• March 29, 2024 at 3:58 AM
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¿Estamos a tiempo de repensar la naturaleza?

Por Natalia Rodríguez

Una vez me preguntaron cuál es mi ave favorita. No supe qué responder. Si les hiciera la pregunta a ustedes ¿qué me responden? No se preocupen si no se les ocurre nada, yo aún no pude elegir la mía. 

Miento si digo que ya olvidé esa pregunta. Quizás porque las aves reúnen en sus alas todos los colores de la naturaleza. Quizás porque pueden volar, eso que el ser humano quiso imitar con los aviones, helicópteros y drones. Quizás porque encontramos cóndores en las montañas de los Andes, colibríes en las flores, vencejos anidando tras la cortina de agua de las cataratas del Iguazú, o albatros cruzando incansablemente los océanos. O porque llaman la atención los dedos largos de las jacanas haciendo equilibrio sobre la vegetación de las lagunas, o el cortejo del bailarín azul en la selva misionera o la perfección de un nido de hornero sobre el poste de luz que vemos desde la ventana. Quizás toda esa diversidad cautiva. O tal vez es el canto de los Passeriformes o la adrenalina que se siente al querer fotografiar un ave en movimiento sin perder nitidez. Lograr que en la foto brille el contorno de las plumas, que resalte el contraste de colores o se refleje el esfuerzo del vuelo en la tensión del iris. Y ahí es cuando une nota qué difícil es capturar todo eso en una foto, y comprende que con la lente sí se pueden percibir colores y contornos, pero que algo tan simple como una foto no llega a captar el baile o el canto y a duras penas logra entender el batir de las alas de un colibrí (a propósito, si nunca vieron el cortejo del bailarín azul, por favor no dejen de buscarlo en Google). 

Para les que nos movemos en el ámbito de las Ciencias Ambientales o las Ciencias Biológicas tal vez nos sucede algo similar cuando hablamos de naturaleza y realidades socioambientales. Es tan complejo, tan equilibrado y a la vez tan dinámico (y en continuo cambio) que nunca podrá entrar en una foto. La realidad es muy compleja para ser narrada. 

Entonces me pregunto cómo hacemos para comunicar toda esa complejidad al grueso de la gente que no se mueve en nuestro ámbito. ¿Cómo lo estamos haciendo?¿Lo estamos haciendo bien?¿Está funcionando o habría que cambiar algunas cosas? Porque si bien en los últimos años hay mayor conciencia ambiental en la población, cuando damos un par de pasos fuera de nuestro ámbito laboral ecofriendly o cuando hablamos con amigues de otras áreas o profesiones, nos damos cuenta que hay mucha, pero mucha gente a la que sólo le llega una foto que ve en la tele o un titular que lee en el celular mientras viaja haciendo equilibrio en el colectivo. ¿Qué información está llegando?¿Cómo es que una foto o las cinco palabras de un título o un epígrafe pueden resumir años de trabajos y carreras científicas? ¿Está funcionando como forma de interpelar y demostrar que no podemos esperar que los problemas socioambientales los resuelvan les otres, que las políticas no van a venir si nosotres no las exigimos?

Me lo pregunto porque por ahí andan diciendo (y por todos lados, o tal vez yo lo siento así porque es la información que elijo leer) que la pandemia es una oportunidad para empezar de nuevo. Que durante la cuarentena tuvimos suficiente tiempo para pensar algunas cosas, y más precisamente, para repensar nuestro vínculo con la naturaleza y abrir paso a una forma empática, equilibrada y respetuosa de relacionarnos con el ambiente y otras formas de vida. Tal vez a algunes les picó la curiosidad y aprendieron a compostar, iniciaron una huerta en el balcón o saben por qué algunas flores son rojas u otras violetas (o cómo baila el bailarín azul). Quizás algunes aprendieron sobre producción de alimentos (y que hay restos de agroquímicos en la Antártida), sobre tráfico de fauna (ahora seguro sabemos que el pangolín es uno de los animales silvestres más traficados a nivel mundial), o sobre deforestación (y cuántas canchas de fútbol se pierden por día por deforestación en el Amazonas), o sobre quema de combustibles fósiles (y qué le va a pasar al oso polar en el 2050 si nuestra matriz energética se sigue basando en el petróleo). Ojalá muches hayan aprendido sobre esto y se sientan motivades a impulsar un cambio y no sólo se trate de dar likes en las redes sociales. 

Me pregunto (y me indigno), si todo esto ya estaba escrito en los trabajos científicos antes de la pandemia ¿por qué no hicimos nada? ¿por qué no llega al común de la gente? ¿por qué los medios de comunicación no convencionales (que existen y difunden estas problemáticas) no andan en boca de todos? ¿por qué la sociedad no se siente interpelada?

Desde la década del 60 Rachel Carson alertó sobre los efectos del uso intensivo de los agroquímicos en el ambiente. Aún se siguen usando y robando vidas como la de la maestra rural, Ana Zabaloy, que falleció en junio del 2019 en San Antonio de Areco, uno de los tantos pueblos fumigados. ¿Por qué no estamos todes, absolutamente todes, exigiendo que paren de fumigar? Y hay muchas otras cosas que también se saben y aún no se actúa en consecuencia. Por ejemplo, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) fue creado en 1988 y ya ha elaborado cinco informes de evaluación del estado de los conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el cambio climático, sus causas y posibles repercusiones. Y a pesar de que nos encontramos frente a una situación sin precedentes, aún muches ven a la explotación de hidrocarburos de Vaca Muerta mediante el fracking como el camino para la independencia energética.

¿Cómo nos estamos comunicando?

¿Qué está pasando? Si a pesar de la complejidad hay evidencias ¿Por qué no reaccionamos como sociedad? ¿Por qué no están llegando a todes esas evidencias?¿Lo estaremos transmitiendo con la estrategia incorrecta?¿Estamos fallando en la comunicación de las cuestiones ambientales? Quizás un poco es eso, creer que una foto junto a dos o tres párrafos puede mostrarlo todo. Un oso polar haciendo equilibrio en un bloque de hielo del Ártico podría ayudar a reevaluar alguna actitudes personales, pero para algunes será difícil darse cuenta que viviendo en el hemisferio sur, donde no hay osos polares, también somos responsables del cambio climático (y debemos y podemos hacer algo) y que hay decisiones políticas que debemos exigir, pero que aún siguen ausentes aunque la foto sea de un oso polar bebé. Esa foto en realidad está escondiendo por detrás una complejidad enorme que nos involucra a todes y que no llega a transmitirse.

La comunicación masiva implica una simplificación de los hechos, y estamos queriendo simplificar algo que no tiene nada de sencillo ¿Está funcionando esta forma de comunicar? ¿Para qué sirve simplificar, si muchas veces deriva en sentirnos ajenos a los problemas y que su sentido en la realidad de cada une se diluya? Deberíamos estar todes interpelados (desde hace años) porque el problema no es de otres, es nuestro, pero el mensaje no está llegando de forma efectiva. 

Un/a niñe, un/a adulte, un/a empresarie, un/a docente, un/a porteñe, un/a jujeñe… a todes les llega la misma foto. Necesitamos mensajes tangibles y que no estén fuera de contexto.

Probablemente, una imagen como esta es la que se nos viene a la cabeza a todes cuando pensamos en cambio climático. Quizás necesitamos mensajes que nos ayuden a sentirnos más cercanos al problema.

¿Y cuándo se simplifica tanto que hasta se cae en el error? Por ejemplo, no es cierto que la jirafa blanca es una especie en peligro de extinción. De hecho, la jirafa blanca no es una especie distinta a la de las jirafas que conocimos o vimos alguna vez en la tele. Cazadores furtivos mataron a dos de tres ejemplares de una familia de jirafas que tenía leucismo, una particularidad genética que inhibe la producción de pigmento en las células cutáneas, pero que permite que otros órganos, como los ojos, sean de color oscuro. Difiere ligeramente del albinismo, que inhibe la producción de pigmento en todos los órganos del cuerpo. Pese a su incapacidad para producir pigmentos coloridos, las jirafas y otros animales con leucismo no sufren desventajas genéticas para sobrevivir ¿por qué traducir esto como una especie distinta? Mataron dos ejemplares de jirafa. ¿Y eso no es ya suficientemente malo? ¿por qué creemos que exagerando la gravedad del problema seremos más creíbles? Al contrario, estamos comunicando cosas que no son y menos alcance tendrá nuestro mensaje. ¿Por qué se difunde esa información a los medios?¿Dónde está el teléfono descompuesto? Ulises Balza tiene una reflexión interesante sobre esto y otros ejemplos en sus notas sobre cómo estamos comunicando

Hay muchos ejemplos de mensajes simplificados que no nos están ayudando a comunicarnos correctamente. La muerte de ejemplares raros dentro de una especie no es lo mismo que una especie en peligro de extinción.

Si la estrategia de simplificar la información nos lleva a que el mensaje pierda sentido en la vida de cada une o que simplifiquemos hasta rozar lo incorrecto ¿tiene sentido seguir por este camino?

A veces incluso preferimos recurrir a palabras mágicas como sustentable o servicios ecosistémicos, como si incorporando esas dos palabras en un mismo discurso ya podemos darnos por satisfechos. El concepto de desarrollo sustentable nació allá por 1987 con el Informe Brundtland y vaya que se expandió. Sin embargo,  no se expandieron así las prácticas que definimos como sustentables. Logramos que se difunda un concepto que se preocupa por el hecho de que el ser humano pueda satisfacer sus necesidades (ahora y en el futuro). ¿Por qué no se difundió de ese modo un discurso alternativo donde propiedades y procesos se conserven porque sí y no sólo si el ser humano las percibe como útiles en este momento? Hace 30 años que esa palabra está boyando y no funcionó. Sigue existiendo una gran discrepancia entre nuestra forma de vida, la crisis de biodiversidad y la responsabilidad que deberíamos asumir para con la conservación del ambiente (y toda la complejidad de la palabra ambiente implica). Está en los libros pero no en las políticas. ¿Por qué no buscar otra alternativa? ¿Por qué no probar educarnos desde otro lado? 

Algo similar ocurre con el concepto de servicios ecosistémicos. Vincular la biodiversidad con aquello que preocupa y es útil a la sociedad fue una estrategia para que el público se interese en la conservación, principalmente el público que vive en las ciudades. Per sé no fue mala la intención, pero derivó en que le asociemos un precio a la naturaleza, que la consideremos importante en la medida en que provee un bien o un servicio al ser humano y que su valor dependa de su impacto en  nuestros bolsillos. Si bien esta estrategia facilita la comunicación hacia les tomadores de decisiones, mucho no se dijo de los servicios no tan fácilmente perceptibles o de los que hay menos evidencias concretas, y sólo nos quedamos con aquellos que pueden ser rápidamente monetizados. Sarah Bekessy, tiene un trabajo muy interesante sobre estas ideas. Será más fácil la comunicación, pero el mensaje muy lejos no está llegando. No se observarían sino los eventos de deforestación que siguen teniendo lugar en nuestro país (¿viste la imagen del Observatorio de la Tierra de la NASA sobre la situación en el Chaco argentino?) o incendios descontrolados en ambientes de humedal como los del Delta, que tanta biodiversidad y servicios ecosistémicos decimos que albergan. Tal vez todo esto nos está diciendo que limitarnos al valor utilitario de la naturaleza no está siendo muy efectivo. Quizás sólo estamos creando un vínculo egoísta con ella, la narramos como un mostrador de servicios que podemos comprar, y cerramos la posibilidad de fomentar vínculos éticos, culturales o espirituales que podrían ser más sólidos o duraderos. ¿Y entonces qué termina pasando? Sólo habrá dinero para los ambientes que brinden los mejores servicios (con toda la presión que está detrás de la elección de los “mejores”) y claramente mucha gente quedará satisfecha porque se toman acciones proteccionistas. Sin embargo, se sigue avanzando sobre la naturaleza que creemos que es menos útil. Quizás es hora de apelar a otros tipos de vínculos que existen entre el ser humano y la naturaleza y no sólo el económico (o explotador).

¿Por dónde podemos empezar?

En general, los grandes cambios que han ocurrido en las sociedades nacen desde abajo, desde lo local. Las estrategias globales y que nos llegan desde arriba no siempre son coherentes con la realidad que rodea a cada persona. ¿Cómo hacemos para que nazca desde abajo un nuevo vínculo con la naturaleza? Dicen que no se puede valorar lo que no se conoce y que tampoco se puede proteger lo que no se valora. Quizás podemos buscar otras formas de dar a conocer y valorar, que no impliquen mensajes simplistas o utilitaristas. La ciencia ciudadana es una puerta de entrada alternativa a que la gente se interese y conozca el mundo natural que le rodea. Hay varios ejemplos de ciencia ciudadana que nos ayudan a entender esta otra forma de conocer (y que nos permiten conocer desde adentro). Si somos observadores de aves (para no dejarlas olvidadas al principio de la nota) tal vez escuchamos o incluso participamos del Gran Día Mundial. Este año se sucedió en plena cuarentena, el 9 de mayo precisamente. Es una invitación a mirar el cielo y celebrar la observación de aves. Ese día reúne anualmente a observadores de todo el mundo y, como producto, se elabora un listado de las especies registradas en todos los rinconcitos donde haya un/a observadore. Este año, y a pesar de la situación que se enfrenta a nivel mundial, se batió un récord al registrarse 2.1 millones de observaciones, lo que constituye la mayor cantidad de información sobre biodiversidad relevada en un sólo día. Vaya poder que tiene la ciencia ciudadana. 

El equipo de eBird de Argentina se tomó el pequeño trabajito de comparar los resultados del 2019 con los del 2020. Este año la participación se incrementó un 67% respecto del 2019. Algunes me podrán decir que probablemente mucha gente se haya sumado al evento simplemente para rellenar el tiempo aburrido en cuarentena. Pero algo de pasión que se está contagiando tiene que haber, porque ningún/a participante recibió más beneficio que conectarse un rato con las alas, cuando podrían haber elegido otra actividad. 

Además, surgieron otros datos curiosos. Este año el número de listas incorporadas en ambientes urbanos y periurbanos aumentó notoriamente respecto del 2019, lo cual tiene mucho sentido dado el tiempo en cuarentena. Sin embargo, también nos está diciendo que aquelles que disfrutan de vivir en las ciudades también pueden crear un vínculo diferente con la naturaleza, sólo es cuestión de detenernos,  observar y escuchar. De hecho, eventos como estos nos permiten aprender de las aves que nos rodean habitualmente, de esas que se roban las miguitas que caen al pasto entre bizcochitos y mate. Incluso, si vamos un poco más allá, brindan información para estudiar aspectos ecológicos de las aves: cuáles vemos más, dónde las vemos y cuáles dejamos de ver, y así empezar a preguntarnos por qué. Por ejemplo, este año, en ambientes urbanos, el número de registros de zorzal colorado aumentó muchísimo respecto del año pasado. Este dato puede ser tonto, o puede ser una invitación a que googlemos zorzal colorado si no estamos seguros de qué aspecto tiene esa especie. Y también es una invitación a que tratemos de buscarlo la próxima vez que demos una vuelta por la calle. Veremos que no es tan fácil reconocerlo porque hay muchas especies de ese tamaño y de un color similar. Y es también, quizás, una oportunidad para descubrir un poquito la complejidad de la naturaleza que nos rodea y que, lamentablemente, no conocemos. Dejemos que la curiosidad se contagie. Que se contagien las ganas de conocer los nombres de otras aves y las ganas de invitar a otres a pajarear. eBird tiene una plataforma con una base de datos de acceso libre que se nutre de las observaciones de todes. Si preferimos otros seres vivos, la plataforma i Naturalist reúne datos de biodiversidad a través del mundo. Todos estos datos son resultado de la ciencia ciudadana, una oportunidad para conocer desde adentro. 

Estos son algunos de los resultados que se muestran en el informe de eBird de Argentina. Podés buscar la nota completa en su web.

Después de todo esto sigo sin saber cuál es mi ave favorita. Aprendí de colores, de adaptaciones, de especies polinizadoras o dispersoras de semillas, de ambientes, cantos y nidos. Cuando une conoce, se da cuenta que es difícil elegir. El ranking de especies (o de servicios ecosistémicos, como prefieran llamarlo) no es tan fácil de armar cuando se comprende que todo tiene un rol en el ecosistema. 
Ojalá a algune le haya picado la curiosidad de conocer algo más del fascinante mundo de las aves, pero podría haber hablado de mamíferos o de plantas (podemos dejarlo para una próxima nota). Tomemos una foto, busquemos qué especie es, dónde vive, qué adaptaciones tiene para vivir en ese ambiente, si sus poblaciones están en peligro o no y por qué. Quizás así se entienda aunque sea un poquito nuestro amor y pasión por los seres con vida. Sabemos que comprender completamente la complejidad que alberga la relación del ser humano con la naturaleza y la perfección del equilibrio que se entreteje en los ecosistemas es imposible. Es acercarse a la complejidad que se esconde en la diversidad lo que despierta admiración y respeto. Quizás, si apostamos a comunicar esa complejidad (pero en el idioma de nuestra audiencia) y no limitarnos a un mensaje simple, masivo y sin sentido (de esos que pierden de vista con quién nos estamos comunicando), y que cada une, dentro de la realidad que le toca atravesar, la pueda experimentar por sí misme, podremos despertar un mayor interés de la sociedad por la naturaleza y por su valor. No perdemos nada. El otro camino, a pesar de que hace años que se venía recorriendo, aún no logró sacarnos ventaja.

Fotos: Sergio Moya- Bailarín Azul
Fuente: Revista Ceres

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