• 29 de marzo de 2024, 7:57
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La recuperación de las palabras secuestradas

Por Jorge Elbaum

                                               Apuntes de sociología militante

                                  

La lucha política, en su etapa democrática se hace con palabras. Pero esos términos, sustantivos, verbos, adjetivos no circulan en el aire. Se desplazan sobre redes previamente formadas por su utilización durante el pasado.

En los vínculos políticos existen momentos en los que darle un sentido creíble, constatable a cada palabra se constituye en un dispositivo central.

Cuando se tiene capacidad ejecutiva las palabras acompañan cada una de las decisiones y son más o menos coherentes con las medidas que se toman. Cuando se está en la oposición, y se carece de herramientas decisorias, el debate político se instaura en los efectos de las decisiones oficialistas y la coherencia (o no) de su uso respecto a los efectos de dichas políticas.

En la actualidad la tarea central de la comunicación, tanto de la militancia como de los periodistas populares, es conquistar el sentido y la legitimad de determinadas palabras, muchas de las cuales han sido arrebatadas y vaciadas de sentido por la estrategia de cinismo organizado montado por el duranbarbismo. (Quedará para otro apunte conjeturar acerca de cómo pudieron darse esas coordenadas y cuáles fueron las fallas propias que lo permitieron.)

Una de las características de la contienda política, más aún en tiempos electorales, es que la escucha se afina y se multiplica. Que la atención sobre el discurso público se hace más explicito y que las zancadillas de los pseudo- entrevistadores se suceden con mayor habitualidad.

Además, en tiempos electorales, la terminología suele sufrir de “inflación”: su uso reiterado, repetitivo, genera que sus significados posibles, empatizables, empiecen a diluirse y alejen receptores. Más aun cuando su utilización se vacía y no se rodea su ejemplificaciones. Cuando queda sostenida en el aire como voluntad del hablante. En ese caso se licúa, al no permitir ningún anclaje significativo con el receptor.

El discurso electoral exige partir de la vida real de la gente. Escaparle al formato de diálogo habitual de los tiempos. El de la chicana superestructural periodística. El de la moralización. La plataforma reclama sujetos (o prácticas discursivas) abiertos a la escucha: se espera que recojan los términos que nombran a quienes se dirige la campaña. Y eso implica transitar por realidades cotidianas que sean el resultado de un ascenso, de una recuperación, de una puesta en valor de aquello que se espera escuchar. Se espera –sobre todo entre quienes no tienen el voto decidido— ser interpelado por algo que les sea familiar.

Contribuir a esa interacción no se condice con la falsaria forma cínica de la política, recurrente en la especificidad costumbrista de la derecha neoliberal. Implica articular demandas previamente existentes con programas (nacionales/populares y progresistas) pero haciendo una conexión real ( no artificial) con los interlocutores que esperan ser comprendidos.

El salto implica entender que no hay que convencer, sino interpretar. Salir de la tentación autorreferente del quehacer legislativo, televisivo o radiofónico. Las palabras preguntantes (de cada período, porque van mutando)  no son azarosas ni son el producto de su elección por parte de mentes iluminadas. Son el resultado de demandas sociales no saciadas o de significados instalados en áreas de vacancias explícitas, abandonadas por los grupos hegemónicos, o instituidas con un significado que no es el que se pretende asociar/significar/ referir.

Algunos de los términos en disputa, disponibles, capaces de expresar sentidos esperados, en términos de eficacia simbólica (aptas para convencer) dependen de factores de contemporaneidad (el devenir histórico y sus consecuentes climas de época) , del abuso que se hace de los términos por parte de los contrincantes (en este caso el oficialismo macrista) y de la capacidad propia para llenar de contenido su utilización en el debate público.

Alguno de los términos en disputa que aparecen con ventajas competitivas para poder ser apropiadas en forma efectiva son: Patria, inflación, salario, soberanía, trabajo, desocupación. Llevar el debate hacia esas aguas –incluso en la militancia territorial— supone arrinconar en regiones desventajosos al neoliberalismo del PRO. Habrá que intentar que la agenda incluya esos capítulos que aparecen hoy como más productivos para el difícil transito hacia la primera vuelta y el potencial balotaje. 

Fuente: Liliana López Foresi

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