• 28 de marzo de 2024, 8:17
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Torquemada Wolff

Por Jorge Elbaum*

                             La judicialización del pensamiento y la banalización de la judeofobia

El diputado nacional del PRO por la provincia de Buenos Aires, Waldo Wolff conjuga sus escasas actividades legislativas con una enérgica acción cotidiana en Twitter y una frecuente persecución jurídica de individuos que no piensan como él. El último acto de su periódico hostigamiento tribunalicio tuvo como víctima a una periodista mendocina, Silvia Sassola, quien empezó a ser perseguida por supuestas actitudes judeofóbicas.

El hostigamiento contra Sassola, digitado por Wolff, se originó en un intercambio público de opiniones desarrollado a través de la red social Twitter, el último 30 de abril. En ese debate la periodista cuyana cuestionó el aval a las políticas injerencistas denotadas por el diputado Wolff, caracterizando sus recurrentes posteos de aval al belicismo de Donald Trump como una clara muestra de falta de patriotismo latinoamericano y de seguidismo respecto a las políticas de Washington en la región. La periodista, en este marco, caratuló la postura de Wolff como golpista, funcional a las políticas neocoloniales de Estados Unidos, asociadas –como es habitual en las últimas décadas-- a las del gobierno israelí respecto a Palestina.

A partir de ese intercambio, el activista del PRO apeló al consabido subterfugio de la acusación de antisemitismo. Pero en esta ocasión, a diferencia de sus anteriores operaciones persecutorias, endosó la tarea a una organización de la sociedad civil, el Centro Simón Wiesenthal, una especie de un sello franchisiado, colgado del nombre de un histórico perseguidor de nazis ya fallecido. En una carta enviada por ese Centro al rector de la Universidad Nacional de Cuyo, Daniel Pizzi, se acusó a Silvia Sassola de ejercer “un antisemitismo militante desde universidad.com, disfrazado de antisionismo, acusando a los judíos argentinos de doble lealtad, entre otras estereotipos antisemitas”. La misiva fue firmada por el director de relaciones internacionales, Shimon Samuels y por su director local, Ariel Gelblung sin detallar las evidencias de sus graves acusaciones.

Más allá de que el rector decidió la realización de un sumario administrativo para delimitar responsabilidades, lo cierto es que la locutora y periodista no expresó ningún contenido judeofóbico. Tanto el Centro como Waldo Wolff deberán fundamentar su falaz imputación, acostumbrada para aquellos que suelen cuestionar las políticas de ocupación implementadoras por Israel en territorio palestino.

La saña de Torquemada Wolff, sin embargo, no es inédita. El ex dirigente de la DAIA se ha especializado, durante sus tres años y medio en la Cámara Baja, en denunciar ante los tribunales a sus oponentes políticos, apelando en forma arbitraria a la Ley 23592, conocida como norma antidiscriminatoria. En noviembre del 2017, el diputado Moreau opinó que Wolff participaba junto a organismos de inteligencia estadounidenses e israelíes en la persecución de Cristina Kirchner, percepción claramente fundamentada en sus posicionamientos públicos acordes a los llevados a cabo por ambas centrales de inteligencia. El diputado de Cambiemos, en aquella ocasión tergiversó dicho posicionamiento asociándolo a un criterio judeofóbico. Como era de esperar, su inconexa imputación no prosperó. En junio de 2018 la sala II de la Cámara Federal declaró la falta de mérito del legislador del FPV, Leopoldo Moreau, y Wolff se vio obligado a continuar su cacería de opositores a través de las redes sociales, ámbito en el que se aboca prioritariamente, por sobre sus responsabilidades como tribuno.

En todas las ocasiones, sin embargo, el modus operandi utilizado por Wolff ha sido el mismo: consistió en asociar arbitrariamente toda crítica a las políticas del Estado de Israel al delito de la judeofobia, sin que exista ninguna conexión obligada entre ambas apreciaciones. De hecho, los críticos argentino-judíos de dichas políticas debieras ser (risiblemente) con el mismo sambenito delictivo.

Los judeofóbicos pueden o no ser críticos con las políticas del Estado de Israel. De hecho, en las últimas décadas, todos los agrupamiento neofascistas de clara prosapia judeofóbica (como Le Penn en Francia, o los líderes de Hungría e Italia) son admiradores de Bibi Netanyahu por la prosapia guerrerista que expresa. La analogía (forzada) entre cuestionamientos a las políticas de ocupación israelí, y la judeofobia, se ha consolidado como un programa de persecución a quienes critican dichas prácticas neocoloniales.

Una gran parte de los argentinos que se identifican con la tradición judía se encuentran en las antípodas de los representado por Waldo Wolff. No solo se solidarizan con Leopoldo Moreau o Silvia Sassola, sino que observan con preocupación la continua banalización de una lucha indudablemente legítima, basada en el enfrentamiento a toda forma de discriminación. No sólo contra los judíos, sino contra los musulmanes, las mujeres, los pueblos originarios, los afrodescendientes, los pobres, los discapacitados y todos los grupos que son víctimas de vulnerabilidad. Utilizar el antisemitismo y la judeofobia para justificar la ocupación de una nación no solo es una forma de banalizar una historia lucha sino que se transportan en una inmoralidad delictual. 

La derecha de la colectividad judía ha pretendido imponer una imagen homogénea para legitimar sus repetidos hostigamientos contra quienes no suscriben al Likud, partido de Bibi Netanyahu.  No lo han logrado. Ni en Argentino ni en el mundo. En todos los países se alzan voces de repudio a esa confusión impostada. Poo eso, frente a cada persecución infundada e indebida emergen las voces de quienes advierten que no puede es aceptable perseguir a nadie por sus opiniones políticas. Que los posicionamiento pueden considerarse una incitación al odio.

Quizás Wolff no está enterado, pero Torquemada fue uno de los inquisidores más importantes del Santo Oficio. Una gran parte de sus biógrafos le adosan su antecedente marrano, es decir judío reconvertido en sacerdote sádico y católico. Torá quemada (antiguo testamento incinerado) sería el nombre elegido por quien se encargaba de perseguir a hebreos para manifestar su concupiscencia y fidelidad a los dueños del poder de su época. La derecha de la colectividad judía, al igual que Torquemada, se desespera por ser aceptada por quienes un siglo atrás los escupían por las calles, la derecha patricia hoy trasmutada en corporativa y financiarizada. En la vereda opuesta están aquellos judíos que se sienten más cómodos con descender del Coronel Manuel Dorrego, de Simón Radowitzky, de Moisés Lebensohn, de Marcos Osatinsky, Juan Gelman o José Ber Gelbard.  Estos son los que no van a permitir que una periodista como Silvia Sassola sea ultrajada y hostigada.  

Imagen: El Hada (cada vez menos buena) Vidal, Claudio Avruj y Waldo Wolff

*Sociólogo. Periodista. Escritor. Director del Centro Latinoamericano de Estudios Estratégicos. Pte. del Llamamiento Argentino Judío

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