• 28 de marzo de 2024, 9:21
Inicio | Política

Intenciones, realidades y dependencias

Por Hernando Kleimans

En una flamante nota sin autor publicada por un connotado medio del “sistema único de información”, se descubren “las verdaderas intenciones de Rusia” en la anunciada guerra con Ucrania…

Gracias.

El análisis, con un deliberado e ingenuo tono profesional, se esfuerza en presentar el carácter agresivo de Rusia acusándola por el despliegue de tropas rusas… en territorio ruso… Algo que las fuerzas armadas rusas vienen haciendo todos los años, como antes lo hacía el ejército soviético, como antes lo hacía el imperio zarista. 

Ni una palabra, ni una miserable mención al bombeo de armamentos occidentales (muchos de ellos second hand) a Ucrania. Ninguna referencia a los miles de efectivos que la OTAN-EE.UU han desplegado a lo largo de la frontera con Rusia. Ningún comentario a las provocaciones aéreas y navales cotidianas de la OTAN-EE.UU. perpetrando intrusiones permanentes en el espacio soberano ruso tanto en el Mar Negro como en el Báltico o en el Sudeste asiático.

Hace unos días nomás, en las Kuriles (islas rusas en el Pacífico Norte fronterizas con Japón) un submarino norteamericano del novísimo tipo “Virginia” fue interceptado por barcos rusos que le obligaron a huir. En esa posición, el submarino podría atacar con misiles nucleares a Vladivostok u otras ciudades del Lejano Oriente ruso. Procedimiento ya incorporado tanto a la marina como a la aviación de la OTAN, con sus naves armadas con artefactos nucleares.

Ninguna mención a las definiciones contenidas en la doctrina nacional de defensa de los EE.UU., que califican a Rusia como “enemigo principal”. 

Ninguna condena a las expresiones del noruego Jens Stoltenberg, actual secretario de la OTAN ya de salida de su cargo, que en reiteradas ocasiones amenazó a Rusia con ataques nucleares “de persuasión”.

Ninguna referencia crítica a las duras amenazas lanzadas por las ministras de relaciones exteriores de Alemania, la “verde” Annalena Baerbock, y de Gran Bretaña, la inculta Liz Truss. La primera condena a su país al frío al impedir el funcionamiento del “Nord Stream 2”, el gasoducto que trae el barato gas ruso a los famélicos depósitos subterráneos europeos. La segunda, que afirma enfáticamente que jamás reconocerá como rusas a las regiones de Voróniezh y de Rostov… algo así como no reconocer como argentinas Córdoba y Santa Fe. 

Ninguna noticia sobre las provocativas evacuaciones de personal diplomático occidental de Kiev, la “amenazada” capital ucraniana, ni los pedidos de algunos países europeos a sus ciudadanos de no visitar Ucrania. Pese a que el propio gobierno ucraniano ruega que no hagan tales convocatorias, preocupado por la inevitable caída de su comercio y el consiguiente daño a su castigado presupuesto nacional.

Este “apogeo de la histeria”, como calificó esta ola de versiones y provocaciones Yuri Ushakov, consejero del presidente Vladímir Putin en materia internacional, tiene un claro objetivo político: imponer en lo táctico la presencia de la OTAN en un nuevo cerco a Rusia y consolidar en lo estratégico el dominio del bloque anglosajón sobre eventuales decisiones soberanas europeas. Convencer a la opinión pública mundial que gracias a estas denuncias se logró detener la agresión del “oso ruso”. No importa que ese “oso ruso” jamás haya tenido la intención de atacar a Ucrania, su hermana de sangre y una de las milenarias fundadoras de la nación eslava. 

Pero también tiene un basamento económico fundamental: el barato gas ruso que proviene de los inagotables yacimientos siberianos y abastece el 40% de energía que consumen los países europeos. Los “estrategas” occidentales intentaron reemplazarlo por el gas licuado norteamericano y lo que lograron fue que el precio se disparara desde los 300 dls. por cada mil metros cúbicos hasta los casi mil dólares actuales, pasando por picos superiores a los 2.000 dólares… La sustitución de contratos a largo plazo por ventas “spots” provocó la inmediata destrucción del mecanismo de abastecimiento ruso y el fracaso de la comercialización de gas licuado norteamericano, infinitamente más caro…

Esto, además, en países que como Alemania, desactivaron el funcionamiento de centrales atómicas, incitados por la campaña antinuclear de organizaciones “ecologistas” claramente financiadas allende el Atlántico por los interesados en colocar sus barcos de LNG a pesar de los desmesurados costos.

La carencia de gas obligó a las grandes productoras de fertilizantes a disminuir su producción y, casi en un 50%, a cerrar sus plantas. Los europeos, alarmados, ya vislumbran magras cosechas en sus agotados campos, lo que ya está provocando desabastecimiento y grandes aumentos de precios en los alimentos. 

Una vez más “The economy, stupid”, aquel modesto cartel que colgara un asesor durante la campaña electoral de Bill Clinton confirmó su condición de axioma irrefutable en la política internacional. Es ese mismo axioma que obliga a los líderes europeos a buscar caminos diferentes a los duros embates de la OTAN-EE.UU. y a intentar acercamientos pragmáticos con el Kremlin. Las constantes visitas a Moscú y las cotidianas consultas telefónicas con sus pares moscovitas se han convertido, para los dirigentes eurooccidentales, en una actividad diaria.

Moscú ha planteado condiciones firmes y transparentes, dadas a publicidad inmediatamente después de ser giradas a sus interlocutores occidentales. Ellas son: reconocimiento de que la seguridad de un país no puede dañar la seguridad de otros; retiro de todos los armamentos nucleares y estratégicos de las zonas fronterizas y litigiosas; respeto por las normas del derecho internacional y las resoluciones de la ONU; observancia de los acuerdos de Minsk como instrumentos para la resolución del conflicto interno de Ucrania.

Acá hay que hacer una salvedad conceptual: no existe ningún conflicto entre Rusia y Ucrania. Ninguno de los dos países tiene reclamos contra el otro. La crisis está provocada por el enfrentamiento entre el gobierno de Kíev y las regiones orientales ucranianas de Lugansk y Donetsk, tradicionalmente pobladas por rusos. Luego del golpe de estado en Kíev en noviembre de 2013, abiertamente fogoneado por los EE.UU., que condujo al poder a la extrema derecha ucraniana, estas dos regiones proclamaron su autonomía. No fueron las únicas: un plebiscito en Crimea determinó, por aplastante mayoría, el retorno de la península a Rusia, a la que estaba integrada desde mediados del siglo XVIII; en ciudades como Járkov (la llamada “capital oriental ucraniana”) y Odessa (el principal puerto ucraniano en el Mar Negro) los intentos autónomos fueron aplastados salvajemente a sangre y fuego por bandas del nazismo ucraniano.

Lugansk y Donetsk se proclamaron repúblicas populares aunque no lograron el reconocimiento internacional. Sólo ahora la Duma rusa (la Cámara de Diputados) trata un proyecto de reconocimiento presentado por el oficialista “Rusia Unida”. En ambas regiones viven unos 500.000 rusos por lo que Moscú está particularmente interesada en la estabilidad y el cumplimiento por Kíev de las obligaciones contraídas de pacificación. Tras un cruento enfrentamiento de varios años que no pudo romper las defensa de Donetsk y Lugansk, Kíev y los autonomistas, con la intervención de Rusia, Francia y Alemania, concertaron el cese del fuego y suscribieron los llamados “Acuerdos de Minsk”. En la capital bielorrusa se determinó el armisticio y una solución política al conflicto mediante la realización de reformas constitucionales que permitieran la integración, en el estado ucraniano, de regiones autónomas.

Kíev nunca cumplió con estos requisitos políticos y, por el contrario, pese a las condiciones del armisticio, bloqueó las regiones autónomas de la misma manera que bloqueó Crimea, cortando el suministro de agua y electricidad, existente desde la época soviética, pretendiendo de esta forma privar a la población de esas regiones de la provisión de alimentos y medicamentos. Algo que fue impedido por Rusia.

En la actualidad, en la línea demarcatoria entre las fuerzas ucranianas y los autonomistas se han concentrado más de cien mil soldados ucranianos, armados y entrenados por la OTAN. Pese a la expresa prohibición internacional, Kíev ha instalado en las aldeas aledañas a la línea de fuego artillería pesada, unidades misilísticas tácticas y blindados. Los voceros de las autodenominadas repúblicas populares denunciaron la presencia de numerosas organizaciones armadas privadas (mercenarios) y advierten sobre el posible desencadenamiento de cruentas provocaciones en violación de los acuerdos de Minsk.

Esta es la esencia del conflicto. Esto es lo que Kíev no puede contener dada la debilidad del gobierno central. Esto es el “caballo de batalla” occidental, cuyos estrategas imaginan con una política agresiva lograr el colapso ruso y, de tal forma, con nuevos “aliados” eslavos, ocuparse centralmente de la confrontación con China. No entienden, no alcanzan a dimensionar el verdadero volumen de la asociación estratégica ruso-china y, por lo tanto, sueñan con vencer por separado a ambos países. Una alianza con gravitación propia, que atrae por nuevas cualidades de cooperación, integración y solidaridad. Que no define el concepto de seguridad con un criterio militar sino con parámetros de inclusión económica y equilibrio estratégico.

El episodio kazajo de principios de año, cuidadosamente silenciado por los monopolios mediáticos internacionales tras su fracaso, es un ejemplo de este nuevo sistema de relaciones internacionales. La agresión del narcotráfico internacional (nunca es sólo narcotráfico, claro) escrupulosamente preparada para detonar en Kazajstán, poderoso actor económico y político del Asia Central, tenía como objetivo desestabilizar internamente el país, abrirlo al tránsito de la droga producida en Afganistán y crear un flanco hostil en el oriente ruso (la frontera ruso-kazaja casi alcanza los 7.000 km con ricas regiones petroleras) que balancee con el conflicto ucraniano y encierre a Rusia con un movimiento de pinzas.

La veloz y eficiente intervención de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (Rusia, Bielorrusia, Armenia, Tadzhikistán y el propio Kazajstán) y la inmediata adhesión de la Organización de Cooperación de Shanghai (18 países centroasiáticos liderados por China, Rusia, India e Irán) frustró la intentona y devolvió la tranquilidad al país. Con la misma velocidad y eficiencia, se retiraron de Kazajstán los contingentes enviados por los demás países miembros de la OTSC.

Aquí es donde se impone la nueva realidad mundial. Aquí es donde el mundo multipolar evidencia los criterios de solidaridad y soberanía que le son inherentes. Esa nueva estructura desplaza, además del arcaico orden hegemónico occidental, a subrepticias y falsas concepciones “multilaterales” que en esencia admiten la vigencia de un centro y de muchos “laterales”. ¡Pero el centro sigue siendo el mismo! Estos promotores multilaterales simplemente consagran la eternidad de un monopolio mundial del poder político.

Esta es la verdadera causa de la agresiva política occidental contra Rusia y China, y contra todo aquel país que intente adscribir a la concepción multipolar. En nuestra América Latina nos sobran ejemplos de esta agresividad. Siempre presentada como la defensa de la democracia pero siempre destinada a imponer el dictado monopólico de una única hegemonía. El reconocimiento de este nuevo mundo multipolar que, como acaban de declarar Vladímir Putin y su colega chino Xi Jinping, abre una nueva etapa en la Humanidad, implicará para nuestro país la posibilidad de acceder a nuevos estadios en sus relaciones internacionales con herramientas que le permitan superar la horrible crisis desatada por el macrismo y sus secuaces.

O, caso contrario, condenarnos al sometimiento y la miseria si no somos capaces de aprehender las normas de esa nueva estructura multipolar. De nosotros depende atender lo que dice el bíblico Salmo 115: “Tienen boca mas no hablan; tienen ojos mas no ven”…

Foto: Militares ucranios, durante unos ejercicios militares tácticos en un campo de tiro en la región de Kherson, Ucrania. Reuters


Fuente: Liliana López Foresi

Política