La lucha política, en su etapa democrática se hace con
palabras. Pero esos términos, sustantivos, verbos, adjetivos no circulan en el
aire. Se desplazan sobre redes previamente formadas por su utilización durante
el pasado.
En los vínculos políticos existen momentos en los que darle
un sentido creíble, constatable a cada palabra se constituye en un dispositivo
central.
Cuando se tiene capacidad ejecutiva las palabras acompañan
cada una de las decisiones y son más o menos coherentes con las medidas que se toman.
Cuando se está en la oposición, y se carece de herramientas decisorias, el
debate político se instaura en los efectos de las decisiones oficialistas y la
coherencia (o no) de su uso respecto a los efectos de dichas políticas.
En la actualidad la tarea central de la comunicación, tanto
de la militancia como de los periodistas populares, es conquistar el sentido y
la legitimad de determinadas palabras, muchas de las cuales han sido arrebatadas
y vaciadas de sentido por la estrategia de cinismo organizado montado por el
duranbarbismo. (Quedará para otro apunte conjeturar acerca de cómo pudieron
darse esas coordenadas y cuáles fueron las fallas propias que lo permitieron.)
Una de las características de la contienda política, más aún
en tiempos electorales, es que la escucha se afina y se multiplica. Que la
atención sobre el discurso público se hace más explicito y que las zancadillas de
los pseudo- entrevistadores se suceden con mayor habitualidad.
Además, en tiempos electorales, la terminología suele sufrir
de “inflación”: su uso reiterado, repetitivo, genera que sus significados posibles,
empatizables, empiecen a diluirse y alejen receptores. Más aun cuando su
utilización se vacía y no se rodea su ejemplificaciones. Cuando queda sostenida
en el aire como voluntad del hablante. En ese caso se licúa, al no permitir ningún
anclaje significativo con el receptor.
El discurso electoral exige partir de la vida real de la
gente. Escaparle al formato de diálogo habitual de los tiempos. El de la
chicana superestructural periodística. El de la moralización. La plataforma reclama
sujetos (o prácticas discursivas) abiertos a la escucha: se espera que recojan
los términos que nombran a quienes se dirige la campaña. Y eso implica
transitar por realidades cotidianas que sean el resultado de un ascenso, de una
recuperación, de una puesta en valor de aquello que se espera escuchar. Se
espera –sobre todo entre quienes no tienen el voto decidido— ser interpelado
por algo que les sea familiar.
Contribuir a esa interacción no se condice con la falsaria
forma cínica de la política, recurrente en la especificidad costumbrista de la derecha
neoliberal. Implica articular demandas previamente existentes con programas
(nacionales/populares y progresistas) pero haciendo una conexión real ( no
artificial) con los interlocutores que esperan ser comprendidos.
El salto implica entender que no hay que convencer, sino
interpretar. Salir de la tentación autorreferente del quehacer legislativo,
televisivo o radiofónico. Las palabras preguntantes (de cada período, porque van
mutando) no son azarosas ni son el
producto de su elección por parte de mentes iluminadas. Son el resultado de
demandas sociales no saciadas o de significados instalados en áreas de vacancias
explícitas, abandonadas por los grupos hegemónicos, o instituidas con un
significado que no es el que se pretende asociar/significar/ referir.
Algunos de los términos en disputa, disponibles, capaces de expresar
sentidos esperados, en términos de eficacia simbólica (aptas para convencer) dependen
de factores de contemporaneidad (el devenir histórico y sus consecuentes climas
de época) , del abuso que se hace de los términos por parte de los
contrincantes (en este caso el oficialismo macrista) y de la capacidad propia
para llenar de contenido su utilización en el debate público.
Alguno de los términos en disputa que aparecen con ventajas
competitivas para poder ser apropiadas en forma efectiva son: Patria,
inflación, salario, soberanía, trabajo, desocupación. Llevar el debate hacia
esas aguas –incluso en la militancia territorial— supone arrinconar en regiones
desventajosos al neoliberalismo del PRO. Habrá que intentar que la agenda
incluya esos capítulos que aparecen hoy como más productivos para el difícil
transito hacia la primera vuelta y el potencial balotaje.