Hace muchos años recuerdo haber ido a un negocio, y un cliente hablaba con la persona encargada. Enojado con las medidas del gobierno, afirmaba que estas afectaban especialmente a la clase media, porque “a los ricos no les afecta nada y los pobres, ¡están acostumbrados!” Recuerdo mi irritación, en aquel momento con eso que, interpretaba, como una verdadera estupidez. Lo que, lamentablemente, no es curioso, es que ese es todavía hoy el criterio dominante en decenas y decenas de comentarios. No es diferente de lo que se escucha decir hoy en Medios de Comunicación “amigos” frente a las medidas del actual gobierno. Mi irritación continúa. ¿Los pobres? ¡Están acostumbrados! Me resultó y me sigue resultando asqueante. Era, y es, la mirada característica de una clase media incapaz de mirar más allá de su propio ombligo. La misma que vociferaba “quiero viajar y no me dejan comprar dólares”, no importaba si la crisis económica tenía que ver, precisamente, con la ausencia de esos dólares que el inútil exigía para viajar.
Hace muchos años, también, muchos menos, se escuchaba el insustancial canto “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Canto que, cuando las ollas se llenaron, fue reemplazado por un “¡hay que matar a todos esos piqueteros!”, o ritmos semejantes. Nunca fueron una misma las luchas. Y nunca lo serán. Pareciera que unos luchan por nunca acostumbrarse al hambre, la desocupación y la muerte, mientras otros quieren que le devuelvan sus ahorros (¿qué es eso de ahorros?, dirían en mi barrio) para poder ir a Disney (y de paso, si se ve a una chica parecida a Florencia, descargar sobre ella la propia miseria y estupidez).
Pensando la “clase media”, veo la urgencia de volver a Jauretche. Pero solamente para entender, para saber por dónde va “la cosa”, no para encontrar soluciones a ese gran problema argentino que es, precisamente, la clase media. Él decía que “la clase media cuando está mal, vota bien, y cuando está bien, vota mal”. ¿Qué hacer? ¿Buscar que la clase media esté siempre mal? Eso no está en el ADN de los que queremos que TODOS estén siempre bien. Pero, ¿cómo evitar que estando bien, voten mal? Lo hemos vivido demasiadas veces en tiempos de la recuperada democracia. Demasiadas. Y, no es que me importe cómo están las clases medias, me importa cómo están los pobres, y cómo les afecta el voto de la clase media cuando están bien. Desde ahí quiero empezar a mirar, “con los pobres de la tierra, quiero yo mi suerte echar”, y luchar para que nunca se acostumbren ni a la injusticia ni a la estupidez humana. En Bahía Blanca, por caso, el 63,28% votó a Javier Milei para presidente en el balotaje. ¿Tienen derecho a quejarse, ahora? Sí, tienen derecho, pero si antes hicieran un reconocimiento de su propia responsabilidad en la ausencia del Estado. Incluso, es posible que lo hagan ahora, hasta que otra vez tengan las cacerolas llenas. Curioso que reclamen la solidaridad de los que padecen como “ellos” cuando están mal, y los quieran lejos cuando están bien. La cantidad de “clasemedieros” que empezaron a irritarse y manifestar su enojo cuando las clases pobres podían ir de vacaciones o comprar donde ellos mismos iban y compraban resulta, cuanto menos, detestable. Y quizás peor aún.
A lo mejor la historia nos permita otra mirada… pero sabiendo, siempre, que la historia “no se repite”. En los 70, miles y miles de jóvenes de clase media empezaron a militar la causa de los pobres. De a cientos iban a los barrios marginales; en sus vacaciones iban a regiones pobres, por ejemplo, sea en grupos misioneros, o campamentos de trabajo; cientos soñaban recibirse de maestros para ir a servir en zonas rurales. Es cierto, como decía el siempre admirado Alberto Carbone que “hay que dejarlos que jueguen a la revolución hasta que tengan la American Express de su papá”. Pero no es menos cierto que cientos y cientos, ayer “subieron a los pobres” y todavía hoy no quieren bajar de allí.
¿Es pensable algo así en estos tiempos? El pesimismo de la inteligencia me dice que no. Muchos piensan que, hoy por hoy, especialmente, la clase media es clase mierda. Y, mirando nuestra historia presente, no me atrevo a negarlo.
Recuerdo – también hace años – que un colegio religioso de clase media, empezó a proponer – lenta y conflictivamente, por cierto – que el famoso “viaje de egresados” fuera reemplazado por un “viaje misionero” a regiones empobrecidas. Cuando los que fueron volvían fascinados, subvertidos al conocer otra realidad, pero una realidad con rostros, con nombres, con llantos y con bailes, empezaron a convencer a otros y otras compañeras y compañeros… Y, en ese colegio, por lo que sé hasta hoy, el “viaje misionero” quedó instituido, hasta el punto de que algunos ven como una sanción que se les impida ir si no hay compromiso o responsabilidad.
A lo mejor podamos soñar algo por el estilo… ayudar a descubrir los rostros de las y los pobres, a conocerlos por sus nombres, sus paisajes, sus ritmos y que eso permita lograr que la lucha sea “una sola”, pero no por las cacerolas, sino por trabajar y militar para llenar las ollas populares, salir, hasta angustiadamente, a buscar el con qué y pretender, para todas y todos, la mesa del reino como la soñó Rutilio Grande:
"El mundo material es para todos, sin fronteras; luego, una mesa común, con manteles largos para todos, como esta Eucaristía. Cada uno con su taburete, y para que a todos llegue la mesa, el mantel y el con qué. Por algo quiso Cristo significar su Reino en una cena. Hablaba mucho de una cena y la celebró la víspera de su compromiso total. El de 33 años celebró una cena de despedida con los más íntimos, y dijo que ése era el memorial grande de la redención. Una mesa compartida en la hermandad, en la que todos tengan su puesto y su lugar".
* Teólogo. Miembro del Grupo de Curas en Opción por los Pobres.
Fuente: Liliana López Foresi