Vinieron para responder a sus íntimos
principios ideológicos. Desde ñoños han sido obnubilados
por el discurso vidrioso de su admiración más profunda: ellos aman a Estados
Unidos. Quisieran vivir allí. O por lo menos imitar su lógica de poder, de
potencialidad bélica, de orden supremacista. Muchos creen que sólo les
interesa hacer plata. Están equivocados. Además de mejorar su rentabilidad y la
de (su) sistema –achicando los salarios—pretenden modelar una nueva gran Miami:
con inmigrantes serviles, con fronteras medievales, con brutales
concentraciones de riqueza. Ellos creen
en el capitalismo feroz como un modelo de repartijas meritocráticas de las
cuales ellos siempre saldrán gananciosos. Tienen fe en ese dios hipostasiado de
becerro de oro. Disfrutan de los beneficios que les entrega esa divinidad y
hacen de él un principio de verdad diseminado, gracias al aporte del bombardeo
simbólico de canales, frecuencias y odios racistas y supremacistas.
Le pagaron a los fondos buitres para lograr una
apertura internacional de los mercado que le permitiesen endeudarse como nunca
antes lo había hecho un gobierno en la historia argentina. Dicha colocación de
deuda incluyó el suculento número de 700 millones en comisiones para pícaros
amigos del poder cuyos nombres algún día tendrá que conocer el pueblo
argentino. Esta globalización externa
–basada en el endeudamiento y no en las exportaciones—el permitió fugar 50 mil
millones de dólares: por cada tres unidades del billete verde, una la
destinaron a plazas desconocidas. Quizás paraísos fiscales o circuitos de
dinero negro dispuestos para adornar a jueces o redactores de cuadernos
subrepticios.
Por eso se auto-blanquearon el dinero que
previamente fugaron. De esa manera pagaron menos impuestos de los pobres más
pobres de la Patria. Mientras cada uno de nosotros aportamos el 21 por ciento
del IVA ante cada compra en blanco, ellos “extrajeron” del mercado miles de
millones sobre los que debían haber tributado. Se hicieron un pagadiós (del
mismo becerro de oro en el que creen). Bajaron los salarios mediante la pérdida
del valor del peso: al depreciar la moneda, quienes obtienen divisas del
exterior (ellos, las mineras, los cerealeros, los exportadores en su conjunto)
cuentan con una porción mayor de la riqueza nacional sin hacer nada: son más
ricos y tienen más poder para comprar medios, periodistas, empresas, jueces e
imponer las verdades del becerro de otro el resto de la sociedad.
Al poder comprar u obtener por exportaciones
una gran cantidad de dólares pueden jugar a la ruleta de la especulación
financiera a costa del resto de la sociedad: desde que asumió Macri, las LEBACS
difuminadas por el Banco Central le han costado a toda la sociedad argentina un
costo fiscal inédito, en el mismo lapso que el gobierno macrista ha instalado
la verborragia del necesario ajuste fiscal. Las consecuencias de la ruleta
financiera –como era de esperar—beneficiaron a los amigos del macrismo y
repercutieron en la baja de las jubilaciones, la Asignación Universal por Hijo
y las pensiones, como producto del cambio de la ecuación de su incremento.
Paralelamente les bajaron las retenciones y las
cargas impositivas a los ricos. Beneficiaron a los millonarios sojeros y a las
empresas mineras. Redujeron los impuestos a los bienes personales de los más
ricos y rebajaron los porcentuales a los autos de alta gama. Eliminaron los controles
a la “libre” compra de divisas --incentivando la fuga— y se empecinaron de
destruir los programas sociales mediante su clausura y el despido de empleados
públicos. Mientras recortaban el gasto orientado a los más pobres y
persiguieron a referentes políticos de la oposición y sindicalistas rebeldes se
condonaban deudas propias con el estado, y se viabilizaban negociados para los
propios ministros con eufemismos de “tensión de intereses”.
Lograron disminuir el valor del salario al
limitar su capacidad adquisitiva y sus ejecutores se vanagloriaron de eso en
los ágapes programados por los organismos multilaterales. Le dijeron a la
sociedad que nunca “volverían al FMI” y en la mitad de su mandato –después de
endeudarse irresponsablemente—le entregaron al lleve de la economía argentina a
los mismos que precipitaron la tragedia traumática del 2001. Como en aquella ocasión, todas las
propiedades argentinas se desvalorizaron y las empresas trasnacionales se
abalanzaron a adquirir empresas locales “a dos pesos” extranjerizando aun más
la economía (y las tierras, sobre todo en el sur de nuestro país). Dicha
ajenización derivó en fuga de capitales, a través de royalties y de beneficios
(de dichas empresas y ejecutivos) y la pérdida de control de espacios
estratégicos cercanos a recursos naturales estratégicos. Dichos mecanismos son
el consabido paso previo para que los imperios “decreten” estados fallidos y
“se vean en la necesidad de intervenir en esas geografías para garantizar la
protección de las inversiones de sus conciudadanos. Destruyeron las paritarias
y orientaron a una parte de los jueces (con la colaboración de medios
hegemónicos y servicios) para ocultar detrás de una paranoia de escándalo y
vodevil el saqueo imperante.
La reducción salarial impuesta por la
financiarización globalizada (del neoliberalismo fascista) no es otra cosa que
la imposición “de los mercados” para que los potenciales inversores gocen de
salarios miserables (medidos en dólares) y logren paralelamente comprar en
oferta (por migajas) las empresas liquidadas por la propia política
macrista. Obvio que para eso tienen que
despedir muchos trabajadores. Y cuánto más despidan más bajarán los salarios
porque “el ejército de reserva” de los laburantes estará dispuesto a emplearse
por poco dinero antes que tener que ver morir de hambre a su familia.
Dolarización, pedida del poder adquisitivo, inflación, desocupación y
extranjerización de economía exigen fuerzas de seguridad orientadas a la
represión y no a controlar el delito.
El abandono de la soberanía es otra de las políticas activas coherentes con el actual proceso de deterioro social: ni la moneda local (el peso), ni las Malvinas, ni los próceres, ni la historia local, ni la producción de conocimiento (universidad/ciencia y tecnología) aparecen como baluartes que le despierten alguna sensibilidad patriótica. Sueñan que viven en Miami. Hasta que –más temprano que tarde—suene el escarmiento. La memoria histórica se acumula en los pliegues de la emocionalidad más profunda. Irrumpe cuando el cansancio dice “basta”. El tiempo huele a eso. Estamos cerca. Solo habrá que cuidar a nuestrxs hermnaxs: los cultores del becerro de oro han dado muchas muestras de su tendencia al derramamiento de sangre de los más humildes. No se los permitamos. Edifiquemos una esperanza cuya fortaleza los inunde. Para que por fin, ese becerro de oro que tanto aman se les derrita, como metal fundido, entre sus huesos.