invierten en el extranjero sin considerar los intereses geopolíticos del país. Este fenómeno ha llevado a una pérdida de control sobre sectores esenciales, debilitando su posición como líder global.
Ejemplo de esto es Tesla, la compañía de Elon Musk, que ha construido una gran parte de su infraestructura de producción en China. Aunque EE.UU. mantiene una retórica de contención frente a China, muchas de sus principales empresas dependen de la manufactura y mercados chinos, lo que da lugar a una contradicción entre su discurso político y su realidad económica. Esto también afecta la acumulación de capital, ya que las ganancias de estas compañías no se traducen en reinversión dentro de EE.UU., sino que benefician a otras economías.
La deslocalización de la producción es una de las transformaciones más significativas de la globalización. Las empresas han trasladado sus operaciones a países con costos más bajos y regulaciones más flexibles, lo que ha tenido profundas repercusiones en la economía estadounidense. Las consecuencias de la deslocalización:
- Desindustrialización: la pérdida de empleos en sectores industriales ha golpeado especialmente a regiones como el Rust Belt y el Medio Oeste.
- Dependencia de cadenas de suministro extranjeras: EE.UU. ha perdido autonomía en sectores críticos como el de los semiconductores, los productos farmacéuticos y la electrónica. Actualmente, solo produce el 12% de los chips globales, mientras que Asia —especialmente Taiwán y Corea del Sur— concentra más del 80%.
- Erosión de la capacidad estratégica: la falta de inversión en infraestructura, tecnología e I+D ha reducido la capacidad de EE.UU. para competir globalmente.
Mientras que China consulta constantemente a sus principales actores económicos y diseña planes de desarrollo a largo plazo, EE.UU. carece de una relación funcional entre el gobierno y su sector empresarial. El Partido Comunista Chino (PCC) mantiene un estricto control sobre su industria, asegurándose de que el crecimiento económico esté alineado con sus intereses geopolíticos. En EE.UU., en cambio, el gobierno tiene una relación pasiva con las corporaciones, permitiendo que estas tomen decisiones sin una estrategia coordinada.
La captura del Estado por intereses corporativos, la falta de una burocraciaeficiente y la deslocalización de la inversión y la producción han llevado a una desorganización del capital que debilita la hegemonía estadounidense. Para recuperar su liderazgo, Estados Unidos debe recuperar su capacidad de planificación y administración imperial. Esto implica limitar la influencia de las corporaciones sobre los think tanks, recuperar el control estratégico sobre la economía y establecer un sistema de consulta que asegure que las decisiones empresariales estén alineadas con los intereses nacionales. Sin una estrategia imperial coherente, EE.UU. continuará perdiendo influencia frente a China, que ha sabido combinar el poder económico y político para fortalecer su posición global.