Hace muchos años resonaron, una vez más, los horrorosos tambores de la guerra. Los ruidos provenían, una vez más, de la región que suelen llamar Medio Oriente. Y, una vez más, allí estaban los Estados Unidos.
Pero aquella vez, Argentina rompió su histórica actitud de neutralidad y allí fueron un par de fragatas. Argentina participaba en un conflicto que no le era propio. Porque lo que sí era propio del gobierno aquel era lo que ellos mismos llamaron “relaciones carnales” con los EEUU, el gran abusador. Menos de dos años después, un atentado terrorista destruyó la Embajada del Estado de Israel en la Argentina. Otros dos años más, y otro atentado terrorista destruyó la AMIA. Es muy difícil no relacionar ambos hechos. Neutralidad no significa indiferencia, evidentemente. Pero ya el asesor estrella de aquel gobierno, el capitán ingeniero Álvaro Alsogaray sostenía que la neutralidad argentina en la Segunda Guerra que él llamaba “Mundial” motivó que la ayuda económica de los EEUU fuera a Brasil y no a nuestro país. Así, siguiendo su geopolítico consejo, Argentina entraba en la Guerra del Golfo.
Nadie ignora que en el llamado Medio Oriente se vive un casi-eterno conflicto. Un conflicto casi imposible de solucionar. Con víctimas de todas partes (ergo, también victimarios). Pero, la actitud cristiana de quedar siempre del lado de las víctimas no debiera implicar tomar “partido”. Los recientes bombardeos (por lo que sabemos, porque siempre queda el espacio de la duda por la parcialidad de los Medios de Comunicación) no dejan lugar sino al repudio.
Pero un repudio con el debido cuidado de “no comprar un conflicto”. Hace pocos años, tomando partido y comprando conflicto, el impresentable Donald Trump trasladó la Embajada de los EEUU en Israel de Tel Aviv a Jerusalén. Eso es, lo saben todos, provocador en grado sumo. Y resulta que hoy, en nuestro país, un candidato, de escasa sensatez, afirma que hará lo mismo, es decir, trasladará la Embajada argentina a Jerusalén. Nuevamente estaríamos comprando un conflicto que no es nuestro. Pero se entiende en aquel que dice que Menem fue el mejor presidente de nuestra historia reciente. Repudiar los actuales bombardeos, y solidarizarnos con las víctimas es siempre un deber. Y un deber en el que no han de quedar dudas, “objetivos, pero no imparciales”. Pero con todas las víctimas. Y siempre. Es tentador condenar vehementemente las víctimas de los que son amigos y silenciar “diplomáticamente” las víctimas que nos son adversas. Son víctimas y eso debiera bastar para hacer llegar la solidaridad y el repudio; pero no caer en el fundamentalismo meleitrumpista de ser “tan solidarios” (entre comillas) que quedemos del mismo lado de quienes no son nosotros. Así terminaríamos regalando ositos Winnie the Poo y comprando atentados. No es buen “negocio”. La paz sí. La paz, siempre.
* Teólogo. Miembro del Grupo de Curas en Opción por los Pobres.
Fuente: Blog 1de Eduardo de la Serna