Una cosa que, quiero confesarla desde el principio, me llama la atención en América Latina y el Caribe en estos tiempos es la actitud (o la falta de ella) en diferentes grupos frente a la situación política. Lo explico claramente para empezar: me llama la atención escuchar en grupos religiosos, pastorales e incluso teológicos profundas críticas a los gobiernos que, más mal que bien, se suele calificar de progresistas: son frecuentes las críticas a Maduro, Ortega, Correa, Lugo, Lula / Dilma, Evo, los Kirchner, mientras que se palpa un doloroso silencio ante los gobiernos de Uribe / Duque, Piñera, Lenin Moreno, Temer / Bolsonaro, Fujimori / Kuczynski / Viscarra… Para ser claro, no me refiero a las actitudes de pequeños grupos en uno u otro lado, sino a las actitudes en general. Se dirá que “tal gobierno” hizo “tal cosa” que es mala, o hasta perversa… Y en ocasiones es posible que sea real (aunque vista la mentira sistemática de los Medios de Comunicación y la cooptación del poder Judicial es muy difícil tener datos seguros y firmes al respecto (los casos que salen a la luz en Argentina y Brasil nos dan la razón sobre esto). La “bandera” frecuente es la “corrupción” que suele ser una gran farsa o mentira (pienso en el caso argentino, pero también en otros que conozco bastante bien). La omnipresencia de “la embajada” no puede descuidarse, además.
Ahora bien, lo que me llama la atención, por encima de todo, es la actitud de los que se autopresentan como “progresistas”. Es decir, me sorprende que muchas y muchos “ilustrados” sean tan críticos a los errores, defectos o miserias (reales o ficticios) de los gobiernos supuestamente más amigables que terminan siendo absolutamente funcionales a las derechas más recalcitrantes. Y me pregunto ¿con qué análisis político analizan (valga la redundancia)? Porque si terminan beneficiando a los “adversarios” no parece demasiado sensato. Y mi primera pregunta, y que entiendo la fundamental, es si miran desde sus ideas, sus propuestas, o hasta dogmas o si miran – como punto de partida primero y principal, lo que beneficia a los pobres. Es decir, si no empezamos “desde el lugar del pobre” empezaremos desde “la idea”, desde los principios (más o menos sensatos, sin duda) de lo que entendemos como bueno o como malo) y no desde la vida o muerte del pobre, de su falta de vida o de trabajo, de su enfermedad o no acceso a la tierra, desde su propia realidad. La experiencia me dice que Lula sacó millones de brasileños de la pobreza y el hambre, y que algunos y algunas muy ilustrados lo criticaron de tal manera que fueron funcionales a que hoy Bolsonaro sea presidente. La experiencia me dice que Iván Duque, una marioneta de Álvaro Uribe (tanto que algunos en Colombia hablan del tercer gobierno de Uribe), está dinamitando los procesos de paz. La experiencia me dice que en Ecuador se habla de que Correa “mintió con los datos”, “se robó todo” y que dejó una herencia que el actual gobierno traidor no logra revertir (“a pesar”, sic, del apoyo del FMI… o – seguramente – precisamente a raíz de ese apoyo). Todas frases que son lugares comunes en toda América Latina. Y, por supuesto, la experiencia me dice que en Argentina el gobierno de Mauricio Macri – que cuenta con el apoyo de jueces, los medios de comunicación, los grandes empresarios y la complicidad silenciosa de gran parte del episcopado – empobrece día a día a los y las argentinos, la desocupación avanza notablemente, la inseguridad laboral es un miedo frecuente, el hambre crece, y la pobreza también.
Y en todos estos casos, es llamativa la actitud de algunos sectores eclesiásticos. Y no me refiero a los que siempre han sido y son cómplices del poder, sino a los que debieran ser “voz de los que no tienen voz” como (¿erróneamente?) se decía. Los pobres tienen voz, pero no son escuchados. Y muchos se desentienden de la suerte de los pobres en nombre de teorías, o principios. ¿No será hora que sea la suerte (o la muerte) de los pobres la que nos mueva y conmueva, la que nos meta y comprometa? Porque, si sigo sin escuchar voces críticas ante el gobierno de Piñera, de Macri, de Vizcarra o de Duque, de Bolsonaro o de Abdo, o si escucho voces funcionales contra Lula y Correa, Lugo y Cristina, Evo y AMLO me queda la pregunta de en qué momento se ha olvidado el profetismo y nos hemos transformado en simples funcionarios de los establecimientos económicos o eclesiásticos. La suerte de los pobres, no otra cosa, debiera ser el punto de partida y de miras. De otro modo, es miopía.
Foto tomada de: https://magis.iteso.mx/content/la-peor-cara-de-la-pobreza
* Teólogo. Sec. del Grupo de Curas en Opción por los Pobres
Fuente: Blog 2 de Eduardo de la Serna