En este tiempo en que vivimos, y con más que justificadas razones, la palabra “patrono” (u otras de la familia) no suele tener buena prensa (la “patronal” suele ser entendida como adversaria justificada de los trabajadores). Es verdad que, como otras, remite a “padre”, y de allí tenemos también “patria”, “padrino”, “patriarca” y más. Dos cosas es bueno señalar, brevemente, antes de avanzar en mi reflexión: en el lenguaje, aunque, como siempre ocurre, está cambiando, se omite cualquier referencia a la madre, y no es habitual hablar de la “matria” y de “matriarcas”, por ejemplo; y, además, y con justicia, pocas palabras provocan más escozor en muchos ambientes que “patriarcado”. Tengo esto en cuenta al escribir estas líneas, pero, y es evidente, la referencia a un padre no es – ciertamente – negativa; en todo caso, habrá que pensar en de qué tipo de padre hablamos, “hay padres y padres” … Pero de buenos padres aquí hablamos o tenemos en cuenta.
Un patrono, entonces, es alguien que tiene un cierto y limitado rol paternal en algunos ámbitos, especialmente el religioso. Y ya debiéramos incluir la idea de “matrona” aunque, como en tantas ocasiones de nuestro lenguaje, esta signifique cosas muy diferentes en masculino que en femenino. Un patrono se trata, entonces, de alguien (habitualmente santos o santas; aunque - ¡atención! – una parroquia que homenajea a una santa que le da el nombre, celebra las “fiestas patronales” [sic] y no “matronales”, y la Virgen de Luján es proclamada la “Patrona” [sic] de la Argentina) de quien se supone que algunos elementos, no todos, ciertamente, pueden ser tenidos en cuenta, valorados y guiarnos en el presente y en nuestra región. Pretender que todo lo que Tal santa o santo ha vivido puede ser tenido en cuenta hoy por todos nosotros es ciertamente un exceso, y – además – pretender que hoy podamos o debamos vivir como Tal vivió hace cientos o más años, también lo es.
Un patrono puede serlo de un lugar (pueblo, parroquia, país) o de un colectivo (campesinos, barrenderos, curas) … Ahora bien, no todos los del colectivo tienen necesariamente que referenciarse en el patrono o matrona, evidentemente, y es totalmente razonable que haya quienes crean que otro u otra representa mucho mejor el tipo de referente o referenta que han elegido. Esto no indica que no se valore al anterior, o no debiera indicarlo, sino que muchos o muchas pueden creer que otro u otra representa mejor el modo de ser que han elegido en este tiempo.
Valga esta introducción para una simple ubicación personal. El 4 de agosto se celebra, en el mundo entero, a san Juan María Vianney, el santo cura de Ars, al que se lo considera “Patrono de los curas”. No es un santo del cual yo conozca demasiado su vida, más que la época (1786-1859), y que fue párroco (de ahí viene la palabra “cura”, el que tiene “cuidado” de las almas [sic] de un determinado lugar) en Ars desde 1815 (localidad de unos 250 habitantes). Tenía muchas dificultades para el estudio, lo que casi le cuesta la ordenación. Cura de muchísima oración y dedicación a la comunidad, especialmente en la administración de los sacramentos, también es reflejo obvio, de una espiritualidad y un modo de ser cura muy diferente al contemporáneo (sacrificios, cilicios, ayunos, luchas con el diablo). Pero, y es el punto, una dedicación notable a su comunidad remitido absolutamente en Dios. Esa ministerialidad, o mediación, entre Dios y el pueblo, en la que el cura sólo debe ser instrumento, es algo que Juan María tenía muy en claro.
Pero otro 4 de agosto, coincidencia cronológica, otro pastor, que también quiso tener un oído en el Evangelio y otro en el pueblo, fue asesinado por una dictadura genocida. Enrique Angelelli, obispo de La Rioja, arriesgó su vida (no la “dio” puesto que se la quitaron) hasta el extremo del amor por su pueblo. En ese extremismo del amor mostró a quienes quisieran mirarlo (pocos de sus colegas, debemos reconocerlo) por donde pasa el camino que muchos nos sentimos invitados a transitar. Un contexto muy distinto en tiempo y espacio de aquel Ars del cura, y un contexto y espacio marcado por la violencia, la persecución y la sombra del martirio muy compañeros de camino de muchos hace que nos referenciemos en Enrique y sus compañeros mártires.
Que todos los buenos ministros ordenados de la historia nos aporten luz en el camino, que sepamos extraer de ellos y con ellos el jugo a la vida para ser curas del pueblo, particularmente de los pobres y las pobres. Al menos eso es lo que quisiera para mí en este 4 de agosto.
*Teólogo
Fuente: Blog 1 de Eduardo de la Serna