• 21 de noviembre de 2024, 6:36
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El problema de la deuda

Por Eduardo de la Serna*

En tiempos bíblicos, las deudas eran un tema importante. Por ejemplo, si se contrataba a un jornalero, la norma era muy estricta: se debe pagar ese mismo día antes que se ponga el sol. Porque él depende del salario (Dt 24,15). Si alguien ha estafado a otro, debe confesar públicamente su delito y restituir inmediatamente lo adeudado a lo que debe añadir un 20% más (Núm 5,7). De hecho, afirma san Pablo, “al que trabaja, el salario no se le cuenta como favor sino como deuda” (Rom 4,4). Sin embargo, Jesús tiene, sobre este tema, un planteo muy firme y claro: “el perdón”.

Notemos que la situación sociopolítica era muy compleja para los pobres. En Galilea no bastaba el clima poco tolerante con las autoridades políticas, sino que, al ser nombrado rey, Herodes, el grande, establece un régimen sumamente rígido y estricto de cobro de impuestos. Era para eso que había sido elegido. A su muerte, Antipas reconstruye casi de cero la ciudad de Séforis y edifica totalmente nueva la ciudad de Tiberias (obvio homenaje al César, Tiberio) donde asienta la capital de su gobierno. Dos ciudades, entonces, en una región donde antes prácticamente no las había. Esto tiene claras connotaciones económicas: se deben mantener sus burocracias. Esto implica, ciertamente, más impuestos. Pero el campesino no estaba habituado a utilizar monedas ya que recurría habitualmente al trueque. El remanente de lo que poseía (higos, trigo, ganado menor, uvas y olivas (y aceite y vino), lana, etc. podía canjearse a familias vecinas por otros bienes que fueran de necesidad. Pero ahora empezaban a necesitar dinero para pagar los impuestos. Esto lleva a que se empiece a tener un mismo producto, que se podía vender en la ciudad, a cambio de monedas. Pero se perdía la posibilidad de canjear, especialmente ahora que los bienes disponibles eran menores (imaginemos que un campesino es proveedor de higos en la ciudad. Entonces se dedicará a producir la mayor cantidad posible, pero eso implica no tener uvas y olivas. Y el dinero recaudado debe utilizarlo para pagar los impuestos, lo que implica un empobrecimiento creciente). Así empieza a ser habitual un aumento de las deudas lo que culminará con la pérdida de la tierra. El antiguo poseedor pasa, ahora, a ser contratado como jornalero de la tierra que hasta ayer le pertenecía. Y, en casos muy extremos, pero también frecuentes, termina siendo esclavo de los nuevos poseedores que, además, viven en la ciudad y están ausentes de los campos. Las deudas crecían (y a esto se debe añadir, todavía, los impuestos anuales al Templo). Las deudas eran un tema principal. De hecho, cuenta Flavio Josefo que, cuando empieza la Guerra judía, los rebeldes, a fin de conseguir el apoyo popular incendian los archivos donde constaban todas las deudas.

En este contexto, que Jesús insista en el “perdón” de las deudas resulta claramente subversivo. No solamente encontramos parábolas donde se destaca el perdón de las deudas (Mt 18,23-35; Lc 7,41-43; cf. 16,5-8) sino que expresamente señala el tema en la mismísima oración que debe caracterizar por su vida a los discípulos: “perdona nuestras deudas como perdonamos a los que nos deben” (Mt 6,12). El paralelo implica “deudas” con Dios, por lo que se lo ha relacionado con el pecado, pero la relación con “el/la/los” otro/a/s es “perdona nuestros pecados… perdonamos a los que nos deben” (Lc 11,4). Lamentablemente esta enorme fuerza política y económica fue borrada cuando Juan Pablo II provocó el cambio del término “deuda” por “ofensas” en la oración del padrenuestro. El contexto de tiempos de Jesús (y – en el padrenuestro – el complemento con que todos tengan “el pan de cada día”) invita a no olvidar la situación histórica. Es cierto que la idea no es simplemente “ser perdonados” sino dar nosotros el primer paso: perdonar primero. Pero el esquema económico implica, y eso es totalmente coherente con Jesús y su predicación, un esquema de igualdad (discipulado de iguales). De eso se trata el “reino de Dios”.

Mirando nuestra realidad, que ciertamente no es en nada igual a la contemporánea de Jesús, no es menos cierto que el tema de las deudas es importante. No solamente la “deuda externa”, que ya es un tema central, sino la actitud de los poderosos (y en eso, aunque distinto, en los hechos resulta idéntico en su gestación: los poderosos que esclavizan a los que les deben; cf. Pr 22,7) cuyo ejemplo primero son los bancos. El poder económico pretende acaparar los mayores bienes posibles (no hace falta, en esto, dar ejemplos, o mirar expresidentes) para lo cual “deberles” es el primer paso.

No pretendo que la economía mundial se guíe con los criterios del Evangelio (“asuntos separados”). Pero creo que sí es de esperar que con esos criterios se guíen aquellos y aquellas que se llaman a sí mismos “cristianos”. Creo que es sensato esperarlo. Sensato e ilusorio. O, como dice el mártir Luis Espinal, que

“si no queremos vivir como cristianos, que al menos tengamos la sinceridad de dejar de llevar tu nombre”.

*Teólogo. Miembro del Grupo de Curas en Opción por los Pobres.

Foto: El economista

Fuente: Blog 1 de Eduardo de la Serna

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