Una de las cosas que se ven, escuchan o leen cada vez con más frecuencia en estos días es “yo no sabía”, o “no me imaginé”, o “me desilusionó”, o “no creí qué”... Todas referidas a la debacle nacional a la que nos sigue llevando inexorablemente el gobierno (o des---) de Cambiemos. Y se me ocurre pensar.
Una de las características que los estudios bíblicos reconocen de los profetas es que “saben leer la realidad”. Los profetas no son sujetos o sujetas que adivinan o intuyen el futuro, sino quienes leen desde Dios el presente. Veamos: la historia de Israel (tal como se leía entonces, por cierto) reconocía que a medida que el pueblo olvidaba a Dios, Dios lo olvidaba a él; y entonces, los pueblos vecinos los despojaban, oprimían o incluso, esclavizaban.
- Por eso la idea de “este sí es un buen camino” o, por el contrario, “por este camino nos estrellamos” es característico de los profetas.
- La idea de mirar la realidad: “si oprimimos a los pobres, si nos desentendemos del huérfano o la viuda” nos disolvemos como pueblo de hermanos, que es lo que debiéramos ser.
Esa es la mirada de los profetas. El gran estudioso judío Abraham Herschel afirma que la característica de los profetas es su “simpatía” con Dios (del griego syn = con; pathos = sentir). Los profetas sienten lo que y como siente Dios ante la realidad, positiva o negativa. Entonces, decir, “si seguimos por este camino nos vamos a estrellar” no es hablar del futuro, sino del pasado. Es haber mirado la historia del pueblo con la mirada puesta en Dios y puesta en el pueblo. Y saber las consecuencias obvias del obrar de tal o cual manera.
Decir que alguien se sorprendió, o se decepcionó con lo que está haciendo el gobierno argentino (y tantos otros neoliberales de América Latina) es haber sido (¿y seguir siéndolo?) un ciego que no quiere ver, o un sordo que no quiere oír. Simplemente.
Desde que asumió el gobierno de Cambiemos el grupo de Curas en Opción por los Pobres lo dijimos a quien quisiera oír. Durante todo el año 2016 escribimos cartas quincenales “al pueblo de Dios” señalando y alertando lo que estaba ocurriendo y lo que iba a ocurrir: ¡esto mismo que hoy está ocurriendo! ¿Fuimos adivinos? ¡De ninguna manera! ¿Sabios y expertos politólogos? ¡Tampoco! ¿Profetas (en el sentido bíblico, no en el sentido habitual)? ¡Sin duda! Bastaba con mirar la historia, bastaba con tener un oído en el Evangelio y un oído en el pueblo. Con escuchar los dolores que ayer le provocaron los capataces de Egipto.
Es cierto que uno escucha hoy a periodistas (o los que fungen de tales; más de uno, en realidad, operadores del modelo), o a curas que hasta “ayer” hablaban de “la realidad” que hoy se manifiestan sorprendidos, decepcionados, “no me imaginé” … Y “dan ganas” de responderles varias cosas. A algunos periodistas se les puede recomendar que pasen al así llamado periodismo deportivo (que vende bastantes globos, así que una mancha más no le hace nada al tigre). A algunos curas se les puede recomendar que renuncien a los cargos o suplementos y se dediquen a escuchar los clamores de su pueblo, o – para decirlo con metáforas francisquistas – que tengan “olor a oveja”. Insisto, los curas opp desde que empezó el neoliberalismo remozado de Macri y sus huestes, los mejores corruptos de los últimos 100 años (ya no son 50… por la inflación, quizás) señalábamos que rumbo a esto íbamos. Es cierto que no faltaron las voces (muchas que ahora dicen “si hubiera sabido”) nos cuestionaron, nos criticaron y dijeron que hacíamos política, etc… “Un oído en el Evangelio y un oído en el pueblo” repetía el Pelado Angelelli, ese que no murió en un accidente (como decían los eclesiásticos amigos del poder… es decir, que se metían en política, pero en “otra política”). Ese oído en el pueblo le da raíces al Evangelio; ese oído en el Evangelio propone la utopía del Reino de Dios al pueblo. El gran teólogo luterano Karl Barth afirmaba que hay dos lecturas que un cristiano no debe dejar de tener cada día: el evangelio y el periódico (claro que Barth no se refería a Clarín, o La Nación, por cierto… era inteligente). Es que, sin escuchar el sufrimiento de las víctimas, y escucharlo con los oídos de Dios, lo que digamos no será de parte de Dios, sino de parte del “poderoso caballero”, ese Don Dinero que ya Jesús nos avisaba que el que sirve al Dinero, odiará a Dios (o viceversa). Desde ese “lugar” es lógico “estar sorprendido”, o “decepcionado”.
Dan ganas, como decía, de repetirles: “nosotros te avisamos”. Pero ahora no es cosa de pedir esa autocrítica a los ciegos y sordos voluntarios. Ahora es cosa de decirles que escuchen al pueblo… a ese que ayer podía encender un ventilador en verano, o comer un asado cada tanto, o dar leche (leche de verdad) a sus hijos en su propia mesa… Aunque fuera fruto de un “plan” sus hijos comían (y sus padres compraban). Quizás escuchando al pueblo (sintiendo, pathos) entiendan de otro modo el Evangelio. No está mal, al menos, para esta Pascua
* Cura. Teólogo. Sec. del Grupo de Curas en Opción por los Pobres.
Foto: https://filosofia.nueva-acropolis.es
Fuente: 2° Blog de Eduardo de la Serna