“en una
cultura no represora, al mal tiempo, mala cara” (aforismo implicado AG)
“no dividen
para reinar: reinan porque estamos divididos” (aforismo implicado AG)
“no es lo
mismo un cooperativista que un pequeño burgués sin plata” (aforismo implicado
AG)
El filósofo
León Rozitchner escribió en la década del 70 un libro fundante: “Freud y los
límites del individualismo burgués”. Un cruce entre la obra de Marx y la de
Freud desde el talentoso análisis de dos obras del creador del psicoanálisis: Psicología
de las Masas y Análisis del Yo y El
Malestar en la Cultura. León lo denominó “la distancia exterior” y escribió una
sentencia que conviene conocer: “el normal es una persona enferma de realidad”.
Tuve la oportunidad de leer ese libro en un grupo de estudio con el mismo León.
He parafraseado el título porque siempre pensé que un buen título condensa lo
principal de cualquier texto. Y a mi criterio el remanido tema de la clase
media, que cuando yo era mucho más joven que ahora se presentaba como un
privilegio de la Nación, pone en superficie el individualismo burgués. O sea:
lo individual que enfrenta, en forma explícita o implícita, lo colectivo. Cuando
se empezó a hablar de “la gente”, la concepción de la sociedad como lucha de
clases quedó arrasada. La gente, el vecino, son conceptos que golpean la idea
de “trabajador” de “proletario” de “pobre”. La gente es un concepto abstracto
que arrasa con la implicación económica, política, de clase, de género, de cada
sujeto. La misma idea de igualdad, y especialmente de igualdad ante la ley, es
abstracta. Lo abstracto carece de fundante material e histórico. Las
abstracciones se pretenden eternas, absolutas, más acá del tiempo y el espacio.
Otro ejemplo de abstracción es el Estado. Y la afirmación correlativa de
que “el estado somos todos”. En todo
caso, somos todos para pagar pero no somos todos para cobrar. El último
ejemplo, que no será el último, es el delirante resarcimiento a las empresas que monopolizan el gas. Un
Estado abstracto, que defiende determinados intereses, pero que se proclama
como de todos, es funcional al individualismo burgués. Ese individualismo, el
del “sálvese quien pueda”, el de “el último que apague la luz”, ha sido
cultivado hace décadas por las clases dominantes. Hoy lo llaman “meritócratas”.
El sueño americano. El “self made man”, el hombre que se hace a sí mismo. La
pesadilla latinoamericana es el hombre que se deshace a sí mismo, intentando
enfrentar a su represor cual llanero solitario. O para ganar tiempo,
sometiéndose sin luchar, al estilo de “le pertenezco”. EL individualismo
burgués también se expresa en las cuestiones de género. Si bien el “les” me
resulta extraño a mis setenta años, ha sido el feminismo clasista el que ha
interpelado más fuertemente al imperio del amo burgués. Las batallas por la
legalización del aborto han obligado al Santo Padre a recordar que es más Padre
que Santo. Por un momento dejó de ser Francisco y volvió a ser Bergoglio. El
mismo que atacó a otro león, León Ferrari y se ensañó contra el matrimonio
igualitario. Los delirios de “dos vidas” tienen como sustento el dogma
religioso en el cual la mujer en forma individual debe hacerse cargo del
producto de su pecado. El feminismo interpela fuertemente a todas las formas
del individualismo burgués, desde los encuentros de mujeres hasta las batallas
contra el patriarcado. Patriarcado que también sostiene al individualismo burgués,
donde el páter familia es el caudillo conductor de la esposa, hijas e hijos. Y
ese individualismo no es solo individual, sino también familiar. La familia construida
al modo burgués, es una abstracción cerrada sobre sí misma. Incluso en los
casos aberrantes de maltrato, abuso sexual e incesto. Y la evidencia es el
instrumento jurídico que se llama revinculación. Tortura vincular para niñas y
niños obligados a vivir con sus depredadores. La familia, en tanto abstracta,
es siempre sagrada. La sagrada familia, obviamente monogámica, reproductiva y heterosexual.
Como Dios manda. Y como el diablo obedece. Por eso hablar de lo burgués es
también hablar de la sacralidad de la propiedad privada. “La Ferrari es mía, mía,
mía”. Si hubiera sido solo la Ferrari…La propiedad del Estado también es
privada, y sostiene diferentes formas del individualismo. Cuando se dice a la
ligera y no se piensa a la lenta que la argentina es “presidencialista”, se
está afirmando el individualismo del poder ejecutivo. Nazismos y fascismos son
la expresión más aterradora de ese individualismo propietario. Dicen que Luis
XIV dijo: “El Estado soy YO”· Lúcido y
sincero. Entonces el individualismo burgués está sostenido desde la propiedad
privada, pero no solamente de los medios de producción, como proclamaba el acta
fundacional del Partido Socialista. Menem, el origen, sentenció: “Mas
propietarios, menos proletarios”. A confesión liberal, relevo de prueba. La
propiedad individual refuerza y sostiene la plenitud del individualismo. Tú
puedes. Hazlo tu mismo. Incluso en la actualidad el individualismo tiene su
soporte electrónico. Un medio de transporte público, especialmente el subte,
parece una sala de terapia intensiva, con todos conectados con cables. Y los
pocos que no, es porque el audífono tiene bluetooth. Una aplicación para el
teléfono celular tiene mas fuerza que un sindicato. Repartidores de Glovo y Rappi inscribieron en la
Secretaría de Trabajo a la Asociación de Personal de Plataformas (APP) para
hacer frente a los abusos de las compañías."Nos prometieron ser nuestros
propios jefes pero nos tratan como esclavos”, sostuvieron desde el nuevo
sindicato. “Ser nuestro propios jefes” es la profecía triunfante del
individualismo burgués.
Entiendo lo colectivo como la dimensión grupal
cuando adquiere una estrategia de poder. El 2001 fue un duro golpe para todo
individualismo, incluso el del ahorrista, pequeño y mediano. El corralito y el
corralón, aunque en forma reactiva, o sea, efímera y masiva, lograron un remedo
de colectivo libertario: “que se vayan todos”. Pero la mayoría se quedó,
incluso los responsables de los asesinatos de Kosteki y Santillán. Ellos si
creían y ejercían el poder colectivo. El Movimiento de Trabajadores Desocupados
fueron pioneros, junto con los colectivos piqueteros, en el intento de
derrumbar el poder burgués. Pero el individualismo burgués siempre vuelve,
contaminando incluso a referentes combativos, que terminan siendo furgón de la
partidocracia sostenida por la embajada de estados unidos. Por lo tanto creo
que Macri no es una causa, sino uno de los terribles efectos de ese
individualismo burgués. Donde los pobres quieren ser clase media, y la clase
media tiene horror de ser pobre. Donde el consumismo, que es consumir consumo,
se devora el consumo de lo necesario por el hiperconsumo de lo inútil. Es
necesario un análisis colectivo de nuestra implicación para poder responder a
la inquietante pregunta, que hace años quema mi cabeza: “¿Qué hicimos nosotros
para llegar a esto?”. Si empezamos por echar culpas, empezamos mal. El que esté
libre de votos mal realizados, que arroje la primera urna. La culpa es un
artificio que legitima el castigo. Aunque la victima vote o siga a sus
verdugos, no deja de ser víctima. No supo combatir. Y como legitima el
individualismo, se quejó mucho, protestó poco y combatió nada. Macri es el
analizador privilegiado que permite entender que la democracia representativa
representa el mejor disfraz del capitalismo. Que es la propiedad privada del
capital, monetario, financiero y humano. Toda relación de dependencia es de
sometimiento. Hoy el sometimiento está flexibilizado, tercerizado, pauperizado.
Y no habrá lucha por la justicia social, por la independencia económica y por
la soberanía política, que no sea al mismo tiempo lucha contra el capitalismo.
El “gordo” Cooke lo sabía. Evita también. Por eso sentenció que el peronismo
será revolucionario o no será. Pero si seguimos sosteniendo nuestro propio
individualismo burgués, nada será. Hay que mirarse en el espejo de los
comedores populares, de los barrios que padecen y luchan contra el denominado
“gatillo fácil”, piadoso nombre para las masacres cuidadosamente planificadas.
Todos estamos atravesados por la cultura represora, pero no de la misma manera.
Están los que la sostienen, los que la maquillan y los que la combaten. La
maquinaria electoralista no solucionará los problemas fundantes. Una reforma
constitucional, donde todos los plebiscitos sean vinculantes, donde la salud,
la educación, la vivienda sean de propiedad y administración colectiva, es
justo y necesario. La cultura represora se opone a la violencia porque quiere
monopolizar la crueldad. Y a esa crueldad debemos combatir, quizá con miedo,
pero nunca con pánico. Otra aurora es posible. Y en esa nueva aurora, el
individualismo burgués será convidado, pero un convidado de piedra.