Publicado el 26 jun. 2020 | Economía
Por Lic. Alejandro Marcó del Pont
Pasar de la parálisis al movimiento tiene efectos inmediatos y evidentes tanto en física como en economía. Esta actividad puede traer consigo la ilusión aparente de un espejismo de recuperación económica más pretendido que real. La absurda idea neoliberal de modelar costo-beneficio entre ganancias por distender la cuarentena y el quebranto económico por imposición de distanciamiento, eliminando del algoritmo la constante, las defunciones, puede guiarnos a soluciones incorrectas.
Los medios están llenos de oráculos poco conectados con teorías económicas y muy interesados en dioses tendenciosos. Ellos apuntan a materializar las dimensiones del daño de la pandemia forzando una representación optimista de la economía: ¡La recuperación futura tendrá la misma vitalidad que su perjuicio pasado! Aunque el asimétrico desarrollo del virus, expandiéndose en algunos países y retrocediendo en otros, no permite siquiera proyectar su final, menos aún los beneficios de su extinción.
Como bien dice Mónica Peralta Ramos, “a lo largo del tiempo, múltiples problemas han amenazado la integridad de la vida en sociedad. Entre estos se destacan la pérdida de legitimidad del orden social imperante”. Seguramente la “nueva normalidad” será otro de estos dilemas socioeconómicos que desafíen la imaginación colectiva, sobre todo cuando alguien determine su significado preciso.
La sensación es que el trasfondo de la lucha del establishment actual está más emparentada con el mito de Sísifo. El rey era un hombre de gran astucia, manipulador y avaro. Logró engañar entre otros a la muerte, aunque sería finalmente castigado por Zeus. Su condena fue tener que subir una piedra por la ladera de una montaña hasta la cima. Sin embargo, al llegar allí caería hacia el otro lado de la montaña, con lo que tendría que hacerlo de nuevo empujada hasta la cima, algo que se repetiría en un ciclo eterno.
El castigo es muy parecido al de los pueblos latinos y la perpetua austeridad, cargando siempre el peso de la avaricia de quienes creen haber sido burlados porque se puede hacer un esfuerzo más, para que ellos obtengan más. Cuando alguna mínima señal promete reducir el peso de la carga, que el esfuerzo aunque desigual, injusto e inmoral, el sacrificio aparenta estar dando frutos, la piedra caerá hasta el piso de la montaña, para obligarlos a recomenzar el esfuerzo de recuperarse.
La pelea por reestablecer el eje de los valores no es algo menor, preservar el orden que estructura la vida social para conservar la disposición económica actual no da cabida a ideas mitológicas ni “malos salvataje” al estilo darwiniano, que proponen los economistas del establishment, de selección natural, que se contagien y mueran quienes lo tiene que hacer, para preservar la economía en funcionamiento y sus beneficios.
La lógica de selección natural no ha dado resultado en ninguno de los países en los que fue ejecutada, teniendo el más ensordecedor fracaso en Suecia, su caballito de batalla. Ni lo tuvo hace más de un siglo, cuando, en medio de la la gripe española, se abrieron las ciudades, como Pittsburgh, lo que la la convirtió en la urbe con mayor tasa de letalidad del país por cada 100.000 habitantes.
Dentro de sus particularidades, según el estudio realzado por la Universidad de Pennsylvania, no solo se encontraba ser una de las metrópolis más contaminadas por su actividad carbonífera, sino por tener el mayor lobby de empresarios del sector. Estos volcaron su influencia para conseguir que las autoridades locales no siguieran el dictado de las autoridades estatales y levantasen las restricciones antes de lo estipulado, para reanudar la actividad economía local (¿les suena?). Lo consiguieron. Los festejos del final de la Primera Guerra Mundial concentraron multitudes. La respuesta del virus fue letal, con lo que aumentó el macabro ranking de muertes, que obligó a la ciudad a aislarse nuevamente y detuvo el repunte económico.
Cien años después, la lógica, los medios y el razonamiento son similares, y no es anecdótico. Tratar de afianzar la jerarquía de poder para tomar decisiones, sobre todo manteniendo una estructura de dominación que llevó al fracaso económico, parecería no tener lógica. De todas maneras, este absurdo ha dirigido el debate tratando de demostrar que la protección de la vida trae como consecuencia la destrucción de la economía.
¿Por qué mantener la jerarquía? De acuerdo con el esquema elaborado por el filósofo francés André Comte-Sponville, la estructura social debería tener un orden ético, moral, político y económico, con esa jerarquía desde el punto de vista de los valores. El orden ético se guía por el amor, el moral por el deber ser, el político por el poder y el económico por la ganancia.
Cada uno de estos órdenes tiene su lógica de funcionamiento y no reconoce límites internos. Es decir, todo lo que se pueda hacer para mantener las ganancias económicas será hecho. Sin embargo, para que el mundo sea habitable, el orden superior debe imponer límites a los órdenes inferiores, es decir, que el orden político respete los derechos humanos o que la economía no envíe a la miseria, como lo ha hecho, a la mayoría de la humanidad.
Las catástrofes de la historia, según el filósofo francés, se producen cuando un nivel inferior sobrepasa a los niveles superiores. Como es el caso que ocurre desde hace varias décadas y que pretende mantenerse, donde el orden económico domina al ético, moral y político. Nadie puede permitir, justificar y aceptar la pobreza, pero si es éticamente aceptable, moralmente admisible y políticamente correcto, por qué no. No importa la muerte si los beneficios funcionan.
La vieja normalidad es la nueva normalidad solapada. Relajar la cuarentena tipo Pittsburgh con los mismos resultados probados que la ciudad americana, basa su lógica en la jerarquización de la economía por encima de la moral y la ética, donde la muerte tiene menos valor que los beneficios y, por sobre todo, que la política, última en la jerarquía, evite que, en este caso el gobierno de la ciudad, no pague el costo, y obligue a que se desentienda el gobierno nacional.
La misma lucha de la nueva normalidad, reforzando jerarquías de poder, se lleva a cabo con la exportadora Vicentin. Evasora, deudora, y delictiva empresa, para la que el gobierno dispuso su intervención y cuyo relato mitológico habla de una expropiación que, al parecer, sufre algún retraso por el embotellamiento camino al Congreso, al igual que el impuesto a las grandes fortunas. Antes que pueda arribar al recinto, recibió el fallo sin precedentes de un juez en lo civil y comercial de la ciudad de Reconquista (primera instancia) que repone a los miembros del directorio de la empresa y convierte a los interventores en veedores. Misma lógica macrista, quienes llevaron a la bancarrota la empresa, son los que la tienen que dirigir.
El establishment, los mayores exportadores, los bancos y fondos de inversión, todos están en el mismo juego, no solo en negar la intervención de una empresa estatal en el concentrado comercio exterior argentino, cuya participación causaría un daño inimaginable a los grados de libertad que maneja dicho sector, sino también con la deuda.
La razonabilidad o sustentabilidad del pago de la deuda externa, ambos términos poco afortunados, siguen la misma lógica de “nueva normalidad”. ¿Afrontar qué montos sería razonable cuando la economía mundial, el comercio exterior, las finanzas, la reactivación, la cadena de suministros, el empleo, desconocen su futuro? Si bien nadie tiene certezas, algún visionario con dotes quirománticas puede imaginar acuerdos con parámetros del FMI, nunca pasándose de sus mandamientos, para que el organismo no tenga problemas para cobrar su parte, sin quita alguna, cuando tenga que… negociar.
El COVID-19 nos dio la esperanza de rearmar en un mundo vacío, descompuesto, dispar y profundamente escarpado para cargar la roca a la cima. La idea era que la nueva normalidad, si tiene una definición, fuera algo diferente, que si los dueños del poder siguieran manteniendo una parte de él, no se les permitiera hacer lo que la vieja normalidad y la jerarquía les permitía. O, por lo menos, bajar un escalón a la economía para que no fuera la jerarquía tan similar a la anterior.
Fuente: El Tábano Economista