https://www.youtube.com/watch?v=FmG_16MVMzI
A veces la
dignidad intenta desesperadamente ser parsimoniosa, se toma un tiempo. Respira
hondo antes de presentarse frente a la oscuridad vestida de ingenuidad
blancuzca. Prepara en silencio el asalto a la comunicación en puntas de pie,
con la delicadeza del que se cuida antes de estallar. Recurre a la templanza pedagógica de quien se sabe
respaldada por convicciones incrustadas, vibrantes, latentes y solidificadas por
la paciencia y el dolor cotidianizado.
Sin embargo, la
interpelación a la morada del abismo no siempre suele encontrar espacio para
ser alojada en equilibrio. Aunque se lo intente, muchas veces termina
filtrándose en la tensión latente de las palabras adeudadas. Es por eso,
quizás, que se muerden las palabras, que se exaspera el lenguaje hasta
estirarlo en su displicencia. La velocidad de la dicción se reduce hasta transformarse
en dilatada, como al borde de su propio quiebre.
Es ahí cuando el
maquillaje político se diluye. La justa demanda se hace calma irreverente y
precisa. La gobernadora María Eugenia Vidal no puede escaparse de la gran falacia constitutiva de sus promesas de
campaña, en tiempos que lograba embaucar
a much@s docentes de la Provincia de
Buenos Aires prometiendo salarios dignos. Su irritabilidad es la evidencia de
su paulatina y burda desnudez despreciable.
Cada vez que
logran ser esquivadas las redes de contención de los medios hegemónicos y sus
disimulados guardaespaldas materiales y simbólicos, la risita fabricada con
cuidada investigación de mercado se transmuta en un rictus violento, en su
verdadera esencia de desprecio a los que menos tienen.
Su impaciencia espinosa y la irascible gestualidad que la acompaña parecen prologar el fin de un halo conquistado sobre la base de un hechizo mortuorio, un remedio vencido que siempre supimos –lxs cultores de la límpida memoria- que tenía fecha de caducidad.