“Si el futuro de una Patria buscara describir un legado íntegro, ajeno a intereses mezquinos y abierto al amor de su pueblo, debiera tener como lema esa frase que Manuel dejó como testimonio de lo que fue durante su vida: `No hay objetivo más digno de la atención del hombre que la felicidad de sus semejantes´”.
Se ha dicho que el bronce diluye a los hombres y a las mujeres. Que los cosifica y los ubica en un lugar alejado de la humanidad en al que vivieron. Los próceres de nuestra Patria han sido muchas veces simplificados a una imagen única, carente de contradicciones vitales, e incluso desvirtuada de lo que fueron. Eso sucede, habitualmente con aquellos cuyo ejemplo puede ser peligroso para los poderosos de turno. En relación a Manuel Belgrano fue necesario ocultar su pensamiento y sus acciones con el objetivo de que su ejemplo político y militar no sea difundido pero sobre todo imitado.
Manuel pertenecía a una de las familias más acaudaladas del Virreinato del Río de la Plata. Se formó en España en la época que enviar a un familiar a estudiar a la península era una prerrogativa para familias patricias. Luego de obtener su titulación jurídica, Belgrano fue nombrado en el Virreinato como secretario del Consulado, una función ligada a la administración del comercio y las relaciones con la metrópoli colonial. En 1806, cuando se produjo la primera invasión inglesa, fue el único funcionario que se negó a prestar juramento de lealtad a la reina de Inglaterra y fue uno de los primeros periodistas que entendieron la comunicación social como una herramienta pedagógica y civilizatoria, ajena a la defensa de intereses individuales o corporativos. En 1798, doce años antes de la Revolución, el futuro integrante de la primera Junta de Mayo, redactó un proyecto de enseñanza gratuita, obligatoria y pública a ser administrado por los Cabildos, con presencia tanto en el ejido urbano como en la denominada campaña, el ámbito rural. Fue el primer programa de enseñanza pensado para todos los habitantes cuyo sustento debía ser garantizado por los poseedores de propiedades.
En la semana de la Revolución tuvo un rol central junto a su primo Juan José Castelli, en la dirección de las milicias populares. Cuando los sectores conservadores quisieron cambiar la decisión del 22 de mayo fue el encargado de unir a las milicias de los orilleros junto a los grupos sublevados de la “legión infernal”, coordinados por French y Berutti. El 22 había acordado con los sublevados que de traicionarse la proclama revolucionaria se acercaría al balcón del Cabildo para agitar un pañuelo blanco e imponer en forma violenta la posición de los sublevados para garantizar una salida revolucionaria al debate. Cuando varios vecinos intentaron recomponer la función del Virrey, Tomás Guido, uno de los presentes dentro del Cabildo le escucho gritar a Belgrano: “¡Juro a la patria y a mis compañeros, que si a las tres de la tarde del día inmediato el virrey no hubiese sido derrocado, a fe de caballero, yo le derribaré con mis armas!” (1). Esa fue la razón por la que el agente español Juan Ángel Michelena les dedicara un párrafo imperecedero en su informe enviado a Madrid: “se depuso al Excelentísimo Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y demás autoridades legítimas, instalándose la Primera Junta Subversiva”. Este último término jalonará la historia argentina con etiquetamientos varios a diferentes patriotas, justificando su persecución, encarcelamiento, exilio y/o muerte.
En sus propuestas revolucionarias de junio de 1810, referidas al control y posesión de la tierra formuló la necesidad de: “obligar a la venta de los terrenos que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacían las plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a los que tienen sus tierras enteramente desocupadas, y están colinderas con nuestras poblaciones de campaña, cuyos habitadores están rodeados de grandes propietarios”. (2)2 La referencia a la necesaria industrialización del país quedo explícita ante la sugerencia de no exportar materia prima sino productos elaborados, enriquecidos con el trabajo de los ciudadanos locales: “Nadie ignora que la transformación que se da a la materia prima, le da un valor excedente al que tiene aquella en bruto, el cual puede quedar en poder de la Nación que la manufactura y mantener a las infinitas clases del Estado, lo que no se conseguirá si nos contentamos con vender, cambiar o permutar las materias primeras por las manufacturadas. (3) En esa misma lógica, señalaba que “Ni la agricultura ni el comercio serían casi en ningún caso suficientes a establecer la felicidad de un pueblo si no entrase a su socorro la oficiosa industria…” (4).
Ese posicionamiento que cuestionaba la lógica rentista portuaria le ganó el aborrecimiento de los seguidores de Rivadavia. Estos últimos consideraban como central el comercio exterior (al puerto de Buenos Aires) negándole relevancia a los factores productivos domésticos. Por el contrario, Belgrano sugería: “hacer evidente la importancia del comercio interno, cuando la razón misma nos está diciendo las ventajas que debe traer al Estado que lo mire con toda la predilección que se merece. Si nuestros antepasados se hubieran fijado en estas ideas [las del mercado interno], y no se hubieran deslumbrado con las riquezas de convención, tan pasajeras y precarias, que les atraía el comercio marítimo o exterior, seguramente estos países presentarían un aspecto muy diferente del que tienen (5). En referencia a la importancia de privilegiar el consumo interno, escribió: “El comercio exterior de un pueblo no estará en su más alto grado de perfección, si no es exportado lo superfluo, y si no son introducidas las cosas necesarias del modo que sea más ventajoso […]. Así es que hay un comercio activo [positivo] y un comercio pasivo [negativo]: Es evidente que el comercio pasivo disminuye el beneficio de la exportación y aumenta el precio de la importación. Él es contrario al objeto del comercio de un Estado, porque roba a su pueblo el trabajo y los medios de subsistencia: detiene el efecto, porque disminuye la riqueza relativa de este Estado” (6).
Esa concepción lo llevó a plantear el rol del Estado como preeminente en relación a los intereses de los sectores más concentrados de su época. “Hay un comercio útil y otro que no lo es. Para convencerse es necesario distinguir la ganancia del Estado de la ganancia del mercader. Si el mercader introduce en su país mercaderías extranjeras que perjudiquen al consumo de las manufacturas nacionales, es constante que el mercader ganará sobre la venta de las mercaderías; pero el Estado perderá; primero el valor de lo que ellas han costado en el extranjero; segundo, los salarios que el empleo de las mercaderías nacionales habría procurado a diversos obreros; tercero, el valor que la materia primera habría introducido a las tierras del país, o de las colonias; cuarto, el beneficio de la circulación de todos estos valores, es decir, la seguridad que ella habría repartido por los consumos sobre dineros otros objetos; quinto, los recursos que el príncipe o la Nación tiene derecho de exigir de la seguridad de sus súbditos” (7).
Sus postulados son un claro antecedente del proyecto nacionalista popular que tuvo en el federalismo su expresión primigenia.
Sus debates con los sectores conservadores lo llevaron a posiciones cada vez más radicales, donde no faltaron las referencias a la lucha entre poseedores y desposeídos: “Una de las consecuencias inevitables de estas relaciones entre los diversos habitantes de la tierra es, que en medio de la circulación general de los trabajos, y las producciones de los bienes, y de los placeres, existe una lucha continua entre diversos contratantes: pero como ellos no son de una fuerza igual, los unos se someten invariablemente a las Leyes impuestas por los otros” (8). Fue esa concepción la que lo llevó a defender a los pueblos originarios y plantear la posibilidad –con el aval de José de San Martín y Juan Miguel de Güemes– de postular una monarquía parlamentaria con un Rey Inca a la cabeza.
Cuando se conoce su biografía se comprende el inmenso esfuerzo que tuvo que hacerse para silenciar sus actos y escritos. Si el futuro de una Patria buscara describir un legado íntegro, ajeno a intereses mezquinos y abierto al amor de su pueblo, debiera tener como lema esa frase que Manuel dejó como testimonio de lo que fue durante su vida: “No hay objetivo más digno de la atención del hombre que la felicidad de sus semejantes” (9).
*Sociólogo, Dr. en Cs. Económicas e integrante del Llamamiento Argentino Judío.
1. Guido, Tomás: “Reseña histórica de los sucesos de Mayo”. En Biblioteca de Mayo. Senado de la Nación, Tomo V. Buenos Aires, 1960
2. Belgrano, Manuel. “Agricultura”. En Correo de Comercio, 23 de junio de 1810.
3. Belgrano, Manuel: “Sobre el establecimiento de fábricas de curtiembre en el Virreinato”. Memoria del Consulado, 1802.
4. Belgrano, Manuel . “Industria”. En Correo de Comercio, 17 de marzo de 1810.
5. Belgrano, Manuel: Escritos económicos. Hyspamérica, Buenos Aires, 1988, págs. 116-117.
6. Belgrano, Manuel: En el Correo de Comercio. número del 8 de septiembre de 1810.
7. Belgrano, Manuel: Correo de Comercio. Citado por Luis Roque Gondra en Las ideas económicas de Manuel Belgrano, 2ª edición, Imprenta de la Universidad, Buenos Aires, 1927, 284.
8. Belgrano, Manuel: “Reflexiones sobre la causa de la desigualdad de las fortunas y sobre la importancia de las ideas religiosas para mantener el orden público” Gaceta de Buenos Aires, tomo III, N.º 70, 1º de septiembre de 1813.
9. Belgrano, Manuel: Escritos económicos, Hyspamérica, Buenos Aires, 1988, pág. 7 y 8.