• 21 de noviembre de 2024, 7:07
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La visita

Por Jorge Elbaum*

                                      El fin del estado de derecho y los presos políticos del neoliberalismo              

                                        


Viernes 2 de noviembre. Un largo trayecto hacia Marcos Paz a visitar presos políticos. La distancia hacia del centro penitenciario tiene un sentido: busca aislar a los detenidos y quebrar a sus familias. Encarcelar presos políticos lejos de sus familias y amigos ha sido una vieja práctica de los sectores represivos que buscan limitar las visitas e invisibilizar su causa entre los luchadores sociales y sus reivindicaciones. Hasta el día de hoy, hay que reconocer, que el capital simbólico del poder instituido ha sido bastante eficaz para confundir a muchxs: incluso  compñerxs que claramente están dentro del campo popular se han visto atravesados por la inquina, la tergiversación y la mentira montada por facciones del poder judicial, sicarios de los medios hegemónicos y empresarios comprometidos en darle vía libre al modelo neoliberal rentista. En algún lugar hay que decirlo: los CEOs locales y su respectiva zona de influencia odian los proyectos populares porque estos no les permiten ganar dinero con la especulación: los proyectos de inclusión social tienen como eje el trabajo y esto condiciona a los mandamás a tener que negociar con sindicatos y con un estado presente. El neoliberalismo, por su parte, los libera de esta carga: les permite (y les da viabilidad para) de conseguir ganancias sin tener que negociar con sindicatos ni con un Estado que vela por la  inclusión social. 

Pienso en esos vericuetos estructurales cuando manejo por la autopista que ha sido terminada en épocas de Néstor Kirchner. Cuando Julio De Vido era su ministro de Obras y Servicios Públicos. La mañana quiere llover. El Centro Penitenciario está a unos 60 kilómetro de la Ciudad de Buenos Aires. En sus pabellones hay repartidos una decena de presos acusados por expedientes adulterados: cuadernos que no existen, fotocopias que se transforman en fotos, delatores que se desdicen, jueces que condenan y luego son ascendidos sin concurso, jueces que imputan sin acompañamiento de fiscales y brutales torturas psicológicas destinadas a obtener confesiones ajustadas a lo que se quiere escuchar.  

Los presos han sido difamados, estigmatizados, perseguidos y encarcelados por haber sido parte del Proyecto Nacional, o por ser considerados “peligrosos” por su oposición frontal al programa endeudador y destructor del mercado interno. Su prisión es la aplicación de cuatro  efectos concomitantes: (a) instaurar una “prueba de verdad” sobre delitos inexistentes, (b) irradiar el miedo al resto de la población para dejarla indefensa y carente de capital emocional para poder defenderse o enfrentar los proyectos coloniales, (c) consolidar la fetichización de la justicia como un poder aséptico de las luchas sociales existentes. Se busca que no lo intentemos más. Que la cárcel (la desocupación, la represión y/o la muerte) esparzan su poder de miedo tentacular, radial, extorsivo.

Desde la detención de Milagro Sala ya suman casi 30 los presos políticos. Todxs ellxs son las víctimas más explícitas de la criminalidad neoliberal planificada, complementadas con las ejecuciones sumarias de la violencia institucional callejera y los asesinatos, cuyos nombres más conocidos son los de Facundo Nahuel y Santiago Maldonado. Entro al penal. Los barrotes hacen el ruido de un tiempo suspendido. Pienso en los miles de compañeros detenidos-desaparecidos en las décadas del 70. Recuerdo sus poemas escritos. Sus anécdotas de aislamiento y de amistad indestructible. Su heroísmo silencioso. Su aporte posterior a los juicios de lesa humanidad. Sus convicciones aunadas en la memoria sintetizada y latente de Julio López.  Camino unos 700 metros hasta el pabellón 5. Se abren y cierran puertas. Llevo libros junto a fiambres y quesos necesariamente cerrados, para compartir el mate y la charla. Entran Fernando y Julio y recibo sendos abrazos contenidos y buenos. La charla se desliza obligatoriamente hacia una doble realidad dolorosa, sin reminiscencia alguna  por territorios de derrota. Sin convocarlo el diálogo pareció nombrar a Martin Luther King advirtiendo, “no me duelen los actos de la gente mala sino la indiferencia de la gente buena”. Y también la figura de la compasión altiva y olvidada: “nunca se patea al caído. Se lo respeta. Se le habla de frente. No desde las alturas privilegiadas de la libertad”.  Los viejos y dignos códigos aprendidos en la infancia (heredados de viejos corajudos y buenos que no negociaban con principios de integridad human y barrial) vuelven por un instante a recuperar su sentido entre barrotes verdes de una cárcel disfrazada de uniformes de fajina grises y negros.  

Después de una hora de viajar por un panorama político semanal, se incorporan Eduardo Valdez y los hermanos Camilo y Sabino Vaca Narvaja. Buscamos más sillas y la salita nos queda chica. La charla se muda al Vaticano y a las anécdotas jugosas de Francisco, Maradona y el clima mundial arrinconado por el neofascismo y sus cómplices marketinizados. Camilo y Sabino deslizan cometarios lúcidos y se preguntan en voz alta sobre la necesaria unidad del campo popular. Llegan dos compañeras que trabajan con Francisco Olivera, “Paco”, del Grupo de Curas en Opción por los Pobres, y se integran a un diálogo al que le aportan candidez y frescura.  Ambas alumbran desde una luz humana intensa. Se percibe una diminuta fiesta, pequeñita, de solidaridad carcelaria. Ínfima. Pero memorizable.

Una de las jóvenes, nacida en la Isla Maciel, lo mira fijo a los ojos a Julio y le dijo: “Yo quería agradecerle por el puente Pueyrredón. MI vida y la de todos mis vecinos cambió desde que lo inauguraron. Antes tenía que juntar las monedas para cruzar en bote”.  Se hizo un imperceptible silencio y pareció como si un cacho de luz se hubiese colado por los barrotes. La ventanita de la sala de tres por tres no tiene más que 30 centímetros de lado. Julio se quedó en silencio. Fernando giró la cabeza y con un gesto de imperceptible ternura y disimulo intentó captar algo en el gesto de Julio. Yo percibí el instante de reojo pero para mí, seguramente, fue un lapso superior al de ellos. No sé. Quizás.

Las dos chicas (a quienes no nombro porque no puedo descifrar el costo que podría generarle una exposición pública), Eduardo y dejaron la salita y me quedé con Julio y Fernando. A los pocos minutos Esteche le dijo, “pensé que te ibas a largar a llorar de la emoción con lo que te dijo la piba”. Julio respondió: “Si lloro cada vez que se conmuevo, dentro de la cárcel, tendría que estar todo el día lagrimeando”. Fernando concede. Las sobras de queso y fiambre se amontonan en la salita de tres por tres mientras se escuchan los chirridos secos de los barrotes y las voces ahuecadas de los carceleros y algunos detenidos.

Llegó la hora de partir. Una unidad de filmación, con una cámara diminuta registra el momento en que nos despedimos. Hay lago obsceno en ese acto de registro. Como si el panóptico gritase su último éxito de verdad insípida. Giro el torso para ver la entrada en un largo pasillo kafkiano donde los compañeros pasarán otra de sus noches. Pienso en Gramsci y en el sinnúmero de encarcelados históricos que fueron engrillados por oponerse a las múltiples versiones del egoísmo. Pienso en todxs las mujeres y los varones que se plantaron frente al poder en un acto nimio, humilde. Y también en esos otros que prendieron fogatas en las puertas de los palacios en los que se encarnaba el sucio oro de la historia.

Termina la visita después de casi 4 horas. Y, como compensación mágica e infantil, irrumpe la fantasía como exorcismo: cuánto daríamos muchxs de nosotrxs para quedarnos en cana unos meses para que los presos pudieran abrazarse con sus afectos. Y cuánto daríamos porque este suplicio neoliberal se termine y se convierta en parte de un turbio y olvidable pasado. Habrá que consolidar la infraestructura esperanzadoras de nuevo. Habrá que arrancar por el lado de la compasión organizada. Por la espiritualidad popular de quienes nos sabemos parte de una larga historia de luchas fracasos, victorias y reiniciados. Allá a lo lejos, los presos del orden neoliberal preparan otra vez sus termos y sus mates. No están solos. Hay un murmullo de solidaridades que funcionan como un topo persistente. Cavan sus mensajes desde los cuatro puntos cardinales  hasta atravesar amplios muros de concreto. Me quedo con los ojos de Julio ante las palabras de la hermosa piba catequista: “Gracias por el Puente”. 


*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la). 

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