• 21 de noviembre de 2024, 6:47
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Pongo ante ti… dos proyectos

Por Eduardo de la Serna







Dos proyectos están en pugna. Dos caminos. En la Biblia, especialmente en la literatura sapiencial, se hizo frecuente este tema: “pongo ante ti la vida y la muerte” (Dt 30), “feliz el que no sigue el camino de los impíos, sino que su senda” (Sal 1), “angosta la puerta y el camino” (Mt 7) … Incluso fue frecuente en los primeros escritos del cristianismo primitivo como la llamada Didajé y la carta de Clemente, por ejemplo.

Metafóricamente es frecuente la imagen de la persona que intenta ser seducida a la vez por un ángel y un demonio, por ejemplo.

Y señalo que hay dos proyectos en pugna precisamente haciendo referencia a todo esto.

Todos sabemos que, especialmente en los momentos críticos (aunque no solo en ellos) en algunas personas aflora lo peor del ser humano y en otras aflora lo mejor. Ante una catástrofe aparecen todas las cadenas de solidaridad, de entrega, disponibilidad y hasta de heroísmo, o también los “vivos”, estafadores, aprovechadores, perversos. Basta con pensar momentos dramáticos recientes y todos tendremos, probablemente, imágenes o escenas de ambos grupos humanos.

La publicidad, como aquellos seductores angélicos aludidos, intentará alentar el egoísmo, el individualismo, el “sálvese quien pueda”, por ejemplo. Y aparecerá la “meritocracia”, como ya lo hemos visto. La imagen de lo más negativo del ser humano aparece en la “competencia”, “¿por qué tengo yo que hacer algo por los demás?” (sea jubilaciones, educación o salud pública, impuestos), yo quiero poder comprar, viajar, hacer lo que me venga en gana, si uno no puede, ¿yo qué tengo que ver? En todo caso, a lo sumo, si cada uno es feliz, todos lo serán, se afirma en una filosofía pseudo zen y ciertamente falsa e irreal. El capitalismo mismo, por individualista, está basado en el egoísmo, la codicia, la avaricia, la posesión, la indiferencia (a lo sumo disfrazada de solidaridad en una ocasión puntual… y breve) allí radica su fuerza, su “alma”. La mirada en uno mismo termina, sin embargo, en un problema. Como inconscientemente “el estado soy yo”, el problema es que hay otros más poderosos, ambiciosos, codiciosos, y – habitualmente – inescrupulosos. Y entonces, mi pequeña fiesta termina pisada por los que quieren ser más “rey sol” que yo. Cuando se alentaba el enojo porque los pobres podían viajar, tener computadoras, tener vacaciones, o un auto, o jubilaciones, “yo puedo tener aire acondicionado, ¡ellos no!”, este modelo brillaba en su más patético esplendor. Pero la posibilidad de “tener” (que creen que es “ser”) se reveló cada vez más falaz y escasa.

Pero hay otro modelo, ya no vertical sino horizontal. Un modelo de solidaridad. Un modelo, debemos reconocerlo, quizás más incómodo, o más perjudicial a mi mirada a mí mismo. Especialmente para los que se creen (real o ficticiamente), más arriba que la media. Ya no se trata de “mi disfrute” sino del “nuestro”, ya no se trata de mí sino del hermano, la hermana. Se trata de buscar que todos (nunca serán todos, pero ese “todos” es la utopía hacia la que se camina) tengan acceso a su / nuestra felicidad. Que “todos” puedan tener trabajo, salud, educación, vacaciones, disfrute de la vida. Sin duda que, si la mirada está en el todos, seguramente “yo” tenga menos que lo que “merezco” por aquello de los “bienes escasos”. Pero “todos” tendrán acceso a lo necesario. Y eso es fiesta de hermanos y hermanas. No se trata del “estado soy yo” sino de “el estado es el otro”. No es “el estado es estar” (sic) sino que el estado es abrazar, el estado es compartir. Nada más ajeno a la meritocracia de los “emprendedores”.

En el día a día, especialmente en los momentos decisivos (crisis, elecciones) se juegan estos modelos. Aparecerán los seductores de uno y de otro, los que alientan el “miedo” (a cuidar “tu” pequeña – cada vez más pequeña – quintita), el odio (a los otros, especialmente los que están más debajo de la verticalidad: pobres, negros, indígenas, extranjeros) el egoísmo, o – por otro lado – el encuentro, la fiesta, la esperanza. Claro que la tentación nunca será tan explícita. No se dirá “desentendete de todos”, “aborrecé a los otros” sino que con sonrisa angelical (el diablo “se disfraza de ángel de luz”, dice san Pablo, 2 Cor 11) te mirará cómplice y simulando ternura, aunque mientras lo hace diga que los pobres no van a la universidad y no tienen derecho a la salud pública ni a buena educación bien remunerada. Si “en la cancha se ven los pingos” las actitudes frente a los otros deberían ser el test del proyecto. No es lo fundamental tal o cual persona, sino tal o cual proyecto (si una persona perversa invalidara un proyecto hace siglos la Iglesia habría perdido su razón de ser). Es fundamental tenerlo claro, no cuento “yo”, sino “el/la otro/a”, eso es el amor. Eso es lo más parecido al Evangelio.

Fuente: Blog 1 de Eduardo de la Serna

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