El dinero que vuela
El neoliberalismo acumula y depreda y, en ese proceso, multiplica
sus nombres. La mutación es parte de su obsolescencia programada: opera con identidades
que duran poco tiempo porque se autodestruyen mientras gobiernan. El neoliberalismo no cambia pero
innova en sus apariencias.
Mauricio Macri no logró la reelección, entre otras cosas,
porque él mismo ha sido una identidad descartable: fue el rostro público de un
nuevo ciclo de despojos en la Argentina por parte del capital financiero global
y, por lo tanto, responsable del deterioro de la vida de la mayoría de los
argentinos y de las argentinas. Antes, desde el inicio del nuevo ciclo
democrático, habían cumplido esa función Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Se
trata de identidades no reciclables para construir mayorías: piezas del tablero
global del capital que se emplean una vez y se desechan. Por eso, luego de su
uso se desencadenan sus mutaciones. Sólo en condiciones históricas muy
especiales esas identidades han logrado ser reutilizables en la Argentina
contemporánea.
En esta lógica, la reconstrucción identitaria de Juntos por
el Cambio se activa a través de la producción de nuevos antónimos: para ellos, lo
opuesto del término extinción, por ejemplo, es la palabra cambio. En el mismo nombre
de ese espacio político está la clave de su propia reproducción: su permanencia
depende de que logre transformarse en otro. La mutación es el modo de dejar de
ser para continuar siendo. Juntos por el Cambio sobrevive cambiando.
Las identidades mutantes son las pieles desechables del
monstruo moviéndose a escala planetaria. En sus desplazamientos globales, el
capital financiero produce dos procesos simultáneos: acumula en las guaridas
fiscales inmensas rentabilidades extraídas de las periferias y, en simultáneo,
desacumula la legitimidad de sus
representantes locales. La suma en un factor es la resta en el otro. Por eso, el
efecto del despojo del capital se manifiesta en el deterioro de la imagen de sus
representaciones mutantes.
La historia del neoliberalismo es la secuencia inestable de
ciclos cortos protagonizados por identidades descartables. En este escenario,
la aceleración del tiempo es la respuesta práctica a una legitimidad política que
se consume a toda velocidad: allí están para demostrarlo los 45 mil millones de
dólares de deuda generados en un sólo periodo de gobierno por Juntos por el
Cambio. La transferencia de recursos hacia los especuladores financieros y en
perjuicio del pueblo argentino ha tenido el desenfreno de una operación casi
instantánea. El mismo Macri ha comentado que “la plata del FMI, que es la plata
de los demás países, la usamos para pagar a los bancos comerciales que se
querían ir porque tenían miedo de que volviera el kirchnerismo”. En ese tiempo
acelerado, el dinero simplemente voló por los circuitos electrónicos de la
banca trasnacional.
El pasado que vuelve
A pocos días de las elecciones, el pasado vuelve de diversas
maneras. Vuelve a través de nuevos capítulos de las viejas denuncias del
lawfare o guerra jurídica: una especie de reaparición en el presente de un
pasado que emerge como pura reincidencia y, sin embargo, es exhibido como
novedad. Es otro uso de la mutación: lo repetido revelado como primicia. Vuelven
los cuadernos del chofer Centeno a través de mensajes perdidos en un celular
que los expertos policiales dicen haber identificado y recuperado. En el
intrincado soporte de las nubes digitales permanecían escondidos, dice la
oposición política y mediática, los audios que prueban la culpabilidad de la
actual Vicepresidenta. Vuelve José López que, tras cinco años en prisión, fue
beneficiado legalmente con la libertad condicional. Vuelve Juan Pablo Schiavi
que, habiendo cumplido los dos tercios de su condena y, por lo tanto, poder recuperar
por ley su libertad, se lo expone como otro caso de reposición de la ilegalidad.
Vuelve la “corrupción internacional” asociando al gobierno a Nicolás Maduro, en
Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, Rafael Correa en Ecuador, entre otros.
Es decir: vuelve el relato de la corrupción para que actúe como contexto informativo de las próximas elecciones y los realineamientos
posteriores. Desde hace días, están montando un escenario del pasado para la
política del futuro. Junto a ello, vuelven las escenas más dramáticas de la
inseguridad televisada, en este caso a través del repudiable asesinato del kiosquero
en La Matanza. No hay neoliberalismo sin activación de la indignación nacional.
¿Qué tiene que ver la vuelta de este pasado con las mutaciones del
neoliberalismo?
Las cuatro mutaciones
Ese pasado extirpado y colocado en el presente, es el
ecosistema donde imaginan una mayor velocidad y efectividad de las mutaciones
del monstruo. ¿Cuáles son esas apariencias con las que prepara sus nuevas
formas?
· El Larretismo, a través de la
constitución de un centro político ampliado integrado por una parte del macrismo,
distintos sectores de la UCR más un peronismo tradicional representado por algunos
gobernadores, intendentes y sindicalistas. En esa confluencia también
participarían los medios concentrados y los grandes grupos económicos. Ese polo
ampliado tendría como extremos al kirchnerismo y al macrismo, este último en
una virtual alianza con los libertarios.
Es la apuesta por la normalización del sistema político argentino a través de un acuerdo consensual
“del 60 por ciento” para marginar al hecho maldito cristinista y a la identidad
macrista descartable. Jorge Fontevecchia lo planteó del siguiente modo: “En
2007 el desempate se dio por transversalidad: kirchnerismo-peronismo + diáspora
radical. ¿El desempate de 2023 se producirá por otra transversalidad:
larretismo-UCR + diáspora pan peronista? Las dos fuerzas negativizantes son el
kirchnerismo y macrismo. El 60% que origine un nuevo ciclo de hegemonía con
capacidad transformadora podría también constituirse sin macrismo ni
kirchnerismo.” (Perfil, 23 de octubre)
· El viejo macrismo, que imagina poder
escapar a la inexorabilidad de la obsolescencia programada, reconstruir su
identidad y volver a erigirse como una opción electoral, subordinando al
larretismo y a los nuevos emergentes radicales. Entre sus instrumentos estaría
el lawfare y un anticipo de ello sería la veloz reinstalación de esas agendas
del pasado.
· El nuevo espacio libertario que con
su discursividad estallada lo que intenta es sistematizar la superposición
entre violencia y democracia. En esa
lógica, proponen también antagonizar democracia y política. Más aún: su
objetivo es vaciar violentamente a la democracia de dirigentes políticos y, en el interior de este
campo vaciado, dejar sólo a los representantes de los intereses corporativos.
· Los radicales conservadores que
expresan una renovación sin cambio, mutando en el interior de una alianza que
muta. Por supuesto: cambian para no cambiar. Suman exponentes de las
neurociencias y de la psicología del comportamiento, entre otros campos, para incorporar
supuesta modernidad y cientificidad a la peor lógica extractiva del capitalismo
financiero global.
El monstruo está mutando. Los medios concentrados le crean los entornos para que esa transformación sea veloz y efectiva. Pero no es imbatible ni eterno. Habrá que responderle con mucha invención, compromiso y pasiones alegres.
* Especialista en Comunicación Política. UBA.
Imagen: Europa Press
Fuente: Liliana López Foresi