El diputado nacional del PRO por la provincia de
Buenos Aires, Waldo Wolff conjuga sus escasas actividades legislativas con una
enérgica acción cotidiana en Twitter y una frecuente persecución jurídica de
individuos que no piensan como él. El último acto de su periódico hostigamiento
tribunalicio tuvo como víctima a una periodista mendocina, Silvia Sassola,
quien empezó a ser perseguida por supuestas actitudes judeofóbicas.
El hostigamiento contra Sassola, digitado por Wolff,
se originó en un intercambio público de opiniones desarrollado a través de la
red social Twitter, el último 30 de abril. En ese debate la periodista cuyana
cuestionó el aval a las políticas injerencistas denotadas por el diputado
Wolff, caracterizando sus recurrentes posteos de aval al belicismo de Donald
Trump como una clara muestra de falta de patriotismo latinoamericano y de
seguidismo respecto a las políticas de Washington en la región. La periodista,
en este marco, caratuló la postura de Wolff como golpista, funcional a las
políticas neocoloniales de Estados Unidos, asociadas –como es habitual en las
últimas décadas-- a las del gobierno israelí respecto a Palestina.
A partir de ese intercambio, el activista del PRO
apeló al consabido subterfugio de la acusación de antisemitismo. Pero en esta
ocasión, a diferencia de sus anteriores operaciones persecutorias, endosó la tarea
a una
organización de la sociedad civil, el Centro Simón Wiesenthal, una especie de
un sello franchisiado, colgado del
nombre de un histórico perseguidor de nazis ya fallecido. En una carta enviada
por ese Centro al rector de la Universidad Nacional de Cuyo, Daniel Pizzi, se
acusó a Silvia Sassola de ejercer “un antisemitismo militante desde
universidad.com, disfrazado de antisionismo, acusando a los judíos argentinos
de doble lealtad, entre otras estereotipos antisemitas”. La misiva fue firmada por
el director de relaciones internacionales, Shimon Samuels y por su director
local, Ariel Gelblung sin detallar las evidencias de sus graves acusaciones.
Más
allá de que el rector decidió la realización de un sumario administrativo para
delimitar responsabilidades, lo cierto es que la locutora y periodista no
expresó ningún contenido judeofóbico. Tanto el Centro como Waldo Wolff deberán
fundamentar su falaz imputación, acostumbrada para aquellos que suelen
cuestionar las políticas de ocupación implementadoras por Israel en territorio
palestino.
La saña
de Torquemada Wolff, sin embargo, no es inédita. El ex dirigente de la DAIA se
ha especializado, durante sus tres años y medio en la Cámara Baja, en denunciar
ante los tribunales a sus oponentes políticos, apelando en forma arbitraria a
la Ley 23592, conocida como norma antidiscriminatoria. En noviembre del 2017,
el diputado Moreau opinó que Wolff participaba junto a organismos de
inteligencia estadounidenses e israelíes en la persecución de Cristina
Kirchner, percepción claramente fundamentada en sus posicionamientos públicos
acordes a los llevados a cabo por ambas centrales de inteligencia. El diputado
de Cambiemos, en aquella ocasión tergiversó dicho posicionamiento asociándolo a
un criterio judeofóbico. Como era de esperar, su inconexa imputación no
prosperó. En junio de 2018 la sala II de la Cámara Federal declaró la falta de
mérito del legislador del FPV, Leopoldo Moreau, y Wolff se vio obligado a
continuar su cacería de opositores a través de las redes sociales, ámbito en el
que se aboca prioritariamente, por sobre sus responsabilidades como tribuno.
En
todas las ocasiones, sin embargo, el modus operandi utilizado por Wolff ha sido
el mismo: consistió en asociar arbitrariamente toda crítica a las políticas del
Estado de Israel al delito de la judeofobia, sin que exista ninguna conexión
obligada entre ambas apreciaciones. De hecho, los críticos argentino-judíos de
dichas políticas debieras ser (risiblemente) con el mismo sambenito delictivo.
Los
judeofóbicos pueden o no ser críticos con las políticas del Estado de Israel.
De hecho, en las últimas décadas, todos los agrupamiento neofascistas de clara
prosapia judeofóbica (como Le Penn en Francia, o los líderes de Hungría e
Italia) son admiradores de Bibi Netanyahu por la prosapia guerrerista que
expresa. La analogía (forzada) entre cuestionamientos a las políticas de ocupación
israelí, y la judeofobia, se ha consolidado como un programa de persecución a
quienes critican dichas prácticas neocoloniales.
Una
gran parte de los argentinos que se identifican con la tradición judía se
encuentran en las antípodas de los representado por Waldo Wolff. No solo se
solidarizan con Leopoldo Moreau o Silvia Sassola, sino que observan con
preocupación la continua banalización de una lucha indudablemente legítima,
basada en el enfrentamiento a toda forma de discriminación. No sólo contra los
judíos, sino contra los musulmanes, las mujeres, los pueblos originarios, los
afrodescendientes, los pobres, los discapacitados y todos los grupos que son
víctimas de vulnerabilidad. Utilizar el antisemitismo y la judeofobia para
justificar la ocupación de una nación no solo es una forma de banalizar una
historia lucha sino que se transportan en una inmoralidad delictual.
La
derecha de la colectividad judía ha pretendido imponer una imagen homogénea
para legitimar sus repetidos hostigamientos contra quienes no suscriben al
Likud, partido de Bibi Netanyahu. No lo
han logrado. Ni en Argentino ni en el mundo. En todos los países se alzan voces
de repudio a esa confusión impostada. Poo eso, frente a cada persecución
infundada e indebida emergen las voces de quienes advierten que no puede es
aceptable perseguir a nadie por sus opiniones políticas. Que los
posicionamiento pueden considerarse una incitación al odio.
Quizás Wolff no está enterado, pero Torquemada fue uno de los inquisidores más importantes del Santo Oficio. Una gran parte de sus biógrafos le adosan su antecedente marrano, es decir judío reconvertido en sacerdote sádico y católico. Torá quemada (antiguo testamento incinerado) sería el nombre elegido por quien se encargaba de perseguir a hebreos para manifestar su concupiscencia y fidelidad a los dueños del poder de su época. La derecha de la colectividad judía, al igual que Torquemada, se desespera por ser aceptada por quienes un siglo atrás los escupían por las calles, la derecha patricia hoy trasmutada en corporativa y financiarizada. En la vereda opuesta están aquellos judíos que se sienten más cómodos con descender del Coronel Manuel Dorrego, de Simón Radowitzky, de Moisés Lebensohn, de Marcos Osatinsky, Juan Gelman o José Ber Gelbard. Estos son los que no van a permitir que una periodista como Silvia Sassola sea ultrajada y hostigada.
Imagen: El Hada (cada vez menos buena) Vidal, Claudio Avruj y Waldo Wolff
*Sociólogo. Periodista. Escritor. Director del Centro Latinoamericano de Estudios Estratégicos. Pte. del Llamamiento Argentino Judío