El mundo nos mira con particular curiosidad. Los que las sabíamos todas somos ahora los protagonistas de una tragicomedia y, como la padecemos los de adentro, los de afuera se quedan con la parte de comedia.
En tanto, granizan medidas destructivas y llueven otras para distraernos de las primeras, todas mezcladas en un guiso desopilante con la Biblia junto al calefón: se reemplaza el cuadro de Evita por el de Menem; se despide a 20.000 empleados; no se proveen medicamentos oncológicos; se cesantean a los guardias de los parques nacionales; se cambia el nombre del CCK; se pagan las jubilaciones en dos momentos; se difunde un ridículo video reverdeciendo los dos demonios; se desmantelan el INADI, el INCAA, TELAM; se desfinancia el CONICET; se insulta a Estela de Carlotto; se le dice terrorista asesino al Presidente de Colombia, ignorante al de México, el embajador insulta a los chilenos; la canciller dice que los jubilados no necesitan créditos porque se morirán antes de pagarlos; se desfinancian las universidades nacionales, por ser centros de adoctrinamiento marxista; se dejan de enviar alimentos a los comedores infantiles; se libera la contratación de alquileres; aumentan las prepagas; se subestima la soberanía de las Malvinas; se admira a la baronesa Tatcher; no se recuerda el 2 de abril; se congestionan los hospitales públicos; no importa si Brasil y China no nos compran, porque lo harán otros, pero se pide una prórroga a China; solo debemos relacionarnos con occidente, aunque el mundo bipolar terminó hace mucho; se duplican y triplican los costos de los servicios de gas y electricidad; aumentan los combustibles; están baratos los dólares para que la clase media los venda; nuestros precios en dólares son más altos que en Europa; se falsifica la historia diciendo que en 1910 éramos una potencia mundial; las visiones de los panfletos de Mont Pelerin se confunden con mensajes esotéricos de perros muertos; se desploman las pymes y las no tan pymes; se dice que el Congreso de la Nación es una cueva de ratas; se remiten proyectos de leyes de imposible tratamiento y se emiten decretos de falsa necesidad y urgencia, en forma semejante a la Ley de empoderamiento alemana de 1933; parece aspirarse a una mal llamada democracia plebiscitaria; y podríamos seguir con este popurrí en que todo se confunde y con el que nos ametrallan sin parar, incluso por un vocero oficial con cara de pocos amigos y algo recurrente en sonidos onomatopéyicos. Seguramente se nos dirá también que con esto no aportamos nada, porque todos lo sabemos.
Es verdad que todos sabemos esto y también que el titular de nuestro Ejecutivo no dialoga ni discute en los normales términos democráticos en que siempre se discutió políticas, porque cada argumento que se le opone parece impactarle como una ofensa personal, una suerte de lesión a su autoestima que lo hace reaccionar con inusitada agresividad verbal, que llegó al extremo cuando se le nombró al comunista Lord Keynes. Además, no es necesario caer en falso pudor ni en moralina hipócrita para reconocer que la contribución del Ejecutivo a la vulgarización del lenguaje político es enorme.
Es verdad que todos sabemos esto y también que el titular de nuestro Ejecutivo no dialoga ni discute en los normales términos democráticos en que siempre se discutió políticas, porque cada argumento que se le opone parece impactarle como una ofensa personal, una suerte de lesión a su autoestima que lo hace reaccionar con inusitada agresividad verbal, que llegó al extremo cuando se le nombró al comunista Lord Keynes. Además, no es necesario caer en falso pudor ni en moralina hipócrita para reconocer que la contribución del Ejecutivo a la vulgarización del lenguaje político es enorme.
Es verdad que todo esto es bien sabido, pero aquí solo amontonamos -mezclados y confundidos, tal como nos llegan- algunos datos incompletos, para contraponer esta exorbitancia a cierto silencio como respuesta, porque no podemos ocultar la sensación de que la sociedad argentina sufre un bombardeo demoledor mezclado con fuegos artificiales por un lado y silencio por el otro. Parece que nos vuelve la voz de Gardel: Silencio en la noche. Es aquí donde debemos detenernos: en el silencio frente a lo desopilante. ¿Qué pasa en nuestra sociedad? ¿Somos la viejecita de canas muy blancas meciendo la cuna, que se quedó muy sola con cinco medallas? Cuando mi padre escuchaba este tango, se preguntaba para qué le servían las cinco medallas, y agregaba algo que no repito para no sumarme a la vulgarización del lenguaje, pero tenía razón, porque la esperanza de la cuna se la hubiesen quitado veinte años después, en la segunda parte del suicidio de la Europa colonialista. Pero volvamos a lo nuestro.
Es necesario matizar adecuadamente lo del silencio, pues tampoco es tan total: hay quienes no están en silencio. Sin ir más lejos, el paro y movilizaciones del sindicalismo y la concentración del 24 de marzo son una prueba de eso. Tampoco calla cada uno de los sectores afectados, que desafían las amenazas de la imprevisible Patricia.
Pues bien: no existe un silencio total, solo que es insuficiente la resistencia de los diversos sectores que esta máquina de destrucción va lesionando. En consecuencia, si nos preguntamos de quién es el silencio que nos preocupa, el que invita a la depresión anímica y crea una falsa sensación de impotencia, sin duda que es el del campo político. Ese silencio reafirma una innegable decadencia de la política, para nada ajena a la apertura del espacio de la actual catástrofe y a la reaparición de los zombis.
De todas formas, no creemos que sea conveniente ahora mirar hacia atrás, porque la extrema urgencia del presente obliga a mirar sin demora hacia el futuro. Nada se ganaría con perder el tiempo pasando boletas, mientras se destruye al Estado y se incrementa la pobreza, con tan aceleradísima crueldad que hasta el FMI advierte el peligro de un estallido que no le conviene, porque no podría cobrar su crédito fraudulento. La urgencia es de tal magnitud que hasta los deformadores de opinión tradicionales y el propio clarinete de mentiras advierten el riesgo.
Mirando, pues, hacia adelante, debemos tener en cuenta que todo silencio es un vacío, porque la vida –al igual que la música- es una combinación de sonidos y silencios, pero cuando faltan los sonidos que otrora se supieron escuchar, solo queda el vacío sonoro, tanto en la música como en la vida. A medida que avanza la destrucción y la regresión social, mayor intensidad cobra el vacío, que opera como la baja de presión atmosférica: nos hace caminar más lentamente, andamos apesadumbrados, pero a medida que sigue descendiendo aumenta su intensidad convocante de vientos, nubarrones que empañan la visión y, finalmente tempestades. Es la famosa calma que precede a las tormentas.
Por cierto, la sociedad no está en completo silencio, sino que los distintos sectores crecientemente afectados esperan la convocatoria que en un momento de condensación se producirá. La historia mundial nos enseña que los grandes movimientos populares que producen cambios sociales no surgen precisamente cuando todo está más o menos bien, sino cuando todo está muy mal y llega el punto de inflexión, es decir, la crisis. A diferencia del tango de Gardel, aquí nada está en calma, el músculo no duerme, la ambición trabaja.
Esta crisis pone en evidencia que hay algo que está agotado y no es otra cosa que la vieja política, que ya no funciona. Se degradó con sus mezquindades, sus acuerdos insólitos, sus cálculos electoralistas, su profesionalización esquizofrénica, sus agachadas ideológicas que desdibujan la identidad política en pos de especulaciones coyunturales. Esto es como el silencio de un viejo gramófono, que puede generar cierta nostalgia de los tiempos en que sonaba lindo, pero en modo alguno puede deprimirnos que ya no suene, porque no tenemos más alternativa que archivarlo, incluso con la reverencia y el cuidado que merece el recuerdo de sus buenos tiempos. No queremos con esto decir que se deban archivar personas, sino métodos y, por supuesto, quien se adapte a una fuerte renovación metodológica se incorporará a lo que surja.
El momento no es de pasividad, sino de espera activa, de esfuerzos –por pequeños que parezcan- de reconstrucción de la comunidad, de reforzamiento de los lazos horizontales. En otras palabras, creemos que debemos ir calentando los motores para lo que vendrá, porque algo nuevo surgirá de esta crisis, como siempre sucedió en todas las anteriores: la baja presión atmosférica anuncia la tormenta y luego vuelve a salir el sol. Esto no falla, ni en la meteorología ni en la historia.
Esta última afirmación suele objetarse con una pregunta: ¿Y con quién? Es inútil buscar una respuesta a esta pregunta, porque rarísima vez se puede saber quién es el convocante antes de la convocatoria misma. La convocatoria es un fenómeno racional, aunque no demasiado, porque opera también lo emocional y por lo general en el marco de una realidad dinámica y pletórica de imponderables. ¿Acaso no serán los convocados que generan al convocante y no a la inversa? No tenemos respuesta y, cuando la ensayamos, acabamos en un juicio analítico que poco nos aclara: no hay convocante sin convocados ni viceversa.
No obstante, lo cierto es que invariablemente el hecho se produce: cuando el esquema se cierra, lo nuevo aparece. Siempre ha sucedido de ese modo y ahora también sucederá. ¿Es esto puro optimismo? No, es simple realismo, porque leemos otra historia, no precisamente la que nos miente pretendiendo que el neocolonialismo británico nos hizo potencia, que nos tira la pálida de un siglo de errores, que ante el silencio de la vieja política nos quiere hacer creer que somos impotentes frente a las tropelías de los falsos liberales. Puede ser que nuestra sociedad esté ansiosa, porque siempre queremos que todo pase más rápido, pero está calentando motores, en espera activa y, para matar la ansiedad y acelerar lo nuevo que vendrá, nada de depresión.
*Profesor Emérito de la UBA.