• 21 de noviembre de 2024, 6:36
Inicio | Opinión

Mutantes

Por Daniel Rosso*


El dinero que vuela

El neoliberalismo acumula y depreda y, en ese proceso, multiplica sus nombres. La mutación es parte de su obsolescencia programada: opera con identidades que duran poco tiempo porque se autodestruyen mientras gobiernan. El neoliberalismo no cambia pero innova en sus apariencias.

Mauricio Macri no logró la reelección, entre otras cosas, porque él mismo ha sido una identidad descartable: fue el rostro público de un nuevo ciclo de despojos en la Argentina por parte del capital financiero global y, por lo tanto, responsable del deterioro de la vida de la mayoría de los argentinos y de las argentinas. Antes, desde el inicio del nuevo ciclo democrático, habían cumplido esa función Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Se trata de identidades no reciclables para construir mayorías: piezas del tablero global del capital que se emplean una vez y se desechan. Por eso, luego de su uso se desencadenan sus mutaciones. Sólo en condiciones históricas muy especiales esas identidades han logrado ser reutilizables en la Argentina contemporánea.

En esta lógica, la reconstrucción identitaria de Juntos por el Cambio se activa a través de la producción de nuevos antónimos: para ellos, lo opuesto del término extinción, por ejemplo, es la palabra cambio. En el mismo nombre de ese espacio político está la clave de su propia reproducción: su permanencia depende de que logre transformarse en otro. La mutación es el modo de dejar de ser para continuar siendo. Juntos por el Cambio sobrevive cambiando.

Las identidades mutantes son las pieles desechables del monstruo moviéndose a escala planetaria. En sus desplazamientos globales, el capital financiero produce dos procesos simultáneos: acumula en las guaridas fiscales inmensas rentabilidades extraídas de las periferias y, en simultáneo, desacumula la  legitimidad de sus representantes locales. La suma en un factor es la resta en el otro. Por eso, el efecto del despojo del capital se manifiesta en el deterioro de la imagen de sus representaciones mutantes.

La historia del neoliberalismo es la secuencia inestable de ciclos cortos protagonizados por identidades descartables. En este escenario, la aceleración del tiempo es la respuesta práctica a una legitimidad política que se consume a toda velocidad: allí están para demostrarlo los 45 mil millones de dólares de deuda generados en un sólo periodo de gobierno por Juntos por el Cambio. La transferencia de recursos hacia los especuladores financieros y en perjuicio del pueblo argentino ha tenido el desenfreno de una operación casi instantánea. El mismo Macri ha comentado que “la plata del FMI, que es la plata de los demás países, la usamos para pagar a los bancos comerciales que se querían ir porque tenían miedo de que volviera el kirchnerismo”. En ese tiempo acelerado, el dinero simplemente voló por los circuitos electrónicos de la banca trasnacional.

El pasado que vuelve

A pocos días de las elecciones, el pasado vuelve de diversas maneras. Vuelve a través de nuevos capítulos de las viejas denuncias del lawfare o guerra jurídica: una especie de reaparición en el presente de un pasado que emerge como pura reincidencia y, sin embargo, es exhibido como novedad. Es otro uso de la mutación: lo repetido revelado como primicia. Vuelven los cuadernos del chofer Centeno a través de mensajes perdidos en un celular que los expertos policiales dicen haber identificado y recuperado. En el intrincado soporte de las nubes digitales permanecían escondidos, dice la oposición política y mediática, los audios que prueban la culpabilidad de la actual Vicepresidenta. Vuelve José López que, tras cinco años en prisión, fue beneficiado legalmente con la libertad condicional. Vuelve Juan Pablo Schiavi que, habiendo cumplido los dos tercios de su condena y, por lo tanto, poder recuperar por ley su libertad, se lo expone como otro caso de reposición de la ilegalidad. Vuelve la “corrupción internacional” asociando al gobierno a Nicolás Maduro, en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, Rafael Correa en Ecuador, entre otros.

Es decir: vuelve el relato de la corrupción para que actúe como contexto informativo de las próximas elecciones y los realineamientos posteriores. Desde hace días, están montando un escenario del pasado para la política del futuro. Junto a ello, vuelven las escenas más dramáticas de la inseguridad televisada, en este caso a través del repudiable asesinato del kiosquero en La Matanza. No hay neoliberalismo sin activación de la indignación nacional. ¿Qué tiene que ver la vuelta de este pasado con las mutaciones del neoliberalismo?

Las cuatro mutaciones

Ese pasado extirpado y colocado en el presente, es el ecosistema donde imaginan una mayor velocidad y efectividad de las mutaciones del monstruo. ¿Cuáles son esas apariencias con las que prepara sus nuevas formas?

·       El Larretismo, a través de la constitución de un centro político ampliado integrado por una parte del macrismo, distintos sectores de la UCR más un peronismo tradicional representado por algunos gobernadores, intendentes y sindicalistas. En esa confluencia también participarían los medios concentrados y los grandes grupos económicos. Ese polo ampliado tendría como extremos al kirchnerismo y al macrismo, este último en una virtual alianza con los libertarios.  Es la apuesta por la normalización del sistema político  argentino a través de un acuerdo consensual “del 60 por ciento” para marginar al hecho maldito cristinista y a la identidad macrista descartable. Jorge Fontevecchia lo planteó del siguiente modo: “En 2007 el desempate se dio por transversalidad: kirchnerismo-peronismo + diáspora radical. ¿El desempate de 2023 se producirá por otra transversalidad: larretismo-UCR + diáspora pan peronista? Las dos fuerzas negativizantes son el kirchnerismo y macrismo. El 60% que origine un nuevo ciclo de hegemonía con capacidad transformadora podría también constituirse sin macrismo ni kirchnerismo.” (Perfil, 23 de octubre)

 

·       El viejo macrismo, que imagina poder escapar a la inexorabilidad de la obsolescencia programada, reconstruir su identidad y volver a erigirse como una opción electoral, subordinando al larretismo y a los nuevos emergentes radicales. Entre sus instrumentos estaría el lawfare y un anticipo de ello sería la veloz reinstalación de esas agendas del pasado.

 

·       El nuevo espacio libertario que con su discursividad estallada lo que intenta es sistematizar la superposición entre violencia y  democracia. En esa lógica, proponen también antagonizar democracia y política. Más aún: su objetivo es vaciar violentamente a la democracia de  dirigentes políticos y, en el interior de este campo vaciado, dejar sólo a los representantes de los intereses corporativos.

 

·       Los radicales conservadores que expresan una renovación sin cambio, mutando en el interior de una alianza que muta. Por supuesto: cambian para no cambiar. Suman exponentes de las neurociencias y de la psicología del comportamiento, entre otros campos, para incorporar supuesta modernidad y cientificidad a la peor lógica extractiva del capitalismo financiero global.

 

El monstruo está mutando. Los medios concentrados le crean los entornos para que esa transformación sea veloz y efectiva. Pero no es imbatible ni eterno. Habrá que responderle con mucha invención, compromiso y pasiones alegres. 

* Especialista en Comunicación Política. UBA.

Imagen: Europa Press

Fuente: Liliana López Foresi

Opinión