Están desesperados y en plena debacle. Han dilapidado la
confianza sobre la que habían montado haciendo base en un fraude
comunicacional, sustentado en el odio y los fantasmas producidos en las usinas
mediáticas corporativas y monopólicas. Han desplegado su farsa de engaño,
negocios sistémicos, enriquecimiento brutal a costa de la riqueza social
acumulada, cuya duración es de tres años y medio. Solo los queda un tercio del
electorado. No más de un 30 por ciento. Ese es su núcleo duro.
En la historia argentina quien más votos sacó fue Perón en
1973. Alcanzó a un 63 % del electorado. En aquel entonces, también un 30 por
ciento le fue esquivo. El gorilismo sempiterno -forma que asumió en nuestro
país el racismo en su doble forma de desprecio a los pobres y asco a los
pueblos originarios-, desde la primera elección del “peludo” en 1916, siempre
ha contado con un tercio, concentrado demográficamente en reductos porteños y
en el resto de las grandes ciudades.
Cuando los dos tercios restantes se entrelazan, las
oligarquías prebendarias y rentistas pierden el poder. Y eso sucedió incluso en
la emergencia de dictaduras militares sangrientas y genocidas. Los actores
claves de esas mayorías son los trabajadores organizados, los intelectuales
orgánicos (del interior y exterior del mundo académico), los empresarios
ligados a la mediana y pequeña empresa y –en las últimas décadas—los
denominados “movimientos sociales”, expresión estructural de la crisis del
empleo y la precarización.
Estamos nuevamente en esa encrucijada. Pero la derecha más
rancia sabe que la apuesta que han intentado (incluyendo endeudamientos
siderales, destrucción del tejido productivo, utilización de los medios como picana
de conciencias) no ha sobrepasado su núcleo duro.
Eso significa que van a apelar a otras alternativas.
La semana pasada el jefe de gabinete de ministros, Marcos
Braun deslizó la estrategia que están dispuestos a llevar a cabo: una campaña
vietnamita.
Más allá de la recurrencia posmoderna y grotesca de
analogías insostenibles (¿será necesario recordar que Ho Chi Minh fue el jefe
del Viet Cong, el partido comunista que derrotó al ejército de Estados Unidos
después de 10 años de guerra?), la parábola incongruente adelanta una campaña
electoral repleta de trampas, estafas y bombas mediáticas. [1]
En 2015 tuvieron a Nisman y aprovecharon su suicidio para
montar una de las más espectaculares series de ficción política jamás filmada:
su rendimiento (en cantidad de espectadores) fue recurrente y sólo fue
abandonada, parcialmente, cuando irrumpió la segunda miniserie, al de las
fotocopias. El hecho de que ésta última se esté hundiendo bajo la presión del
tsunami falsario de D´Alessio / Fariña / Stornelli y CIA, prologa algún estreno
escandaloso a la brevedad.
No se requiere contar con mucha imaginación para conjeturar
los aprietes a los jueces, el reclamo de presurosas detenciones, proscripciones
varias o nuevas acusaciones lindantes con crímenes impactantes y/o faltantes de
PBI desconocidos.
Se requieren huestes de activistas y militantes despiertos.
Van a hacer cualquier cosa para no irse. Y al desesperación siempre ha sido mala
consejera. También en la rapidez pueden cometer errores y quedar dobletemente
expuestos. La concentración, en estos meses es clara. El deterioro de su
autoestima sumado al empoderamiento criterioso de los sectores populares puede
convertirse en la diferencia final. Les va muy mal. Y sin hacer mucho se gana.
Hay que forzar el tobogán descendente de su debacle. Cuatro ojos. Organización
de base (tributaria de la unidad), dialogo (carente de soberbia) en las calles,
advertencias de que están tramando algo, atención a las redes sociales y
humildad. Mucha escucha y humildad.
Para esas tareas sucias cuentan con el invalorable apoyo y
colaboración interesada de las agencias de inteligencia de Estados Unidos, que
no dudarán en sumarse a cualquier operación que suponga –por ejemplo—la
ubicación de tesoros kirchneristas ocultos en alguna de las islas del Caribe o
del Pacífico, ocupadas militarmente por Washington.
Porque de lo que se trata –y aquí va el eje de este
opúsculo—es hacer comprensible que lo que se juega en octubre de 2019 no solo
cuestiona a una oligarquía local (aliada a la lógica corporativa global) sino
que ponen en juego la posibilidad de Estado Unidos de seguir garantizando la
desunión latinoamericana, el disciplinamiento de nuestros pueblos y el
conformismo humillante de sus programas de sometimiento social.
El gran negocio del neoliberalismo es la sumisión de
nuestros países a la primarización y a los intereses geopolíticos dictados por
el Departamento de Estado. Sus intereses de seguridad nacional son
contradictorios con los nuestros. Si nosotros queremos industrializarnos
dejamos de comprarles a ellos (a sus empresas). Si desarrollamos nuestros
mercados internos sus corporaciones caen en al participación en nuestros
mercados. Si desarrollamos lógicas multilaterales ya no hacemos lo que ellos
necesitan en el marco de sus infinitas guerras y venta de armas. Si nos
tecnologizamos ya no tiene capacidad para contralar nuestras comunicaciones. Si
nos autonomizamos empezamos a mantener relaciones diplomáticas con quienes
ellos no quieren. Y así sucesivamente. Hasta el infinito, y más allá.
Sus productores de fisión política están trabajando en este
momento, desesperados y apurados por Lagarde y/o Duran Barba para sembrar el
próximo Nisman. Claro que puede ser un cadáver (hay que cuidar mucho a nuestros
referentes, en serio), pero también puede ser un numerito televisivo que nazca
en el programa de chimentos o en la pagina roja de un periódico. Son capaces de
todo, simplemente, porque están manchados y saben que una justicia imparcial
puede abrir la caja de Pandora de sus operaciones de inteligencia regadas de
pistas falsas, invenciones y simulaciones. Es imposible no citar a Víctor Hugo,
el francés: “Un hipócrita es un paciente en el doble sentido de la palabra:
calcula el triunfo y sufre un suplicio”. Todo el esfuerzo despiadado que han
instituido sobre le cuerpo flagelado de la nación será pacientemente purgado
por los intérpretes del Proyecto Nacional. Para sus victimarios será un
suplicio. Le abrieron la puerta a una justicia a la que no le queda otra
posibilidad que ser implacable.
[1]. La
paradoja del adelanto de Peña es que no se lo ve a él –ni a ninguno de sus
secuaces—con el perfil que desplegaron los Viet-Cong en su ofensiva,
caracterizada por dar la vida por la Patria.